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viernes, septiembre 08, 2006

Noticias del Frente Onírico 001

La niña que quería ser doctora

Por: Vianco Martínez, comunicador social

Se llamaba Berenice Rivas. Tenía doce años y una hermosa sonrisa a prueba dificultades. Para su desgracia, nació en las provincias del desconsuelo, en un lugar sin gloria donde los sueños no son posibles: el batey Algodón, de Barahona, Republica Dominicana, un lugar donde el infierno ensaya sus primeras infamias. Allí creció junto a sus dos hermanitos, entre ellos Carolina, una princesita de tamarindo con tanta luz, que brilla hasta en el lodazal.

Su madre se llama Hortensia Julia y tiene una ternura de hierro. Acababa de pasar a séptimo y aun no terminaba de celebrar su promoción. Un día me dijo que quería ser doctora para curar los males de su gente. El otro día le empezaron unos dolores en el cuerpo, le fue subiendo la fiebre y poco después estaba parada con sus padres en la puerta de un hospital, gimiendo de dolor y suplicando que la internaran.

Los pobres siempre tienen el mundo en contra y para lograr que la internaran, sus padres tuvieron que pelear y buscar la intervención de un buen hombre de Barahona, que es un gran médico del lugar. Su estado empeoró y la mandaron a la capital a otro centro. Le dijeron que tenía dengue, le dijeron que tenía neumonía, le dijeron hasta que tenía falcemia, le dijeron tantas cosas que al cabo de los días murió y ni siquiera se supo de que murió.

Cuando nacen, los pobres son un formulario en la oficialía, cuando crecen, son una estadística, y cuando mueren, son una calamidad. Ella murió ayer al mediodía. Su familia no tenía dinero ni para comprarle un ataúd. Hoy el batey Algodón está más triste que nunca. Hay una bandera a media asta en el corazón de cada algodonero y una lagrima rodando por las calles.

Hoy, al batey le falta Berenice, la niña que quería ser médico para curar a su gente, la niña que acababa de pasar a séptimo con las mejores notas de su grupo, la niña hermosa que, con sus sueños inocentes, vencía cada día la realidad del mundo circundante. Ahora el batey Algodón tiene una sonrisa menos y doña Hortensia y su familia, una esperanza menos. Y lo más triste de todo es que al batey Algodón seguramente se le seguirán apagando luces y al país entero se le seguirán apagando sueños y se le seguirá muriendo el futuro niño a niño y nadie, absolutamente nadie, se dará por enterado.

El país está demasiado ocupado atendiendo sus rencos arrebatos de modernidad y pactando sus próximos silencios para darse cuenta que ayer, al mediodía, en una pobre cama de hospital, mientras el país caminaba sin rumbo hacia ninguna parte, murió Berenice, la niña del batey Algodón que quería ser medico cuando fuera grande para curar a su gente. Ya ella no podrá ser grande, ni podrá ser doctora, ni podrá ser nada. Yo la vi morir y nunca olvidaré su última mirada ni el último destello de luz que salió de sus ojos. En los bateyes los niños se mueren de cualquier cosa, pero eso a nadie le importa.

Santo Domingo, Abril 2004

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The girl who wanted to be a doctor[1]

By: Vianco Martínez, social communicator

Her name was Berenice Rivas. She was twelve and had a smile that was trouble–proof. For her own misfortune, she had been born in the provinces of hopelessness, in a place without glory where dreams are not possible: the Batey Algodón, in Barahona, Dominican Republic, a place where hell rehearses its initial infamous deeds. There she grew up with her two siblings, one of which is Carolina, a little princess of tamarind, so radiant that she glows even in the mud hole.

Her mother’s name is Hortensia Julia, a woman with a kindness of steel. Berenice had just finished sixth grade and was still celebrating her promotion. One day she told me she wanted to be a doctor to heal her people’s ailments. A few days ago, she began to feel pains in her body, her temperature kept rising, and soon after she was standing with her parents in front of a hospital, crying in pain and begging to be admitted.

The poor always have the world against them. To have Berenice admitted, her parents had to fight and to seek the help of a good man from Barahona, who is a great local doctor. Her condition worsened and she was referred to another health center in the capital. She was told it was dengue; she was told it was pneumonia, they even said it was thalassemia. So many illnesses she was told that after a few days she died and no one even knew the cause.

When they are born, the poor are only a form in the registration bureau; when they grow, they become statistics and when they die they are just a casualty. Berenice died yesterday noon. Her family could not even afford to buy her a coffin. Today Batey Algodón is sadder than ever. There is a mourning flag in the heart of every villager, and a single tear runs down the streets.

Today the batey misses Berenice, the girl who wanted to be a doctor to heal her people, the girl who had just finished first in her sixth grade class, the beautiful girl who every day survived with her innocent dreams the harsh reality of her surrounding. The batey Algodón has lost a smile and Hortensia and her family have lost their hope.

And the saddest thing of all is that the lights will probably keep getting off in the Batey Algodón, the entire country will keep losing its dreams, the future will keep dying with every child, and nobody, absolutely nobody, will even notice.

The country is too busy with its lame outbreaks of modernity and preparing its next pacts of silence to realize that yesterday noon, while the country was on the road heading nowhere, Berenice, the girl from batey Algodón who wanted to be a doctor to heal her people, died in a poor hospital bed. She will no longer grow up to be a doctor, or to be anything. I watched her die and will never forget her last glance and the last sparkle of light that shone out of her eyes. In the bateyes, children die of just anything, but nobody really cares.

Santo Domingo, April 2004.

[1] Translated by: Joselina Reyna and Antonio de Moya. September 14, 2005.

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