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miércoles, febrero 23, 2011

Noticias del Frente Patrimonial 043

Nueva poesía: La reconquista. (Extracto)
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León Félix Batista, escritor dominicano

Por: Fabián Darío Mosquera, fmosquera@telegrafo.com.ec

El Telégrafo, Ecuador, 17 de febrero 2011

Artículo completo:

http://www.telegrafo.com.ec/cultura/noticia/archive/cultura/2011/02/17/_1C20_Nuestra-poes_ED00_a_3A00_-la-reconquista_1D20_.aspx

Radicado en Nueva York desde 1986, el poeta dominicano León Félix Batista (Santo Domingo, 1964) ha puesto en marcha su carrera literaria bajo dos influencias capitales: la amplia y sustancial tradición latinoamericana… y la también compleja y variada poesía norteamericana contemporánea…

FDM: La escritura lírica del Caribe… se caracteriza, precisamente, por ese gran volumen “imaginístico”… García Márquez alguna vez aseguró que toda la comba del Caribe…posee una impronta cultural común que sostiene un universo autónomo, homogéneo a pesar de las naturales disonancias culturales. ¿Cómo es que su ubicación geográfica/cultural ha determinado su trabajo, en los términos de esa suerte de tradición lírica caribeña?

LFB: No cabe duda de que muchísimo, y no precisamente por el muy vendido colorismo tropical real-maravilloso bajo el que viví hasta mis 21, sino también por mis alucinantes lustros en Nueva York. De modo que las geografías (reales, culturales y de lengua) por las que me he movido han incidido sobre mi obra.

Primero lo primero: El Caribe es una especie de isla madre atiborrada de sub-islas y de islas solitarias… Y luego cada pedazo de tierra, aislado, con su idiosincrasia, su particular transformación de cada lengua madre, su tradición literaria. En esos subconjuntos germina una poesía que toca todas mis teclas Walcot, Lezama, y Gómez Rosa (entre otros).

Aparte, estuve muchos años en Nueva York, sin mudarme jamás de la frontera entre Park Slope y Sunset Park, en Brooklyn. Los años de universidad, el involucramiento con poetas gringos y con sus obras, las amistades latinoamericanas y mis sumersiones en el abismo del nuevo idioma me marcaron. Y, por supuesto, los climas locales, la hiper urbanidad, la nieve, la visión del Otro sobre mi yo inmigrante, me enriquecieron, transformaron: trastornaron. De pronto me descubrí distinto en cuatro estaciones, unas de más lectura, otras de escritura indetenible.

… Me dediqué a partir de ahí a traducir poesía del inglés, ya no para obtener una buena calificación, sino para consumo propio, para arrojarme luz. Luego el paso natural: empecé a publicar mis traducciones y a conocer en consecuencia a algunos de los poetas que traducía…

Me parece que este proceso de versiones ha de haberme vinculado fuertemente con la poesía escrita en inglés, sin dudas, aunque fuera de modo subterráneo. Algún crítico ha dicho no encontrar esos influjos en mi obra, pero lo expresa pensando, quizás, en cierta poesía anglo, épica, imaginista, objetivista, qué sé yo. Sin embargo, bastaría ojear mejor los nombres de mis traducidos…

Tu pregunta trae implícita una zona de la respuesta: en primer sentido se trata del erotismo propio, intrínseco, de un lenguaje. El propósito es erotizar el Verbo, poner la poesía en cuatro, succionar, ser succionado por ella, gemir y penetrar hasta el agotamiento… Y luego vuelta a empezar. Es, si tú quieres, una transcripción del cuerpo al habla, a la escritura. Una cristalización, una corporeidad, de lo que estuvo abstracto.

Me he servido del erotismo, además, como tema medular pero que se mantiene paradójicamente periférico en la vida humana: siendo un impulso definitorio de nuestras vidas –y vórtice atractor del que es imposible escabullirse–, los humanos insistimos en ocultarlo, enmascararlo, sepultarlo. Y resucita siempre, casi al instante, en la semi neblina de nuestras recámaras, en la publicidad y, por supuesto, en el discurso…

FDM: Desde su percepción crítica, ¿qué cree… que está ocurriendo en la poesía latinoamericana de los últimos años?

LFB: Yo diría que es la vuelta de Darío, esparcida por nuestra lengua-cultura, en el sentido de la reconquista. Hemos hecho que nos vean como renovadores de una lengua que dejó de ser exclusivamente castellana, para estallar en múltiples lenguas españolas, como esa fruta de granada colorida… La antipoesía es nuestra, el concretismo también…. Y cuando se trata de vehicular lo indígena con nuestra lengua madre, ocurre un estallido… El tratamiento de lo cotidiano… sería deseable como auténtica poesía de la experiencia.

Aparte, es un hecho que el impulso neobarroco postuló nombres de impronta permanente. Fin: el nuevo paradigma, ya implantado y en plena germinación.


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A propósito del proyecto de blanqueo de la fachada turística de un Conde sin vida
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Galatea de las Esferas

Los días en rojo. Por un proyecto político de vida poética (*).


Por: Grupo Surrealista de Madrid: Conchi Benito, Eugenio Castro, Javier Gálvez, Paco García Barcos, Lurdes Martínez, José Manuel Rojo.
http://caosmosis.acracia.net/?p=102, 28 de julio, 2006, (*) publicado originalmente en “Salamandra” nº 7, Madrid, 1995.

Hoy parece claro que la empresa de los revolucionarios consiste en hallar nuevas formas de liberación de los hombres y mujeres del mundo. Nuevas formas que, como dice F. Rosemont, “les liberen de sus represiones y que, en vez de ocultarles el horror omnipresente, puedan reconocerlo y así cambiar el sistema social que lo perpetúa”.


Procurarnos la realidad revolucionaria deseada con métodos racionalistas no parece ser hoy lo más eficaz. Como añade el propio Rosemont, “los argumentos racionales influyen en un número limitado de personas, durante un corto espacio de tiempo (…) Tratar de convencer a alguien, por medios racionales, de que abra los ojos a algo que es verdaderamente intolerable es doblemente ingrato: primero porque nadie quiere ver la horrible realidad tal como es, y en segundo lugar, porque incluso si se consiguiese hacerles ver algo de esa realidad, si se hace de forma racional, probablemente sólo serviría para aterrorizarles y paralizarles, en vez de moverles a la acción”.
Hoy nos parece que resultaría bastante infructuoso afrontar la ambición de emancipación humana sólo desde el punto de vista histórico, desde el análisis particular de la corriente filosófica revolucionaria correspondiente si en su perspectiva no está integrada la visión que al problema aporta el pensamiento poético, al que las primeras –valga decirlo– vienen enfrentándose históricamente de manera sistemática, ensanchándose una antinomia que debe ser derribada sin contemplaciones.

Hoy parece más cierto que nunca que la emancipación humana tiene una gran deuda pendiente con el pensamiento poético, o si se prefiere, con la intuición poética. No es posible cerrar por más tiempo los ojos al depósito revolucionario inmanente a este pensamiento, una de las más altas instancias donde la liberación humana se gesta, avanzando inseparablemente del mismo, como la sombra acompaña al cuerpo que la produce: inextirpable, se convierte en el reflejo de su luz, en la afirmación de su existencia.


Hablar hoy de revolución no es sólo importante sino decisivo, porque este diálogo opera una forma de resistencia que se enfrenta al desfallecimiento humano y de la historia. Pero si es cierta la necesidad de mantener este diálogo nos parece igualmente importante tomar conciencia crítica de la ausencia de condiciones ideales con las que ejecutar su consecuencia, condición indispensable para comprender que nuestras fuerzas no pueden dispersarse sólo en la formulación teórica, sino que deben ser destinadas a la estimulación y práctica de nuevos comportamientos que anuncien el principio de una realidad en agitación. Comportamientos cuya naturaleza poética y voluntad política vayan cartografiando el paisaje de una subversión mental a gran escala que procure la posibilidad futura de una insurrección generalizada.

Es aquí donde el pensamiento poético muestra sus cartas: reanima el sueño de la revolución al desencadenar una acción mental liberadora, es decir, una acción que rompe la argolla subliminal en la que ha sido enajenado el deseo humano, permitiéndole de nuevo intervenir activamente en el desentrañamiento del mundo.


La revolución empieza siempre por dentro porque está ahí abajo. En tanto que en esencia es de naturaleza activa, es decir, una acción del espíritu, el pensamiento poético guarda en sus entrañas el primer germen de la revolución: una revolución indispensable de las estructuras mentales que radicalice el diálogo entre la vida sensible y la vida social. No es posible oponer por más tiempo al conocimiento no racional y mítico del pensamiento poético la “única” providencia del análisis racional(ista) político, cualquiera que sea su expresión. De hecho, habrá que convenir que el resultado de esta oposición no ha conducido sino a abrir una gran brecha en la ambición humana de emancipación, por la que, cabe pensar, empiezan hoy a pasar con fuerza y mayor inquietud los más retrógrados y reaccionarios comportamientos socio-políticos. Si nosotros volvemos nuestra vista hacia el pensamiento poético, no lo hacemos con ánimo mesiánico, sino por percibir en su seno una gran capacidad de reencantación del mito de la revolución, una capacidad que se manifiesta en lo que le es más propio: su naturaleza visionaria. En efecto, una de las consecuencias mayores de la acción poética es la de la anticipación, en este caso, anticipación de unas condiciones revolucionarias nuevas dotadas de una dimensión utópica que nos haga recordar el futuro: a imagen de su naturaleza, la acción poética operará una práctica del futuro en el tiempo que nos es dado vivir, en oposición radical al tiempo que nos es dado soportar. Pues el pensamiento poético no está exento de contener una condición práctica desde la que desencadenar su acción allí hasta donde le sea imposible llevarla, y de la que habrá que añadir que, con independencia de los resultados inmediatos que procure, dará siempre la medida de su intervención en el mundo: la exaltación permanente de las potencias de transformación.

La revolución, por tanto, sigue pareciéndonos estar condicionada en un grado muy alto a la irrupción plena del pensamiento poético. Y este pensamiento, que en su expresión surrealista no ha dejado nunca de ponerse al servicio de aquella, parece hoy más dispuesto que nunca a exigir su intervención en el plano de la acción directa. Así, su invocación por nuestra parte es consustancial a una necesidad de generar una corriente de la imaginación desde la que iniciar el trazado de las nuevas formas de subversión susceptibles de ser interpretadas como una acción revolucionaria real.


Las condiciones actuales de existencia y vida nos obligan a un gran despliegue imaginativo que sirva para acortar la distancia que separa las ideas abstractas que alimentan el mito de la revolución de las acciones concretas que las ejemplifiquen. En este sentido, algunas de estas acciones deben ya operar como una estrategia que tienda a resolver este distanciamiento, acciones que avancen en su doble dimensión poética y política el sentimiento de fiesta, el humor, el erotismo, la ironía y también el desconcierto, inquietud y perturbación inherentes a un acto subversivo nuevo. Acciones, al fin, que incorporen una forma de desobediencia civil que se enfrente a la imagen de la autoridad, dirigidas (inspiradas) siempre por la imaginación todopoderosa puesta al servicio de la revolución.

A priori, nada indica que ciertas formas de actuación nos sitúen en la verdadera vida. Pero sí habrá que convenir que estas actuaciones se abren precisamente a otra forma de vida no necesariamente sometida a los condicionamientos de la necesidad, sino animada por el impulso del deseo. Es esta forma de vida, a la que sería preciso conceder carácter de movilización poética, la que hoy puede levantar un hermoso puente entre ciertas representaciones mentales de la utopía y su satisfacción.

La acción poética, por tanto, vendría a resolverse en una práctica vital en la que el mundo es aprehendido, lejos de pasar ante nuestros ojos como una realidad virtual. Se conseguiría de esta forma dar un salto decisivo en la posible transformación del mundo, en la medida en que, si la acción poética lo reinterpreta en todas sus dimensiones posibles, sean estas políticas, morales, psicológicas y sociales, sobre todo avanza esa posibilidad de transmutarlo.

En 1933 los surrealistas de París iniciaban una “Búsqueda experimental acerca de ciertas posibilidades de embellecimiento de una ciudad”. Edificios, plazas, monumentos, estatuas eran sometidos a una transformación poética que aliviara a “las ciudades de lo mucho que han sufrido a causa del horror al vacío”.

En las observaciones a las transformaciones operadas durante su juego experimental se presagiaba el destino nuevo de todos esos elementos que habitarán las ciudades: “objetos corrientes irán a eternizar en las plazas y en las calles el horrible recuerdo de un tiempo en el que el hombre luchaba con desesperación para satisfacer sus necesidades más elementales”.

Por no haber satisfecho aún su destino, el alcance de aquella propuesta cobra vigencia plena: su formulación irónica puede y debe hoy llevarse a cabo, y satisfacer así aquella experiencia mental con su aplicación práctica.

El impulso que nos anima a intervenir en la vida cotidiana (por ejemplo, la acción de plasmar sobre las paredes de algunas calles de Madrid constelaciones imaginarias; la transformación de ciertas estatuas elegidas deliberadamente; la procesión de fantasmas entrando o saliendo de un edificio en estado ruinoso, cuya única huella visible son sus zapatos adheridos al suelo) quiere cumplir y ampliar, con sus propios medios, el presupuesto abierto con la experiencia anteriormente referida, y también completar el doble objetivo que estimula la puesta en marcha de tales acciones.

Por otra parte, desacreditar el monolitismo de la realidad manifiesta (tal y como nos es dado soportarla), al introducir un elemento perturbador como vehículo que altere, a raíz del impacto visual, las relaciones de percepción típicas y provocar, a partir del campo de desconcierto visual creado, otro campo de desconcierto mental que pueda desencadenar una experiencia emocional de las más elevadas. Se trata, pues, de provocar un punto de fuga en el espíritu del paseante y abrirle así una posibilidad de superación de todo su aparato afectivo.

No dudamos, al respecto, que la sistematización de acciones de este tipo supondría una seria amenaza al dominio que ejerce el principio de realidad sobre el principio de placer, causando una severa grieta en el edificio que lo sostiene y por la que el segundo insuflaría un aire nuevo a la liberación de lo sensible.

Pero si este primer objetivo define una voluntad de modificar los hábitos mentales de penetración de la realidad sensible, también ambiciona superar un sentido de belleza en el que subyace una evidente nostalgia del pasado, “nostalgia reaccionaria ya que se representa como el anhelo de la buena, la bella y antigua época” (E. Bloch).

En efecto, la gran mayoría de los elementos hoy destinados al “embellecimiento” de las ciudades (pero que sólo cumplen una función decorativa), acaban de convertirse en el arquetipo de un conservadurismo global cuyas nocivas ondas son proyectadas sobre los ciudadanos: es una forma de belleza que termina por erigirse en una categoría-modelo en la que es encerrada la vida sensible, una categoría-modelo que termina por llevar a ésta a un estado de sedimentación, o peor aún, de fosilización (con ausencia total de carácter bizarro, peculiar, maravilloso inherente a las piedras fósiles). Es una categoría-modelo investida de una condición divinizada, y por ello mismo, paralizante: cuanto más alejada esté la gran belleza de ser incorporada a la vida cotidiana, más eficaz será la parcelación de las emociones, menos posibilidad habrá de activar los mecanismos de transformación, sedados por el falso hechizo de aquella suerte de trampa subliminal. Por ejemplo, “las estatuas, casi siempre de individuos irrisorios o nefastos, están sobre pedestales, lo que les quita toda posibilidad de intervenir en los asuntos humanos y a la inversa. Se pudren de pie”. Es, en fin, la indiferencia emocional lo que reproduce esa categoría-modelo, la indiferencia que desde afuera impregna su ponzoña en los sentidos, desdén causado por la repetición diaria del mismo panorama pasando ante nuestros ojos, mecánica horrible que acaba por alejar a hombres y mujeres de sus sueños, de su curiosidad insatisfecha, de su avidez íntima por el relámpago nunca visto.

Las actuales condiciones de vida hacen que acciones como las que presentamos se lleven a cabo de forma grupal, es decir, por unos cuantos individuos y no por la mayoría, como sería deseable, pues su mismo origen profundo las dota de un sentido de participación general colectiva, sentido siempre ampliable y modificable por su misma naturaleza. Al nacer de un impulso de la imaginación creadora, estas acciones son también una reivindicación y una apelación a una forma de diversión inventada y libre que se opone, por su propio peso específico, a toda forma de deleite alienado/alienante. Forma de diversión que, hay que decirlo, encubre también una gran audacia: contagiar el ánimo de aquellos que no permiten sobre sí el horrible lastre del sopor cotidiano.

Por otra parte, no estamos dispuestos a permitir la confusión interesada ni el oscurantismo despreciable por parte de aquellos que quieran separar la condición de festival emocional de estos actos poéticos del carácter agitador y subversivo (al menos en su dimensión vocacional) de una acción política nueva. Al contrario, somos nosotros los que queremos confundir tales actos, de tal manera que desalienten a unos de ver en ellos un mero juego estético rápidamente asimilable y reducible, y a otros de considerarlos la consecuencia de un comportamiento vandálico punible y censurable. Este Gran Juego está destinado a la exaltación y catarsis de la vida emocional, sea esta individual o colectiva, Juego que sólo a los ciudadanos corresponde decidir sobre la forma de llevar a cabo, con entera libertad.

De esta forma, con la soberbia confesada que ello supone, ponemos la primera piedra en el desencadenamiento de un futuro más esplendoroso de las celebraciones colectivas: las fiestas nuevas, las fiestas futuras, habrán saltado de los calendarios laborales y se producirán espontáneamente bajo el impulso libre de la intervención ciudadana. Cada nuevo día será una fecha en rojo que muestre en estaciones de tren, estaciones de metro, plazas y calles la evidencia maravillosa de un deseo imperante, de un sueño audaz.

Cortesía de Gabriel Andrés Baquero Pérez

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El fantasma de Elvis Presley canta con Marina McBride con 40 años de diferencia
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Escena del video montaje de Elvis y Martina

Elvis Presley murió en el 1977. Marina McBride nació en el 1966.

Independientemente de que el vídeo es estupendo, resulta difícil de creer que se trata de un montaje. La aparición de la cantante Marina McBride (en 2008) está perfecta... La reacción del público cuando ella “entra en escena”, también; el momento en que ella canta y Elvis Presley solo toca (realmente en 1968), para qué hablar. La única observación es que el sólo mira para el lado en que ella está al término de la presentación. Es sólo un montaje, ¡y quien lo hizo es excelente! Míralo y saca tus conclusiones. Este encuentro (digital) entre Elvis y Martina, tiene 40 años de diferencia en el tiempo de cada artista. O sea, Elvis estaba en 1968 y Martina en 2008.

Vea el video aquí: http://www.youtube.com/watch?v=3KK6sMo8NBY

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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1925).

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