La neurosis de clase existe
De Gaulejac dice que la igualdad de oportunidades no existe y que la sociedad impone desafíos para los cuales no prepara a nadie.
POR MARIA LUJAN PICABEA
/El Clarín
DE GAULEJAC.
Es autor de una extensa bibliografía sobre sociología clínica.
En la novela El lugar–publicada
en 1983, premio Renaudot en 1984–, la escritora francesa Annie Ernaux vuelve la
mirada sobre su hombro, tras la muerte de su padre, para narrar, sin una pizca
de compasión, el origen humildísimo de sus padres y el tesón con que fueron
ascendiendo de campesinos a obreros y de allí a comerciantes, lugar desde el
cual le ofrecieron a ella una buena educación, que más temprano que tarde
dispararía sus posibilidades y terminaría por alejarla de su casa, su barrio y
la vida de sus padres. En uno de los pasajes de El lugar (Tusquets), la
escritora cuenta: “Hablábamos de la gente del barrio, los que se habían casado,
los que habían muerto, los que se habían ido de Y... Yo les describía el
apartamento, a Louis-Philippe, el secretario, los sillones de terciopelo rojo,
la cadena de música. Dejaba de escuchar enseguida. Me había criado para que
disfrutara de un lujo que él mismo desconocía, se alegraba, pero el colchón
Dunlopillo o la cómoda antigua no tenían para él más interés que el de
certificar mi éxito. A menudo lo resumía diciendo: ‘Haces muy bien en
disfrutar’”.
El sociólogo francés Vincent
de Gaulejac se ha valido de El lugar y de otras, varias, ficciones para
apoyar en ellas la hipótesis que trabaja en su libro La neurosis de clase.
Trayectoria social y conflictos de identidad, recientemente publicado en la
Argentina por la editorial Del Nuevo Extremo, con traducción de Marcela de
Grande. De Gaulejac establece, para elaborar su concepto de neurosis de clase,
un puente entre la sociología y el psicoanálisis y a partir de allí se aboca a
los conflictos psicológicos que enfrenta una persona que ha atravesado un
desclasamiento social, ya sea de promoción o regresión. Dice el sociólogo:
“Todo individuo que cambia de clase social vive un
conflicto entre su identidad heredada (identidad de origen que le confiere su
medio familiar) y su identidad adquirida (la que va construyendo en el
transcurso de su trayectoria)”.
En noviembre, De Gaulejac
participó de una mesa redonda en la Universidad Nacional de Avellaneda y
conversó con Ñ sobre los
conceptos La neurosis de clase, en los que trabaja desde los 80, y la
pertinencia de ellos en la sociedad actual.
–En
la sociedad actual, ¿se puede hablar aún de clases sociales como compartimentos
estancos?, ¿de qué modo se adapta al mundo actual el concepto de neurosis de
clase?
–Yo escribí este libro hace
30 años en Francia, en un momento en que las clases sociales todavía se
evocaban como una lectura posible de la sociedad. Hoy no es el caso, estamos en
una sociedad fragmentada, Zigmunt Baumann habla de la sociedad líquida, pero
eso no significa que no haya más clases sociales, pero sí que no son tan
identificables como antes lo eran. Si la movilidad social hace unos 50 años era
algo excepcional, hoy por hoy se ha vuelto la norma. La idea de clases sociales
en el sentido marxista ya no es tan pertinente para leer la sociedad, lo que no
significa que las relaciones de dominación no existan más, lo que no quiere
decir que la internalización de los habitus ligados al medio social del
que uno viene ya no exista.
Pierre Bourdieu ha analizado
la violencia simbólica de las relaciones sociales. Ayer, por ejemplo, estábamos
en la Universidad de Avellaneda y se evocaban las dificultades que puede
encontrar la gente que viene de los medios populares cuando acceden a la
Universidad, su relación con el saber, la escritura, con los profesores que
representan la cultura legítima. Los complejos de inferioridad y superioridad
existen y, en parte, están muy ligadas a problemáticas sociales. La distancia
entre ricos y pobres crece cada vez más, entonces no hay que creer que porque
las clases sociales ya no son tan fácilmente identificables no es por eso que
han desaparecido las relaciones de dominación y la dimensión social y
simbólicas que esas relaciones de superiores e inferiores, clases altas y
bajas, la gente bien educada y mal educada sigue existiendo. Por eso imaginé la
idea de que la lucha de clases fue reemplazada por una lucha por los lugares.
–En
el libro se refiere al término de realización personal como una especie de
condena. ¿Considera que en la sociedad actual eso es más pesado que lo que ha
sido históricamente?
–Estamos absolutamente
sumergidos en la ideología de la realización de sí mismo. Este es un fenómeno
nuevo, masivo. Las generaciones de burgueses anteriores a los 60 tenían como
proyecto parental para los hombres que debían ser abogados, ingenieros o
médicos. Para las mujeres, casarse con un abogado, ingeniero o médico. En las
clases populares no había proyecto parental más que aceptar la condición de
obrero o campesino o bien tener la esperanza de que, a través del estudio, uno
podía acceder a un estatus social un poco menos duro, con un salario mensual,
llegar a ser empleado de oficina, con un trabajo estable, sin tener que estar
expuesto a las inclemencias del clima. La identidad estaba muy determinada por
la reproducción de las relaciones sociales.
Hoy, cuando uno les pregunta
a los padres sobre cuál es el proyecto parental respecto de sus hijos, dicen
que esperan que haga lo que quieren y lo importante es que él o ella sea feliz.
Lo que sucede es que en el ejemplo anterior los padres sabían cómo uno se
convierte en abogado, ingeniero, médico; mientras que hoy los padres no saben
cómo se hace para ser feliz. En un contexto en el que la cultura del alto
rendimiento, la excelencia no pasa sólo por la familia, sino por los medios de
comunicación, nos arrastra a la idea de que para tener éxito en la vida hay que
poder realizarse, desarrollarse como las estrellas, los campeones de fútbol,
las personas que tuvieron éxito.
Hay una especie de demanda,
muy individualista y narcisista, que dice que para ser reconocido hay que ser
emprendedor de su propia vida. La idea imperante es que a los que les va bien
es porque tienen talento. Por el contrario, a los que les va mal es porque no
supieron realizarse, no supieron desarrollar su capital humano. Para la
ideología de gestión, con la que se manejan las empresas, el yo de cada
individuo se convirtió en una especie de capital que hay que hacer crecer.
Eso es una ideología
individualista, capitalista, que se va internalizando con la idea de que hay
que ser rendidor en la escuela para llegar a los mejores lugares en las
empresas de mayor rentabilidad y las mejores posiciones. Esa es la lucha por
los lugares y eso es lo que moviliza a los individuos, y lo hace caer en una
trampa, que es la igualdad de oportunidades: la idea de que es el talento el
determinante esencial de la existencia humana.
Ahí hay algo muy interesante
para un sociólogo y muy inquietante para un ciudadano, una especie de carrera
de cada individuo para tratar de hacerse un lugar en la sociedad y ser
reconocido. En las grandes empresas internacionales se ve hasta qué punto es
destructiva la lucha por los lugares, la competencia generalizada, la búsqueda
insaciable de reconocimiento. Pero nunca habrá satisfacción para ello porque es
una ilusión narcisista. Yo trabajé sobre este tema, sobre el sufrimiento en el
trabajo, una causa de malestar entre la gente.
–¿Esta
ideología se desactiva desde lo personal o es una proceso que tiene que ver con
lo social?
–Seguramente sí, yo creo que
en el deseo que tiene cada individuo de nacer como sujeto se ve confrontado a
sus conflictos. Distingo dos posiciones en las cuales nos vemos confrontados:
las reacciones defensivas y los mecanismos de liberación. Las reacciones
defensivas son aprender a vivir en ese contexto de lucha de lugares, tratando
de vivir lo mejor posible, adaptándose a la ideología del rendimiento. Siempre
es una reacción defensiva porque nunca hacen lo que quieren hacer y cuanto más
se adaptan desembocan muy a menudo en la depresión, porque cuando el yo ya no
está a la altura de las exigencias de rendimiento se desmorona.
Los mecanismos de liberación
son los trabajos que el sujeto hace sobre sí mismo para liberarse de esas
exigencias ilusorias, para desinternalizarse de esa ideología y desincorporar
todos esos mecanismos de adaptación que tuvo que implementar para poder vivir
en ese mundo. A mí me asombra que hay millones de personas que implementan
pequeñas estrategias individuales de liberación, por ejemplo incorporándose
como militantes en grupos solidarios, de economía social, decidiendo renunciar
a ganar mucho dinero porque quieren tener una actividad cultural, aceptan que
les paguen menos porque, por ejemplo, ser docentes tiene para ellos un sentido
más profundo.
Militar para revalorizar las
profesiones que han sido invalidadas también es muy importante. Esos son
mecanismos de liberación que están a nivel de cada sujeto que trata de darle
sentido a su existencia pero en realidad no toman cuerpo hasta que no hay grupo
que los retomen a nivel colectivo y les dan consistencia a nivel social. Por
eso, nacer como sujeto, construirse no es sólo un problema personal sino
también un problema político.
–¿Esta
presión es más tangible en las grandes ciudades?
–No, porque las capacidades de
invención de los humanos para existir están en la adaptación al contexto social
en el cual están. Hasta en los campos de concentración, los universos más
totalitarios que hayan podido existir, donde los individuos están desprovistos
de todo, hay una capacidad de resistencia del sujeto que es muy fuerte.
Evidentemente los recursos de los que disponemos son distintos en las grandes
ciudades que en el campo, diferentes para las clases más altas y las que están
en situaciones de gran precariedad pero la capacidad del sujeto de construirse
son ilimitadas. Es algo que está en el centro del hombre y de la humanidad.
–Entonces,
¿habría que trabajar sobre la trampa de la igualdad de posibilidades y de que
crearse a sí mismo sólo depende del talento?
–Un amigo, Robert Castell,
decía que para poder existir como individuo en la sociedad tal cual es, hay que
tener algunos soportes, en términos de derecho, capital social, capital
económico... Y ahí hay una desigualdad profunda en términos de soportes que
favorezcan la existencia social de los individuos, por eso decía que el
problema es político. Es una ilusión pensar que hay igualdad para ejercer el
talento entre hombres y mujeres. La posibilidad de ejercer el talento depende
de elementos objetivos y no sólo subjetivos.
–¿Cómo
lee las influencias de las nuevas tecnologías en términos de reproducción o no
de esta ideología imperante de lucha por los lugares?
–Es muy interesante en varios
niveles. La gente invierte parte de sus ingresos y de su tiempo en nuevas
tecnologías que son al mismo tiempo un formidable instrumento de emancipación y
de alienación. Me acuerdo siempre del gerente de una empresa que me decía:
“Estas nuevas tecnologías son geniales porque soy libre para trabajar 24
horas”. Lo cual es la paradoja más grande que existe.
Hoy ya no hay movimientos
sociales en términos de grandes manifestaciones que hagan la revolución pero
vemos movimientos de estudiantes u otros en los que las redes sociales juegan
un papel importante en términos de creatividad, inteligencia colectiva, etc.
Allí está lo mejor y lo peor pero es uno de los elementos que contribuyó a
desestructurar a la sociedad en términos de clases para construir una sociedad
de los individuos, pero al mismo tiempo una sociedad, móvil, líquida,
fragmentada, donde hay toda una parte en la que no se sabe qué es real y qué es
virtual.
Es una sociedad a la vez real
y virtual. Entre el ser del hombre y el de la sociedad aparece esta esfera
virtual de comunicación y relación que las tecnologías permiten y que está globalizada.
Es uno de los cambios a los cuales hayamos asistido en la historia de la
humanidad. Muy apasionante y muy inquietante.
–¿Cómo
ve el futuro, cree que se profundizará la emancipación o la alienación a través
de estas tecnologías?–Me parece que tenemos que
entender que nuestro mundo es cada vez más paradójico que no se puede contestar
a la pregunta en término de esto o aquello, lo importante es que ambas cosas
suceden al mismo tiempo. Yo estoy escribiendo un libro sobre la sociedad paradojante, no paradójica,
sino paradojante. Es decir, una sociedad que nos pone ante desafíos en los
cuales no sabemos qué es creación, qué destrucción, qué es alienación y qué
emancipación, qué es positivo y qué negativo porque son las dos cosas al tiempo. Entonces no sabemos muy bien qué
hacer. Es más fácil vivir en un mundo maniqueísta en el que hay buenos y malos
porque sabemos de qué lado ir; aquí es imposible.
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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).
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