ONTOLOGÍA DIMINUTA
DE LO ADYACENTE
«La existencia no es algo que se deja pensar de lejos: es preciso que nos invada bruscamente». Jean-Paul Sartre.
«¿No sería “la náusea sartreana” el reverso del satori Zen, una suerte de iluminación inversa?». Armando Almánzar-Botello.
Fotograma de
la película "Naked Lunch", de David Cronenberg,
basada en la
obra homónima de William S. Burroughs.
Por Armando Almánzar-Botello, miércoles, 2 de abril de 2014
Solitario y
sentado ante la mesita de noche, intento esculpir lo indecible que aúlla en mi
cuarto silencioso. Es casi la madrugada de un día que desconozco. Algo negro me
impide moverme del lugar en que ahora me encuentro. ¿Será el peso agobiante de
la nada, las letras turbias de lo inconcebible, la tinta oscura y lúcida que
mana del insomnio?
Pero aun así deseo
a la criatura monstruosa, el ayuntamiento erótico intenso, innombrable. A
diferencia de otros héroes, yo anhelo aquí en lo atroz la comunión de soplos.
Quizá viendo el
mundo a través de unos bárbaros ojos no descritos todavía, y palpando lo real
por las manos milagrosas de la bestia polimórfica, los signos y los seres
lánguidos y fríos no me sean —de un modo tan extraño y nauseabundo—,
inoportunos, gratuitos y fugaces.
Me parece voy
dejando jirones de mi vida en cada necia cosa que yo palpo, en cada persona
insulsa que me aborda por las calles, los teléfonos, las cartas. Me aniquila,
sin clemencia, el mirarme sin luz en los espejos colectivos del desastre,
paladear cada momento intrascendente que reclama mi cuidado y que me absorbe,
como el falso titular de algún periódico y su estúpida lectura en apariencia
inaplazable: rotas letras de un poema destruido que sólo dice nada, nada, nada…
Persigo transmutar,
con un párrafo brutal de vida intensa —íntimo, feroz, alegre, gozoso y
entusiasta—, la prosa sin substancia que circula por los cuerpos, por la carne
del mundo taciturno; la triste polvareda del absurdo indigente que me envuelve.
¡Busco monstruos!
Quisiera sentir
ahora lo imposible potencial bramando su misterio entre mis manos; abrigar su
palpitante concreción de indiferencia; lamerle los contornos a la vulva
indescifrable de la nada o al abismo que sostiene la danza sobre el orbe de las
férvidas presencias de lo ignoto.
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Vuelve lentamente
la hormiguita. Había desaparecido por un momento entre los libros y papeles de
mi pequeño escritorio. Ahora camina justamente por el borde mismo de mi
antebrazo izquierdo. Haciendo pequeños zigzags, como un diminuto Hamlet que
dudara del mundo, se detiene, agitando sus minúsculas antenas, cerca de mi mano
que reposa inerte sobre la superficie de la mesita de noche. Interrumpo la
escritura y la miro con cierta displicente curiosidad; ella también parece
mirarme y estudiarme… Un ligero parpadeo, y el bicho se escapa presuroso entre
los folios .………………………………………………………………………………………………………………………………...................................................
En este momento,
amiga tenebrosa, tú eres la distancia, la insalvable distancia del monstruo y
el rumor de lo tremendo… ¡Y yo que intento renovar contigo la naturaleza
profunda de mis contactos!
La noche está
junto a mí; su baba oscura me rodea por los cuatro costados del insomnio. La
noche me clausura con sus miles de ojos y bocas balbucientes. La noche me
valora como ente… ¡Soy la noche y su escritura de sombras! Ella me agobia
tornando conciente mi peso de angustia. En otras ocasiones, me roba cautelosa
el ser y la substancia, y soy así, entonces, la hoja vacía bajo el candil
impávido de nadie.
A ratos, la noche
me parece tan tierna y sugestiva… tan llena de presencias misteriosas y
audibles… pero finalmente retorna con gran vigor el asco… la única potencia que
en esos momentos parece ocupar mi cuerpo y la totalidad de mi mente. ¡El asco!
Y entonces, odio
la noche con todas mis fuerzas, y aún más cuando me percato de que ella es el
fin de otro día y el preludio de un nuevo amanecer, de una alborada que a su
vez llegará simplemente para dar lugar a un nuevo atardecer seguido de otra
noche… Y yo seré un ojo abierto en ese nuevo amanecer y en esa nueva noche; una
oscuridad que dará paso a un nuevo día y a otro nuevo anochecer, hasta que
llegue al fin el momento de la definitiva negrura: ¡la de siempre!
Y tú, innombrable
criatura, dueles ahora tu verdad espantosa en la distancia… Y sin embargo,
prosigues siendo lo recóndito que fluye amargamente por mi carne, tan próximo a
mi ser a pesar del gran mutismo de las cosas y del cosmos, cuando bocas
taciturnas, derramadas, no dicen a tiempo la palabra justa. ¿Eres acaso la
potencia del espacio que congrega y reconcilia en el dolor con su silencio?
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Vuelve nuevamente
la pequeña hormiga. Esta vez, pienso aplastarla sin miramiento alguno. La
imagino completa y minúsculamente despanzurrada y yerta sobre la
mesita-escritorio y su manchado tapete verde o sobre la punta de mi dedo índice
derecho.
Veo al
insignificante insecto afanarse una vez más por la superficie de mi mesa, con
movimientos breves, polidireccionales e impredecibles, tal como si trazara una
escritura generosa y salvífica, un inaplazable sermón de lo vibrante y epiceno.
Agita sus pequeños tentáculos como si quisiera decirme, con una gran urgencia,
algo neto y trascendente.
Experimento de
súbito el impulso de acercarme indiscreto al pequeño animalejo y contemplarlo
cuidadosamente. Abro un cajón del escritorio y tomo de él una vieja pero
poderosa lupa que me regaló el azar de los misteriosos mercados de baratijas de
la Avenida Duarte.
Con la respiración
suspendida me acerco, lente de aumento en ristre, al diminuto animal.
¡Ahora miro
acrecentada su compleja, maravillosa y delicada arquitectura, y casi lanzo un
grito de asombro y maravillado terror en la noche!
Creo saber el
porqué cuando justo en este instante viene a mi conciencia un breve y antiguo
poema del japonés Kobayashi Issa:
“Para el mosquito / también la noche es
larga, / larga y sola”.
¡Y pensar que la vida tiene formas todavía más
pequeñas; que también lo que llamamos inorgánico está vivo de otro modo
trepidante y misterioso…!
Me sorprende algo así como la descarga dorada de un
rayo inescrutable.
Observo el pequeño corpúsculo móvil de vida
nerviosa con patas, pelos y antenas —que por supuesto no es un mosquito sino la
hormiga ordinaria de siempre—, y siento con gran humildad, hasta mi oscuro
fondo encendido lo siento, que una olvidada cosa inconcebible, ardua y
asombrosa en su latir profundo, retorna invulnerable, con lentitud y firmeza,
desde su lugar paradójico, secreto y eterno…
En este mismo instante, alguien o algo llama con
sigilo a mi puerta…
1973-1983
Santo Domingo,
República Dominicana.
Réplica de "Metamorfosis
con lo nimio... ONTOLOGÍA DIMINUTA DE LO ADYACENTE" en el Blog Cazador
de Agua y en el Blog Tambor de Griot:
ADENDA: «En su
libro "El otro proceso de Kafka", Elías Canetti
menciona los reales vínculos de Franz Kafka con el Taoísmo chino, a propósito
de la valoración compasiva de los animales, principalmente de los más pequeños,
tal como se puede observar en ciertas zonas de la obra del gran escritor checo.
Como nos recuerdan
Marcel Granet y Mircea Eliade, entre otros investigadores, la relación
simbólica que se establecía en la antigua China con la figura del animal como
fuente de "beatitud", proviene de tradiciones arcaicas
mágico-religiosas y proto-chamánicas, muy elaboradas desde el período de los
pueblos cazadores...
En mi texto "Metamorfosis
con lo nimio", se nota el impacto de ciertas lecturas taoístas,
kafkianas y filosóficas de mi primera juventud, que me llevaron a una
valoración de la figura del animal ligeramente distinta al espíritu del "animalismo"
occidental de cuño norteamericano...
Indirecta y
discretamente, mi breve texto dialoga con "La Náusea",
la importante y muy reconocida novela-tesis del gran filósofo, escritor,
dramaturgo y ensayista francés, Jean-Paul Sartre, cuyas obras comencé a leer,
junto con las de Nietzsche, a mis 15 años y bajo la orientación de mi padre y
de mis tíos.
La contraposición
SATORI / NÁUSEA METAFÍSICA proviene de mis lecturas y meditaciones posteriores
realizadas a finales de los años setenta y que ya incluyen a Heidegger...
En mi modesto
texto se pretende insinuar una salida práctico-espiritual al nihilismo
pasivo-destructivo del personaje Antoine Roquentin, protagonista de la novela
de Sartre».
Armando
Almánzar-Botello.
© Armando
Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.
Muy bueno.
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