epistheme se complace en publicar estas sencillas y profundas reflexiones de un pequeño grupo de oración (y peticion) de mujeres episcopales, en las cuales se analizan las formas de violencia que vivimos y se lanza un desafío a aceptar la responsabilidad personal de ser ejemplos activos de amor genuino.
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Las mujeres episcopales y la violencia
Por Loida Pérez [1]
prosolidaridad@yahoo.es
El 14 de septiembre pasado un grupo de mujeres episcopales pertenecientes a la orden de oración y servicio “Hijas del Rey”, nos reunimos para tratar el tema de la violencia que afecta a nuestra sociedad en los últimos tiempos. La metodología usada consistió en analizar las publicaciones sobre el tema en un diario de circulación nacional desde el día 1ero de julio al 5 de agosto. Por los titulares y los contenidos pudimos clasificar la problemática en: Violencia personal; Violencia familiar y Violencia social.
Un artículo escrito por José Ramón Martínez, “Stress, agresividad e intolerancia” analiza la violencia personal preguntándose: ¿qué tan a gusto se encuentra el dominicano con su casa o hábitat? El autor agrega: “No podemos seguir viviendo con la amenaza de un secuestro, la llegada de una bala perdida o de un delincuente que nos ataca en la calle o en nuestra propia vivienda, sin tener protección amplia de un Estado que se hace respetar.”
“En algunos casos—continúa--se ha podido identificar un tipo de violencia que denota irritación acumulada que conduce a homicidios irracionales y que reflejan desprecio por la vida humana. Hasta el punto de que se han dado tragedias sin justificación sólo explicables por la exasperación que puede estar acumulada en la población”.
La violencia doméstica es bien descrita por un reportaje del Fondo de Población de Naciones Unidas, donde se expresa preocupación por la alta incidencia de casos de violencia intrafamiliar y de género en el país. Este trabajo señala que cada año aumentan los asesinatos de mujeres por parte de sus parejas.
La violencia social se trata en dos artículos, uno de Ramón Núñez: “Unidad contra la violencia”, y el otro de Ezequiel García Tatis: “Los valores perdidos”. Este último artículo se introduce así
“¿Conoce usted la cantidad de homicidios que ocurren mensualmente en el país? ¿Conoce usted las causas de esas muertes?”
“Le diré algunas: Para robarles, aún sea un celular; porque el atracado se resiste; por ajuste de cuentas, por no pagar una deuda, por celos fundados o infundados; por tratar de evitar o disminuir el comercio de drogas; por practicar deportes de carrera en vehículos de lujo; por disputarse un puesto de ventas de drogas, una línea de guaguas o una parada de carros; por reclamos de herencia, aun sea de padre, madre o hermano; por disputarse un lugar en el estacionamiento; por una bala perdida…”
Un análisis detenido de estos artículos como de las constantes noticias que bombardean con reportes de actos violentos nos señala claramente que en nuestra sociedad aflora el desorden, la desorganización, y el descontrol; la más palpable evidencia de que una parte de nuestra generación está enferma, grave y en vías de perder hasta la identidad.
Todo esto por la falta de responsabilidad con la que vivimos en nuestros días; pareciera que la modernidad nos aleja de los principios del deber y que la sed de ganar (o conseguir) dinero en muchos sustituye el amor y la piedad. Analizando estos males podemos notar que ellos obedecen, en gran medida, a la pérdida de valores en que ha caído nuestra población, en la medida en que crece el producto interno bruto y en la medida en que pretendemos asemejarnos a las naciones de mayor nivel económico.
En este punto tenemos también que considerar la pobreza como una variable que incide en el auge de la delincuencia en América latina. Es necesario hacer conciencia acerca de que la situación de la delincuencia se podría revertir con la aplicación de justicia transparente y la aplicación de políticas sociales que permitan un mejor reparto de la riqueza. Pero esto sólo es válido si se concibe como algo más que un discurso político, demagógico y vacío, sino como una realidad nacional.
Conociendo las causas de este estado de enfermedad social de nuestro país, surgen las preguntas: ¿qué podemos hacer como iglesia frente a la violencia? ¿Puede la iglesia ayudar a que el orden y el respeto regresen a la sociedad dominicana?
El impacto de las medidas de seguridad que tomó el gobierno, en un primer momento, se pensó que se corresponderían con el fin buscado; pero parece que la percepción de un recrudecimiento de la violencia y la inseguridad ciudadana se va generalizando debido a los hechos de sangre de los últimos días.
Como iglesia debemos seguir luchando para fortalecer los valores permanentes de la familia. El amor en la familia. Dice San Pablo: Las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia, pero el amor nunca deja de ser (1Corintios 13:8).
Hace poco tuve la maravillosa oportunidad de ver la película “Tsotsi”, producida en Sudáfrica en el año 2005, y ganadora del Oscar a la mejor película extranjera y de otros importantes premios internacionales. Tsotsi, un joven delincuente de 19 años, huérfano desde pequeño; ha vivido una vida de privaciones extremas, tanto físicas como psicológicas.
De repente, en uno de los enredos de sus fechorías termina con un niño de brazos a su cargo, y éste le hace recordar el amor y cuidado de su madre. Buscando ayuda para amamantar el niño, se enamora de una joven madre. Quiso ser amado, y este noble sentimiento lo transformó, de un ser egoísta y amargado a uno dispuesto a servir hasta el punto de sacrificarse por el bien de otros. El toque del amor cambió su vida.
Cualquiera podría decir: “Tsotsi” es una linda película, pero ¿qué hay de la vida real?
Sin embargo, lo que refleja este filme no es otra cosa que la necesidad y potencial humano de amar y ser amado. No es cierto que un delincuente o agresor no pueda cambiar o tener algo de bueno. La pregunta obligada frente a estos casos sería: ¿Qué hace a un delincuente actuar de forma violenta y abusiva?
Si nuestra sociedad se cuestiona de forma profunda, las múltiples respuestas señalarán que las personas con mayores niveles de responsabilidad son las que menos hacen y a quienes menos se les exige que respondan a esta problemática.
Ha llegado el tiempo en el que el pueblo dominicano requiere de manera perentoria de personas e instituciones que estén en la disposición de constituirse en ejemplos activos de amor genuino. El desafío es individual e intransferible, la pregunta es: ¿Lo aceptarás tú, lo aceptaré yo?
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[1] La autora es Directora Ejecutiva del “Programa Solidaridad en el Evangelio con la Prevención del SIDA” (ProSolidaridad) en Santo Domingo, República Dominicana.
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