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martes, febrero 06, 2007

Noticias del Frente Historiografico 005

¿Quién manda en EE.UU.?




Por James Petras
La Hain

Traducido por Sonia Martínez y Sinfo Fernández, revisado por Caty R (*)

Socialismo o barbarie. Revista Internacional en la Web.


1 de febrero, 2007

http://www.socialismo-o-barbarie.org/eeuu/070204_b_quienmandaeneeuu.htm

Entender, en el más amplio y profundo sentido, cómo funciona el sistema político estadounidense, cómo se toman las decisiones acerca de la guerra o la paz, quién consigue determinadas cosas, cómo las consigue y por qué, requiere que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Quién manda en EE.UU.?

Introducción

Al abordar la cuestión acerca de los que gobiernan, necesitamos aclarar un gran número de malentendidos, especialmente la confusión que se produce entre aquellos que toman decisiones gubernamentales y los parámetros socioeconómicos institucionales que definen los intereses a los que se debe servir.

La palabra “gobernar” es un término minucioso: define las normas que deben seguir aquellos que toman las decisiones políticas y administrativas en lo referente a la elaboración de gastos presupuestarios, impuestos, legislación laboral y social, políticas de comercio, asuntos militares y estratégicos acerca de la guerra y la paz. Las “normas” se establecen, modifican y ajustan según la composición específica de los sectores dirigentes de la clase dominante. Las normas cambian según los cambios que se producen dentro de la clase dominante. Los cambios de poder pueden reflejar las dinámicas internas de una economía o las posiciones cambiantes de sectores económicos dentro de la economía mundial, sobre todo el ascenso y ocaso de los competidores económicos.

Las normas impuestas por un sector económico de la clase dominante en un momento de condiciones favorables en la economía mundial, se pueden ver alteradas cuando aparecen nuevos sectores económicos dominantes y condiciones externas desfavorables debilitan a los anteriores sectores económicos dominantes. Como relataremos más abajo, el relativo y absoluto ocaso del sector manufacturero estadounidense está directamente relacionado con el crecimiento de un “sector financiero” de múltiples dimensiones, así como con la creciente competitividad de otros países manufactureros.

El resultado es un proceso acelerado de liberalización de la economía, favorecido por los sectores financieros en alza. La liberalización de la búsqueda de flujos de inversiones fuera de la ley, de las compras totales de acciones, de las adquisiciones y el comercio, incrementa el beneficio, las comisiones, ingresos y primas. La liberalización facilita la adquisición de activos por parte del sector financiero. La competitividad en declive del anterior sector manufacturero dominante, que dependía del proteccionismo estatal y de los subsidios, conduce a políticas de “retaguardia” que intentan poner de moda políticas poco prácticas que tratan de liberalizar en el extranjero y ser proteccionistas en casa.

Para responder a la pregunta “quién manda”, se debe especificar el momento histórico y el lugar que vive la economía mundial. La respuesta es complicada porque los cambios entre los sectores de la clase dominante implican un prolongado “período de transición”. Durante este período, tanto los sectores ascendentes como los que declinan se entremezclan y los miembros de la clase que declina se “convierten” al sector que está en alza. De ahí que, mientras el poder entre los sectores económicos cambia, las agrupaciones de clases dominantes no pierden ni descienden escalafones. Simplemente cambian sus inversiones y se adaptan a las nuevas y más lucrativas oportunidades creadas por el sector emergente.

Por ejemplo, mientras el sector manufacturero estadounidense ha decaído a causa del “capital financiero”, muchas de las más grandes instituciones financieras se han pasado a los “sectores en crecimiento”. En concomitancia, los sectores convertidos de la clase dominante cambiarán sus políticas para una mayor liberalización, debilitando fuertemente así las demandas de retaguardia del nada competitivo sector manufacturero. Igualmente importantes dentro de los sectores en declive de la clase dominante, los drásticos cambios estructurales deben continuar, para recuperar provechosos rendimientos y mantener la influencia y el poder. El más destacado de estos cambios es el traslado de la producción al exterior para abaratar los salarios, abaratar los impuestos, establecerse en lugares en los que no existe el derecho a la sindicación, introducir las Nuevas Tecnologías de la Información para reducir los costes de mano de obra e incrementar la productividad y diversificar la actividad económica para incorporar lucrativos “servicios” financieros.

Por ejemplo, General Electric ha pasado de la manufactura a los servicios financieros, ha trasladado la actividad intensiva de la mano de obra al extranjero y ha informatizado las operaciones. A través de esto movimientos, la distinción entre “manufactura” y capital financiero se ha quedado obsoleta para describir a la clase dominante.

Han conseguido que los viejos capitalistas de la manufactura retengan algún tipo de poder político y económico en la clase dominante a través de la subcontratación en el extranjero, Asia y México (General Motors/Ford), la inversión en plantas en el extranjero para hacerse con mercados exteriores, o muchos de ellos han pasado a las operaciones comerciales de importación (zapatos, textiles, juguetes, chips para electrónica e informática).

A muchos de los empresarios de la manufactura locales que permanecen en la clase dominante los encontramos como contratistas militares viviendo de las rentas que generosamente les da el estado y dependiendo del apoyo político de los congresistas y de los sindicatos, ansiosos por asegurar el empleo de la empequeñecida clase obrera del sector manufacturero.

Durante este período de transición de cambios rápidos, que llegan a todos los ámbitos, en la clase dominante, se han desatado enormes oportunidades financieras por todo el mundo. Como resultado de las tensiones políticas dentro de la “clase gobernante”, se van elaborando tendencias políticas clave desde las más representativas instituciones de Wall Street. Las políticas económicas clave, especialmente aquellas que son más relevantes para la clase dominante, suelen ser aplastantes en las manos de líderes punteros y con experiencia de Wall Street.

Pese (o más bien, debido) al ascenso de varios sectores de capital financiero en la clase dominante y sus acuerdos en un gran número de políticas económicas “liberalizantes”, éstos no son homogéneos en todos sus puntos de vista políticos, ni en sus afiliaciones políticas, ni en su política exterior. La mayoría de estas diferencias políticas son cuestiones sin importancia –excepto sobre una materia donde se encuentra la mayor y más creciente desavenencia: Oriente Próximo-.

Un sector de la clase dominante, fuertemente alineado con el Estado de Israel, apoya una política belicosa hacia los enemigos del estado judío (Irán, Siria, Hezbolá y Palestina), frente a otro sector de la clase dominante que quiere favorecer un acercamiento diplomático, que trata de asegurar lazos de unión más fuertes con las elites árabes y persas. Dado el cambio hacia una fuerte militarización de la política exterior de EE.UU. (debido sobre todo al ascenso de los ideólogos neoconservadores, la fuerte influencia del lobby sionista, y la inestabilidad y fallos de sus políticas en Oriente Próximo y China), la clase dominante ha presionado y se ha asegurado el control directo sobre la política económica exterior.

Las tensiones y conflictos dentro de la clase dominante –especialmente entre los “Sioncons” y los “libre mercaderes”- se han tapado gracias a los enormes beneficios económicos acumulados en todos los sectores. Todos los sectores financieros de la clase dominante se han enriquecido gracias a las políticas del Congreso y de la Casa Blanca. También todos ellos se han beneficiado del ascenso de los “regímenes liberales” de todo el mundo. Se han llevado los beneficios de la fase de expansión de la economía internacional. Mientras el sector financiero que gobierna, el sector inmobiliario y los sectores del comercio han sido los mayores beneficiarios, han sido los grupos financieros, particularmente los bancos de inversión, quienes han abierto camino y quienes han ofrecido el liderazgo político.

El ascenso del capital financiero


El capital financiero tiene muchas caras y no se puede entender sin hacer referencia a sectores específicos. Los bancos de inversión, fondos de pensiones, fondos de cobertura, bancos de ahorros y préstamos y fondos de inversión, son sólo unos pocos de los gestores operativos de una economía “multitrillonaria”. Además, cada uno de estos sectores cuenta con departamentos especializados involucrados en diversos tipos de actividades especulativo-financieras, entre las que se incluyen mercancías y divisas, comercio, adquisiciones en consultoría y gestión y fusiones. Aparte de ciertos casos de corrupción, asuntos judiciales, multas y encarcelamientos ocasionales, el sector financiero marca sus reglas, controla a sus reguladores y se ha asegurado la licencia para especular sobre todo, en cualquier lugar y todo el tiempo. Han creado una estructura o universo en el que se desarrollan todas las demás actividades económicas (manufacturas, venta al por menor y sector inmobiliario).

El “capital financiero” no es un sector aislado y no puede ser contrapuesto a la “economía productiva” excepto en la más marginal “actividad local”. En la mayoría de los casos, el capital financiero interactúa con y es la fuerza conductora necesaria en la especulación inmobiliaria, en los negocios agrarios, en la producción de mercancías y en la actividad manufacturera.

En cierto modo, los “precios de mercado” están tan influenciados por la intervención de la especulación como lo están por la “oferta y la demanda”. Igualmente importante es que toda la arquitectura del “imperio del papel” (todo el complejo de inversiones financieras interrelacionadas) dependa en última instancia de la producción de mercancías y servicios. La estructura del poder y la riqueza toma la forma de un triángulo invertido en el que un gran ejército de trabajadores, campesinos y asalariados producen el valor que se convierte en la base de instrumentos financieros cercanos y remotos, simples y exóticos, lucrativos y especulativos. La transferencia de valor desde las actividades productivas de la mano de obra por las escaleras y ramas de los instrumentos financieros se realiza a través de varios vehículos: los dueños financieros directos de las empresas, créditos, aplazamientos de deuda, compras y fusiones.

La tendencia de los “capitalistas productivos” es la de levantar una empresa, innovar, explotar a los trabajadores, hacerse con los mercados y, después, venderla o “hacerla pública” (ofertar acciones de la empresa). El sector financiero actúa como un intermediario, gestor, representante del comprador y consultor, todo a la vez, que cobra generosos honorarios, expande sus imperios económicos y… prepara el camino para niveles superiores de adquisiciones y fusiones…

El “capital financiero” es la comadrona de la concentración y centralización de la riqueza y el capital, así como el dueño directo de los medios de producción y distribución. Al exigir cada vez mayores “tributos” o “alquileres” (comisiones u honorarios) en cada una de las transacciones de capital a gran escala que realiza, el capital financiero se ha encaminado hacia la penetración y el control de una enorme variedad de actividades económicas, transfiriendo el capital a lo largo de las fronteras nacionales y sectoriales, obteniendo beneficios y participaciones de dumping según los negocios, el producto y el ciclo de ganancias.

Dentro de la clase dominante, la elite financiera es el miembro más parasitario y sobrepasa a los líderes de los negocios (CEO’s) y a los mejores emprendedores en riqueza y ganancias anuales. No alcanza los ingresos anuales y los activos de los emprendedores super ricos como William Gates y Michael Dell.

La clase financiera dominante está estratificada internamente en tres subgrupos: en lo alto encontramos a los grandes agentes financieros de capital privado y gestores de fondos de cobertura, seguidos de los presidentes de Wall Street, quienes sucesivamente están cerca del siguiente escalón de los socios de mayor antigüedad o los vice presidentes de grandes fondos de capital de inversión privados, a quienes siguen sus homólogos en los fondos de capital de inversión públicos de Wall Street.

Los más importantes gestores y ejecutivos de fondos de cobertura han ganado mil millones de dólares o más en un año –cantidad que es varias veces lo que los miembros del grupo de líderes de los negocios (CEO’s) ganaron en compañías de inversión que cotizan en bolsa-. Por ejemplo, en 2006, Lloyd Blankfein, líder empresarial de Goldman Sachs, ganó 53,4 millones de dólares, mientras que Dan Ochs, ejecutivo del fondo de cobertura Och-Ziff Capital, se pagó a sí mismo 220 millones de dólares. Ese mismo año, el alto ejecutivo de Morgan Stanley recibió 40 millones de dólares, mientras que al presidente del fondo de cobertura Citadel le pagaron alrededor de 300 millones de dólares.

Mientras los especuladores de los fondos de cobertura reciben los salarios anuales más elevados, los presidentes en empresas de capital privado pueden llegar a esas cantidades, que ascienden a cientos de millones, a través de transacciones de honorarios y dividendos especiales de sociedades de cartera. Esto es lo que sucedió en 2006, cuando las compras de acciones alcanzaron un récord de 710 mil millones de dólares. El dinero rápido, para los ejecutivos de capital privado, viene de la acumulación de intereses que éstos tienen en sus sociedades de cartera. Normalmente rozan el 20% de beneficios, que se hacen efectivos cuando un grupo vende o enumera sus sociedades de cartera. En ese momento, el salario asciende a cientos de millones de dólares.

Un subapartado de la clase dominante financiera está integrado por los “agentes financieros junior” de empresas de capital privado que cobran unos 500.000 dólares al año. En el último escalafón se encuentran los “agentes financieros junior” de las compañías de inversión que cotizan en bolsa (Wall Street) quienes ganan una media de 350.000 dólares en un año. La clase dominante financiera está constituida por estas elites multi-billonarias de los fondos de cobertura, agentes financieros públicos y privados y sus socios en las grandes y prestigiosas firmas corporativas de asesoría legal y de contabilidad. Éstos, sucesivamente se vinculan con las autoridades del ámbito judicial y legislativo a través de nombramientos políticos y contribuciones económicas, y por su posición central en la economía nacional.

Dentro de la clase financiera dominante, los líderes políticos no suelen provenir del ámbito de los especuladores más ricos de los fondos de cobertura, ni mucho menos del ámbito de los “agentes financieros junior”. Los líderes políticos provienen de los bancos de capital público y privado, a saber Wall Street –especialmente Goldman Sachs, Blackstone, el Grupo Carlyle y otros-.
Éstos se organizan y patrocinan tanto a la mayoría de partidos, como sus campañas electorales. Presionan, negocian y dibujan la legislación más favorable y comprensiva en lo referente a estrategias globales (liberalización y apertura) y políticas sectoriales (reducción de impuestos, presión del gobierno en países como China para “abrir” sus servicios financieros a la penetración extranjera, etcétera). Presionan a los gobiernos para que “ayuden” a las compañías especuladoras que se encuentran en bancarrota o han quebrado y para que ajusten el presupuesto reduciendo los gastos sociales en vez de aumentar los impuestos en los beneficios especulativos obtenidos de sus “ganancias inesperadas”.

La danza de los billones: el capital financiero recoge los beneficios de su poder

Los especuladores mundiales tuvieron un año espectacular en 2006, ya que los valores de renta variable globales obtuvieron ganancias de dos dígitos en EE.UU., Europa y los mercados asiáticos. China, Brasil, Rusia y la India fueron los centros de los beneficios especulativos, mientras el índice FTSE [1] en China subió hasta un 94%, la bolsa de valores de Rusia alcanzó un 60%, la Bovespa de Brasil un 32,9% y la Sensex de la India llegó hasta el 46,7%. Estas subidas de las bolsas de valores se debieron, en gran medida, a los créditos baratos (para especular), a una fuerte liquidez (inmensos beneficios y rentas financieras a partir del petróleo y de las materias primas) y a las denominadas “reformas”, que facilitaron el acceso de los grandes inversores extranjeros a los mercados de China, India y Brasil. Los mayores beneficios en el terreno de la especulación en bolsa de valores se registraron en regímenes putativos de “centro-izquierda” (Brasil e India) y en la China “comunista”, que se han realineado tras los sectores “dirigentes” más retrógrados de la clase dominante financiera.

El boom de la bolsa de valores en Rusia refleja un proceso diferente, que implica la re-nacionalización de los sectores del gas y del petróleo a expensas de los gángster-oligarcas de la era de Yeltsin y los contratos “a precios de saldo” concertados con las compañías de gas y petróleo europeas y estadounidenses (Shell, Texaco). Como consecuencia, inesperados e inmensos beneficios se reciclaron internamente entre los millonarios de la nueva era Putin, que se han embarcado en un consumo conspicuo, especulación e inversiones en empresas mixtas con fabricantes extranjeros en las industrias relacionadas con los transportes y la energía.

El cambio hacia el capital especulativo de control exterior que ha aparecido en China, India y Brasil aparece en dirección opuesta a la inversión patrocinada en el ámbito “nacional y estatal” en las cuentas rusas ante la irracional y vitriólica hostilidad exhibida por la prensa financiera occidental.

Una de las mayores fuentes para lograr beneficios se sitúa en el área de las “fusiones y adquisiciones” (M&A, en sus siglas en inglés): los conglomerados multinacionales de compra-venta, con 3.900 millones de dólares de transacciones en 2006. Los bancos inversores recogieron 18.800 millones de dólares en “honorarios” que produjeron primas multimillonarias en dólares para los banqueros de las “M&A”. Las M&A, bien sean hostiles o favorables, implican actividades especulativas impulsadas en gran medida por la deuda barata y llevan a una mayor concentración de propiedades y beneficios.

Se dice que, actualmente, el 2% de los hogares poseen el 80% de los activos mundiales. Dentro de esta pequeña elite, una parte, empotrada en el capital financiero, posee y controla el grueso de los activos mundiales y organiza y facilita todavía más la concentración de conglomerados. El valor de las M&A especulativas a escala mundial es un 16% más alto que la cresta de la ola del boom especulativo “DOTCOM” (2) del año 2000. Sólo en EE.UU. se alcanzaron los 400.000 millones de dólares en transacciones de capital riesgo, cantidad tres veces superior a la del año anterior.

Para entender quiénes son los miembros dirigentes de la clase dominante financiera, sólo se necesita mirar los diez bancos privados de acciones y valores y las cifras de transacciones en M&A en que las que aparecen implicados:

Clasificaciones de capitales de riesgo por transacciones M&Aa lo largo del año 2006, hasta el 20 de diciembre (Private equity rankings by M&A deals - Year to Dec 20 2006)

Estados Unidos, Valor en miles de millones, Número

Blackstone, 85.3, 12
Texas Pacific, 81.9, 11
Bain Capital Partners, 74.7, 9
Thomas H Lee Partners, 53.4, 6
Goldman Sachs, 51.2, 5
Carlyle, 50.0, 14
Apollo Management, 44.9, 7
Kohlberg Kravis Roberts, 44.5, 3
Merrill Lynch, 35.9, 3
Cerberus Capital Management, 28.6, 4

Total de la industria, 402.6, 1,157

Fuente: Financial Times 12/27/2006 p 13 - FT montage: Bob Haslett

El hecho crucial es que estos bancos de capital de riesgo se han introducido en todos los sectores económicos, en todas las regiones de la economía mundial, especulando cada vez más con los conglomerados que han adquirido. En la época de dominio del capital financiero especulativo, no es sorprendente que los tres principales bancos de inversiones: Goldman Sachs, Leman Brothers y Bear Stearns informen de beneficios anuales récord, debido a su expansión por Europa y Asia y a sus transferencias de beneficios de los sectores de la industria y servicios al sector financiero.

En el año 2006, Goldman Sachs (GS) registró el año más rentable para un banco de inversiones de Wall Street, a base de grandes (especulativas) “ganancias obtenidas del comercio y de inversiones lucrativas en las fábricas de explotación más salvaje de los trabajadores de Asia”. GS informó de un salto de un 69% en las ganancias anuales hasta llegar a los 9.540 millones de dólares. Los bancos de capital de riesgo Lehman Brothers (LH) y Bear Stearsn (BS) también registraron un récord de ganancias. LB ganó 4.000 millones de dólares en el año y SB 2.100 millones. A lo largo del año, reservó 334.000 dólares para los banqueros jóvenes, mientras los grandes especuladores y banqueros ganaban un gran múltiplo de esa suma.

Durante el año 2006, las rentas de los bancos de inversión alcanzaron casi los 38.000 millones de dólares, comparados con los 25.000 de 2004, un aumento de un 34% (Financial Times, 13 diciembre 2006, pág. 15).

La supremacía del capital financiero ha venido gestándose a partir de la actividad especulativa de los interventores y directores de las compañías de propiedad estatal. Propiedad “estatal” es un término ambiguo, ya que plantea una cuestión mucho más precisa: “¿Quién tiene la propiedad del Estado”? En Oriente Próximo hay siete compañías de gas y petróleo de propiedad estatal. En seis de esas compañías, los principales beneficiarios son una pequeña elite dominante. Reciclan sus ingresos y beneficios a través de bancos de inversión estadounidenses y de la UE, en gran parte a través de bonos, bienes inmuebles y otros instrumentos financieros especulativos (Financial Times, 15 diciembre 2006, pág. 11).

La propiedad estatal y el capital especulativo, en el contexto de las cerradas clases gobernantes del modelo de “Estado del Golfo”, son actividades complementarias, no contradictorias. El régimen gobernante en Dubai invierte las rentas del petróleo en construir un centro financiero regional. Muchos bancos inversores de dirección judeo-estadounidense de Wall Street cohabitan con nuevas instancias inversoras con sede en países islámicos, recogiendo ambos sistemas beneficios especulativos.

Gran parte de los fondos de inversión que están ahora en manos de bancos inversores estadounidenses, fondos de protección y otros sectores de la clase dirigente financiera se originaron en beneficios extraídos de los trabajadores del sector manufacturero y de servicios. Dos procesos mutuamente relacionados llevan al crecimiento y predominio del capital financiero: la transferencia del capital y los beneficios del sector “productivo” al financiero y especulativo y la transferencia de capital financiero en el extranjero, en forma de absorciones de activos extranjeros ahora equivalentes al 80% del PIB de EE.UU.

Las raíces del capital financiero se empotran en tres formas de explotación intensificada: 1) de trabajo (a través de horas interminables, transferencia de pensiones y costes sanitarios del capital al trabajo, congelación de salarios mínimos, sueldos y salarios reales estancados y cada vez más bajos); 2) de beneficios del sector industrial (a través de alquileres más altos, transferencias intersectoriales hacia instrumentos financieros, tarifas y pago de intereses y comisiones para fusiones y adquisiciones); y 3) a través de políticas estatales fiscales que rebajan los impuestos que gravan el capital, aumentan los valores pasados a pérdidas y los incentivos impositivos para las inversiones extranjeras y que imponen impuestos regresivos en el ámbito federal, estatal y local.

El resultado es, por una parte, que aumenta la desigualdad entre los banqueros de siempre y los jóvenes, el capital de riesgo público y privado, la inversión y los directores de fondos protegidos y su séquito de abogados, contables y, por otra parte, los sueldos y los trabajadores asalariados. Las ratios de ingresos fluctúan de 400 a 1 y de 1.000 a 1, entre la clase gobernante y los salarios medios y de los trabajadores.

Crisis de las clases medias y trabajadoras (La clase dominante empieza a preocuparse)

Los niveles de vida de la clase media y trabajadora y de los pobres urbanos han empeorado sustancialmente a lo largo de los últimos treinta años (1978-2006), hasta un punto en que se puede apuntar un desarrollo veloz de la crisis. Aunque, a lo largo de 2005, los salarios reales en dólares por hora se estancaron, la sanidad, las pensiones, la energía y los costes educativos (cada vez más insoportables para los salarios de los trabajadores) se dispararon. Si se incluyen en la ecuación la ampliación en el tiempo de trabajo y la intensificación de la producción en el lugar de trabajo (aumento de la productividad), está claro que los niveles de vida (incluido el trabajo) se han desplomado. Incluso la prensa financiera puede llegar a escribir artículos titulados: “¿Por qué los estadounidenses normales y corrientes se han quedado sin los beneficios del crecimiento?” (Financial Times, 2 de noviembre de 2006, pág. 11).

Los bancos, financieros e inversores se encargan de asesorar y dirigir la “reestructuración” de empresas para fusiones y adquisiciones mediante reducciones, subcontratas, devoluciones y otras medidas de recorte de costes. Esto ha provocado una movilidad descendente para los trabajadores asalariados que conservan sus puestos de trabajo aunque su seguridad es cada vez más precaria. Es decir, cuanto mayores son los salarios, bonos, beneficios y rentas para la clase dominante financiera implicada en la “reestructuración” de fusiones y adquisiciones, mayor es el deterioro de los niveles de vida de la clase media y trabajadora.

Un indicador de la enorme influencia de la clase dominante financiera en el incremento de la explotación de la mano de obra es la enorme disparidad entre productividad y salarios. Entre 2000 y 2005, la economía estadounidense creció un 12%, y la productividad (medida por el rendimiento por hora de trabajo obtenido en el sector empresarial) subió hasta un 17% mientras que los salarios por hora sólo un 3%. Los ingresos reales familiares cayeron durante el mismo período (Financial Times, 2 de noviembre de 2006, pág. 11). Según una encuesta realizada en noviembre de 2006, las tres cuartas partes de los estadounidenses manifestaron que están peor o que al menos no están mejor de lo que estaban hace seis años (FT, 3 de noviembre de 2006, pág. 13).

El impacto de las políticas de la clase dirigente financiera tanto sobre el sector industrial como sobre el de servicios transciende su revisión de beneficios, apalancamiento de créditos en operaciones empresariales y prácticas de administración. Abarca toda la arquitectura de los ingresos, inversión y estructura de clases. El aumento de inmensas desigualdades entre los pagos anuales a la clase gobernante financiera y el salario medio de los trabajadores ha alcanzado cotas sin precedentes. Las elites financieras reciben ingresos en una proporción de entre 500 a 1000 veces lo que recibe un trabajador medio, dependiendo de lo reducida o ampliamente que se conciba a la clase dirigente financiera.

Miembros de la clase dirigente financiera han observado estas inmensas y crecientes desigualdades y han expresado alguna preocupación por sus posibles repercusiones sociales y políticas. Según el Financial Times (21 de diciembre de 2006) el multimillonario Stephen Scwartzman, presidente ejecutivo del grupo de capital riesgo Blackstone advirtió “que la brecha, cada vez más amplia, entre la espléndida variedad de pagos en Wall Street y los estancados salarios del estadounidense medio está causando una violenta reacción social y política contra los ‘Nuevos Ricos’ estadounidenses”. El Secretario del Tesoro y antiguo director ejecutivo de Goldman Sachs, Hank Paulson, admitió que el estancamiento de los salarios medios era un problema y que con una “fuerte expansión económica, muchos estadounidenses sencillamente (¡sic!) no perciben beneficio alguno” (FT, 2 de noviembre de 2006), pág. 11).

Ben Bernanke, Presidente del Banco de la Reserva Federal testificó ante el Senado que “la desigualdad es una preocupación potencial para la economía de EE.UU.… hasta el punto en que los ingresos y la riqueza se van distanciando. Pienso que no es una tendencia positiva” (Ibid). En 2005, la proporción del ingreso nacional en el PIB que va a parar a los beneficios, rentas y otras fuentes no salariales alcanza niveles récord: 43%. La desigualdad en la distribución del ingreso nacional en EE.UU. es la peor de todo el mundo capitalista desarrollado. Además, los estudios que tienen en cuenta series de datos a lo largo del tiempo revelan que en EE.UU. la desigualdad aumentó mucho más y la movilidad social intergeneracional fue mucho más difícil que en ningún país de Europa Occidental.

El crecimiento de las monstruosas y rígidas desigualdades de clase refleja la estrecha base social de una economía dominada por el capital financiero, sus vínculos incardinados intergeneracionales y las exorbitantes cuotas de matrícula (50.000 dólares por curso con pensión completa) en las universidades privadas de elite y en las escuelas de posgrado de ciencias empresariales. Igualmente importante es que el poder político del capital financiero y sus “conglomerados” asociados ejercen en EE.UU. un poder político incontestable en comparación con cualquier país europeo. Como consecuencia, el gobierno estadounidense redistribuye la riqueza mucho menos a través de impuestos y seguridad social, sistema educativo y sanitario que otros países (Ibid).

Aunque algunas autoridades financieras expresan cierta ansiedad ante una posible “reacción violenta” por la división de clases cada vez más profunda, ni una sola apoya, en público, impuesto alguno u otras medidas redistributivas. En su lugar piden aumentos para los niveles superiores, formación continuada en los puestos de trabajo y mayor movilidad geográfica, aunque sea precisamente la clase media educada la que más está sufriendo el estancamiento salarial.
Ni la mayoría del Partido Demócrata en el Congreso, ni el ejecutivo controlado por los republicanos ofrecen propuesta alguna que pueda hacer frente al dominio de la clase dirigente financiera y tampoco hay ninguna propuesta para cambiar las políticas más retrógradas que están provocando las crecientes desigualdades, el estancamiento salarial y la creciente rigidez de la estructura de clase. Tanto el Wall Street Journal como el Financial Times se han referido al porqué de esto: Una parte abrumadora de los fondos que los demócratas dedican en el ámbito nacional a las campañas electorales viene de los financieros de Wall Street o de los empresarios del software de Silicon Valley (FT, 3 de noviembre de 2006, pág. 13).

La campaña electoral demócrata para el Congreso estuvo estrechamente controlada por dos de los demócratas favoritos de Wall Street, el Senador Charles “Ante todo Israel” Schumer y el congresista Rahm Emmanuel, que financiaron selectivamente a candidatos belicistas, pro Wall Street e incondicionales de Israel. Los demócratas que criticaron a los jefes de los comités estratégicos del Congreso, como el sionista Barney Frank, han anunciado ya que tienen “buenas relaciones de trabajo” con Wall Street.

La Clase dominante financiera también gobierna

Las clases dominantes que controlan la economía están en el vértice superior de la estructura social y establecen los parámetros y normas con las que operan los políticos. En la actualidad, pocos son los que aparecen directamente implicados en la política del Congreso, prefiriendo construir imperios económicos mientras canalizan el dinero hacia candidatos dispuestos a seguir sus órdenes. Sólo cuando se produzca una hipotética división, especialmente dentro del Ejecutivo, entre los intereses de la clase dominante y las políticas del régimen, será cuando los miembros de la elite de la clase dominante intervengan directamente o utilicen la posición de un alto ejecutivo para “rectificar” la política.

El poder político de la clase dominante: Paulson se hace cargo del Tesoro

Durante el régimen de Bush se produjeron varias divergencias graves entre el capital financiero y los políticos. Estos políticos perjudicaron o amenazaron con daños severos a sectores importantes de la clase dominante financiera. Esos daños se referían a: 1) las políticas agresivas proteccionistas y militaristas seguidas por altos oficiales del Pentágono y Senadores “sionistas-neocon” hacia China; 2) el veto político del Congreso a la venta de la gestión portuaria estadounidense a una compañía de propiedad estatal del Golfo y a una compañía petrolífera estadounidense a China; 3) el fracaso del régimen de Bush a la hora de asegurar la privatización de la seguridad social y debilitar una serie de medidas reguladoras introducidas tras las enormes estafas corporativas (Enron y World Com) y de Wall Street, y 4) la necesidad de controlar el desordenado crecimiento del déficit fiscal como consecuencia de las guerras de Oriente Próximo, los inflados déficit comerciales y el debilitamiento del dólar.

Los titulares de la prensa financiera (FT, 4 de diciembre de 2006, pág. 3) exponen con claridad la intervención directa del capital financiero en la política clave de la Casa Blanca:

“Los Altos Licenciados de Goldman Sachs ejercen su influencia en la Casa Blanca” y “Antiguos ejecutivos de la banca mantienen un poder sin precedentes dentro de la administración estadounidense”.


Las clases dominantes de la industria y las finanzas de EE.UU. han influido, asesorado y formulado en gran medida la política de los presidentes estadounidenses. Pero dados los intereses, riesgos y oportunidades que afronta la clase dominante financiera, se han colocado directamente en puestos gubernamentales clave. Lo que no tiene precedentes es la presencia dominante de miembros provenientes de un banco inversor: Goldman Sachs. A finales de noviembre de 2006, el alto ejecutivo de Goldman Sachs (GS) William Dudley se apoderó del grupo de mercados de Nueva York en el Banco de la Reserva Federal.

Hank Paulson, antiguo director ejecutivo de GS es el Secretario del Tesoro (designado especialmente por el Presidente Bush como zar indiscutible de todas las políticas económicas). Reuben Jeffrey, un antiguo socio directivo de GS es el jefe inspector de futuros de materias primas y opciones comerciales; Joshua Bolten, Jefe de Gabinete de la Casa Blanca (decide quién, cuándo y cuánto tiempo se entrevista con Bush, es decir, fija la agenda de Bush) sirvió como director ejecutivo de GS. Robert Steel, antiguo vicepresidente de GS, asesora a Paulson en finanzas domésticas. Ranall Fort, ex director de seguridad global de GS, asesora a la Secretaria de Estado Rice. Antiguos directivos de GS dominan también el grupo de trabajo de Bush sobre mercados financieros y administración de crisis financieras.

Los banqueros inversores que hacen uso de poder estatal controlarán a los mayores gigantes en el sector de la vivienda del régimen de Bush (Fannie Mae y Freddie Mac), la política impositiva, los mercados energéticos (todas ellas cuestiones que afectan directamente a los bancos inversores). Es decir, los bancos financieros serán “controlados” por sus propios ejecutivos. El capital financiero con dominio absoluto sobre el poder político se pone de evidencia en la total carencia de crítica por ninguna parte. Como un periódico financiero señaló: “Ni el Sr. Bush ni Goldman han sido criticados por los demócratas por mantener tantos puestos de trabajo influyentes, en parte porque el banco inversor (GS) también tiene vínculos profundos con los demócratas. Goldman representó para los demócratas la mayor base donante en las elecciones a medio plazo de este año (2006)”. (FT, 4 de diciembre de 2006).

Entre los primeros movimientos de Paulson estuvo el de organizar una delegación de alto nivel a China y un grupo de trabajo para la formación de una “sociedad estratégica”. Su misión es acelerar la “apertura” de los mercados financieros de China a la penetración y absorción de los fondos de inversión dirigidos por EE.UU. Eso representa una potencial ventana de oportunidades de miles de millones de dólares. Al tomar la iniciativa, Paulson espera socavar la cohorte de neocon, de militaristas del Pentágono y de la Casa Blanca que están en contra de China, así como a los tranquilos partidarios de la independencia taiwanesa y demagogos chauvinistas del Congreso, como el senador Shumer, que amenaza con minar las lucrativas relaciones económicas chino-estadounidenses.

Para rebajar el déficit fiscal, Paulson propone “reformar” los derechos adquiridos: reducir el gasto sanitario y desarrollar un acuerdo con los demócratas para privatizar poco a poco la seguridad social.


Donde el capital financiero no ha podido crear una estrategia económica coherente es en relación con las guerras de Washington en Oriente Próximo. Debido a la fuerza del lobby sionista, Paulson ha fracasado a la hora de formular una estrategia en muchos de los puestos directivos de Wall Street –incluidos sus portavoces no oficiales: el Wall Street Journal y el NY Times-. Ni siquiera se avino a manifestar su acuerdo con el propósito del informe Baker del Grupo de Estudio sobre Iraq de reducir de forma gradual las tropas, por miedo a granjearse las antipatías de algunos de los antiguos ejecutivos clave de Goldman Sachs, Stern, Lehman Brothers et al, que siguen la línea “ante todo, Israel”. Como consecuencia, Paulson tiene que trabajar en los alrededores del lobby, centrándose en las negociaciones con las monarquías de las ciudades-estado del Golfo y con Arabia Saudí para evitar otra desastrosa repetición de la venta de administración al Puerto de Dubai.

Paulson quiere sobre todo evitar una interferencia política sionista en las dos vías de flujo de capital financiero entre los complejos petrolíferos-financieros-bancarios en los Estados del Golfo y Wall Street. Quiere facilitar el acceso del capital financiero a los grandes superávit de dólares en la región. No es sorprendente que el régimen israelí haya colocado a sus ricos e influyentes partidarios financieros en Wall Street, trazando una distinción entre “moderados” (Estados del Golfo), con quienes proclaman tener intereses comunes, y “extremistas islámicos”. El Primer Ministro israelí Olmert ha lanzado a sus fanáticos del lobby judeo-estadounidense para que presten mucha atención a los refinamientos en la línea del partido a la hora de abordar las relaciones arabo-estadounidense.

Sin embargo, con todo su poder político concentrado y su enorme apalancamiento económico y de poder sobre la economía, Wall Street no puede controlar o evitar vulnerabilidades económicas serias o posibles sucesos catastróficos en el ámbito político-militar.

El futuro de la clase dominante financiera

Lo que está totalmente claro es que una de las principales amenazas a los mercados mundiales –y a la salud de la clase dominante financiera- es un ataque militar israelí contra Irán. Esta acción extendería la guerra por toda Asia y el mundo islámico, situando los precios de la energía más allá de las cotas conocidas hasta ahora, causando una recesión grave y, probablemente, el hundimiento de los mercados financieros. Pero, como en el caso de las relaciones entre Israel y EE.UU., el lobby sionista da las órdenes y sus acólitos de Wall Street obedecen. Según están las cosas ahora, el lobby judío apoya la escalada de la guerra en Iraq y la brutal carnicería en Palestina, Somalia y Afganistán.

Ha logrado neutralizar los mayores y más concertados esfuerzos de figuras políticas de gran renombre en su intento de cambiar la política de la Casa Blanca. Baker, Carter y los antiguos mandos militares de las fuerzas estadounidenses en Iraq se han visto ferozmente atacados por los ideólogos sionistas. Bajo su influencia, la Casa Blanca está poniendo en práctica la estrategia de guerra presentada por el “American” Enterprise Institute (un think tank sionista). Como resultado paralelo al nombramiento por parte de Bush de Paulson y de la gente de Wall Street para dirigir la política económica imperial, ha designado a todo un nuevo aparato civil, militar y de seguridad partidarios de la guerra, a fin de ampliar y extender las guerras de Oriente Próximo a África (Somalia) y a Latinoamérica (Venezuela).

Antes o después se producirá una ruptura entre Wall Street y los militaristas. Los costes adicionales de una escalada de las guerras, los continuos pagos de una deuda inflada, los inmensos desequilibrios de la balanza de pagos y las entradas decrecientes de capital en forma de beneficios repatriados de las multinacionales y las diversificaciones de las reservas de moneda de los bancos centrales en el extranjero forzarán este hecho. Las enormes y crecientes desigualdades, la masiva concentración de la riqueza y el capital al tiempo que disminuye la calidad de vida y se estancan los ingresos de la inmensa mayoría, da a la clase dominante financiera muy poco capital político o credibilidad si estalla, o cuando estalle, una crisis económica y financiera.

En 2006, con el 47% de todos los bonos comercializables del Tesoro estadounidense en manos de inversores extranjeros, comparado con el 33% de 2001, y con las participaciones extranjeras en la deuda corporativa estadounidense llegando al 30% en la actualidad desde el 23% de hace sólo cinco años, una rápida venta de acciones desestabilizaría totalmente los mercados financieros y el sistema económico de EE.UU., así como la economía mundial. No puede descartarse una venta rápida de dólares, de consecuencias catastróficas, si el militarismo sionista-estadounidense sigue adelante con su locura, creando condiciones para guerras extensas y prolongadas.

La paradoja es que algunos de los más ricos y poderosos beneficiarios de la supremacía del capital financiero son precisamente la misma clase de gente que está financiando su propia autodestrucción. Mientras las finanzas baratas impulsan fusiones, adquisiciones, comisiones y sobornos a ejecutivos por valores multimillonarios en dólares, el militarismo exacerbado opera a base de un presupuesto plagado de reducciones, exenciones y evasiones de impuestos para la clase dominante financiera e incluso de mayor asfixia de las sobrecargadas clases asalariadas. Algo tiene que romper la cohabitación entre los financieros de la clase dominante y los militaristas políticos. Corren en direcciones opuestas. Unos invierten en capitales en el exterior y los otros se gastan en casa los fondos prestados.

Por el momento, no hay señales de conflicto serio alguno en las alturas, y en las clases medias y trabajadores no hay señales de ruptura política alguna con los dos partidos de Wall Street ni ningún desafío al baluarte sionista-militarista en el Congreso. Es probable que sea una catástrofe, como un ataque nuclear israelí contra Irán apoyado por la Casa Blanca, lo que pueda constituirse en detonante del tipo de crisis que pueda provocar una profunda, amplia y violenta respuesta popular contra todo tipo de estamentos militares, financieros y los made in Israel.

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N. de T.:

(*) Sonia Martínez y Sinfo Fernández son traductoras de Rebelión. Caty R. Pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de mencionar al autor, las traductoras y la fuente.

1.- Financial Times Stock Exchange (FTSE) es una empresa especializada en el cálculo y difusión de los índices de bolsa. Fue creada en 1955 por el Financial Times y la Bolsa de Londres. DOCOTOM: De 1955 a 2001 se produjo una burbuja especulativa durante la cual las bolsas de valores en las naciones occidentales vieron cómo sus valores subían rápidamente por el crecimiento de los nuevos sectores de Internet. El período estuvo marcado por la financiación de un grupo de nuevas compañías con base en Internet, denominadas habitualmente DOT-COM.







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