Apenas hacía unos días que los médicos del Hospital Padre Billini habían dado de alta a Juan Luís Suárez Álvarez, reencarnación del zemí taino Opiyelguobirán, el dios perro hijo de la noche que cuida los espíritus de los muertos.
En cinco siglos, Juan Luís, conocido popularmente como San Lázaro, había sobrevivido su enésimo episodio de leptospirosis, enfermedad contraída por su contacto frecuente con la tibia orina de las ratas que atemperaba las frías noches de invierno de la urbe bajo el fulgor de la luna.
Como un preciso reloj biológico urbano, como todas las noches a la misma hora, como un súbito rebaño “Only in Santo Domingo,” Juan Luís Opiyelguobirán San Lázaro surgía de la nada por la Puerta de El Conde, con la resiliencia de un guerrero babalao.
Cual flautista de Hamelin, batuta en mano, pastoreaba orondo, marcial y teatral una insólita multitud de canes realengos, sarnosos y famélicos, gachos, tuertos y trípedos, igualados sólo por sus diferencias.
Se comunicaba con ellos y los conducía coreográfica y maternalmente en su lenguaje silbado, exhibiendo en su regazo los tres últimos retoños resplandecientes recién nacidos de “Blanquita”.
Ella era la dueña invencible del cementerio de la avenida Independencia y la señora de todos los perros satos, viralatas, pobres, abandonados, caídos en desgracia o venidos a menos de la Zona Colonial, Ciudad Nueva y el Palacio Nacional.
Con sus ojitos entrecerrados aun, los cachorros aprendían a dar volteretas ante los ojos atónitos de los turistas ante lo real maravilloso, y el católico “coño dales algo” del desentendido transeúnte criollo.
Y así, noche por noche, San Lázaro, para sí nada pedía, sino para los Perros del Señor.
En su Evangelio, San Lucas escribe:
"Había también un mendigo llamado Lázaro, el cual estaba echado a la puerta de [un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino], deseando hartarse de las migajas que cayeran de su mesa, lleno de llagas, y aun los perros venían y le lamían las llagas. “
La comunicadora social Edith Febles, de Clave Digital, [1] nos ha robado el corazón el pasado viernes, al escribir sobre la guerra de este otro Juan Luís. Con ella los/as dejamos.
Yaguarix
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“SOY CORRUPTO, PERO CUIDO A MIS PERROS”
16 de febrero 2007
JUICIO BANINTER -- Un hombre que se autodefine como el rey de los perros abordó a jueces, abogados, fiscales y acusados del caso Baninter. A la salida del tribunal las partes encontraron un espectáculo inusual con más de una docena de perros mugrientos y su dueño clamando por ayuda.
Por Edith Febles / Clave Digital
SANTO DOMINGO.- Fue la distensión al final del día. Llegó tras largas horas de trabajo, cuando el juez Antonio Sánchez Mejia comunicó la posposición del juicio Baninter hasta mañana viernes.
A la salida del tribunal estaba un hombre que se autodefine como el rey de los perros. Con unos 15 perros 'viralatas' y hediondos "pero comidos”, Juan Luís Suárez Álvarez -- como dice llamarse -- clamó por ayuda a todas las partes involucradas en el juicio.
Ajeno a quienes eran aquellas personas que elegantes y vestidas de traje salían del Palacio de Justicia, Suárez hizo lo que sabe hacer, pedir y clamar por sus perros. “Tengo 130 perros que mantener. Denle algo a estos perros, por favor”.
Entre los pocos que colaboraron con él estuvieron el abogado Marino Vinicio Castillo, Vincho, su hijo Vinicio Castillo Seman y el doctor César Mella. El doctor Mella, por cierto psiquiatra, se acerco al autotitulado rey de los perros. Mella, que visitaba su hijo integrado como abogado en el proceso, colaboró económicamente.
El rey de los perros dijo que vive en Villa Juana. Algunos, que dicen conocerle, sostienen que tiene más de cinco años reinando entre los viralatas. “En el barrio me lastiman mis perros porque les molesta”, dice. “Soy corrupto, pero cuido mis perros”, agregó orgulloso.
Con su reinado de perros dice que alcanzó la gloria. “Me entrevistó Corporán. Salí en la televisión”, agrega. Fue tal su agradecimiento que uno de los perros lleva por nombre “Corporán sigue”. A todos les llama y responden. Algunos pequeños, lentos y cansados. Mariposa, la Pinta, Chi’pa, Aida, Doble V, entre otros.
Mientras hablaba de su condición de rey, de sus súbditos, de la lealtad de los perros y las ingratitudes de los hombres, algunos interrumpían sus arengas para señalarles las personas que debía abordar por ayuda. De ello no se vieron exentos ni los jueces.
El rey de los perros se encamino detrás de Sánchez Mejia y Pilar Rufino que, sonrientes y custodiados, se marcharon. La magistrado Giselle Méndez evadió el cerco perruno y se marchó esquiva.
Mientras acusados, fiscales y abogados dejaban el Palacio de Justicia, los policías cascos negros que generalmente custodian este juicio, observaban al rey quien, por cierto, abordó los excesos policiales de los que ha sido objeto por un politur “que se cree pegado en el gobierno”.
También habló de la necesidad de reformar la ley de protección a los animales y de la falta de una organización y una policía que los proteja.
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[1] Agradecemos al chamán Francisco (Paco) Rodríguez de León por enviar gentilmente el siguiente texto para los/as lectores/as de epistheme.
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