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miércoles, abril 11, 2007

Noticias del Frente Historiografico 010

EPÍLOGO

LA AMÉRICA MESTIZA
[1]

Por Ricardo Herren

Las primeras generaciones de mestizos fueron, por lo general, fácilmente asimiladas. Algunos se incorporaron al mundo indígena de sus madres, pero otros, la mayoría, se insertaron en la cultura de sus padres, y fueron aceptados como criollos [1], es decir, como españoles americanos. Pero pronto la denominación y la condición de mestizo comenzó a asociarse con tres disvalores importantes. El primero, con el nacimiento ilegítimo, con la calidad de bastardo, equivalente al popular insulto en castellano de “hijo de puta”; el segundo, con la “impureza de sangre”, ya que el individuo mezclado llevaba los genes de la raza vencida, primitiva, en muchos casos enemiga y, de todos modos, no podía contar con el valor de la “pureza” genealógica castellana, de extraordinario valor en aquellos tiempos.

Estos dos aspectos ya serían suficientes, pero se añadía un tercero: por más integrados a la cultura de sus padres que estuviesen estos “españoles americanos” no habían pisado nunca la Península, conocían sólo de oídas la vida europea originaria y no podía presumírseles un amor patrio visceral hacia España como a los nativos peninsulares. Sus sentimientos de afecto se dirigían, obviamente, a la tierra en la que habían nacido y vivido por encima de cualquier otra lealtad. El virrey del Perú, conde de Nieva, ya en el siglo XVI advirtió, en carta al monarca español, [2] que los mestizos, lo mismo que los criollos, “no tenían amor a los reyes ni reinos de España ni a las cosas de ellos por no haberlos conocido y nacido acá, antes aborrecimiento como regularmente se ve y entiende ser los de un reino gobernado por otro, aunque sean descendientes de españoles. Porque el amor que por nacimiento y naturaleza de nacer el hombre de la tierra adquiere es muy grande, tanto y más que a los padres y a la tierra de donde descienden. Esto por experiencia se muestra y se ha visto en Italia en el reino de Nápoles, que hijos de españoles acuden antes al llamado de la patria que al llamado de españoles de donde traen origen”.

La Corona no previó ni pudo haber previsto el fenómeno del mestizaje, lo que explica sus titubeos, oscilaciones, incoherencias cuando trataba de establecer normas al respecto. Mientras el mestizaje fue un fenómeno de escasas proporciones, no se plantearon mayores problemas. “Es un hecho sociológico simple - recuerda Magnus Morner – [3] el de que las personas de origen mixto tienden a ser absorbidas por el grupo paterno o el grupo materno cuando son pocas. Pero cuando son numerosas, lo probable es que constituyan un grupo por sí mismas.” La extraordinaria actividad sexual de españoles e indias multiplicó rápidamente la generación de mestizos que, en muchos casos, pasaron a sustituir a la población aborigen diezmada. Y ya en las segundas generaciones constituyeron un grupo definido dentro del sistema de castas de la colonia, cuyas conductas anárquicas y sospechosa lealtad al sistema originaron hondas preocupaciones en las autoridades. [4]

Aunque muchos de ellos siguieron integrándose en el establishment colonial, otros se dedicaron al vagabundeo, a las actividades delictivas y socialmente marginadas. Y más que eso: una vez “fundadas las sociedades civiles, el control social exigía estabilidad personal y legitimidades de otro tipo; importaba especialmente que el matrimonio confirmara la paternidad de cada sujeto, y así los mestizos tenidos fuera de la institución empezaron a ser causa de discriminación y de marginalidad social [5]. Nacidos de uniones establecidas fuera del ordenamiento social dominante, los mestizos se mostraron, por lo general, reacios a integrarse en un sistema que, al menos en parte, podían considerar ajeno.

En 1568 Felipe II prohibió que se ordenaran sacerdotes mestizos por sus conductas desordenadas, aunque poco tiempo más tarde el Papa permitió que algunos recibieran las órdenes sagradas. En el decenio de 1570 se promulgaron numerosas limitaciones a los derechos de los indoespañoles. Todas estas medidas eran consecuencia de la infinidad de denuncias que se recibían de las autoridades españolas en América sobre la conducta de los mestizos.

“... este linaje de hombres que se dicen mestizos - escribía el virrey de Perú, Francisco de Toledo en 1572 - va en crecimiento en este reino” debido a que “al principio de su conquista, como faltaban mujeres españolas, casi todos los hombres usaban de las indias naturales de esta tierra. Parecía que habiendo ya tantas mujeres de España no hay ocasión para que naciesen tantos”, pese a lo cual “todavía como el número de varones es mucho mayor que a los principios, y estos muchos andan vagando por los caminos y campos, es mucho el uso [sexual] de las mujeres de la tierra... “. [6]

Las acusaciones de vagos y mal entretenidos se repiten hasta el hartazgo. “Si por dejar de trabajar y ser propensos a la ociosidad y a la pereza se debiera imponer como castigo la mitad a ninguna otra gente le correspondería mejor que a tanto mestizo como hay en aquellos países, porque éstos están de más en él, particularmente cuando no tienen algún oficio”, denuncian Jorge Juan y Antonio de Ulloa en la primera mitad del siglo XVIII. “Estos jenízaros tienen por deshonra emplearse en el cultivo de la tierra o en aquellos ejercicios más bajos, y la consecuencia es que las ciudades y los pueblos son un conjunto de ellos viviendo de lo que roban u ocupados en cosas tan abominables que por no ofender a los ojos no se debe manchar el papel con su explicación.” [7]

Desde el punto de vista militar, en cambio, los mestizos les merecen una opinión más elevada a los marinos españoles: “... son regularmente bien hechos, fornidos y altos, algunos son de tan buena estatura que exceden a los hombres regularmente altos; y son propios para la guerra porque se crían en sus países acostumbrados a trajinar de unas partes a otras, hechos a andar descalzos, desabrigados por lo común y mal comidos, por lo que ningún trabajo se les haría extraño en la guerra, y la falta de conveniencias no será para ellos incomodidad”. [8]

Pero, proféticamente, De Ulloa y Juan desconfían de la lealtad de la casta mixta: “Si se pudiera tener algún recelo de sublevación de alguna clase de gente en las Indias de aquella parte meridional, debería recaer esta sospecha sobre los criollos o sobre los mestizos, los que entregados a la ociosidad y abandonados a los vicios son los que causan disturbios.”

En realidad, el sistema de castas basado en factores raciales ya había ido deshaciéndose poco a poco hasta que, en el siglo XVIII, apenas si quedará sombra de él. La mezcla de sangres es insondable a medida que pasa el tiempo y se suceden las generaciones. La trihibridación (indios, españoles, negros) y las combinaciones de éstas [9] producen tal complejidad de mezclas que los intentos de la época por clasificadas hoy resultan tan irrisorios como vanos fueron entonces. Para colmo, las uniones de hecho dejan pocos registros de las genealogías y el aspecto físico de los descendientes no suele permitir una identificación racial segura.

Juan y De Ulloa se sorprendían de ello: “De una y otra casta [europeos e indios] van saliendo con el discurso del tiempo de tal suerte que llegan a convertirse en blancos totalmente, de modo que en la mezcla de españoles con indios, a la segunda generación ya no se distinguen de los españoles en el color...” [10]

Al mismo tiempo, en América, cada vez iban quedando menos familias antiguas que no hubiesen sido mestizadas en alguna medida, aunque las más encumbradas procurasen ocultar y negar esos deslices cuidadosamente: [11] “Es rara la familia donde falte mezcla de sangre y otros obstáculos de no menor consideración”, constatan los autores de las Noticias secretas de América en el Perú a principios del siglo XVIII. [12]

Las diferencias de razas irán volviéndose más definidamente culturales y de clase. Aunque el color de la piel y los rasgos fisognómicos sigan teniendo importancia, es la adscripción a una u otra clase social, cultura o subcultura la que irá determinando la identidad de cada individuo. Así como aparecen multitud de indios, mestizos, mulatos que adoptan totalmente la cultura española o europea, no dejan de darse casos de comunidades de európidos que se aindian, como el grupo descubierto por Gillin [13] cerca de Cajamarca, Perú.

La cultura mestiza, mientas tanto, irá adquiriendo caracteres propios, pero no dejará de ser denostada y criticada acerbamente por las élites blancas gobernantes, ostentadoras de una axiología bien distinta. Las estructuras básicas de los sistemas de dominación política y social no cambian con la independencia, aunque cambien los personajes y algunas ideas. Son los charros mexicanos, los llaneros venezolanos, los gauchos pampeanos o los guasos chilenos, los peones y labradores, amén de los mestizos urbanos, quienes irán convirtiéndose en mayoría de la población en muchos de los nuevos países.

Su situación no sufrirá cambios radicales con la independencia de los antiguos virreinatos, aunque sean ellos y los antiguos esclavos negros quienes contribuyan mayoritariamente con su sangre en las guerras contra las fuerzas coloniales.

Otras necesidades, sobre todo la de inventar la identidad nacional, provocarán una transformación en este profundo desprecio a los mancebos de la tierra hacia fines del siglo XIX. A partir de entonces los mestizos rurales [14] -gauchos, llaneros, charros - se convertirán en arquetipos nacionales, imágenes folklóricas emblemáticas e idealizadas de las identidades colectivas. Pero para esa época ya habían sido más o menos domados por la civilización impuesta por el sistema imperan te, con la consecuente pérdida de gran parte de su sentido anárquico de la libertad, de su desprecio a la ética judeocristiana del trabajo, de su sentido lúdico de la existencia con escasa o ninguna proyección hacia el futuro. Aunque mantuvieran y mantengan su escaso interés en pasar por la vicaría o por el registro civil, [15] como sus ancestros blancos y morenos.

Al mestizaje americano, vilipendiado por unos, ensalzado por otros, no se le puede ignorar el mérito de que permitió la fusión de dos grupos de culturas, la española y las americanas, que eran en principio antitéticas e incompatibles en sus sistemas de valores, en su visión del mundo y de la vida, en sus usos y costumbres, en su adaptabilidad a las tendencias dominantes después de la Revolución Industrial. Que el resultado siga siendo execrable para unos o admirable para otros, es harina de otro costal.

Simón Bolívar tenía una negra visión de la génesis de la población de la América hispana: “El origen más impuro es el de nuestro ser: todo lo que nos ha precedido está envuelto con el negro manto del crimen. Nosotros somos el
compuesto abominable de esos tigres cazadores que vinieron a la América a derramarle su sangre y a encastar con las víctimas antes que sacrificarlas, para mezclar después los frutos espurios de estos enlaces con los frutos de esos esclavos arrancados de África. Con tales mezclas físicas, con tales elementos morales, ¿cómo se pueden fundar leyes sobre los héroes y principios sobre los hombres?”

Pero esta imagen, indudablemente influida por la interpretación racista de la miscegenación, tan en boga en el siglo pasado y a comienzos de éste, podría aplicarse a muchas otras comunidades humanas, incluyendo tantas europeas como la española, la italiana o la griega. Son numerosos los pueblos que han sufrido la invasión de “tigres cazadores” fecundadores de las mujeres de la tierra, cuyos hijos recibieron, además, el aporte de sangre africana proveniente de esclavos, todo esto en medio de la sanguinaria violencia que ha sido una constante en la especie humana.

La desvalorización de indios y negros como razas inferiores condujo a abominar de las mezclas de éstos con los blancos europeos como una forma aún más “impura” y, por tanto, aún más perversa. “Impuros ambos [mulatos y mestizos], ambos atávicamente anticristianos; son como las dos cabezas de una hidra fabulosa que rodea, aprieta y estrangula, entre su espiral gigantesca una hermosa y pálida virgen, Hispanoamérica...”, escribía el argentino Carlos Octavio Bunge a principios de este siglo. Y por la misma época su compatriota José Ingenieros consideraba que todo lo que se podría hacer por “las razas inferiores” era protegerlas “para que se extinguieran agradablemente”.

Con el mismo verbo encendido, el mexicano José Vasconcelos, por esa época, cantaba el nacimiento de una raza “hecha con el tesoro de todas las anteriores, la raza final, la raza cósmica”. Porque la América hispana es la “patria y obra de mestizos, de dos o tres razas por la sangre, y de todas las culturas por el espíritu”. Como se ve, la fantasía humana da para todo, sobre todo cuando se trata de exaltar la proyección social del propio narcisismo: Bunge era hijo de alemanes; Ingeniero, de españoles; Vasconcelos, mestizo.

Movimientos como el indigenista, surgidos en los primeros decenios de este siglo, contribuyeron eficazmente a revalorizar los aportes americanos originarios a la cultura contemporánea del continente, pero al mismo tiempo ahondaron en un problema que todavía sigue sin resolverse: la identidad de los pueblos de la América hispana, oscilando siempre entre la adscripción a la cultura aborigen en tanto que son americanos, ya la cultura aluvional europea, en la medida en que quieren ser “civilizados” y distanciarse de las llamadas culturas primitivas.

En otras palabras: cinco siglos después del inicio del proceso de miscegenación, los hispanoamericanos, en su mayoría mestizos, siguen peleándose con uno de sus abuelos -- el conquistador malo contra el indio bueno e inocente, o bien, el español civilizado contra el indio salvaje – para asumir sólo la identidad de uno de ellos con exclusión del otro, como si eso fuese posible.

Un conocido chiste - que tal vez, en alguna ocasión, haya sido una anécdota - ilustra sobre el absurdo del indigenismo mestizo. Es aquel del mexicano que increpa al español recién llegado queriendo cargar sobre sus espaldas todos los crímenes perpetrados en América por sus antepasados. La respuesta del peninsular es recordarle que, en todo caso, los genocidas habrán sido los ancestros del mexicano y no los de él, porque sus abuelos nunca salieron de España.

Otro chiste, pergeñado por argentinos, desvela – desde el otro lado de la trinchera - la voluntad de negar la realidad indígena de su propio país: “Argentina - reza la humorada - es el único país blanco al sur de Canadá.” Aunque la broma tiene la malévola intención de sugerir que Estados Unidos es un país de negros, también pretende que Argentina es un país mayoritariamente de pura raza europea, una creencia más bien mítica y falsa (pero que intentan avalar especialistas como el español Claudio Esteva Fabregat),16 que aún después de la guerra de las Malvinas sigue estando vigente en aquel país.

Aunque indigenismo y europeísmo (o, últimamente, norteamericanismo de Miami) respondan social e históricamente a circunstancias diversas, ambos son las caras de una misma moneda que contribuye a mantener pendiente la asignatura de la identidad colectiva en la mayor parte de los países con mayoría mestiza, mediante la fantástica demonización o negación de la otra cara.

Hay países, como México, en los que Cortés y Cuauhtémoc siguen vivos y dando la lata todavía, y otros como Argentina, en el extremo opuesto de la geografía y del delirio, donde el aporte indígena, contra toda evidencia, no existe.

No tengo receta alguna para curar esta dolencia continental, como no sea sumergirse en un baño de realismo, algo que en Hispanoamérica no resulta tan sencillo. La América que habla español, y algunas pocas lenguas indígenas. Este académico asigna a Argentina un 9 por ciento de mestizos y un 90 por ciento de európidos, basándose en criterios tan curiosos como el de los grupos sanguíneos. Menos “científico” pero más contundente sería invitarlo a que se diera una vuelta por el país (no sólo por Buenos Aires) y se fijara en la alta proporción de “cabecitas negras” que forman la amplia mayoría demográfica argentina, es predominantemente mestiza, racial - lo que menos importa ya - y 'culturalmente’, sin negar la existencia y vigencia de otras valiosas contribuciones.

Porque ésa es la herencia étnica y cultural que hemos recibido de este largo y complejo proceso de miscegenación cuyos orígenes aquí he reseñado. Y que debería aceptarse, finalmente, sin beneficio de inventario.

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Notas

1. En sentido estricto, criollo es hijo de español y de española nacido en América.

2. “Carta de información a S. M. del conde de Nieva... (1562”>, en Gobernantes del Perú. Cartas y papeles. Siglo XVI. Cit. por Alberto M. Salas, Crónica florida del mestizaje, Buenos Aires, 1960.


3. Magnus Morner, op. cit.

4. Esto mismo es lo que hizo el gaucho Martín Fierro y su amigo Cruz en el famoso poema de José Hernández, situado en la segunda mitad del siglo XIX, es decir, trescientos años después de esta denuncia en el Perú, lo que revela que el recurso de huir de la justicia blanca refugiándose en tierra de indios fue largamente usado.

5. C. Esteva Fabregat, El mestizaje en Iberoamérica, Madrid, 1988.

6. Carta del virrey don Francisco de Toledo, 1-3-1572. Cit. por Alberto M. Salas, op. cit.

7. Mita: trabajos forzados en el sistema incaico adoptado por los españoles.

8. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, op. cit.

9. He aquí la nomenclatura peruana de los distintos mestizajes: mestizo: de español e india; cuarterón de mestizo: de español y mestiza: quinterón: de español y cuarterona de mestizo; español o requinterón de mestizo: de español y quinterona de mestizo; mulato: de español y negra; cuarterón de mulato: de español y mulata; quinterón: de español y cuarterona de mulata; requinterón: de español y quinterona de mulata; gente blanca: de español y requinterona de mulato; cholo: de mestizo e india; chino: de mulato e india; cuarterón de chino: de español y china; zambo de indio: de negro e india; zambo: de negro y mulata.

10. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, op. cit.

11. En el siglo XVIII la genealogía es una obsesión que ocupa a americanos encumbrados lo mismo que a sus paisanos peninsulares. Sólo que en las Indias la miscegenación vergonzante agudizaba la preocupación por borrar los rastros de sangre negra o india en quienes querían posar a toda costa de españoles puros y sin mácula. Estos especimenes siguen existiendo.

12. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, op. cit.

13. J. Gillin, The social transformation of the mestizo. México, 1961.
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14. La situación varía en sociedades de base agraria. El caballo da siempre un aura heroica y de libertad a los jinetes de la tierra, muy por encima de los labradores de a pie.

15. En Argentina, la generación del 80, organizadora del país, tuvo muy en cuenta que la inmigración de europeos representaba una gran ventaja sobre la población nativa mestiza: los inmigrantes contraían matrimonio y, por tanto, permitían al Estado organizar y registrar las filiaciones, importantísimas en el sistema de propiedad privada y transmisión hereditaria y en la reglamentación del derecho de familia. Los mestizos siguen prefiriendo “atarse con lazos de seda”, tal vez porque, además, sus haberes hereditarios no son nunca cuantiosos.

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Acerca del autor:

Ricardo Herren Crosio, abogado, politólogo y periodista, nació en Rosario de Santa Fe, Argentina, en 1940.


[1] Tomado de: Herren R. La conquista erótica de las Indias. 4ta edición. Barcelona: Planeta, 1992.

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