¡Agó, ashé! Hacer memoria viva del olvido.
Misterios de la cultura espiritual yorubá-lucumí y neoteología.
Al babalaíto de las profundidades de Manatán.
Misterios de la cultura espiritual yorubá-lucumí y neoteología.
Al babalaíto de las profundidades de Manatán.
epistheme se complace en reproducir este importante trabajo iniciático del escritor, músico y folklorista cubano Rogelio Martínez Furé sobre la cultura espiritual yorubá/lucumí, su vocación proteica, incluyente y universalista, y la consanguinidad de la ancestralidad transmitida transgeneracionalmente a través de la Palabra y la musicalidad.
La cultura espiritual yorubá/lucumí es una de las columnas más sólidas, robustas y hermosas de esa inminente “neoteología” aglutinante -- afro-euro-caribeña -- que lúcida y gloriosamente nos presagia el autor con sus descargas.
Permitámonos que fluya, de profundis, la energía radiante y renaciente del clamor de nuestros ancestros yorubá/lucumí por nosotros mismos. Como nos dice el autor: ¡Toquemos a la puerta!
Yaguarix
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Descargas: Ritual y fiesta de la Palabra
La religión de los orishas se ha convertido en refugio espiritual, mítico y místico, de mujeres y hombres de los más disímiles niveles culturales y educacionales. Hoy es una fortaleza de una nueva identidad humana compartida, y no excluyente, con espacio para todos los sectores y minorías que otras religiones discriminan.
Rogelio Martínez Furé La Habana
http://www.lajiribilla.cu/2003/n134_11/134_31.html
A Juanita Elbein y Mestre Didi,
guardieros de la palabra sagrada bahiana
¡Agó!
A pesar de ser escritor, y de haber publicado decenas de artículos, ensayos y varios libros, confieso que mi manera de pensar y de interpretar la realidad siempre se ha sentido más cómoda con las culturas que le dan más importancia a la palabra hablada que a la escrita. Mientras ésta queda congelada, la otra se llena de vida, de sangre.
Oralidad es cultura vivida a través de los sentidos y de la razón; palabra histórica o cotidiana que brota de los labios e invade el corazón, que nos hace del pasado, presente vivo y cambiante.
Por eso, soy folklorista, en el sentido más transparente del término. Estudio y enseño las tradiciones populares. A través de charlas, cursos o conferencias, y el propio Conjunto Folklórico Nacional de Cuba (CFNC) —recuérdense mis Sábados de la Rumba— intento contribuir a que nuestro pueblo se libere de traumas históricos y complejos de inferioridad, y tome conciencia profunda de que es “creador de cultura” con valores universales.
La palabra hablada ha sido siempre —y sigue siendo—un arma de las culturas subordinadas históricamente al hegemonismo de la escritura y sus mitos trascendentalistas.
La oralidad precedió a la expresión escrita, ha coexistido con ella a través de siglos, y hoy en vísperas del tercer milenio cristiano va ganando de nuevo espacio protagónico gracias a los medios audiovisuales y la tecnología más de avanzada.
El interés creciente por las culturas de la oralidad queda plasmado en los numerosos eventos de carácter internacional que se organizan sobre esta temática en todos los continentes, y en la bibliografía especializada que cada año se torna más abundante y profunda.
Sin embargo, observamos que en la mayoría de esos coloquios, congresos o talleres se hace evidente una singular paradoja: la ausencia de los modos y medios expresivos de la oralidad, que queda sepultada bajo incontables ponencias “escritas”. Las letras impresas intentan develar y aprehender las claves y mecanismos del arte de la “palabra hablada” como medio transmisor de la “memoria colectiva” y del “olvido colectivo” ― su complemento dialéctico: sus inflexiones, tonos, silencios, gestualidad, ritmos, reiteraciones, evocaciones, poder encantatorio; en síntesis, su “ashé”.
Es imprescindible recuperar y asumir el conocimiento “profundo” del arte de la palabra “hablada”, poyata principal de las culturas no librescas, para poder penetrar en sus arcanos. Y a pesar de que “las palabras vuelan como flechas, pero las escrituras quedan”, como afirma un viejo proverbio africano, la oralidad ha desarrollado extraordinarios mecanismos de transmisión, recursos nemotécnicos y expresivos excepcionales que han permitido que la “memoria” y el “olvido” sobrevivan de generación en generación, y que nos lleguen mensajes y códigos de nuestros antepasados que siguen normando muchos aspectos de nuestras vidas contemporáneas.
Por lo tanto, pido de nuevo permiso: “¡agó!” al estilo de las culturas afrocubanas -y en particular la lucumí o yorubá - para “descargar” sobre la palabra. La palabra que es “brasa encendida” como dicen poetas mozambicanos; la palabra que exalta o maldice, la palabra que salva o mata, la palabra que se envuelve en oropeles dulcíneos o atraviesa el pecho como flecha certera... En fin, la palabra que posee “ashé”, esa fuerza sobrenatural que hace que “las cosas existan y que las cosas sucedan”... (... y fiel a la oralidad, aquí comienzo mis “descargas”, que son para ser oídas y no para ser leídas...).
Okan: primera “descarga”
Entre las diferentes religiones afroamericanas que se han desarrollado en el llamado Nuevo Mundo desde el período colonial (s. XVI-XIX), la dedicada al culto de los orishas (esin ibíle) originada entre los pueblos de lengua yorubá que habitan principalmente en Nigeria, Benin y Togo, en África Occidental, ha alcanzado un extraordinario auge durante las últimas cuatro décadas del siglo XX, fuera de sus áreas “clásicas” tradicionales (Cuba, Brasil, Trinidad- Tobago y Granada). Hoy encontramos sus creyentes en otras islas del Caribe, así como en países de la América hispánica y anglosajona continental, y Europa.
La expansión de sus rituales, sistemas adivinatorios, músicas y danzas sagradas, oratura y literatura, cosmogonía, culinaria y concepciones filosóficas, etcétera, a nivel tricontinental (África-América-Europa) conlleva complejos procesos de adaptación y cambios, de enriquecimiento al contacto con otras culturas y religiones, de búsqueda de un equilibrio entre lo “tradicional” y lo “moderno”.
Las variantes cubanas de la religión tradicional yorubá (esin ibfle) conocidas como Regla Lucumí, Regla de Osha o Santería se han enriquecido -y continúan enriqueciéndose -- con elementos asimilados de las religiones arará, congo, y católica, y del llamado “espiritismo”. No obstante, sus componentes fundamentales siguen siendo los de procedencia yorubá (oyó, egbado, iyesá, yebú, ketú, ife, y otros).
Los “préstamos” no han penetrado ni alterado sustancialmente las concepciones profundas de origen yorubá, conservadas en las casas-templos (iIé osha) más ortodoxas. Son testimonios de los mecanismos de adaptación que tuvo que asumir la religión de los orishas frente a las presiones coercitivas y de aculturación coloniales y republicanas.
Considero excesiva la clasificación de sincretismo que algunos investigadores le han adjudicado a la Regla Lucumí para describir un complejo proceso que es más bien de yuxtaposición religiosa, lleno de contradicciones y tensiones, pues los denominados elementos “sincréticos” se presentan, sobre todo, en las manifestaciones externas del culto. A medida que penetramos más y más en los “misterios”, los componentes de procedencia yorubá se imponen con fuerza extraordinaria, como sucede en los ritos de iniciación, adivinatorios o funerarios.
La religión de los orishas, a través de sus variantes afroamericanas y africanas, comparte una historia y destino comunes, y se enfrenta a similares retos ante el tercer milenio cristiano.
El descrédito de la mayoría de las ideologías originadas en el llamado “mundo occidental” y la deshumanización aplastante que prima en las relaciones sociales en los países capitalistas, han llevado a millones de personas nacidas en América y Europa ― y no solamente descendientes de africanos ― a buscar en las creencias, filosofía y ética que sustentan la religión de los orishas, respuestas a sus necesidades espirituales y soluciones a problemas cotidianos (de salud, familiares, judiciales, amorosos, laborales, políticos, etcétera).
Creyentes de todos los “colores”, orígenes étnicos y clases socio-económicas; de numerosas nacionalidades y lenguas diversas. Y esta nueva y cambiante realidad sociológica la va tornando en una religión con definitiva vocación universalista que comienza a desarrollar -- principalmente en tierras afroamericanas ―, lo que podríamos designar como una “neoteología” que aspira a adaptarla a los tiempos y realidades más contemporáneos.
La religión de los orishas se ha convertido en refugio espiritual, mítico y místico, de mujeres y hombres de los más disímiles niveles culturales y educacionales. Ya han quedado atrás los tiempos en que muchos, por prejuicios e ignorancia, la calificaban de “supersticiones de esclavos” y “cosas de negros”. Hoy es una fortaleza de una nueva “identidad humana” compartida, y no excluyente, con espacio para todos los sectores y minorías que otras religiones discriminan. Anticonformista por su simple existencia; impugnadora de los “valores” y desigualdades históricas impuestos por la esclavitud y el colonialismo, esta religión ha desarrollado entre sus creyentes una fuerte autoconciencia de su singularidad, orgullosa de su pasado y decidida a labrarse su futuro.
Los congresos internacionales dedicados a la religión de los orishas, los coloquios universitarios, la bibliografía que cada año se torna más abundante en diversas lenguas, la divulgación de aspectos de su cultura material y espiritual a través de videos, películas, programas de televisión, discos, Internet, y otros medios tecnológicos contemporáneos, le van ganando nuevos espacios que permiten un mayor conocimiento de sus fundamentos filosóficos y universo simbólico. También la acechan nuevos peligros y retos: la globalización, el mercantilismo y la moda superficial; en síntesis, el “jineterismo[1] seudorreligioso”.
La religión de los orishas representa otra de las complejas realidades de nuestros tiempos. Y como tal, se requieren nuevos métodos de estudio y aproximación ― no convencionales ― para aprehender tan proteico universo. Especialmente, que tengan como punto de partida las concepciones filosóficas y éticas que han permitido a esta religión secular, originada en las sabanas y selvas de África Occidental, “llegar” y, sobre todo, “adaptarse” a la era cibernética, sin perder sus perfiles definitorios.
Las obras ya clásicas de autores como Bolaji Idowu, Wande Abimbola, Olabiyi Yai, Juana Elbein y Deoscoredes dos Santos (Mestre Didi) y Pierre Verger, entre otros, señalan el camino a seguir. En ellas, la alta cultura yorubá de África y sus prolongaciones afroamericanas dejaron de ser simples “objetos de estudio”, y se convirtieron en “sujetos que se explican a sí mismos” y exponen sus “verdades” desde adentro.
Meji: segunda “descarga”
Para el pensamiento yorubá tradicional, el Universo está constituido por un mundo material, físico, denominado Aiyé, y por un mundo espiritual llamado Orun.
Aiyé tiene su complemento a imagen y semejanza en Orun.
En Aiyé (la tierra) existimos las personas, los animales, plantas y minerales.
En Orun habitan los inmortales: los orishas o divinidades, los espíritus antepasados y determinadas entidades o “fuerzas”. Algunas malévolas como Ikú (la muerte), Arun (la enfermedad), oro (la pérdida), Iyan (la discusión) y las Ajé (brujas), etcétera. Otras son ambivalentes.
Todos los habitantes de Orun (Ará orun) deben ser propiciados o neutralizados con ofrendas o sacrificios (ebo).
La palabra cargada de ashé es uno de los medios fundamentales que permiten la comunicación entre el mundo material y el espiritual, y contribuye al equilibrio armónico entre el Ser Humano y las fuerzas cósmicas, cuyo epítome es Olodumare, el Dios Creador, fuente primigenia del Ashé Universal.
Para la tradición lucumí cubana existen palabras que pueden provocar que determinadas energías del cosmos vibren, y se pongan en acción, influyendo en la vida de los humanos, para su bien o su desgracia.
En todos los momentos de rito y/o de fiesta, de búsqueda de la fusión de “lo humano” con “lo divino”, la palabra es clave meridiana, principio y fin, vía de la comunicación trascendente.
La palabra musitada, salmodiada, cantada, dicha en el tono justo y en el momento justo.
A esta comunión entre el mundo físico y el espiritual, entre el ser individual (ori, iwa) y el ser colectivo (aráiye) es a lo que se aspira en toda celebración.
Por eso se dice que los seres humanos nos alimentamos de lo que nos da la tierra, de sus plantas y animales. Nos nutrimos de sus “fuerzas”. Y después debemos compensarla por lo que consumimos de su ashé. ¿Con qué? Con nuestros cuerpos. Al morir, devolvemos a la Tierra lo que la Tierra nos entregó.
Alcanzar la buena vida y la buena muerte son aspiraciones supremas para la cultura yorubá tradicional y sus epígonos afroamericanos... pero de eso les hablaré en otra “descarga”.
Méta: tercera “descarga”
Gozar de buena salud, de riquezas materiales y respetabilidad social: vivir hasta una prolongada senectud rodeado del cariño de numerosa descendencia constituye la buena vida para todo hombre y mujer yorubá tradicionalista.
Fallecer de muerte natural muy anciano ― o anciana ―, dejando tras sí una numerosa prole, como un “árbol doblado por el peso de sus frutos”, y en armonía con las divinidades y los ancestros. Ser enterrado tras celebrarse todos los ritos funerarios que marca la tradición, y que le permitan entrar en Orun (el más allá), donde se reúna con los antepasados de su linaje y luego reencarnar, constituye para los yorubá la buena muerte.
El Olvido y la Nada definitiva son las peores cosas que pueden sucederle a una persona, para ese pueblo africano tan ligado a nuestra historia y cultura.
Pero los oriki o nombres de alabanza, la palabra laudatoria transmitida de boca a oídos, puede hacer del Olvido, Memoria viva.
Mérin: cuarta “descarga”
El rito dentro de la religión lucumí cubana no es simple repetición pasiva de ceremoniales antiguos, invocaciones, gestos crípticos, sacrificios y ofrendas, etcétera, sino ― sobre todo ― reactualización simbólica del tiempo mítico y de las historias “ejemplares”. Es revitalización y transmisión del ashé de generación en generación dentro de una “familia de santo” o “rama”. Descendientes en el ámbito religioso de un mismo sacerdote o sacerdotisa, garante del fundamento o ashé ancestral que “legitimiza” ese linaje de iniciados; reinterpretación en Cuba del concepto de la familia extendida africana.
El rito consolida identidades de grupo y de género entre los creyentes, la autoconciencia de pertenecer a una misma comunidad religiosa unida por lazos históricos y sociales, y por tradiciones que los reafirman en su “singularidad” colectiva.
No hay rito sin palabra, y la palabra es, a su vez, ritualizada, cargada de ashé.
Márun: quinta “descarga”
¿Qué es una fiesta ritual para la tradición lucumí cubana?.
Ocasión excepcional donde se encuentran las divinidades, los vivos, los muertos y los por nacer; donde el pasado, el presente y las utopías de futuro entran en contacto, gracias a la música, el canto y la danza; a los elementos de teatro ritual, con sus pinturas corporales, vestuarios, atributos simbólicos y textos sagrados. Gracias a las ofrendas de comidas y bebidas dedicadas a orishas y ancestros; a los sacrificios de animales cuya sangre reforzará el ashé de los fundamentos de la casa-templo (ilé osha).
Una fiesta ritual lucumí permite igualmente la expansión del sentimiento gregario, del gusto por la comunicación oral y el disfrute de la cercanía física entre las personas; libera tensiones y compensa frustraciones cotidianas.
Las divinidades “descienden” de Orun y poseen o “montan” a algunos de sus devotos: aconsejan, lanzan reprimendas, profetizan, consuelan a sus “hijos” e “hijas” atribulados por las angustias existenciales o el duro bregar del día a día.
Y en todo momento de la fiesta ritual, la palabra invocatoria, la palabra cargada, de ashé, contribuye con su poder sobrenatural a que la mítica serpiente continúe mordiéndose la cola perpetuamente. Porque fiel a sus orígenes africanos, en estas celebraciones el tiempo es concebido como ciclos que se cierran y reinician en una danza cósmica interminable.
“Hoy es hoy, mañana es mañana”, dice un viejo proverbio afrocubano, pero del ayer nacen el presente y el futuro. En el presente están el futuro y el pasado. Y en el futuro están, igualmente el presente y el pasado. La fiesta ritual lucumí cubana es acto trascendental donde se reactualiza siempre el gran drama humano: nacer, morir y volver a renacer. Por medio de una ritualidad cargada de simbolismos y códigos iniciáticos se exalta el triunfo de la vida sobre la decrepitud y la muerte (Ikú).
Méfa: “Descarga” sobre las “descargas”
-Eshu-Elegbara es el dueño de la palabra.
El que permite la comunicación entre Orun y Aiyé.
El dueño de las aberturas.
El que permite la comunicación entre lo de adentro y lo de afuera.
El guardiero y controlador del Ashé Universal.
El movimiento perpetuo.
Sin Eshu-Elegbara no habría Historia.
“La lengua es tu león, si la dejas, te devora.”
Hay palabras que enmascaran otras palabras.
“Quien es más hábil que tú con la palabra, te cambiará por un perro sin darte cuenta.”
“El que alaba, maldice. El que acaricia, mata.”
―Ifá es el único que habla “todas” las lenguas.
―La palabra es una sierpe de fuego que protege del frío o carboniza.
¡Cuídate de la palabra!
¡La palabra, ay, la palabra!
―Ifá, el Eléri ipin, el Okítíbiri, dice:
“Todo no se sabe. Sólo se sabe una parte de Todo.”
Si quieres saber más: “Toca la puerta”...
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[1] (Nota del editor: Término usado en Kuba como sinónimo de prostitución.
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