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miércoles, junio 06, 2007

Noticias del Frente Ecologico 007

Drogas, establishment, violencia y derechos humanos…


Niños de la calle


“Se prohibe prohibir”, filosofía libertaria



Por Elsa Expósito [1]

Conocí a Blanco, 13 años; Lindo, nueve, y Adolfito, 12, a mediados de julio de 1987, hace casi 19 años, de lo que se infiere, como datos elementales, que el primero debe andar hoy por los 32 años; el segundo por los 28; y el tercero, 31.
Y me pasé varias horas con los tres en la avenida George Washington, incluso en la cueva del acantilado donde pernoctaban a orillas del Mar Caribe…


“Blanco, Lindo y Adolfito se han hecho camaradas ‘de a verdad’”.


La pobreza, el abandono, la intemperie y las drogas los han unido en una cotidianidad que los ha hecho adultos intempestivamente, con una violencia que les muerde la vida y les descuenta los años”, escribí en la entrada (lead, en la “neolengua” de Occidente, del establishment) del reportaje que redacté para el desaparecido vespertino Ultima Hora, donde entonces ejercía mi apostolado (porque el Periodismo- ya lo dijo José Martí- es tarea de apóstoles).


El reportaje, de 20 párrafos, trajo sendas semblanzas de los tres chicos, y en los dos finales escribí –me cito-: “Blanco, Lindo y Adolfito son, en conjunción, tres muestras de una realidad de abandono y de desprotección de la niñez en República Dominicana. Así como sus familias y su sociedad se lo han negado casi todo, los tres se les han negado a sus familias y a su sociedad.


Hoy viven su inadaptación oliendo drogas en las calles de Santo Domingo y exhibiendo sus escuálidos cuerpos, sin que nadie los tome en cuenta. Posiblemente mañana, cuando su edad y su vicio hayan crecido, la sociedad repare en que Blanco, Lindo y Adolfito se han hecho delincuentes. Y hasta les cobre sus ‘delitos’ metiéndolos en la cárcel”.

Hoy –la historia se repite, ahora como tragedia-, los Blanco, Lindo y Adolfito andan por esas calles ¿de Dios?, los menos oliendo “cemento” y los más alienados y alienadas con el legal alcohol y las “ilegales” marihuana, cocaína, crack, heroína y éxtasis, mientras los encargados del orden público, en grandísimo número, andan armas en ristre, que no almas, muchos montados en una yipeta e incluso en un puesto de poder formal, policía, guardia, ministro o general, con “licencia constitucional” para llevarme a la cárcel si, eventualmente, me dejo contagiar por la “moral social” y me “robo” un semáforo en rojo para imitar al gendarme que hace lo propio.


(“Como es arriba, es abajo”, por lo que no es de extrañar que en una sociedad que ha sido asaltada por sus “élites” gobernantes, las y los súbditos “cojan también lo suyo”.)


La sociedad, sus “fuerzas vivas”, está “paniqueada”, es decir, metida en pánico, como diría cualquier jevito o jevita enojados porque alguien le “tumbó la nota”.


Es tanto el miedo, el temor, que cualquiera puede ver una amenaza de agresión en un gesto de cortesía, como obviamente pensó una joven que iba a abordar el auto que me transportaba cuando cometí el “desliz” de abandonarlo para cederle mi asiento a fin de no molestarla cuando llegara a mi parada, menos de una cuadra después del lugar donde ella lo abordaría. De boca de la chica llovieron insultos dirigidos a mí por el simple hecho de haber sido cortés. Y no quiso montarse en el carro.


Pero no todo está perdido. El establishment anda buscando cura para el mal social expresado en tanta violencia… Barrio seguro, operativos policiales y militares, redadas y un largo etcétera para combatir la delincuencia, la violencia, asaltos, atracos, robos de celulares y de tenis.


Hasta consultas a presentadores de televisión y dirigentes partidarios para, por ejemplo, organizar un sistema para identificar a los motoristas –deberían hacer lo mismo para organizar un sistema de transporte público, “made in USA”, como el que opera Green House en el Nueva York , el grande, que no el chiquito que Leonel Fernández da notaciones de tener metido entre ceja y ceja-, tarea elemental cuya ejecución debe estar a cargo de una sarta de burócratas, civiles y militares, a quienes pagamos sueldos, en muchos casos lujosísimos para que prácticamente –por sus hechos los conoceréis- no hagan nada.


Falso: sí hacen algo: dar declaraciones a troche y moche (el “declaracionismo”, entrevistas y más entrevistas, es para mí, uno de los vicios del reporterismo criollo) y, muchos de ellos y ellas, aparecer en cuñas de TV y radio, pagadas por el erario público, es decir, por las y los contribuyentes, para ponderar las “excelencias” de su ¿institución?


Incluso, en la presente gestión de gobierno, el presidente Leonel Fernández ha puesto trabas a las libertades de tránsito y de asociación y de reunión sin armas, con fines políticos, económicos, sociales, culturales o de cualquier otra índole, siempre que por su naturaleza no sean contrarias ni atentatorias al orden público, la seguridad nacional y las buenas costumbres.


Y lo hizo también cuando dispuso, administrativamente, horarios para la venta, en negocios autorizados legalmente, de bebidas alcohólicas, droga cuya ingesta es promovida, mañana, tarde, noche y madrugada, por el principal agente de socialización de virtualmente todo Occidente, mayormente en su Tercer Mundo, la TV, porque como ha sido documentado científicamente, el grueso de la gente se “educa” a través de las ondas hertzianas, a tal punto que los chicos y chicas de hoy parecen haber sido hechos en serie: vestimenta similar –gorras incluidas-, formas de bailar, cantar, etc.


Y casi todos y todas imitan a los íconos de la cultura de masas: peloteros, futbolistas, cantantes, profundizando el inquietante fenómeno de la alienación humana característico de la seudo sociedad del conocimiento.


Pero el mal no está en la sábana, señores y señoras de los poderes “institucionales” y fácticos de este vapuleado pueblo.


No.


Las raíces del desbarajuste ético de esta sociedad vienen de viejo, aunque poca gente se enteró de que por ahí andaban –y andan- muchos Lindo, Blanco y Adolfito, producto de una sociedad injusta hasta la tambora que promueve el consumo, incluso de sexo, mientras sus iglesias, de todas las denominaciones, mantienen crucificado a Cristo, el Hacedor de este pequeño universo donde está la Tierra y viven prohibiéndolo todo, desde la anticoncepción responsable hasta que una criatura embarazada en una violación, a veces por su propio padre, interrumpa la preñez por recomendación sicológica.


Y hasta física, porque ninguna niña tiene el cuerpo apto para la procreación, so pena de exponerse a riesgos mayores, incluso la muerte.


Hace años también había reparado en que vivíamos una situación de virtual anomia, a tal punto que en los 90 escribí para El Siglo, donde entonces laboraba, un artículo de opinión al respecto, en el que hice una virtual declaración de desobediencia civil cuando afirmé que si alguna patrulla policial o militar me mandaba a detener mi auto en el trayecto de la sede del diario a mi casa (lo hacía de madrugada, tras el cierre de edición), no me detendría porque sabía que guardias y policías andaban atracando protegidos por sus uniformes.


Luego documenté, en una investigación todavía inédita, sobre el uso y tráfico de drogas ilegales en República Dominicana que hice hacia 1995 para el programa de televisión “Contra viento y marea”, que agentes de la Dirección Nacional de Control de Drogas, militares y policías participaban en el negocio.


Para mi fortuna, el programa –escogimos, por consenso el nombre Contra viento y marea- liderado por Anita Ontiveros y entre cuyas investigadoras estuvieron, además, Nexcy de León, Sagrada Bujosa e Iris Rossi, nunca salió al aire, por razones que desconozco, aunque sospecho, sospechas que dejo en el tintero.


Y digo para mi fortuna, porque la revelación de mis hallazgos en esta investigación, una de las más atrevidas y riesgosas que he realizado en mi ejercicio profesional, enojaría a la mafia de las drogas ilegales –porque las legales son promovidas por los medios de cultura de masas, principalmente (insisto a riesgo de parecer necia) la influyentísima y “formadora” televisión, hasta mediante mensajes subliminales (que influyen a la bestia, al inconsciente, sin que el consciente, el cerebro superior, se entere) que provocan disonancia cognitiva porque concomitantemente se incita a la gente a usarlas y se le dice que son dañinas para la salud.


Y en su enojo, la delincuencia aquella –hay precedentes que lo confirman- sería capaz de aplicarme el aserto aquel: la mafia no perdona.


Es que en la investigación confirmé mi premisa fundamental: que el narcotráfico tenía –y tiene- alicates en estructuras de poder social, económico y político, aquí, allá y acullá.


Si así no fuere, tanta lucha, combate y persecución habrían erradicado el rentabilísimo negocio de las drogas prohibidas.


Años después de mi investigación, se destapó el caso Quirino, como sabe la sociedad dominicana, que vino a reconfirmar el hallazgo de mi investigación.


Porque conviene a los intereses que me han llevado a escribir estas líneas, copio abajo un artículo que escribí en febrero de 1996 –no recuerdo qué día y tampoco lo puse en el texto-, con la intención de publicarlo en uno de los vespertinos de entonces, propósito que no logré porque no pasó la censura.


Para no hacer sentir mal al censor o a los censores prefiero omitir el nombre del diario, el que, por demás, es innecesario aquí y ahora porque lo que persigo es aguijonear a las y los líderes de esta ¿nación? en todas sus instancias de poder –medios de masas, gobierno central, Congreso, grupos patronales, sindicales y profesionales, para que de una vez por todas asuman sus respectivas responsabilidades...


“Cuando la delincuencia gobierna...” fue el título del artículo que ahora comparto contigo:


“A mí los orates, lo mismo que las orates, siempre me han parecido encantadores. No hace mucho me he estado juntando con uno a quien escucho con serenidad y mucha tranquilidad. Y, sobre todo con muchos deseos de aprender. Es, para mí, el aprendizaje, una de las razones esenciales de la vida, de que carguemos todos los huesos que cargamos, lo mismo que toda la carne y el cerebro, pobre órgano tan en desuso en esta posmodernidad doliente, rompiente, mordiente para los espíritus sensibles.


“Mis neuronas -no tengo duda alguna de que las cargo- a veces me traicionan y tienden a dispersar mi pensamiento. Pero mi razón -¿la tengo?- me reatrapa y se impone a mi ‘locura’. Párrafos antes hablé de mi nuevo amigo el orate, a quien culpo por haberme puesto a reflexionar sobre la peligrosidad implícita en el supuesto de que la delincuencia llegue a gobernar una nación e, incluso, todo el mundo.


“Dado el anterior supuesto se pueden construir –y paso a hacerlo- varios escenarios.


Primer escenario: La Policía encargada de velar por el orden público y la seguridad ciudadana está integrada por delincuentes. En semejante caso, ¿quién está seguro o segura? Me parece que únicamente las y los delincuentes, quienes, gracias a su poder de control y represión social, decidirán quién va a la cárcel y quién anda por las calles caminando libremente.


“Segundo escenario: los agentes responsables de combatir el tráfico de drogas ilegales (porque las legales son promovidas, incluso en horas en que se reputa una audiencia infantil, por las y los usufructuarios de las ondas hertzianas, una propiedad pública gracias a las cuales tú y yo podemos escuchar la radio y ver televisión) son delincuentes, caso en el cual es muy improbable que los auténticos narcotraficantes sean castigados con –valga este lugar común- todo el peso de la ley, por más severa que ésta sea.


“Así las cosas, creo que por la peligrosidad que subyace y vive en un eventual gobierno de delincuentes es que andan por ahí algunos teóricos del Derecho según quienes el mejor gobierno es que el que no existe. Porque para qué puede servir, sino es para dañar, un gobierno de la delincuencia.


“Mi amigo el orate de marras ha compartido conmigo otras reflexiones. Verbigracia: me ha dicho que es igualmente peligroso que gente insincera, mentirosa, inhumana, mezquina y amante, sobre todo, de los bienes materiales, ande dirigiendo iglesias, las que sean, y asumiéndose como representantes de Dios en esta Tierra tan maltratada por los seres humanos.


Aquí pongo punto final, porque este tema, el de Dios y sus autoproclamados representantes, sirve para escribir otros párrafos...”


Bien… Pienso que regular, como se ha hecho con el alcohol y el tabaco, la venta de las ilegales parece la salida más sesuda para encarar –valga otro lugar común- el flagelo de las drogas, pero hay intereses muy poderosos –las industrias farmacéutica y de armamentos, verbigracia- capaces de invertir para evitar la regulación, en aras de defender sus intereses (lo hizo la industria de fármacos en Estados Unidos en 1937, cuando, en una campaña de marketing social aupada por la “moralina” de la iglesia logró que se declarase ilegal la marihuana, cannabis sativa, porque esta planta, como la hoja de coca, tiene propiedades de pastillas hechas en laboratorios y pueden ser cultivadas en nuestros propios patios y fincas, lo que conspiraría contra las industrias de las drogas químicas.


Por demás, la “doble moral burguesa” –tampoco la “proletaria”- no me luce muy calificada para andar prohibiendo absolutamente nada. Procede, eso sí, educar, no tan sólo a través de la cenicienta educación formal, sino y sobre todo, usando los medios electrónicos, para aportar a la construcción de valores de justicia y de ética.


Lamentablemente en este país no parece haber mucho interés en este tipo de educación, porque ni siquiera los “moralistas” enganchados al tren gubernamental hacen nada al respecto. Al contrario, lo suyo, comenzando por el presidente Leonel Fernández y su esposa, es la propaganda, incluyendo el autobombo, con recursos públicos, por supuesto.


A tal punto que una propuesta de educación para la ética y la ciudadanía cuyos términos de referencia entregué personalmente a Fernández hace “añales” ha merecido “el caso del perro”.


Es que la “ética” gubernamental, lo mismo que la social (“como es arriba, es abajo”) prevaleciente está empeñada sobre todo en prohibir, aunque se violenten derechos humanos, y en convencer a este vapuleado pueblo de que el inquilino del Palacio Nacional y su señora esposa son “la última coca-cola del desierto”.


Y que sin el mandatario en el Palacio se hunde este país, arde Troya o nos vamos por el derricadero, mientras los postulados peledeístas de organización y disciplina –y el mismo programa de gobierno del PLD-, andan por alguna gaveta, a pesar de que la violencia ha devenido sistémica, aquí - igual que allá y acullá-, a contramano de barrios seguros, “solidaridad”, combate, operativos y luchas contra grandes lacras sociales y otras iniciativas ¿redentoras?


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Nota


La autora ha sido y es una de las principales mujeres dominicanas luchadoras incansables por la ética profesional y la libertad de expresión en la comunicación social del país en las últimas décadas. Por su verticalidad y combatividad, sin dudas, ha sido la comunicadora más censurada en la historia del periodismo nacional. La reunión de sus artículos excluidos de casi todos los diarios nacionales por los que ha pasado serían suficientes para publicar varios libros que desnudan los secretos y desverguenzas de la divina tragedia del ejercicio del poder en nuestro pais. epistheme agradece infinitamente a Elsa esta desinteresada colaboración, y hace votos porque sus incisivos artículos puedan llegarnos más frecuentemente a través de este medio, donde, por principio, jamás será censurada.


Yaguarix

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