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A Camelia Michel
En cierta memorable ocasión, aproximadamente a las seis de la tarde de un mágico viernes perdido en mitad de los años ochenta, departía yo en El Palacio de la Esquizofrenia -comercio situado frente al Parque Colón, adyacente a la Catedral de Santo Domingo-, con mis admirados y queridos amigos los fallecidos poetas Manuel del Cabral y Antonio Fernández Spencer. Un pequeño coro de tunantes, distribuido en varias mesas aledañas a la que ocupábamos, recibía frívolamente el resplandor de nuestra conversación, incidentándola con torpes preguntas y ávidas peticiones de mediopollos, derretidos de queso y cervezas.
La referida denominación surrealista Palacio de la Esquizofrenia, para aludir al establecimiento que hoy todavía expende en el mismo lugar bebidas alcohólicas, comidas y café, y cuyos tres pisos superiores se convirtieron, además, desde hace casi una década, en un notable hotel turístico de la Zona Colonial de Santo Domingo, es ahora utilizada corrientemente por escritores, artistas e intelectuales, (y en particular lo fue por el fallecido polígrafo y estilista, poeta y admirado amigo Enriquillo Sánchez, quien prácticamente se la apropió con la legítima inocencia del genuino creador que no busca sino que encuentra), para mencionar a ese bar-restaurante cuyo verdadero nombre es Cafetería El Conde, por encontrarse ubicado en esta vieja, recoleta y "postmoderna" calle de la ciudad antigua, casi convertida hoy, por efecto de la barbarie urbanística -mera punta de un iceberg innombrable-, en desaliñado Parque Temático...
En honor a la verdad, debo decir que yo y sólo yo rebauticé de ese modo a la Cafetería El Conde: Palacio de la Esquizofrenia, allá por el lejano año de 1980. La llamé así por los extraños, kafkianos, beckettianos, oníricos, circenses y muy pintorescos personajes que la visitaban, incluyéndome a mí mismo, aunque perdí luego la autoría del nombre al no registrarlo en ningún escrito dado a la luz pública oportunamente...
Esta calamidad les ocurría en esos años -hasta con los poemas, prosas y reflexiones más hondas-, a ciertos individuos lentos en el acto de publicar su escritura, que después de haber leído, ensayado y dramatizado en algunos reducidos corrillos sus más caras creaciones e ideas, las veían retornar públicamente de la mano de cerebros memorizadores, prodigiosos y sin escrúpulos judeo-cristianos, que se las habían apropiado ya para siempre en irrevocable matrimonio de tinta oportunista...
Digo que esto es asunto del pasado, el plagio, por el hecho simple de que ya en nuestra civilizada era "postmoderna", con instituciones muy activas que defienden los Derechos del Autor, no ocurre nada semejante a las bárbaras apropiaciones y expropiaciones de la letra -y del espíritu- que caracterizaron a la actividad literaria del pasado milenio dominicano...
Ahora todo es cultura global, colectiva, planetaria, cibernética, patrimonio de la humanidad gracias a la maravilla de la Internet... Regulado todo limpiamente por las leyes del mercado. Las ideas de plagio y originalidad se han modificado profundamente en las universidades de Estados Unidos. ¡Claro, como efecto de una vieja y sostenida influencia francesa!... Todo está hoy muy organizado en esta maravillosa reedición de la Sociedad del Espectáculo, así denominada hace años por Guy Debord. Muchos escritores de nuestro país, antiguos militantes de la creencia en la ética del Autor, hasta perciben actualmente honorarios por "regalar" al mundo sus brillantes ideas... ¡En fin: viento en popa!
Recuerdo como ahora que la mañana en que se me ocurrió el nombre Palacio de la Esquizofrenia, tenía yo sobre mi mesa en la mencionada cafetería un libro de Aaron Esterson, Dialéctica de la locura -todavía la antipsiquiatría daba sus últimos aletazos, parcialmente renovada con el oxígeno del pensamiento de Jacques Lacan y su Escuela-, y me encontraba en compañía del poeta y filósofo Antonio Fernández Spencer, uno de los protagonistas de la brevísima historia que relataré un poquito más adelante, si tu benevolencia lo permite, amable lector.
El poeta celebró y asumió de inmediato mi hallazgo verbal: -¡Palacio de la Esquizofrenia! ¡Palacio de la Esquizofrenia!- repetía una y otra vez Spencer, con su voz más vibrante y mayestática, como quien medía la magnitud de un gran descubrimiento.
Así las cosas, estuvimos entonces bromeando largo rato mientras efectuábamos un supuesto proceso psiquiátrico/psicoanalítico de diagnóstico diferencial para cada uno de los inocentes parroquianos allí presentes, convertidos por nuestro negro humor, sin ellos sospecharlo, en interesantes y peligrosos pacientes psiquiátricos.
De repente, Spencer me dijo con cierto aire de perspicacia latina en la mirada y en los gestos:
-En sus Meditaciones, Descartes creía que sed amentes sunt isti (algo así como: los locos son ellos), mas ahora yo pienso que los locos somos nosotros... ¡y Descartes!...
Acto seguido, el poeta y yo reímos como verdaderos delirantes y alucinados hasta llamar la atención extrañada de muchos parroquianos, entre ellos, la de Don Chito Henríquez, historiador, pariente cercano de Pedro Henríquez Ureña, luchador anti-trujillista y profesor universitario, que anidaba regular y democráticamente en la mesa de un rincón del establecimiento, para almorzar casi siempre puré de papas con pollo asado y luego tomar su cafecito, cuerdo y discreto, entre la fauna heterogénea de la cafetería alucinante. Recuerdo que Don Chito, a quien también profesé siempre un gran afecto, dirigiéndose con ironía a Fernández Spencer al escuchar nuestras desaforadas carcajadas, le dijo: -¡Spencer, ah ustedes los jóvenes, irreverentes!- El poeta Spencer batió palmas y respondió como el anciano Falstaff de Shakespeare: "¡Nos odian a nosotros los jóvenes!"
En verdad, formábamos una extraña y esperpéntica pareja: Yo, un joven y flaco Apolo mulato, de apariencia presumida, estirada y manierista, y el Maestro Spencer, un anciano jorobado, con blanca melena orlada de calvicie, gesticulante y paradójicamente vivaz como un Macho Cabrío, como un Toro Dionisíaco de la antigua Grecia o como el Gnomo Sabio salido del Pensamiento Cabalístico...
Pero, ¡basta ya de digresiones!
Aunque no estoy armando un cuento con todas las de la ley porque me da mucha risa, debo reconocer que esa es otra historia, la del real inventor del Palacio de la Esquizofrenia, original relato que luego, en su justo momento, tendré la oportunidad de narrar para esclarecer un poco, quizá, el enigma del verdadero autor de La Ilíada y La Odisea...
Como ya he dejado dicho al principio de mi escrito, -¡escúchame de nuevo lector, esto no es un cuento!- nos acompañaba en la aludida tertulia vespertina -la cual funcionaba casi siempre como encuentro de tanteo para saltos etílico/metafísicos de mayor envergadura-, la usual comparsa de sicofantes de las letras, cagatintas y "lambetragos" a tiempo completo, que habitualmente se encuentran destinados a ser ominoso telón de fondo en las más interesantes y prometedoras historias. Como es natural, ellos llevaban la voz cantante hablando tonterías y estimulando la secreta discordia, la mutua admiración inconfesable o "enamorodiamiento" que siempre existió entre nuestros dos grandes poetas.
Don Cunito, es decir, Don Manuel, cuando hablábamos en privado, lejos de los "hombres de tragos" sin real interés por la literatura y que muchas veces nos rodeaban y acosaban hasta la náusea, llamaba a Spencer "tu amigo el Profesor", y afirmaba que el autor de El retorno de Ulises no superaba la mera corrección poética, porque, según Don Manuel, no tenía verdadero duende: "se lo mató el logos griego", decía el autor de Compadre Mon entre carcajadas.
Spencer, por su parte, en muchas ocasiones en que conversábamos animadamente sobre temas de poética, arte y filosofía, se interrumpía de repente, suspendido el vaso de cerveza en su diestra, y me decía muy exaltado: "¡Poeta grande es Franklin Mieses Burgos, ¡coño!, que borda en su canto el sentir más íntimo, pero también lo que aprendió en los griegos, en Hölderlin, en Rilke y en Nietzsche!". Y acto seguido añadía: "¿Qué puede enseñarme a mí poéticamente Cunito Cabral, un simple versificador intuitivo, meritorio, sí, por su genio natural, espontáneo, pero que no sabe discurrir filosóficamente sin caer en puerilidades?". Yo me limitaba a guardar silencio. Nunca critiqué al ausente cuando me encontraba en compañía de su "amoroso" adversario.
En la ocasión a que me refería al principio de este breve relato anecdótico, estábamos reunidos, mansos y cimarrones.
Don Manuel, con la angélica arrogancia infantil que lo caracterizaba en ocasiones, decía que, después de Pedro Henríquez Ureña y de Juan Bosch, la figura literaria dominicana más conocida fuera del país era justamente él: Manuel del Cabral. Todos los presentes, menos yo, se rieron a mandíbula envidiosa, batiente y resentida.
Fernández Spencer escuchaba, agazapado peligrosamente, con su rostro más afilado, jovial y guerrero que nunca. Ardiendo por dentro en fría y lúdica furia abstracta.
Cuando todos los concurrentes pensaban que la envidiada y temible figura del poeta y filósofo Premio Adonáis, había sido vapuleada de modo irreversible por las gráciles y puras declaraciones de Don Manuel, Fernández Spencer desató de improviso un fuerte golpe sobre el tablón de madera, con los nudillos de su puño derecho, y dijo: ¡Yo me conformo con ser el mejor poeta de esta mesa
Al escuchar la rotunda declaración de Spencer, que fue seguida de estruendosas carcajadas, Don Manuel, como Alguien ausente que ha escuchado Nada, pidió apresurado su cuenta a nuestro querido y reservado Mayordomo Abréu, y se marchó con cautela sin despedirse de nadie, con sus pequeños y vivaces pasos de inquisitiva avecilla metafísica que explora, provisoriamente, antes de emprender su vuelo vertical hacia lo alto, los banales misterios de la tierra...
Mientras yo veía alejarse a Don Manuel del Cabral y sentía el pensamiento de Fernández Spencer bullente de espadas y de pájaros nerviosos a mi lado, pensé en un cuento del Malostranské povídky (Cuentos de Malá Strana) del gran escritor checo Jan Neruda.
(Curiosa, inquietante extrañeza kafkiana: Ana Ozema, mi abuela materna, me realfabetizó en las páginas del Malá Strana...)
El relato del checo cuyo apellido dio el seudónimo a nuestro Pablo de Chile y del mundo, se titula El señor Rysanek y el señor Schlegel. Narra, según recuerdo, la historia de dos hombres que en apariencia se odiaban minuciosa y profundamente. Estos personajes se reunían casi todos los días en una concurrida fonda de la Praga del siglo XIX, en el popular barrio conocido como Malá Strana, y ocupaban mesas próximas desde las cuales se dirigían, en voz alta y de modo reiterado, implícitos ataques personales. Sin embargo, al morir uno de ellos, poco tiempo después muere también el otro, derrotado evidentemente por la ausencia de su adversario favorito...
Jacques Lacan, el gran psicoanalista francés, persiguiendo las huellas laberínticas del amor transferencial, denomina hainamoration -enamorodiación, enamorodiamiento- a esa intrincación enigmática del amor y del odio.
¿Verdad última o agujero terrible de todo Gran Amor?...
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Vincent Van Gogh: el “suicidado” que retorna.
Reflexión psicoanalítica en torno a un video sobre Vincent Van Gogh
Ver video aqui: http://www.youtube.com/watch?v=qkjRIh8sZ8s
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El dormitorio de Van Gogh en Arles (1888).
Por Armando Almánzar BotelloJunio de 2010, Santo Domingo. Rep. Dominicana.
He podido apreciar la hermosura un poco triste que sin dudas se ofrece en la canción dedicada a Vincent Van Gogh en la "banda sonora" de este video.
Sin embargo, salvo en algunas zonas de cierta lograda "resonancia magnética" entre la imagen, la música y las aristas temáticas de la canción de fondo, me parece que estamos en presencia de un empalagoso, sensiblero y convencional trabajo sobre el grande y sigiloso Vincent Van Gogh.
(A)*morosa -¿(a)*moral?- delectación en la melancolía de una recepción estética del artista entendido como "víctima sacrificial" de una sociedad que, después de "suicidarlo" (como bien dijo Antonin Artaud), lo reivindica como figura mesiánica en un intento de recuperar el resto excesivo, la desmesura ígnea que deviene, al ser domesticada, dulce y nihilista chapoteo en aguas muertas.
A la medida de los que nunca comprendieron ni comprenderán la intensidad de los "vibrantes perceptos y afectos" de Van Gogh, de Edvard Munch, de Francis Bacon... A la medida de un mundo banalizado en el que la sensiblería y el sentimentalismo espectaculares y neuróticos, blandos, soft, light, han sustituido a la peligrosa travesía del Stimmung, a la síntesis arriscada del pensamiento más alto y de la percepción intensiva.
Aquí, en este logrado artefacto digital, bello (la belleza en su papel de simple y medroso velo del horror) y casi perfecto fetiche audio-visual, se mata, con el cantable casi siempre dulzón que las recubre, el fulgor terrible de las imágenes, el zumbido intenso de la "letra"-fragmentada y su luz enardecida; aquí se pretende, con la sentimental melodía de fondo, suturar el horror de la fisura irreparable, de la mancha y del trazo hirientes, del exutorio pictórico indecible; hacer olvidar, en fin, la radical y no reductible disonancia heterofónica que aflora en esa pintura intensiva de la furia vital y de la belleza rota.
Se pretende así conjurar, como diría Fredric Jameson, la intensidad intoxicante o alucinógena de la euforia dionisíaca, borrar con la evocación nostálgica de un legado pictórico que deberíamos experimentar como trauma, como sacudimiento que nos desborda, como trágico límite estético de un agujero inasimilable, la herida que Van Gogh escribió sobre lo Eterno.
Fuera de esto que me tomo la libertad de señalar, me gusta el video, es hermoso, está bien hecho, como un velo que cubre la briosa crepitación de un cadáver más vivo que los que lo lloran...
"Todo un mundo destruido nos separa" de este sentimentalismo....y nos reúne con los ojos terriblemente abiertos ante la belleza rota de lo inconmensurable... Y sin embargo, mal que bien me alegra que Van Gogh todavía nos convoque al pie de su abismo, de su enigma irreductible...
¡He meditado horas y días completos frente a los cuadros originales de Van Gogh! Otra cosa muy distinta es su visualización cibernética. Esto corresponde a un arte otro que semióticamente se rige por principios y reglas diferentes. Como obra digital, ésta que analizo tiene sus virtudes técnicas y estéticas, participa de una cierta coherencia interna, rítmica, entre sus diferentes registros y niveles expresivos. Aunque truca y sobresatura con frecuencia los colores reales de algunos cuadros que en ella aparecen, para tornarlos más "llamativos o vistosos" para el gran público. Este es un mal que procede del imaginario fotográfico de la publicidad...
* El psicoanalista francés Jacques Lacan distingue entre:
1) *A: Autre; Otro, cuyo discurso, el Inconsciente, constituye un simbólico insabido que sabe y no soporta que sepamos que sabe; sabe sin saberlo...
2) *a: objet petit a; objeto pequeño a (objeto real e inalcanzable, causa del deseo, y que se encuentra siempre más allá de lo que simula o pretende apaciguar al deseo degradando a dicho objeto fugado, metonímico, hasta el estatuto de imagen obturadora de la carencia, mero brillo de la mercancía o del gadget sin fisuras. El objeto a como real, es lo que falta al Gran Otro, lo que impide su completud).
Para Lacan la realidad no es lo real. La primera es una suerte de real domesticado por lo simbólico y lo imaginario. Estos tres últimos registros, juntos, constituyen el trípode denominado Nudo Borromeo: Real, Simbólico, Imaginario. Estos tres órdenes se mantienen unidos por la Metáfora Paterna o por Suplencias del Nombre-del-Padre, como lo puede ser, eventualmente, la creación artística como sinthome, o síntoma "sublimado". Lo "Simbólico" es el mundo de la palabra y del lazo social, de la distancia adecuada entre los sujetos que sólo ella posibilita. Lo "Imaginario" es el reino del espejo y de la fascinación no verbal que da pie a la identificación fusional. Lo "Real" es lo inasimilable, lo inasible, aquello que "no cesa de no escribirse", de no verse, que no se deja capturar por los otros dos registros. Lo real es lo traumático, concebido como tope, como real imposible. Ese real intratable, a través de la textura, del trazo fulgurante, de la pincelada rota, es (a)ludido, merodeado, bordeado constantemente por la pintura de Van Gogh.
Para Lacan, la mirada misma funciona como real, como objeto metonímico a, como carencia o mancha. Es la dimensión radical de la mirada lo que se pretende borrar o elidir en el acto de la representación pictórica figurativa convencional. Entonces, "miramos que miramos": vemos. El ver es una dimensión reflexiva del mirar en la que se pierde la mirada como carencia pre-reflexiva. No obstante, la insinuación del hueco, la carencia y la mancha, es decir, lo real inaudito, insoportable, reaparece en el gran arte pictórico como torsión o anamorfosis (recordar Los Embajadores de Holbein).
En el video que analizamos, el Otro no tiene ya falta de Ser: "and now I understand " (y ahora yo comprendo), dice en algún lugar la canción de fondo, y es como si la voz que canta dijera al Otro, en este caso a Van Gogh: "Al empatizar contigo, te completo, te recupero para el círculo del intercambio, de la "cla-usura" simbólica y/o mercantil". Se pone fin a la hemorragia del ser. Es decir, de modo paradójico se asesina dulcemente una vez más a Van Gogh, mediante el expediente apotropaico, apaciguador, que constituye la recepción "comprensiva" y tierna, humanística, de lo radicalmente extraño.
De hecho, la pintura del holandés vale porque rompe las costuras de la cansada comprensión lírica y/o del encorsetamiento emotivo-convencional, y nos obliga a desplazarnos hacia la "punta loca del cogito", donde la mirada, paradójicamente "ciega" para los prestigios de lo verosímil, patentiza en el lienzo el inaudito y terrible resplandor de lo real.
Van Gogh es un reto porque encarna en su obra y en su vida un encuentro fallido: Tyché o (des)encuentro con lo real inasimilable para la Razón prisionera del Logos metafísico. No es casual que Descartes sea el fundador, creador o descubridor de los principios de la óptica como disciplina científica. En ese campo de saber, la llamada "perspectiva geometral de la visión" elide a la mirada como "dar a ver" originario de un "Eso" o un "Ello" que "muestra".
En "contra" de Wilhelm Worringer (Ver su obra Abstracción y empatía) me atrevería a decir: La empatía, poderosa arma para incomprender lo "comprendido"; peligrosa arma para comprender lo "mismo".
En realidad a Van Gogh no hay que comprenderlo ni canonizarlo. Esto siempre se ha pretendido hacer con su obra y su persona, pero el cadáver sigue vivo: ¡nunca fue un cadáver! A "Van Gogh-la pintura" hay que gozarlo -en el sentido más allá del placer que tiene el Goce para los poetas trágicos griegos, para Freud y para Lacan- y, sobre todo, ¡experimentarlo!
Es preciso vivir el riesgoso juego de intensidades puras a que aludimos cuando decimos el nombre propio: ¡Vincent Van Gogh!...
Como diría un gran crítico contemporáneo: Debemos permitir que la obra y la vida del gran pintor holandés logren escribir fragmentos de nuestra cotidianidad..
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