miércoles, mayo 30, 2007

Noticias del Frente Onirico 006

El Paraíso Perdido y el Paraíso Recobrado del Padre Bass




Por: Elizardo Puello

Especial para epistheme

20 de abril 2007

Llegar a casa y descansar, luego de un día entre atascos en la vía pública, un teléfono móvil que se me ha perdido y no aparece, y menesteres cotidianos.

Es un día como otro, aunque con fechas prohibidas como son el Día Internacional de la Marihuana y del aniversario del nacimiento de Adolf Hitler.

Lejos de todo propósito literario o filosófico, el día es como otro cualquiera.

Simplemente, se trata de vivirlo como un día más.

Sin embargo, la sorpresa no fue pequeña, al oír la noticia de que el papado de Ratzinger había eliminado el Purgatorio!.

¡Tremenda noticia!

Todos los afanes triviales del día quedaron sacudidos interiormente por aquella noticia grave.

Vinieron a mi mente muchas cosas. Quedé estremecido. Pensé en ideas que me habían acompañado desde niño. Me sentí triste y preocupado. Me acababan de robar uno de mis sueños favoritos.

La idea de aquel “espacio” (ahora sé que era virtual), me había acompañado desde niño.

Desde aquella vez, que el Padre Bass, en mis años de primaria en el Instituto Politécnico Loyola, fue -aula por aula-, a decirnos con su voz quebrada, fuertemente castiza, y de labios con comisuras “lloviznantes”, que todos debíamos portarnos bien.

Porque en ausencia del cielo, y en premio a los que hiciéramos tal esfuerzo, dios había consagrado un lugar.

Ese lugar, era nada más y nada menos que ¡el Purgatorio!.

Recuerdo con profundidad aquel instante. Él lo decía en serio. Hablaba como una persona que anunciaba una especie de premio mayor de la Loto.

Comencé a imaginarme aquel lugar del que hablaba. Pensé que estaría lleno de piedras lisas, blancas, y brillantes por un sol que resplandecía pero que no quemaba; con un río de aguas limpias y corrientes, y rodeado de pinos verdes y refrescantes.

Ésa fue la imagen me hice. En mi ingenua imaginación, el purgatorio era verde; con un olor a tierra mojada y a hierba fresca.

¡Qué agradable fue oír al Padre Bass, darme aquella esperanza!

Siempre estuve convencido, de que como yo no tenía el rostro ni la mirada piadosa de los santos, entendía que jamás yo sería un candidato para ir al cielo.

¡Eso ni pensarlo! Pero, que tampoco, era tan malo que debía ir al infierno; a ese lugar oscuro y terrible del cual no me consideraba merecedor.

Para mí, el infierno era un castigo tan severo, que no lo veía asociado a mí, y sobre todo, cuando pensaba que aquello era para siempre!!!

Me convencí, de que a lo mejor, la puerta estaba abierta para mí, tal y como el Padre Bass me hizo creer.

Este Jesuita tenía un dejo más parecido a un padre jerónimo que a otro jesuita. Su conducta y su físico, coincidían con el del Padre Las Casas, en ser un hombre bajito y calvo.

Con túnica blanca y negra, como el que Vela Zanetti había dibujado en el hall del Politécnico Loyola, y al que todos veíamos cuatro veces al día al entrar y salir de la escuela, cuando teníamos dos tandas: por la mañana y por la tarde.

Sin embargo, el Padre Bass, tan sólo recibió de nosotros, demoníacas burlas cuando le voceábamos: ¡“Caquito”! ¡“Caquito”!, por su calvicie de Padre Las Casas.

No obstante, fue el Padre Bass quien nos enseñó el valor de los sellos de correos (era filatelista, el primero que conocí), y el de las estampitas del Niño que Jesús que él coleccionaba con esmero, y que decía que lo hacía a favor de los niños pobres (cosa que me quedé siempre sin entender).

Recuerdo, cómo otro día, como quien acababa de hacer el “descubrimiento del principio de la hidrostática”, fue -aula por aula-, a decirnos, que con la oración, podíamos estar en “estado de gracia”; que “el pecado que dios había lavado con el sacramento del bautismo, podíamos mantenerlo limpio” si nos dedicábamos a la oración diaria, y así redimirnos, y por tanto, “llenar una aplicación” para nuestra entrada al Purgatorio.

Ahora sé que él, tenía la fuerte convicción de que esa conducta “endiablada”, de burlarnos de él, no nos llevaba al cielo, pero por lo menos, su alma piadosa nos ofrecía un pase al Purgatorio. ¡Cuánta ingenuidad!

Por aquel entonces, corrían los días del año mariano de 1963, las arengas del llamado “Papa Bueno”, Juan XXIII, las actividades del Vaticano II, las corrientes carismáticas, y el lema sacrosanto de “Familia que reza unida, permanece unida”, que “ayudó” al Profesor Juan Bosch a “retirarse” vivo de la silla presidencial. No como le había pasado a Trujillo un par de años antes.

Fue al Padre Bass, a la primera persona a quien le oí hablar de “materia grave”, “de plena consciencia”, de “ejercicios espirituales” y del “estado de gracia”.

Qué ingenua figura la de aquel hombrecillo tan incomprendido por nosotros, pero que tampoco él entendía el enredo conceptual en el que estaba metido.

De un lado, era un creyente fiel de las ideas de una iglesia que había creado ese artificio que hoy elimina; y por el otro, tenía que sufrir la burla de aquella manada de imberbes, que nos mofábamos de él en su propia cara.

Con todo, el Purgatorio, fue una idea fabulosa para mí. No la pasé por alto.

Me producía fascinación que existiera un lugar así. Hasta que Gustavo, mi hermano mayor, y lector impenitente de la literatura clásica universal, me regaló -unos años después-, un ejemplar de un libro estremecedor y fundacional para mí, La Divina Comedia de Dante Alighieri.

Ahora sí que estaba en problemas serios, porque el lugar plácido, oloroso y rumoroso que había imaginado, inducido por la ingenuidad del Padre Bass, y que era un lugar adonde yo podía ir, no era más que un lugar lleno de brumas, una montaña patética, con personas que eran lo menos parecidas a mí, y adonde, Dante tenía que ayudarse de la mano del Poeta latino Virgilio, para poderla escalar.

Recuerdo, no sin cierto dejo de asombro, cuando ellos dos estaban a la entrada, que aparece un ángel en una barca para llevar a las almas al Purgatorio.

Algo parecido a lo que ya había visto en el lago de sangre de La Estigia, cuando la figura despreciable de Caronte, llevaba a los condenados al Infierno.

En el momento en el que Virgilio y Dante cruzan el Río que rodea la montaña adonde está en Purgatorio, encuentran a un amigo de éste, llamado Casella. Entonces, Dante le pide que le cante una canción, y Casella lo hace.

En la canción, éste dice algo que me impresionó fuertemente; es un verso en el Canto II, que me hizo reflexionar (el Verso número 112), cuando habla del “Amor que en la mente me razona".

Aquello, en esos años de mozalbete, me resultó impactante, debido a lo contrastante de mi experiencia interior, del canto que habla del “amor en la mente que hace razonar”, y luego, ver lo que vino a continuación: un Purgatorio que era todo lo contrario al mundo de amor y de posibilidades que me había mostrado el Padre Bass.

Este Purgatorio de Dante, estaba lleno de “envidiosos con los ojos cosidos”, de personas perezosas, soberbias, iracundas, de avaros, de pródigos, y de personas golosas. Me pregunté por aquel entonces, si era aquello lo que yo merecía. Pensé, o que Dante estaba equivocado con su visión, o la promesa del Padre Bass era un verdadero fiasco.

¡Qué gran problema era todo aquello para mí!.

Debo confesar, que a partir de entonces, comencé a sospechar del Purgatorio. Inicié una búsqueda en textos bíblicos; pero tuve mala suerte, porque en casa, la que había era la Biblia en la versión de Reina-Valera de 1960, la cual no contiene los Evangelios que la Santa Iglesia Católica llama deuterocanónicos, los cuales sí están en la Biblia Septuaginta (o de los Setentas).

La versión de Reina-Valera, sigue el Canon de Palestina, y por eso, no incluye a estos evangelios.

En la Biblia de los Setentas, que el que sigue es al Canon de Alejandría, fue donde luego, pude encontrar (Macabeos 12: 41-46), la única mención que se hace de este artificio frustrante que fue, el hoy liquidado Purgatorio.

Pero sí me acuerdo, que el Clan de los Borgia (con Julio II, con Pío III y con Alejandro VI), y el de los Médicis (con Leon X), sí lograron sacar grandes ganancias de las llamadas indulgencias que prometían un perdón en vida, y cuyo artificio fue, nada más y nada menos, que el inefable Purgatorio.

Hoy, lo que tengo es una gran pena.

Una pena histórica por Martín Lutero, quien en su Tesis No. 37, le dedicó un tiempo a luchar contra este artificio.

Me da mucha pena, el inocente de Dante, que por su “amada” escribió un extenso pasaje de 62 cantos, antes de que apareciera la Beatriz Portinari, su bienamada, que en la obra simboliza la fe humana.

¡Cuántas noches en vela!

Para escribirle una obra a la musa más hermosa que poeta alguno haya tenido jamás; un pasaje como aquél, del verso 73 del Canto XXX del Purgatorio, cuando ella aparece con su “gracia divina”.

Hoy, Dante no tiene espacio para encontrar la fe humana y la donosura de una musa como Beatriz.

Dondequiera que él esté hoy, debe estar profundamente frustrado.

Me da pena John Milton, el poeta inglés de mala leche por sus tratados sobre el divorcio, y por su poema escrito con visión de ciego, el inefable Paraíso Perdido, cuando dijo en la Décima Parte:
“Y porque el Señor sea infinito en todo, ¿ha de serlo también en sus rigores? Aun cuando así sea, el Hombre no lo es, y por tanto, ha de ser mortal, pues de otra suerte, ¿Cómo Dios ha de hacer objeto de su cólera infinita al Hombre, cuyo fin es la muerte? ¿Ha de ser ésta inmortal?”

Tengo pena por los niños sin bautizar que murieron en una muerte blanca e inmaculada, y por aquéllos, que antes de morir “no conocieron al Señor”: nuestros indios, los esclavos africanos, los habitantes de oriente con su shintoísmo, su taoísmo, su hinduismo, y todos los demás “ismos” religiosos que hemos visto en los libros y en las películas; todos los negritos que mató el muy civilizado de Leopoldo II y su régimen de orden en el Congo.

Esos, ahora no sé, adónde Ratzinger y su grupo vaticano los llevarán.

Tengo pena por mí, que soñé algún día, estar en el lugar prometido por el Padre Bass.

Ojalá, que cuando me encuentre de nuevo con él, en algún lugar adonde nos permita la muerte, viendo todas las mentiras que nos hicieron creer, -para beneficio de las indulgencias-, nos podamos reír, -como los dos ingenuos que fuimos- cuando nos conocimos en este infierno.

No hay comentarios: