miércoles, mayo 23, 2007

Noticias del Frente Ancestral 021

EL ASESINATO DE ANACAONA




Por: Ricardo Herren
La conquista erótica de las Indias. 4ta edición, 1992. Barcelona: Editorial Planeta.


Un español afincado en el reino de Xaraguá tras la rebelión de Roldán, Sebastián de Viloria, escribe a mediados de 1503 una carta al gobernador fray Nicolás de Ovando.

En ella le da cuenta de una conspiración en curso entre los indígenas liderados por Anacaona, heredera del reino tras la muerte de su hermano Bohechío, con el fin de alzarse contra sus dominadores blancos.

La situación es verdaderamente explosiva entre los indígenas de La Española, abrumados por los atropellos de los extranjeros.

Los preparativos que denuncia Viloria parecen ser unos más entre las voces de insubordinación que corren entre los ya diezmados indígenas.

Ovando decide aplastar la revuelta en ciernes de un modo ejemplarizador antes de que se produzca y anuncia a Anacaona que va a realizarle una visita, la primera de su gestión.

Es la vieja técnica de aterrorizar que los españoles emplearán con mucha frecuencia en América.
El comendador de Lares tiene un motivo de más para actuar con toda severidad; Anacaona está reputada como un monstruo de lubricidad entre estos españoles, tan hipócritamente moralistas como lascivos, y al gobernador se le presenta una magnífica oportunidad de cultivar esa vieja afición de mezclar el sexo con la muerte.

El cronista oficial de las Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, la describe como "una mujer que tuvo algunos actos semejantes a los de aquella Semíramis, reina de los asirios, no en los grandes hechos que de ella cuenta Justino, ni tampoco en hacer matar muchos con quien se ayuntaba, ni en hacer traer a sus doncellas paños menores en sus vergonzosas partes. Porque Anacaona ni quería sus criadas tan honestas, ni deseaba la muerte de sus adúlteros; pero quería la multitud de ellos y en muchas otras suciedades libidinosas le fue semejante." [1]

La cacica de Xaraguá sentía debilidad por los españoles y sólo con ellos practicaba ciertas artimañas sexuales especiales que Oviedo no especifica, lamentablemente.

"Era muy deshonesta en el acto venéreo con los cristianos y por esto y otras cosas semejantes quedó reputada como la más disoluta mujer que de su manera ni otra hubo en esta isla. Con todo - reconoce - era de grande ingenio y sabía ser servida y acatada y temida de sus gentes y vasallos y aun de los vecinos."

No caben dudas de que Oviedo utiliza esta descripción para exculpar a los españoles.

“... Toda la suciedad de fuego de lujuria no estuvo en los hombres de esta tierra...”, escribe, dando a entender que los varones ibéricos no eran más que víctimas inocentes de las provocaciones de las indias.

Pedro Mártir de Anghiera la describe como una “mujer educada, graciosa y discretísima” de actitudes conciliadoras y pacifistas.

De señora “de gran prudencia y autoridad, muy palanciana y graciosa en el hablar y en sus meneos, y que fue muy devota y amiga de los cristianos desde que comenzó a ver y a comunicar con ellos”, la califica Bartolomé de Las Casas.

Para él su reino era un paraíso terrenal: la provincia de Xaraguá constituía "cuasi la corte real de toda esta isla, donde en la policía y en la lengua y en la conversación y en la hermosura de las gentes, hombres y mujeres, en los aires y amenidad y templanza de la tierra, a todas las provincias de esta isla excedía, y así, en aquella más que en las otras (puesto que también en todas), había grande aparejo para vivir desenfrenadamente los pecadores hombres,
zambullidos en vicios."

Ovando se proponía poner orden en la repartición de indios y tierras que por su cuenta había hecho Roldán entre sus cómplices.

Por el acuerdo del cabecilla con Cristóbal Colón, el repartimiento había adquirido características feudales con derechos hereditarios a la propiedad de las tierras y poder absoluto sobre los indios.

Los encomenderos eran responsables ante el alcalde mayor y no ante la Corona o su representante.

El gobernador comienza por encarcelar a Roldán. [2]

Luego se dirige a Xaraguá, distante 300 kilómetros de Santo Domingo, acompañado por trescientos infantes y setenta soldados de caballería.

Pese a que Anacaona y los suyos hacía años que eran víctimas de los atropellos de los españoles, la reina de Xaraguá organiza grandes fiestas para recibir al gobernador.

Para ello manda llamar a sus caciques y a centenares de sus súbditos a Yaguana, la población central de la provincia que gobernaba.

Un día de fines de mayo de 1503 Anacaona y su corte salen a recibir a Ovando y su ejército con bailes de jóvenes provistas de hojas de palma, canciones -los areitos- y otros festejos.

Anacaona trató al gobernador con la gracia y dignidad natural por la que era celebrada. Le dio para su residencia la mejor casa de la población. Por muchos días fueron regalados los españoles con las riquezas naturales que daba la provincia y los divirtieron con numerosos juegos y exhibiciones. [3]

La reina había aprendido a hablar español. Peguero [4] cita un diálogo, real o imaginario, entre Anacaona y Ovando, poco antes de que se precipitaran los acontecimientos, mientras ambos se encontraban gozando de los banquetes de los xaraguanos.

“- Comendador, ¿cuándo me cristianas?, porque sólo falta esta grandeza a mi corona. Yo sé ya los rezos de Castilla que me ha enseñado Céspedes [uno de los reconciliados hombres de Roldán], pero quería saber cómo me llamaré cuando sea cristiana.”

“- Ana, quitando el caona.”

“Tras lo cual [la reina] ordenó a sus súbditos que la llamaran Ana de Castilla y de Xaraguá.”

Cuando llega el momento en que Ovando y los suyos tienen que retribuir los homenajes, el comendador de Lares traza un frío y cruel plan.

Con la excusa de que sus caballeros iban a hacer exhibición del juego de cañas, el gobernador ordena que en lugar de cañas se armaran de lanzas de combate para hacer el simulacro.

Los peones también reciben instrucciones de ir armados.

Anacaona y su hija Higueymota piden permiso a Ovando para que ellas, sus caciques y su gente puedan asistir a los juegos de los españoles en la plaza principal de Yaguana.

Una multitud de indios desarmados se reúne en torno a su reina.

El gobernador, que estaba tranquilamente jugando al herrón para disipar toda sospecha, dice a Anacaona les transmita a los caciques que se reúnan en la casa grande, el caney, porque antes tiene que ir a darles sus instrucciones.

Ovando abandona su juego y se coloca en un lugar bien visible. De acuerdo con lo convenido, pone la mano en su pecho tocándose la cruz de oro que llevaba colgada.

Es la señal para iniciar la carnicería.

Los soldados se abalanzan sobre los indígenas y los pasan a cuchillo o los matan con sus armas de fuego.

Hombres, mujeres, niños, caen en medio de la gritería y el espanto. No hay piedad para nadie.

Algunos soldados que intentan salvar a algunos por compasión o para apoderarse de ellos como esclavos, ven fracasados sus intentos por sus compañeros, que, en medio de la fiebre de sangre desatada, no perdonan a nadie.

Mientras tanto los dos oficiales del gobernador, Diego Velásquez y Rodriga Mejía Trillo, ya habían encerrado a los ochenta caciques en la casa donde les habían mandado quedarse.

Atados a los palos que sostenían la construcción son sometidos a torturas para que confesasen su supuesta conspiración contra los españoles.

Bajo el tormento, Ovando oye de los indios, “entre los que había alguno que no llegaba a los diez años”, lo que quería oír.

Anacaona comienza a dar gritos "y todos a llorar diciendo que por qué causa tanto mal; los españoles danse prisa a maniatarlos; sacan sola a Anacaona maniatada; pónense a la puerta
del caney... gentes armadas, que no salga nadie; pegan fuego, arde la casa, quémanse vivos los seres y reyes en sus tierras desdichados, hasta quedar todo, con la paja y la madera, hechos brasas." [5]

En medio de la confusión la hija de la reina de Xaraguá, Higueymota o Ana de Guevara, consigue escapar de la soldadesca, escondiéndose en un retrete. [6]

Los pocos indios que logran sobrevivir son reducidos a la esclavitud y repartidos, en parte, entre los ochenta españoles de Xaraguá que durante años habían esquilmado y maltratado a los xaraguanos.

Los peninsulares, además, reciben de manos de Ovando tierras, según la nueva legislación que primaba los intereses de la Corona y acababa con anteriores privilegios feudales de los pobladores.

La reina sufrió resignadamente numerosas vejaciones y, tres meses más tarde, “por hacerle honra”, como dice Oviedo, fue ahorcada “por conspiración”, probablemente en Yaguana, aunque hay cronistas que sitúan su ejecución en Santo Domingo.

Anacaona, cuyo nombre quiere decir “flor de oro”, tendría entonces unos treinta años de edad.

Peguero explica esta atroz matanza por las insidias de Viloria.

El español, dice, había querido casarse con Anacaona para convertirse en rey de los xaraguanos y hacer caciques a sus amigos peninsulares, como base para apoderarse del conjunto de la isla.

Ante la negativa y el rechazo de la gentil reina, urdió la trama que contó a Ovando para vengarse de ella.

Semejante vileza no era infrecuente entre aquellos hombres, pero, lamentablemente, Peguero -que escribe en Santo Domingo en el siglo XVIll - no dice de dónde sacó esos datos.

Según él, tras la carnicería, Céspedes, el que había catequizado a la reina, confiesa al gobernador que todo había sido un complot de Viloria.

Ovando, arrepentido, manda prenderlo, pero éste ya ha desaparecido.

El remordimiento carcome al comendador por ordenar la muerte de una mujer que quería ser cristiana, antes de su bautismo.

Es una buena historia, pero no se explica por qué tres meses más tarde Ovando mandó colgar, de todos modos, a Anacaona.

El resto de los cronistas no consiguen aclarar las causas de la terrible matanza de Xaraguá, que tendría consecuencias insospechadas.

Aunque hubiese habido una conspiración en marcha, Ovando y sus oficiales sabían que podía ser abortada con métodos muchísimo menos sangrientos, como la simple detención de los principales caciques.

En lo acaecido hay una dosis demasiado evidente de sadismo gratuito, cuya única función pudo haber sido la de aterrorizar aún más a los nativos de la isla.

“El castigo... de Anacaona y sus secuaces - dice el cronista Oviedo, que representa el punto de vista oficial - fue tan espantable cosa para los indios que, de ahí en adelante, asentaron el pie llano y no se rebelaron más.”

En otras palabras, fue una medida eficaz, y punto.

La noticia se difundió por Europa, dando origen a la leyenda negra sobre la conquista española de América.

Isabel la Católica, enterada del espantoso suceso, juró delante del duque de Alba que Ovando pagaría por el genocidio.

Pero la reina castellana estaba ya muy enferma y su muerte, acaecida en 1504, no le permitiría cumplir su promesa.

Ovando, un eficaz funcionario de Estado defensor de los intereses de la Corona, seguiría gobernando La Española hasta 1509, año en que volvió a España con todos los honores.

Y, lamentablemente, no es ésta la única biografía de gobernadores de Indias que recibió la bendición y los plácemes de la Corona pese a sus horrorosas crueldades.

Pedrarias Dávila, años más tarde en Panamá, repetirá la historia de atrocidades sin número que no sólo jamás fueron punidas por los monarcas, sino que le sirvieron de eficaz trampolín en su exitosa carrera administrativa.

Frente a estas prácticas, la cristiana compasión de las incumplidas Leyes de Indias parece una broma de mal gusto.

Tal es la historia trágica de la deliciosa región de Xaraguá y de sus amables y hospitalarios habitantes; lugar donde los europeos, según sus propias pinturas, hallaron un perfecto paraíso; pero que por sus viles pasiones llenaron de horror y desolación. [7]


Notas

1. "... fácilmente a los cristianos se concedían o no les negaban sus personas. Mas en este caso esta cacica usaba otra manera de libídine..."

2. Ursula Lamb, op. cit. Como se recordará, la biógrafa norteamericana del comendador de Lares niega que Roldán hubiera muerto en el naufragio junto con Bobadilla, como afirman muchos cronistas.

3. Washington Irving, op. cit.

4. Luis Joseph Peguero, op. cit.

5. Bartolomé de Las Casas, op. cit.

6. Hernando de Guevara, su esposo, debe de haberse encontrado en la isla cuando estos hechos ocurrieron. Como capitán de una de las naves de la expedición de Alonso de Ojeda, la Santa Ana, regresó desde Tierra Firme en septiembre u octubre de 1502. El pleito entre Ojeda y sus socios acabó en sentencia dictada el 4 de mayo del mismo año. Ojeda apeló al día siguiente y la absolución final, dictada en Segovia, es de noviembre de 1503 y la ejecutoria de febrero de 1504. Se supone que éste partió a España poco después, pero de Hernando de Guevara se pierden los rastros. “Ignoramos cuándo volvieron a España Hojeda y su gente y aun si regresó también alguno de los buques de su expedición” dice Martín Fernández de Navarrete, Colección de los viajes y descubrimientos.... Madrid, 1829. No hay noticias de que Guevara hubiera estado durante la matanza de Xaraguá.

7. Washington Irving, op. cit.



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