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Graffiti urbano: Los menores no mueren sólo duermen
Por: Tahira Vargas
Antropóloga social
La muerte es parte de nuestra vida y de nuestra cotidianidad. Su sentido y abordaje varía según el estrato social, las prácticas culturales y religiosas asociadas al fenómeno.
Hace dos años aprendí a vivir la muerte en una forma distinta con la muerte de mi padre y a releer sus significados y sentidos. En su proceso de muerte-vida comprendí que cada vez que muere alguien cercano vivimos la muerte y re-aprendemos sobre el sentido de la vida.
La muerte de una persona tiene trascendencia social según el origen de quien muere. La ausencia de equidad en la vida social se manifiesta en el derecho a la vida de cada persona que se aleja en la medida en que esta tenga menos ingresos y menor acceso a bienes y calidad de vida. La frecuencia de muertes violentas en reportajes y noticias puede volvernos insensibles ante la muerte de personas que no son cercanas a nosotros.
Entender cómo muere nuestra gente en los barrios y en los campos, cómo vive la muerte y cómo la celebra nos ayuda a tener parámetros distintos de este fenómeno e integrar en nuestra mirada social la diversidad que se expresa en él. Así como algunos de los arreglos sociales que permean su cohesión social.
La muerte en la cultura popular se mezcla con la vida y con lo corpóreo. La muerte es parte de la vida, las fronteras entre la vida y la muerte aparecen difusas con débiles trazos.
Para los(as) jóvenes de los barrios cada día muere un amigo, un vecino, un “pana” a manos de la policía, de otro joven, de una bala perdida o en medio de un pleito. Igual ocurre con aquellas mujeres que mueren a manos de su marido, de un novio o de un ex novio. Este permanente contacto con la muerte la convierte en un tema presente en la vida de los y las jóvenes de los barrios e incorpora a su imaginario una visión distinta de la vida.
Muchos jóvenes de los barrios no piensan en su futuro, sólo en su presente, porque ven este futuro incierto o porque simplemente tienen la certeza de que en cualquier momento pueden morir, como lo cuentan en muchas entrevistas.
De ahí que decidan vivir más intensamente el hoy, el presente, y de este presente “sacar lo máximo”. Esta noción del presente como la noción de vida encierra una filosofía que marca su relación con la cotidianidad y que lamentablemente implica una aceptación de la muerte asociada a la violencia cotidiana como un hecho inmutable. Otra dimensión que convive con esta es la aceptación de la realidad muerte-vida como parte del ciclo vital.
La muerte en la cultura popular en barrios y campos se celebra. Su celebración encierra mucha vida y una gran mezcla entre lo sagrado y lo profano, el dolor-la tristeza y la alegría, la fiesta y el luto. Estas dimensiones aparentemente opuestas, se entremezclan en cada celebración de muerte que dura 9 días, al cumplirse el mes o en el cabo de año.
En una celebración de muerte encontramos los rezos, los cantos, el baile de palos, el trance, el juego de domino, el brindis de comida y bebida y los gritos de dolor y de angustia que se comparten entre familiares y vecinos(as).
El dolor no es una expresión individual-intima reprimida como ocurre en otros estratos sociales, sino que se muestra y se comparte con las personas que asisten al velorio. De ahí que se contagie el dolor entre gritos, llantos e incluso convulsiones.
Las personas esperan que sus amigos y familiares le acompañen en el dolor y en la fiesta de la muerte y estén imbuidos de los sentimientos que se plasman allí.
Este dolor es corpóreo y es colectivo como muchos otros ámbitos de la vida cotidiana. Así como se comparten las esperanzas, las precariedades, la escasez, la angustia de no saber que se va a comer mañana, los remedios caseros, la crianza de hijos e hijas, las opciones de sobrevivencia, también se comparte la presencia de la muerte y la vida.
El dolor tiene un sentido de duelo compartido. Cuando se muere un ser lo primero que hacen las personas en los barrios y campos es llamar a la vecina, a la amiga y familiares para que compartan con ellas el dolor y para que la “ayuden” a vivir la muerte y a expresarlo abiertamente.
Las posibles lecturas de las prácticas asociadas a la muerte muestran los distintos contenidos culturales que puede tener este fenómeno cotidiano y natural que forma parte de nuestra vida y de nuestras relaciones sociales. En la antropología cultural los estudios de los rituales de la muerte ofrecen información significativa de la cultura y de las pautas y prácticas de interacción social de cada grupo, cada sociedad.
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¿El destino más preciado de la vida?
Los Jóvenes y la Muerte
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Por Cristina Falcón, Revista Adiós, Buenos Aires, Invierno 2007
Cuando se plantea el escabroso tema de la muerte, relacionado con la juventud, surgen en el imaginario popular una serie de interrogantes. Es nuestro intento, a través de esta nota, abrir un espacio de discusión con nuestros lectores. Esperamos sus opiniones.
¿A los jóvenes les interesa hablar sobre la muerte?
No se puede considerar a los jóvenes como un grupo generalizado, lo que sí podemos decir es que la muerte como destino ineludible es un tema de todos los seres humanos, sin distingo de edad, y está presente en la mirada y el sentir de los jóvenes. La muerte no sólo golpea a los adultos; también sacude a los chicos, ya sea en forma de enfermedad como sucede en el caso del Sida que se ha expandido con suma rapidez entre la población adolescente, como también en otras formas de mortalidad social como la que sufrimos con las muertes de nuestros jóvenes soldados en la Guerra de Malvinas, con la aniquilación de jóvenes en el período de la Dictadura militar y con las que diariamente aparecen en los noticieros anunciando muertes de chicos por accidente. El tema está expuesto en forma permanente; acercarnos a develar cómo cada grupo de jóvenes procesa estas muertes es otra historia.
¿Cómo surgió la idea de incorporar la página Tierra Joven en la Revista?
Sentíamos que no había un espacio de diálogo para que todas estas circunstancias vividas y sufridas por los chicos pudieran empezar a expresarse. Realmente fue una sorpresa encontrarnos frente a situaciones totalmente inesperadas. Nos escribió un muchacho de 22 años para decirnos que no sabía qué ponerle en la carta a un amigo que estaba lejos y se le había muerto el hermano; no encontraba las palabras para acercarse a él. Esto nos dio la pauta de que nuestra sección iba en el sentido correcto. Las fórmulas que en el siglo pasado se utilizaban para salir del paso en esas circunstancias, como esas notas que decían, por ejemplo, mi sentido pésame y otras frases hechas, hoy ya no tienen vigencia, pertenecen al terreno de lo formal y no expresan el verdadero sentir. Si no dejamos surgir los diálogos sobre el tema, encontrar las propias palabras no es nada fácil. Y eso fue lo que nos propusimos, empezar a hablar del tema.
¿Cuál fue la repercusión que tuvo en el público joven?
Es la sección más visitada de nuestra Página Web. La publicación nos fue abriendo muchos caminos relacionados con las artes, con el humor (que es un género muy difundido entre los jóvenes) y también con las distintas perspectivas de las tribus urbanas para quienes hablar de la muerte es lo habitual.
Las tribus urbanas y su relación con la muerte
Hay muchos grupos que se identifican con diferentes bandas musicales para quienes la muerte ocupa un lugar central, los góticos, los punks, los darks. Tuvimos charlas con algunos integrantes del movimiento dark. Ellos y ellas denuncian, con su postura vital, la hipocresía social. Mostrar a la muerte como el destino más preciado de la vida deja al descubierto el sin sentido de los proyectos sociales que llevan a los seres humanos a transformarse en objetos del mercado de consumo. La vestimenta, el lenguaje, los gustos literarios y musicales son los que sostienen este alegato que llega a nuestros oídos como un lamento.
Sin embargo, no todo es dolor alrededor de ellos, tienen un humor muy singular. El otro día una chica nos mandó una serie de frases que muestran cómo se ríen de ellos mismos. Una decía: ya no me pinto las uñas de negro, me las golpeo con un martillo. Otra frase era: vaya donde vaya, una nube gris me persigue para lloverme encima. Y una que nos causó mucha gracia fue ésta: ¿sabés lo qué descubrí? que la gente viene a revisarme el pulso mientras duermo. Cómo se ve, no todo está pintado de negro en sus vidas, también pueden reírse de su constante pesimismo.
¿Los jóvenes van al cementerio?
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La primera vez que visité el Cementerio de Avellaneda me llamó muchísimo la atención encontrar grupos de chicos visitando tumbas de amigos que habían muerto. Las sepulturas tenían insignias que los identificaban como pertenecientes a las hinchadas de Independiente y Racing, los dos equipos más sobresalientes de la zona. Allí me enteré de que en ese cementerio estaban enterrados chicos que habían encontrado la muerte al ser sorprendidos cometiendo hechos delictivos y pude dialogar con la mamá de uno de ellos que estaba visitando y adornando su tumba. También vi que muchos jóvenes visitan la tumba de Luca Prodan y le llevan botellas de ginebra que entierran con la boca hacia la tierra, para que no le falte a este querido rockero su bebida preferida.
¿Tiene contacto con chicos que concurran habitualmente a los cementerios?
Durante estos últimos años ha crecido la participación de los jóvenes. Conocí excelentes fotógrafos, estudiantes de carreras secundarias, jóvenes profesionales y trabajadores de cementerios del interior de nuestro país que manifiestan su interés por conocer y ofrecer los resultados de trabajos que hicieron sobre los cementerios.
Un ejemplo de esto es el de una joven antropóloga forense que presentó, en las Jornadas Nacionales de Cementerios que organizamos en Rosario en 2005, una investigación que había realizado en un pueblito de la Provincia de La Pampa. La plaza del pueblo se estaba hundiendo y debían encontrar las causas. Se sabía, por transmisión oral, que muchos años antes, en ese lugar, estaba el cementerio. La excavación se iba haciendo a la vista de la gente del pueblo y todos los días se acercaban grandes y chicos para anoticiarse de los progresos de la investigación. Lo que causó mayor estupor fue descubrir que, bajo el área de juegos infantiles de la plaza, estaba enterrados los niños.
La inquietud que se percibió en este pequeño poblado por conocer el destino de sus antecesores, es la misma semilla que nutre la construcción de este espacio virtual. Buscamos respuestas para mitigar la curiosidad y la pasión que nos despierta el llegar a desentrañar estos interrogantes que nos ponen en contacto con la muerte, el momento más misterioso de la existencia humana.
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FRANCISCA Y LA MUERTE
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Cuento popular cubano publicado por la Dirección General de Culturas Populares de México
- Santos y buenos días- dijo la Muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer. ¡Claro!, Venía la Parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo.
- Si no molesto -dijo-, quisiera saber dónde vive la señora Francisca.
- Pues mire- le respondieron, y asomándose a la puerta, un hombre señaló con su dedo rudo de labrador: Allá por los matorrales que bate el viento ¿ve? Hay un camino que sube la colina. Arriba hallará la casa.
- "Cumplida está", pensó la Muerte, y dando las gracias echó a andar por el camino aquella mañana que, precisamente, había pocas nubes en el cielo y todo el azul resplandecía de luz.
Andando pues, miró la Muerte la hora y vio que eran las siete de la mañana. Para la una y cuarto, pasado el meridiano, estaba en su lista cumplida ya la señora Francisca.
"Menos mal, poco trabajo; un solo caso", se dijo satisfecha de no fatigarse la Muerte y siguió su paso, metiéndose ahora por el camino apretado de romerillo y rocío.
Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos no hubo semilla silvestre ni brote que se quedara bajo tierra sin salir al sol. Los retoños de las ceibas eran pura caoba transparente. El tronco del guayabo soltaba, a espacios, la corteza, dejando ver la carne limpia de la madera. Los cañaverales no tenían una sola hoja amarilla. Verde era todo, desde el suelo al aire y un olor a vida subiendo de las flores.
Natural que la Muerte se tapara la nariz. Lógico también que ni siquiera mirara tanta rama llena de nidos, ni tanta abeja con su flor. Pero, ¿qué hacerse?, estaba la Muerte de paso por aquí, sin ser su reino.
Así pues echó y echó a andar por los caminos hasta llegar a casa de Francisca.
- Por favor, con Panchita -dijo adulona la Muerte.
- Abuela salió temprano -contestó una nieta de oro, un poco temerosa aunque la Parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.
- ¿Y a qué hora regresa? -preguntó.
- ¡Quién lo sabe! -dijo la madre de la niña-. Depende de los quehaceres por el campo, anda trabajando.
Y la Muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda, por tanto mundo bonito y ajeno.
- Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
- Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta el anochecer.
"¡Chin!", Pensó la Muerte, "se me irá el tren de las cinco. No, mejor voy a buscarla". Y levantando su voz, dijo:
- ¿Dónde pudiera encontrarla ahora?
- De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.
-¿Y dónde está el maizal? –preguntó la Muerte.
- Siga la cerca y luego verá el campo arado detrás.
- Gracias- dijo secamente la Muerte y echó a andar de nuevo.
Pero miró todo el extenso campo arado y no había un alma en él. Se soltó la trenza y rabió:
- "¡Vieja andariega, dónde te habrás metido!" Escupió y continuó su sendero sin tino. Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la Muerte se topó con un caminante:
-Señor, ¿Pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos caminos?
- Tiene suerte -dijo el caminante-, media hora lleva en casa de los Noriega. Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.
- Gracias - dijo la Muerte como un disparo, y apretó el paso.
Duro y fatigoso era el camino. Además, ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así, por tanto, llegó la Muerte hecha una lástima a casa de los Noriega.
- Con Francisca, a ver si me hace el favor.
- Ya se marchó.
- ¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto?
-¿Por qué tan de pronto? -le respondieron-. Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿De qué extrañarse?
-Bueno... verá -dijo la Muerte turbada-, es que siempre una hace la sobremesa en todo, digo yo.
- Entonces usted no conoce a Francisca.
- Tengo sus señas -dijo burocrática la impía.
- A ver, dígalas -esperó la madre y la Muerte dijo:
- Pues... con arrugas; desde luego ya son sesenta años.
- ¿Y qué más?
- Verá... el pelo blanco... casi ningún diente propio... la nariz, digamos...
- ¿Digamos qué?
- Filosa.
- ¿Eso es todo?
- Bueno... además de nombre y dos apellidos.
- Pero usted no ha hablado de sus ojos.
- Bien; nublados... sí, nublados han de ser... ahumados por los años.
- No, no la conoce -dijo la mujer-. Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Esa, a quien usted busca, no es Francisca.
Y salió la Muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada, sin preocuparse mucho por la mano y la trenza que medio se le asomaba bajo el ala del sombrero.
Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que Francisca estaba a un tiro de ojo de allí, cortando pastura para la vaca de los nietos. Mas sólo vio la Muerte la pastura recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso.
Entonces, la Muerte, que ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora:
- "¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!" Y echó la Muerte de
regreso, maldiciendo.
Mientras a dos kilómetros de allí, Francisca escardaba de malas hierbas el jardincito de la escuela. Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso:
- Francisca, ¿cuándo te vas a morir?
Ella se incorporó, asomó medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:
- Nunca -dijo-, siempre hay algo que hacer.
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