lunes, julio 04, 2011

Noticias del Frente Multicolor 101




Las palabras robadas. Un pronóstico en la metáfora ambiental







Portada del libro La carta robada, de E. A. Poe


Por: Fátima Portorreal, lunes 4 de julio, 2011 – también publicado hoy por acento.com


Hace unos días comencé a escuchar y por supuesto a leer en los discursos de técnicos/as y empleados/as del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, la expresión “Ministerio Ambiente” para referirse a su institución. Ignoro el origen de tal imposición y las razones por las cuales se suprimen varias palabras de la designación institucional establecida por la ley 64-00 del 2000 y que a partir de enero del 2010, con la puesta en vigencia de la nueva Constitución, se cambia por el de ministerio.

Sé muy bien que un ministerio se nombra bajo ley, y por supuesto se da un acuerdo entre oralidad y escritura, fundamentando el discurso de la autoridad. El texto de la ley 64-00, fue objeto de revisión y discusión, incluyendo el nombre de la institución por aquello de la redundancia discutida entre “medio” y “ambiente”, pero sobre todo para no permitir la omisión de los aspectos sociales incluidos en el concepto de “recurso”.


Sin ser lingüista, ni mucho menos especialista en análisis del discurso, me llama la atención la expresión que escamotea varias palabras del nombre de la institución y produce incómodos tropezones de lengua a los locutores en los actos públicos. (Ministerio Ambiente). Por lo tanto, no es un simple apodo o una comodidad para ahorrarse palabras en medio de esta crisis de los discursos en el ámbito de los debates políticos de lo hoy llamado ambiental.


Tampoco pienso que pueda ser un lapsus lingüe que me asegura un camino difuso hacia la inconsistencia de lenguaje en el que se fugan los sentidos del rastreador o arqueólogo de las instancias profundas de la psiquis, que en buen camino denotaría la presencia del faltante o lo que en nombre del psicoanálisis se ha llamado el Lenguaje del ausente, aquel que muestra las grandes razones de un fracaso.


La especulación es madre de los disgustos, pero si me permiten la palabra, reunamos los trozos cortados en los textos del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, y hagamos inferencias que delaten “algo”. Quizás podría apresurar sin enredar la integridad del psicoanálisis, la lingüística o la hermenéutica, el argumento que nos dice que suprimir la letra, es un acto en el que se fugan otros sentidos. O con más claridad, expresan las singularidades de los sujetos, aquellos significantes que no están a la vista, pero que se escapan, “sin quererlo” para darte la oportunidad de conocer lo que se oculta, la trama del otro.


La supresión de la letra y la oralidad, te lleva de inmediato a preguntarte qué querrá decir la institución expresando “Ministerio Ambiente”.


Hay un mensaje que viene de la profundidad de la psique, un mensaje de un sujeto que habla y define unos efectos, por medio del mensaje cuyo destinatario es el Otro, aquel Otro del significante. No es una simple borradura; pronostica la prevalencia de sus síntomas, que se envuelven en un ritual de obediencia a la falta, a la nada, al dolor de saber que lo que está pasando revela algo, aquello que han llamado, la voz del otro, el que dice y censura, el que te muestra la relación con lo que ata, determina y predetermina a los sujetos y la inmanente afirmación de que hay Ley y un orden que no es mío.

Todo robo circunscribe a un acto policial, un relato, un enigma, como lo hace el escritor Edgar Allan Poe en su Carta robada, o como dice el psicoanalista Jacques Lacan, si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, ¿qué acto, pasión o dolor se refugia en el agujero de esta trama? Con simple intelección puedo sobornar los sucesos e intentar desvelar el enigma que se resuelve conociendo lo que está debajo de la alfombra. Reconociendo la huella se puede ver, conocer y comprender que suprimiendo, olvidando y queriendo poseer la letra, el acto te arroja a la situación simbólica del despojo.


Quién suprime se mete en la alegoría del narrador que “despojado de poder” tanto en sus actos como en su psique, no encuentra otra cosa que tachar para disipar lo que no posee.


Por igual, ocultar la letra (recursos naturales, medio, etc.) te plantea de inmediato, lo que no se soporta, aquello que te causa roncha, escozor y dolor, el saber que “la naturaleza” es un significante social, que denota los contratos con el otro, el que usa, maneja, destruye o conserva. Ese otro, te anula y te confronta con la imposición de un modelo autoritario, te impone la presencia y el fracaso de los atropellos, la ruina del modelo proteccionista, te arroja al síntoma, ya que está dirigido al orden de lo simbólico.


La colocación de hitos para delimitar territorio, la supresión de la letra, la nueva arquitectura ambiental-militar, sitúa muy bien lo dicho, que no hay posibilidad de elección, no se puede poseer la letra, ni la carta, porque está dentro del orden simbólico y muestra al faltante o lo que es igual a la máscara del goce que llevó al fracaso de la gestión, al falso goce del poder. Lamentablemente, ni la palabra, ni su tachadura nos alivian cuando se anida en el síntoma y la repetición o como dice el filósofo esloveno Slavoj Zizeck “mancha a su poseedor momentáneo” cuando el pronóstico se cumple en la medida que ya no puedo verla más. La tachadura de la letra revela lo que no tengo, ni puedo poseer: el poder.


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Un imperio de bases militares




Estados Unidos posee cerca de mil bases militares en el extranjero


Un informe crítico sobre las bases militares de Estados Unidos en el mundo como método colonizador


Por davidnesher.blogspot.com/2011/06/bases-para-expandir-

De acuerdo con la lista del propio Pentágono (1), la respuesta es de alrededor de 865, pero si se incluyen las nuevas bases en Iraq y Afganistán la cifra asciende a más de mil. Estas mil bases constituyen el 95 por ciento de todas las bases militares que los demás países mantienen en territorio ajeno. En otras palabras, Estados Unidos son a las bases militares lo que Heinz es al ketchup.


La vieja manera de hacer colonialismo, practicada por los europeos, consistía en hacerse cargo de todo un país y administrarlo. Pero el procedimiento era chapucero. Estados Unidos ha sido pionero de un enfoque más ágil de imperio mundial. El historiador Chalmers Johnson afirma: "La versión norteamericana de la colonia es la base militar"; Estados Unidos, añade, tiene un "imperio de bases militares."


Estas bases no les salen baratas. Excluyendo sus bases en Afganistán e Iraq, Estados Unidos gasta alrededor de 102.000 millones de dólares al año en la gestión de sus bases en el exterior, según Miriam Pemberton, del Institute for Policy Studies. Y en muchos casos, tenemos que preguntarnos para qué sirven. Por ejemplo, los Estados Unidos tiene 227 bases en Alemania. Tal vez tuvieran sentido durante la Guerra Fría, cuando Alemania estaba dividida en dos por el telón de acero y los responsables de la política estadounidense trataban de convencer a los soviéticos de que el pueblo estadounidense consideraría un ataque a Europa como un ataque a EE.UU. Sin embargo, en una nueva era en que Alemania está reunificada y Estados Unidos está preocupado por otros focos de conflicto en Asia, África y Oriente Próximo, tiene tanto sentido para el Pentágono mantener sus 227 bases militares en Alemania que tendría para el servicio de correos mantener una flota de caballos y calesas.


Ahogada en burocracia, la Casa Blanca está desesperada por recortar gastos innecesarios del presupuesto federal. El congresista por Massachusetts Barney Frank, demócrata, ha sugerido que el presupuesto del Pentágono podría reducirse en un 25 por ciento. Tanto si consideramos políticamente realista el cálculo de Frank como si no, las bases en el exterior son sin duda un objetivo apetitoso para las tijeras del recortador de presupuestos. En 2004, Donald Rumsfeld, estimó que Estados Unidos podría ahorrar 12.000 millones de dólares con el cierre de unas 200 bases exteriores. El coste político sería casi nulo dado que las personas económicamente dependientes de las bases son ciudadanos extranjeros y no pueden votar en las elecciones estadounidenses.


Sin embargo, las bases extranjeras parecen invisibles a los que pretenden recortar el presupuesto del Pentágono, que alcanza los 664.000 millones de dólares anuales. Tomemos el artículo del New York Times The Pentagon Meets the Real World (El Pentágono ante el mundo real (2) El editorialista del Times pedía a la Casa Blanca que tuviera el "coraje político" de recortar el presupuesto de defensa. ¿Sugerencias? Suprimir los programas de adquisición del caza F-22 y del destructor DDG-1000, y reducir el Sistema de Combate Futuro del ejército de tierra, a fin de ahorrar 10.000 millones más al año. Todas son sugerencias aceptables, pero ¿qué pasa con las bases en el extranjero?


Aunque los políticos y los expertos mediáticos parecen ignorar estas bases y entienden el estacionamiento de tropas de EE.UU. en todo el mundo como un hecho natural, el imperio de bases militares estadounidenses atrae la atención de académicos y activistas, como lo demuestra una conferencia sobre las bases exteriores celebrada en la American University a fines de febrero. NYU Press acaba de publicar el libro de Catherine Lutz Bases of empire, un libro que reúne a académicos que estudian las bases militares de EE.UU. y activistas opuestos a estas bases; Rutgers University Press ha publicado el libro de Kate McCaffrey Military Power and Popular Protest, un estudio de la base militar de Vieques (Puerto Rico) que tuvo que cerrar sus puertas ante las protestas masivas de la población local.



Y Princeton University Press está a punto de publicar Island of Shame, de David Vine, un libro que cuenta la historia de cómo Estados Unidos y Gran Bretaña acordaron en secreto deportar a los habitantes chagos de Diego García a Isla Mauricio y las Seychelles, para que su isla pudiera convertirse en una base militar. Los estadounidenses hicieron un trabajo tan refinado que incluso gasearon a todos los perros chagos. A estos pobladores indígenas, chagos, se les ha negado hasta hoy el acceso a los tribunales de Estados Unidos, pero ganaron su causa contra el gobierno británico en tres juicios, aunque al final la sentencia fuera anulada por el más alto tribunal del país, la Cámara de los Lores. Ahora están interponiendo recurso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.


Los líderes americanos hablan de sus bases extranjeras como un elemento que permite consolidar las alianzas con otros países, principalmente a través de los acuerdos comerciales y la ayuda que suelen acompañar a los arrendamientos de las bases. Sin embargo, los soldados de EE.UU. viven en una especie de cocoon, simulacro de EE.UU. en las bases, mirando la televisión estadounidense, escuchando rap y heavy metal estadounidense y comiendo la fast food de su país, para que los jóvenes pueblerinos y chicos de la calle tengan poco contacto con otra forma de la vida. Mientras tanto, del otro lado de la cerca de púas, los residentes y las empresas locales suelen ser económicamente dependientes de los soldados y tener interés en su permanencia.


Estas bases pueden convertirse en focos de conflicto. Las bases militares descargan incesantemente desechos tóxicos en los ecosistemas locales, como en Guam, donde las bases militares han llevado a la creación de no menos de 19 vertederos tóxicos. Esta contaminación genera resentimiento y, a veces, como en Vieques, Puerto Rico, en la década de 1990, movilizaciones sociales en toda regla contra las bases. Estados Unidos utilizaba Vieques para sus prácticas de bombardeo durante 180 días al año, y cuando Estados Unidos se retiró, en 2003, el paisaje estaba cubierto de municiones, de las que algunas habían estallado y otras no, cartuchos de uranio empobrecido, metales pesados, petróleo, lubricantes, disolventes y ácidos. Según los activistas locales, el índice de cáncer en Vieques era un 30 por ciento superior al del resto de Puerto Rico.


También es inevitable que, de vez en cuando, los soldados de EE.UU. –a menudo borrachos– cometan delitos. El resentimiento que causa estos crímenes se exacerba por la frecuente insistencia del gobierno de EE.UU. de impedir que estos crímenes sean juzgados por tribunales locales. En Corea, en 2002, dos soldados estadounidenses mataron a dos muchachas adolescentes cuando se dirigían a una fiesta de cumpleaños. Los activistas coreanos aseguran que éste fue uno de los 52.000 delitos cometidos por soldados estadounidenses en Corea entre 1967 y 2002. Los dos soldados fueron repatriados de inmediato a Estados Unidos para que pudieran escapar al tribunal coreano. En 1998, un aviador de los marines seccionó el cable de una telecabina de esquí en Italia, matando a 20 personas. Funcionarios de EE.UU. le dieron al piloto un tirón de orejas mientras se negaban a permitir que las autoridades italianas lo juzgaran. Estos y otros incidentes similares han lesionado las relaciones de EE.UU. con algunos importantes aliados.


Los ataques del 11 de septiembre fueron sin duda el ejemplo más espectacular de la clase de retroceso que puede generar el resentimiento local contra las bases de EE.UU. En la década de 1990, la presencia de bases militares estadounidenses en las cercanías de los lugares más sagrados del Islam sunita, en Arabia Saudí, enfureció a Osama bin Laden y proporcionó a Al Qaeda una potente herramienta de reclutamiento. Estados Unidos cerró prudentemente sus bases principales en Arabia Saudí, pero abrió nuevas bases adicionales en Iraq y Afganistán que se están convirtiendo en nuevas fuentes de fricción en las relaciones entre Estados Unidos y los pueblos de Oriente Próximo.


Este imperio proporciona a Estados Unidos una capacidad de intervención global, pero la forma del mismo, en la medida en que su peso principal está en Europa, es un vestigio inflado y anacrónico de la Guerra Fría.


Muchas de estas bases son un lujo que Estados Unidos ya no puede permitirse en una época de déficit presupuestario récord. Por otra parte, las bases estadounidenses en países extranjeros tienen un doble filo: proyectan el poder estadounidense en todo el mundo, pero también inflaman las relaciones exteriores de EE.UU. y generan resentimiento por los fenómenos de prostitución, daño ambiental, pequeña delincuencia, y etnocentrismo cotidiano que son sus corolarios inevitables. Estos resentimientos han obligado recientemente al cierre de bases estadounidenses en Ecuador, Puerto Rico, y Kirguistán, y si el pasado es el inicio del futuro, son de esperar otros movimientos contra las bases estadounidenses en el futuro. Durante los próximos 50 años, estoy convencido de que seremos testigos de la aparición de una nueva norma internacional según la cual la instalación de bases militares en el extranjero será tan indefendible como lo ha sido la ocupación colonial durante los últimos 50 años.


Nuestra Declaración de Independencia critica a los británicos por el acuartelamiento de grandes unidades de tropas armadas entre nosotros y por hallarse sus tropas protegidas, mediante juicios simbólicos, del castigo a los crímenes que pudiesen cometer contra los habitantes de estos Estados Unidos. ¡Bellas palabras! Estados Unidos debería comenzar a tomarlas en serio.


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LA CRISIS: EL SILENCIO DE LAS RELIGIONES








Por José M. Castillo, España

Una de las cosas más extrañas, que están sucediendo en España ahora mismo, es el silencio que mantienen las religiones ante la crisis (económica y política) tan delicada y difícil que estamos viviendo en nuestro país y en toda Europa. En privado, todo el mundo opina sobre estas cosas. Pero, como instituciones, ni la Iglesia, ni el Islam, ni ninguna de las otras confesiones dicen algo que nos pueda orientar, a quienes tenemos creencias religiosas, en una situación tan oscura y tan preocupante. Sabemos perfectamente que los “hombres de la religión” levantan la voz cuando están en juego sus propios intereses económicos o sus privilegios legales o políticos. Entonces, ¿por qué se callan cuando lo que se plantea es el paro de más de cuatro millones de ciudadanos o el debido respeto a los derechos fundamentales de extranjeros, de presos, de enfermos en listas de espera, de jóvenes sin trabajo y sin futuro o cuando hablamos de situaciones de auténtica esclavitud?

Por supuesto, yo entiendo perfectamente que las religiones no sepan qué decir en una situación como ésta. Porque el problema de fondo que se debate - el problema que han planteado las concentraciones de los “indignados” en las plazas de nuestras ciudades - es el problema de la democracia. O, para decirlo con más precisión, el problema que consiste en saber cómo podemos recuperar y poner en práctica los ideales y las aspiraciones de la más auténtica democracia participativa, la democracia en la que los ciudadanos podamos participar de verdad y efectivamente en la toma de las decisiones políticas y económicas que nos afectan a todos.


Pero, entonces, si ése es el problema más serio que se plantea en este momento, ¿qué nos van a decir sobre ese asunto unas instituciones - tal es el caso de las grandes confesiones religiosas - que no son en absoluto democráticas? Es más, ni lo son, ni pueden serlo. Porque las religiones, por su misma razón de ser, se explican y funcionan a partir de un Absoluto, representado en la tierra por hombres “sagrados” y “consagrados”, que, si quieren ser fieles a su sagrada misión en el mundo, no tienen más remedio que transmitir a sus fieles verdades absolutas y decisiones divinas, ante las que nadie puede rechistar. Por eso entiendo perfectamente que lo mejor que pueden hacer los “hombres de la religión”, en una situación como ésta, es quedarse callados y no opinar. Porque, ¿qué pueden opinar sobre la “participación popular” quienes tienen su razón de ser en la “intervención divina”?

Y que nadie eche mano de la fácil escapatoria de la neutralidad. Que nadie diga, por tanto, que los “hombres de la religión” no se meten en estos asuntos porque ellos se ocupan de las cosas del cielo y no se entrometen en las de la tierra. No creo que, a estas alturas, haya gente tan simple como para decir semejante estupidez, cuando sabemos de sobra que la historia dice exactamente lo contrario. Pero, sin entrar en análisis más profundos de este asunto, ante todo hay que recordar que, en política, no es posible neutralidad alguna. Porque quien dice que no se mete en política, por eso mismo, ya se ha metido en política hasta las cejas. La presunta apatía política es complicidad con el poder establecido y con todos los atropellos que el poder político comete, sea de la tendencia que sea.

La situación que estamos viviendo es seguramente el mejor test para medir la autenticidad de las religiones. No digo de los dirigentes religiosos, sino de las religiones en sí mismas. Y por encima de las religiones, la autenticidad del Dios que nos presenta cada religión. No pretendo, ni decir ni insinuar, que hay religiones verdaderas y religiones falsas, dioses verdaderos o dioses falsos. El que se mete por ese camino debería saber que se mete en un callejón sin salida. Por ahí, al menos hasta ahora, no hemos ido a ninguna parte. O mejor dicho, eso es lo que nos ha llevado a violencias tan brutales, que da vergüenza recordarlas. No, por ahí no. Cuando hablamos de religión y de Dios, la pregunta que hay que afrontar no es la pregunta por la verdad, sino la pregunta por la utilidad. La religión, mi religión y mi Dios, ¿de qué nos sirven y para qué nos sirven? Nos hacen más respetuosos y tolerantes, más buenas personas y, sobre todo, ciudadanos más responsables y sensibles ante lo que nos rodea?

Allá las cabezas pensantes con sus elucubraciones especulativas sobre Dios y su razón de ser. Cada día me interesan menos esas cuestiones. Porque cada día veo más claro que, en cuanto se refiere a Dios y a la religión, lo determinante no es la fe, sino la ética. Hasta ahora, por lo menos, las creencias han servido, con demasiada frecuencia, para dividirnos, enfrentarnos, violentarnos y hasta matarnos. En la medida en que eso ha sido así, no me interesan esas creencias. Lo digo con toda la sinceridad de que soy capaz: sólo puedo creer en el Dios que propone y demanda una ética al servicio de la misericordia. Porque sólo puedo creer en un Dios que se funde con lo humano y así nos humaniza. Todo lo que no sea eso, me da miedo. Y, a veces, pena. Por eso pienso que el silencio de los hombres religiosos, en este momento y sobre los asuntos más candentes del momento, es un silencio interesado. O quizás cómplice. En ningún caso, eso puede ser el “silencio de Dios”, del que nos hablaron los mejores místicos de la historia.

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España: Premiado el Servicio Jesuita para los Refugiados (JRS) (Extracto)



El JSR esta presente en 57 paises


ZENIT, Agencia de Noticias, sábado 25 de junio, 2011


Esta ONG atiende a medio millón de refugiados en el mundo


MADRID, lunes 20 de junio de 2011 - Dentro de la agenda de celebraciones del Día Mundial del Refugiado de este año en España, está el X Premio de la Fundación por la Justicia-Banca, que recibió el pasado día 15, el Servicio Jesuita a Refugiados y que será entregado en una ceremonia el próximo 6 de julio en la capilla de la Beneficencia de Valencia.

El entonces padre general de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe, impresionado y conmovido por el clamor de miles de boat people vietnamitas, fundó el Servicio Jesuita a Refugiados (www.jrs.net ), el 14 de noviembre de 1980.


El Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) es una organización no gubernamental católica, cuya misión es servir, acompañar y defender los derechos de los refugiados y de otras personas desplazadas por la fuerza.


Trabaja en 57 países. Emplea a más de 1.400 personas entre laicos, jesuitas y otros religiosos para responder, entre otras, a las necesidades educativas, sanitarias y sociales de más de 500.000 refugiados y desplazados forzosos. Sus servicios se ofrecen a refugiados y desplazados independientemente de su raza, origen étnico o confesión religiosa.

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