viernes, enero 24, 2014

Noticias del Frente Sensorial 106

Los shopping centers, la utopía neoliberal


Nuevas formas de exclusión. El cielo en la tierra.

Emir Sader, La Jornada 22 01 14

En su fase neoliberal, el capitalismo implementa, como nunca en su historia, la mercantilizacion de todos los espacios sociales. Se diseminan los llamados no-lugares –como los aeropuertos, los hoteles, los shopping centers–, homogeneizados por la globalización, sin espacio, ni tiempo, similares en todo el mundo.

Los shopping centers representan la centralidad de la esfera mercantil a expensas de la esfera pública en los espacios urbanos. Para la esfera mercantil lo que importa es el consumidor y el mercado. Para la esfera pública, es el ciudadano y los derechos para todos.

Los shopping centers representan la ofensiva avasalladora contra los espacios públicos, son el contrapunto de las plazas publicas. Son cápsulas espaciales condicionadas por las estéticas del mercado, según la definición de Beatriz Sarlos. Un proceso que homogeneiza a todos los shopping centers de São Paulo a Dubai, de Los Ángeles a Buenos Aires, de la ciudad de México a Ciudad del Cabo.

La instalación de un shopping rediseña el territorio urbano, redefiniendo, desde el punto de vista de clase, las zonas donde se concentra cada clase social. El centro –donde todas las clases circulaban– se deteriora, mientras cada clase social se atrinchera en sus barrios, con claras distinciones de clase.

Los shoppings, como ejemplos de no-lugares, son espacios que buscan que desparezca todo lo específico –no tienen reloj ni ventanas–, donde desaparece la ciudad en que está inserto, junto con el pueblo, el país. Esos vínculos son sustituidos por la conexión con las mismas marcas globalizadas de los otros shopping del mundo, liquidando con las diferencias y las particularidades de cada país y ciudad, achatando todas las formas de consumo y de vida.

El shopping pretende sustituir la misma ciudad. Su aparición termina llevando al cierre de los cines tradicionales de las plazas públicas, sustituidos por docenas de salas de los shoppings, que promueven la programación estándar de las grandes cadenas de distribución.

El shopping no puede controlar el ingreso de las personas, pero, como por milagro, sólo están ahí los que tienen poder adquisitivo; los pobres están ausentes.

Hay un filtro, muchas veces invisible, constrictivo, otras veces explícito, para que sólo ingresen los que cuentan: los consumidores.

Al igual que al capitalismo neoliberal.

Los shopping centers constituyen la utopía del neoliberalismo, un espacio donde todo es mercancía, todo tiene precio, todo se vende, todo se compra, todo está mercantilizado. Junto con los espacios públicos, desaparecen los ciudadanos y sus derechos. Que sólo interesan mientras sean productores de las mercancías a ser consumidas en los shoppings.

La inseguridad en las ciudades –la real y la explorada por los medios–, el mal tiempo, la contaminación del aire, el tránsito, proyectan a la gente que puede a refugiarse en esa cápsula, que la abriga aparentemente de todos los riesgos. Casi ya es posible nacer y morir en un shopping –sólo faltan la maternidad y el cementerio, hoteles ya hay.

La utopía –sin pobres, sin ruidos, sin calles mal cuidadas, sin niños pobres vendiendo chicles en las esquinas o pidiendo limosnas. El mundo del consumo, reservado para pocos, es el reino absoluto del mercado, que determina todo, no sólo quién tiene derecho de acceso al shopping, sino también la distribución de las tiendas, los espacios obligatorios a circular, todo comandado por el marketing.

Como toda utopía capitalista, está reservada para pocos, porque basta el consumo de 20 por ciento de la población para dar salida a las mercancías y los servicios disponibles y alimentar a la reproducción del capital.

Para que esas cápsulas ideales existan, es necesaria la superexplotación de los trabajadores –niños, adultos, ancianos– en las oficinas clandestinas, con trabajadores paraguayos y bolivianos en São Paulo y en Buenos Aires, así como en Bangladesh y en Indonesia, que producen para que las grandes marcas exhiban sus ropas y tenis lujusos en sus esplendorosas tiendas en los shoppings.

Es un espacio privatizado de las ciudades, reservado para algunos.

Cuando jóvenes –como ahora en Brasil– deciden celebrar sus encuentros en los shoppings, causan pánico en los gerentes de las tiendas, que no saben qué hacer, porque no pueden prohibir su ingreso, pero la vez saben que no son los consumidores de lujo a los que están dirigidas las tiendas.

El choque entre el mundo de los shoppings y los espacios públicos tradicionales –plazas, espacios culturales, clubes desportivos abiertos– es la lucha entre la esfera mercantil y la esfera pública, entre el mundo de los consumidores y el mundo de los ciudadanos, entre el reino del mercado y la esfera de la ciudadanía, entre el poder del consumo y el derecho de todos.

Es un choque que está en el centro del enfrentamiento entre el neoliberalismo y el posneoliberalismo, entre la forma extrema que asume el capitalismo contemporáneo y las formas de sociabilidad solidaria de las sociedades que asumen la responsabilidad de construir un mundo menos desigual, más humano.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/01/21/opinion/018a2pol

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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).

viernes, enero 17, 2014

Noticias del Frente Sensorial 105

La neurosis de clase existe

De Gaulejac dice que la igualdad de oportunidades no existe y que la sociedad impone desafíos para los cuales no prepara a nadie.

POR MARIA LUJAN PICABEA

/El Clarín

DE GAULEJAC. Es autor de una extensa bibliografía sobre sociología clínica.

En la novela El lugar–publicada en 1983, premio Renaudot en 1984–, la escritora francesa Annie Ernaux vuelve la mirada sobre su hombro, tras la muerte de su padre, para narrar, sin una pizca de compasión, el origen humildísimo de sus padres y el tesón con que fueron ascendiendo de campesinos a obreros y de allí a comerciantes, lugar desde el cual le ofrecieron a ella una buena educación, que más temprano que tarde dispararía sus posibilidades y terminaría por alejarla de su casa, su barrio y la vida de sus padres. En uno de los pasajes de El lugar (Tusquets), la escritora cuenta: “Hablábamos de la gente del barrio, los que se habían casado, los que habían muerto, los que se habían ido de Y... Yo les describía el apartamento, a Louis-Philippe, el secretario, los sillones de terciopelo rojo, la cadena de música. Dejaba de escuchar enseguida. Me había criado para que disfrutara de un lujo que él mismo desconocía, se alegraba, pero el colchón Dunlopillo o la cómoda antigua no tenían para él más interés que el de certificar mi éxito. A menudo lo resumía diciendo: ‘Haces muy bien en disfrutar’”.
El sociólogo francés Vincent de Gaulejac se ha valido de El lugar y de otras, varias, ficciones para apoyar en ellas la hipótesis que trabaja en su libro La neurosis de clase. Trayectoria social y conflictos de identidad, recientemente publicado en la Argentina por la editorial Del Nuevo Extremo, con traducción de Marcela de Grande. De Gaulejac establece, para elaborar su concepto de neurosis de clase, un puente entre la sociología y el psicoanálisis y a partir de allí se aboca a los conflictos psicológicos que enfrenta una persona que ha atravesado un desclasamiento social, ya sea de promoción o regresión. Dice el sociólogo:
“Todo individuo que cambia de clase social vive un conflicto entre su identidad heredada (identidad de origen que le confiere su medio familiar) y su identidad adquirida (la que va construyendo en el transcurso de su trayectoria)”.
En noviembre, De Gaulejac participó de una mesa redonda en la Universidad Nacional de Avellaneda y conversó con Ñ sobre los conceptos La neurosis de clase, en los que trabaja desde los 80, y la pertinencia de ellos en la sociedad actual.
–En la sociedad actual, ¿se puede hablar aún de clases sociales como compartimentos estancos?, ¿de qué modo se adapta al mundo actual el concepto de neurosis de clase?

–Yo escribí este libro hace 30 años en Francia, en un momento en que las clases sociales todavía se evocaban como una lectura posible de la sociedad. Hoy no es el caso, estamos en una sociedad fragmentada, Zigmunt Baumann habla de la sociedad líquida, pero eso no significa que no haya más clases sociales, pero sí que no son tan identificables como antes lo eran. Si la movilidad social hace unos 50 años era algo excepcional, hoy por hoy se ha vuelto la norma. La idea de clases sociales en el sentido marxista ya no es tan pertinente para leer la sociedad, lo que no significa que las relaciones de dominación no existan más, lo que no quiere decir que la internalización de los habitus ligados al medio social del que uno viene ya no exista.
Pierre Bourdieu ha analizado la violencia simbólica de las relaciones sociales. Ayer, por ejemplo, estábamos en la Universidad de Avellaneda y se evocaban las dificultades que puede encontrar la gente que viene de los medios populares cuando acceden a la Universidad, su relación con el saber, la escritura, con los profesores que representan la cultura legítima. Los complejos de inferioridad y superioridad existen y, en parte, están muy ligadas a problemáticas sociales. La distancia entre ricos y pobres crece cada vez más, entonces no hay que creer que porque las clases sociales ya no son tan fácilmente identificables no es por eso que han desaparecido las relaciones de dominación y la dimensión social y simbólicas que esas relaciones de superiores e inferiores, clases altas y bajas, la gente bien educada y mal educada sigue existiendo. Por eso imaginé la idea de que la lucha de clases fue reemplazada por una lucha por los lugares.
–En el libro se refiere al término de realización personal como una especie de condena. ¿Considera que en la sociedad actual eso es más pesado que lo que ha sido históricamente?

–Estamos absolutamente sumergidos en la ideología de la realización de sí mismo. Este es un fenómeno nuevo, masivo. Las generaciones de burgueses anteriores a los 60 tenían como proyecto parental para los hombres que debían ser abogados, ingenieros o médicos. Para las mujeres, casarse con un abogado, ingeniero o médico. En las clases populares no había proyecto parental más que aceptar la condición de obrero o campesino o bien tener la esperanza de que, a través del estudio, uno podía acceder a un estatus social un poco menos duro, con un salario mensual, llegar a ser empleado de oficina, con un trabajo estable, sin tener que estar expuesto a las inclemencias del clima. La identidad estaba muy determinada por la reproducción de las relaciones sociales.
Hoy, cuando uno les pregunta a los padres sobre cuál es el proyecto parental respecto de sus hijos, dicen que esperan que haga lo que quieren y lo importante es que él o ella sea feliz. Lo que sucede es que en el ejemplo anterior los padres sabían cómo uno se convierte en abogado, ingeniero, médico; mientras que hoy los padres no saben cómo se hace para ser feliz. En un contexto en el que la cultura del alto rendimiento, la excelencia no pasa sólo por la familia, sino por los medios de comunicación, nos arrastra a la idea de que para tener éxito en la vida hay que poder realizarse, desarrollarse como las estrellas, los campeones de fútbol, las personas que tuvieron éxito.
Hay una especie de demanda, muy individualista y narcisista, que dice que para ser reconocido hay que ser emprendedor de su propia vida. La idea imperante es que a los que les va bien es porque tienen talento. Por el contrario, a los que les va mal es porque no supieron realizarse, no supieron desarrollar su capital humano. Para la ideología de gestión, con la que se manejan las empresas, el yo de cada individuo se convirtió en una especie de capital que hay que hacer crecer.
Eso es una ideología individualista, capitalista, que se va internalizando con la idea de que hay que ser rendidor en la escuela para llegar a los mejores lugares en las empresas de mayor rentabilidad y las mejores posiciones. Esa es la lucha por los lugares y eso es lo que moviliza a los individuos, y lo hace caer en una trampa, que es la igualdad de oportunidades: la idea de que es el talento el determinante esencial de la existencia humana.
Ahí hay algo muy interesante para un sociólogo y muy inquietante para un ciudadano, una especie de carrera de cada individuo para tratar de hacerse un lugar en la sociedad y ser reconocido. En las grandes empresas internacionales se ve hasta qué punto es destructiva la lucha por los lugares, la competencia generalizada, la búsqueda insaciable de reconocimiento. Pero nunca habrá satisfacción para ello porque es una ilusión narcisista. Yo trabajé sobre este tema, sobre el sufrimiento en el trabajo, una causa de malestar entre la gente.
–¿Esta ideología se desactiva desde lo personal o es una proceso que tiene que ver con lo social?

–Seguramente sí, yo creo que en el deseo que tiene cada individuo de nacer como sujeto se ve confrontado a sus conflictos. Distingo dos posiciones en las cuales nos vemos confrontados: las reacciones defensivas y los mecanismos de liberación. Las reacciones defensivas son aprender a vivir en ese contexto de lucha de lugares, tratando de vivir lo mejor posible, adaptándose a la ideología del rendimiento. Siempre es una reacción defensiva porque nunca hacen lo que quieren hacer y cuanto más se adaptan desembocan muy a menudo en la depresión, porque cuando el yo ya no está a la altura de las exigencias de rendimiento se desmorona.
Los mecanismos de liberación son los trabajos que el sujeto hace sobre sí mismo para liberarse de esas exigencias ilusorias, para desinternalizarse de esa ideología y desincorporar todos esos mecanismos de adaptación que tuvo que implementar para poder vivir en ese mundo. A mí me asombra que hay millones de personas que implementan pequeñas estrategias individuales de liberación, por ejemplo incorporándose como militantes en grupos solidarios, de economía social, decidiendo renunciar a ganar mucho dinero porque quieren tener una actividad cultural, aceptan que les paguen menos porque, por ejemplo, ser docentes tiene para ellos un sentido más profundo.
Militar para revalorizar las profesiones que han sido invalidadas también es muy importante. Esos son mecanismos de liberación que están a nivel de cada sujeto que trata de darle sentido a su existencia pero en realidad no toman cuerpo hasta que no hay grupo que los retomen a nivel colectivo y les dan consistencia a nivel social. Por eso, nacer como sujeto, construirse no es sólo un problema personal sino también un problema político.
–¿Esta presión es más tangible en las grandes ciudades?

–No, porque las capacidades de invención de los humanos para existir están en la adaptación al contexto social en el cual están. Hasta en los campos de concentración, los universos más totalitarios que hayan podido existir, donde los individuos están desprovistos de todo, hay una capacidad de resistencia del sujeto que es muy fuerte. Evidentemente los recursos de los que disponemos son distintos en las grandes ciudades que en el campo, diferentes para las clases más altas y las que están en situaciones de gran precariedad pero la capacidad del sujeto de construirse son ilimitadas. Es algo que está en el centro del hombre y de la humanidad.
–Entonces, ¿habría que trabajar sobre la trampa de la igualdad de posibilidades y de que crearse a sí mismo sólo depende del talento?

–Un amigo, Robert Castell, decía que para poder existir como individuo en la sociedad tal cual es, hay que tener algunos soportes, en términos de derecho, capital social, capital económico... Y ahí hay una desigualdad profunda en términos de soportes que favorezcan la existencia social de los individuos, por eso decía que el problema es político. Es una ilusión pensar que hay igualdad para ejercer el talento entre hombres y mujeres. La posibilidad de ejercer el talento depende de elementos objetivos y no sólo subjetivos.
–¿Cómo lee las influencias de las nuevas tecnologías en términos de reproducción o no de esta ideología imperante de lucha por los lugares?
–Es muy interesante en varios niveles. La gente invierte parte de sus ingresos y de su tiempo en nuevas tecnologías que son al mismo tiempo un formidable instrumento de emancipación y de alienación. Me acuerdo siempre del gerente de una empresa que me decía: “Estas nuevas tecnologías son geniales porque soy libre para trabajar 24 horas”. Lo cual es la paradoja más grande que existe.
Hoy ya no hay movimientos sociales en términos de grandes manifestaciones que hagan la revolución pero vemos movimientos de estudiantes u otros en los que las redes sociales juegan un papel importante en términos de creatividad, inteligencia colectiva, etc. Allí está lo mejor y lo peor pero es uno de los elementos que contribuyó a desestructurar a la sociedad en términos de clases para construir una sociedad de los individuos, pero al mismo tiempo una sociedad, móvil, líquida, fragmentada, donde hay toda una parte en la que no se sabe qué es real y qué es virtual.
Es una sociedad a la vez real y virtual. Entre el ser del hombre y el de la sociedad aparece esta esfera virtual de comunicación y relación que las tecnologías permiten y que está globalizada. Es uno de los cambios a los cuales hayamos asistido en la historia de la humanidad. Muy apasionante y muy inquietante.
–¿Cómo ve el futuro, cree que se profundizará la emancipación o la alienación a través de estas tecnologías?–Me parece que tenemos que entender que nuestro mundo es cada vez más paradójico que no se puede contestar a la pregunta en término de esto o aquello, lo importante es que ambas cosas suceden al mismo tiempo. Yo estoy escribiendo un libro sobre la sociedad paradojante, no paradójica, sino paradojante. Es decir, una sociedad que nos pone ante desafíos en los cuales no sabemos qué es creación, qué destrucción, qué es alienación y qué emancipación, qué es positivo y qué negativo porque son las dos cosas al tiempo. Entonces no sabemos muy bien qué hacer. Es más fácil vivir en un mundo maniqueísta en el que hay buenos y malos porque sabemos de qué lado ir; aquí es imposible.

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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).