“No se trata tanto de cambiar el mundo como de comprenderlo.” (Tony Judt)[1]
Tony Judt, la brisa fresca que trae el debate
Por Samuel Bonilla (@sbonillabogaert), Acento.com, 4 de diciembre de 2014
Por causa de las guerras, el creciente nazismo y el comunismo en Europa, decenas de intelectuales europeos (principalmente alemanes) se vieron forzados a emigrar de sus respectivos países en busca de un nuevo hogar. Más de una década posterior a la apertura de la New School for Social Research –hoy conocida como The New School (University)– su entonces Presidente Alvin Johnson decidió ofrecer refugio, visa y empleo a muchos de esos académicos y artistas en un nuevo departamento que se reconocería bajo el nombre de “University in Exile” [Universidad en el Exilio]. Entre los primeros en ingresar estaban los economistas Karl Brandt, Gerhard Colm, Arthur Feiler, Eduard Heimann y Emil Lederer; los psicólogos Max Wertheimer y Erich von Hornbostel; un experto en políticas sociales, Frieda Wunderlich; y un sociólogo, Hans Speier.
Como parte de la “Universidad en el Exilio,” New School crearía un segundo departamento, L’École Libre des Hautes Études, para alojar a numerosos intelectuales franceses luego de la invasión nazi en Francia. L’École Libre pasaría a convertirse en la prestigiosa École des Hautes Études en Sciences Sociales, institución parisina con la que New School hoy conserva excelentes relaciones.
En el transcurso de doce años (1933–1945), New School ayudó a 183 intelectuales. Esos grandes pensadores revolucionaron la manera de hacer ciencias sociales en los Estados Unidos; revolucionaron la manera en que los estadounidenses se pensaban a sí mismos. Entre sus grandes aportes se encuentran nuevos marcos teóricos y metodologías europeas que los americanos desconocían: una brisa de aire fresco para las universidades estadounidenses que luchaban por posicionarse a la altura de los debates públicos de las grandes academias europeas.
Al poco tiempo de inaugurados, los “departamentos de exiliados” se habían convertido en “el corazón intelectual” de la universidad y de la ciudad de Nueva York, donde se encontraba New School. El entonces Presidente de la institución y sus colegas habían generado un entorno inmejorable dedicado a la promoción de la diversidad como eje fundamental e imprescindible del debate público.
“Las conversaciones más importantes de la ciudad no son las que mantienen los académicos dentro del recinto universitario, sino el debate intelectual y cultural más amplio que se produce por toda la ciudad y en el que participan periodistas, escritores independientes, artistas y visitantes, además del profesorado local. De este modo, al menos en principio, las universidades están integradas en un diálogo más amplio…” Eso decía el historiador Tony Judt sobre Nueva York, ciudad que aprendió a amar estando lejos de Inglaterra donde se había formado académica y profesionalmente.
El caso de la Universidad en el Exilio es sobre todas las cosas una acción concreta dirigida a estimular y enriquecer el debate público por el que hoy conocemos a la ciudad de Nueva York y los Estados Unidos. Además, constituyó un importante esfuerzo de defensa del derecho universal a la libertad de expresión, de defensa del derecho a la orientación política.
¿Pero por qué debe interesarnos el ejemplo de la New School y su “Universidad en el Exilio”?
En días recientes he madurado la idea que nos sugiere entender la realidad antes de querer cambiarla. Decía Judt: “El [Eric Hobsbawm] vino al King’s [King’s College de la Universidad de Cambridge] y pronunció un sutil sermón político, desestimando implícitamente a la juventud revolucionaria de aquel año invirtiendo la famosa Undécima Tesis de Marx sobre Feuerbach: a veces no se trata tanto de cambiar el mundo como de comprenderlo.”
Propongo la idea, no porque no crea en la necesidad de cambios profundos, ¡por supuesto que los necesitamos y de manera urgente! Pero no sólo se trata de cambiar, sino de definir primero los cambios que queremos y necesitamos. ¿Dónde quisiéramos estar como país dentro de 5, 10, 15, 30 años? No podemos movernos de punto A a punto B sin antes definir ese punto B. ¿Creen que hacemos bien promoviendo el fortalecimiento de la llamada “sociedad civil” y el debilitamiento de la política? Y no, las respuestas no están contenidas en la Estrategia Nacional de Desarrollo.
Dar respuesta a esas preguntas importantes y a los obstáculos que encontraremos en el proceso de contestarlas es parte de lo que comprende el trabajo de un intelectual o como le llamo yo, de un “agent provocateur,” una persona que vive de amplificar las grandes interrogantes y que nos provoca a reflexionar sobre la vida nacional.
Haciendo un paralelismo con las ideas de Judt respecto al desconocimiento generalizado sobre la historia de Europa del Este, ¿acaso no le has respondido a un extranjero que te pregunta por la sociedad dominicana: “es que tu no entiendes, nosotros somos distintos”? Nos pasamos la vida justificándonos, justificando nuestra pobre calidad de vida, reproduciendo la mala política y los malos políticos; justificando nuestra incapacidad de dar respuesta a los grandes problemas de salud, educación, ética pública… en fin.
Resulta que República Dominicana quiere ser entendida… ¡tiene que ser entendida! Pero solo lo lograremos cuando provoquemos un debate público a la sazón New School con la apertura de nuestras aulas y de los espacios públicos a los grandes pensadores nacionales y del mundo.
A veces tengo que dudar de la existencia de una vida intelectual en estos “48,000 kilómetros de patria” donde ignoramos la violación masiva de un derecho y nos escudamos bajo el pretexto de “un error de Estado” y/o de “tener que buscarle una solución política rápida” a un problema de décadas que como bien han descrito muchos, nunca ha sido del interés de nuestra clase gobernante (ver Complicidad y Migración de Mallen, 2014).
Tampoco puedo creer que existe esa clase intelectual en un país donde la crisis universitaria, me refiero a la UASD y a las decenas de instituciones privadas mediocres, no llama la atención a nadie.
Los Estados son una expresión de su cultura intelectual. Ejemplos sobran: Grecia, Roma, todo el continente europeo y en particular Francia. También son una expresión de la falta de cultura intelectual. Ese sería el caso dominicano.
No exijo que nuestros gobernantes sean intelectuales, no lo son. Sí exijo que fomenten el surgimiento de nuevos y mejores espacios públicos donde puedan sostenerse esas reflexiones a las que me he referido. Esa es una responsabilidad del gobierno como representante del Estado dominicano.
Cuando deberíamos estar importando profesores para acompañar y fortalecer a los nuestros, estamos atentando contra el profesorado local. Es imposible que una universidad dominicana contrate a un rector extranjero porque eso sería el principio del fin para la “academia” nacional. Si un experto internacional externa un comentario sobre una problemática local que compromete al gobierno de turno, es un atentado contra la soberanía nacional. Por estos y tantos otros ejemplos repito que quienes realmente intentan entender la política dominicana deben comenzar sus análisis partiendo de una realidad autoritaria y asumir los riesgos de la sobre-conceptualización desde el bando no-democrático. Es más que evidente que no hemos sido capaces de superar el Trujillismo, el mundo del pensamiento único, de los alienados, aquel donde no existe debate.
Históricamente, muchos conocen el éxodo europeo de los 1930s y 40s como “el regalo de Hitler a América.” Visto desde una óptica distinta y resaltando, en cambio, la gran labor de New School, yo lo llamaría “la gran visión de New School”.
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El autor es economista e investigador, egresado de @PUCMM, @ColumbiaSIPA y @StanfordEd. Articulista sobre temas de política, educación y derechos humanos.
[1] O: “No es posible cambiar el mundo sin comprenderlo.” (epistheme)
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