lunes, septiembre 17, 2007

Noticias del Frente Cosmico 014

De la ética intercultural al codesarrollo social
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Por: Dr. Alberto Hidalgo Muñón [1]
Instituto de Estudios para la Paz y la Cooperación-IEPC
www.universidadabierta.org

Oviedo, a 12 de Junio de 2007


PRESENTACIÓN

El Instituto de Estudios para la Paz y la Cooperación desde su fundación en el año 2000 ha venido trabajando incesantemente en determinadas líneas de investigación, de las que este volumen es una muestra representativa: La paz como proyecto ético que compromete no sólo la política exterior de los Estados, sino el futuro de la humanidad y su supervivencia, el reconocimiento de la pluralidad social, que debe abordarse más desde la perspectiva de la cooperación que del conflicto, los retos, en consecuencia de la interculturalidad, que un mundo cada vez más globalizado plantea, el proyecto de extensión de los derechos humanos a la totalidad de la plantilla humana, la búsqueda de la sostenibilidad a través, no de un desarrollismo irrestricto y competitivo, sino del codesarrollo.

En esta tarea no estamos solos. Hay maestros indiscutibles como el sociólogo noruego Johan Galtung, miembro electo de la Academia de Humanismo con Sede en New York, especialistas en cooperación como Gonzalo Sichar, en medios de comunicación de masas como Manuel Chaparro o en Derecho Internacional como nuestro Presidente Ignacio Aldecoa o Francisco Javier Gonzáles Vega.



Johan Galtung / Gonzalo Sichar

Quienes apostamos por el valor de la convivencia tanto en España, como Miguel Ángel Santos Guerra, como en América Latina, como Eddy Tejada, hemos venido reflexionando estos últimos años sobre la importancia de la ética en todo este entramado institucional. La tarea no es fácil, no ya por ser multiprismática o multidimensional, sino, sobre todo, porque no puede desprenderse de los intereses, privilegios, afectos, sentimientos, rencores, envidias, prejuicios y demás componentes (no siempre racionales) que se amalgaman en la acción humana y guían la vida práctica.

Las reflexiones que siguen no parten de una visión angélica de la realidad, sino de una percepción “realista” del contexto actual, peligroso y arriesgado, pero no por ello menos apasionante.

La paz, lejos de definir el panorama mundial tras la caída del muro de Berlín y de la URSS, se ha convertido en el grito unánime de las sociedades civiles más activas del globo durante la última “guerra preventiva” desatada por Estados Unidos, Gran Bretaña y España contra Irak. Concluido el conflicto bélico y derrocado el régimen de Saddam la invasión estadounidense es rechazada por la población iraquí al tiempo que la opinión pública, no sólo de las sociedades islámicas, comunistas y orientales, sino también la del mundo occidental sigue criticando la ocupación militar de los israelíes sobre el territorio palestino, en el que muchos ven el germen del supuesto “choque de civilizaciones” que augura falazmente Huntington.

Contra los profetas de las guerras y los panegiristas de un poder imperial fuerte, el IEPC apuesta por la solución negociada de los conflictos, que no pueden erradicarse mediante la paz de los cementerios, pues éstos –los conflictos- no son un accidente sobrevenido, sino que son constitutivos de la propia naturaleza humana, siempre dinámica y en constante transformación. El reconocimiento de los conflictos de intereses y de las contradicciones que entretejen el conjunto social, sin embargo, no conduce a nuestro Instituto de estudios a claudicar ante la razón de las armas, pues justamente la neutralización de los conflictos descree del mágico recurso a las “soluciones finales” y a los remedios definitivos, que siempre caracterizaron a los fascismos de una u otra calaña.

Justamente por eso, nuestra percepción dialéctica del pacifismo no conduce como temen hipócritamente las derechas aguerridas y las izquierdas totalitarias a una táctica dilatoria para impedir la mejora de las sociedades o el cambio revolucionario. Aunque la consigna del “desarme nuclear” fue concebida en una época de “guerra fría”, en la que dos grandes superpotencias incrementaban la tensión mundial a través de una, no por veloz, menos estúpida carrera armamentista, en la que la ciencia y la tecnología se habían puesto al servicio del más poderoso, sigue todavía vigente, pues el siglo XXI está demostrando que, cuando el “desarme recíproco” deja de ser la idea regulativa de las relaciones internacionales”, crecen sin cuento los desastres humanos, políticos y sociales.

El desarme que produjo los acuerdos de Helsinki y orientó al mundo enfrentado bipolarmente hacia una reconversión industrial, en la que las multinacionales del armamento dejaron de tener la voz cantante, al imponerse la tesis de una progresiva reducción de las armas de destrucción masiva a una tasa del 3 % anual, se ha visto interrumpido al final de la década de los noventa a medida que se ha ido consolidando el imperialismo militar norteamericano, cuya dinámica de confrontación con el resto del mundo se ha visto especialmente favorecida por los “misteriosos” atentados del 11 de septiembre de 2.001 en el corazón financiero del mundo globalizado al modo capitalista.

En este preciso momento la idea de “desarme”, aplicada unilateralmente, está convirtiéndose en la ideología del imperialismo norteamericano que justifica sus fechorías invasoras acusando a los invadidos de poseer Armas de Destrucción Masiva (ADM), utilizando a la ONU como tapadera y ocultando su verdadero plan estratégico, que consiste en convertirse en el único poseedor de tan peligrosas armas. El movimiento pacifista rechaza enérgicamente todos los arsenales de armas de destrucción masiva, poséalos quien los posea, y considera más seguro para la paz mundial un control multilateral de tales armas que el monopolio de las mismas o su oligopolio por parte de una pocas potencias. Porque ¿para qué pueden querer las superpotencias la posesión exclusiva de tales ingenios militares, sino es para tener esclavizados al resto de la población mundial?

Pudiera parecer un contrasentido que al tiempo que se propugna el desarme que supone una “clara limitación con la libertad del mercado de armas”, nuestro Instituto de Estudios para la Paz y la Cooperación apele a la controvertida y desprestigiada Idea de Cooperación, que habiendo sido proclamada por las Naciones Unidas no puede apuntarse todavía un logro significativa en la erradicación de la pobreza en el mundo. ¿Por qué insistir en la idea de Cooperación?

Si entendemos la cooperación como un “operar conjunto” entre agentes que se consideran “libres e iguales”, no es difícil vincular la idea de “cooperación” con el viejo lema revolucionario de la “fraternidad”, objeto de tanta disputas y, una vez que el intenso proceso de secularización, ha limado las resonancias teológicas de la filiación divina de los hermanos. No se trata, sin embargo, de propugnar a pelo el ideario de la Revolución Francesa: “libertad, igualdad y fraternidad” en pleno siglo XXI.

La idea regulativa de libertad, en tanto alude al rechazo de toda forma de sometimiento y esclavitud de unos hombres sobre otros, se ha venido fraguando desde entonces en el seno de los Estados democráticos, como un derecho político fundamental. En España, donde ha nacido el IEPC, la lucha por la libertad se ha identificado con el combate que los partidos de izquierdas y algunos grupos afines a la democracia cristiana han sostenido contra el régimen dictatorial del general Franco.

Esta peculiaridad ha convertido la Idea de Libertad en un concepto demasiado difuso tras al advenimiento de la democracia, de modo que su vindicación puede parecer una redundancia. Sin embargo, el ejercicio de las libertades dista mucho de estar garantizado para unas poblaciones educadas en la cultura de la dependencia y de la sumisión. Uno de los problemas más agudos en la vida democrática española, que los movimientos ciudadanos apenas podemos suplir, es la falta de participación de los ciudadanos y el desinterés e incluso, el rechazo, hacia la actividad política.

La vindicación de la libertad en el contexto democrático tiene así una doble vertiente: por un lado, genera cauces de participación en la vida democrática para aquellos ciudadanos que quieren cooperar voluntariamente en la transformación y mejora de la propia sociedad; por otro lado, intenta salvar el hiato cada vez más profundo entre el reconocimiento teórico de los derechos y libertades, que garantizan las leyes, y la realidad efectiva de los mismos que debe ser defendida mediante organizaciones ciudadanas activas. La vindicación de la libertad individual por parte de un movimiento social supone el reconocimiento de los límites y de la fragilidad del individuo en la sociedad de masas y constituye una plataforma para garantizar a los hombres libres la posibilidad de independizarse de las fuertes presiones que provienen de los poderes reales de la industria, la tecnología, la economía y los medios de comunicación de masas.

Por su parte, la idea de igualdad, es consustancial también con las sociedades democráticas y lo comparten tanto el liberalismo como el socialismo, como ha visto sagazmente Louis Dumond en su Homo aequalis. La igualdad consustancial a la democracia se opone a una sociedad de castas y de jerarquías rígidas. En los contornos conceptuales de la globalización probablemente sea este uno de los debates más críticos entre las sociedades “modernas” (ya no exclusivamente occidentales) donde se ha impuesto la igualdad, y a veces un excesivo “igualitarismo”, frente a los sistemas jerárquicos. Es curioso (y hay en ello una cierta asimetría inversa) que el ideal de igualdad, aparentemente vindicado en exclusiva por los regímenes del “socialismo real”, no ha alcanzado en tales regímenes cuotas extraordinarias de cumplimiento, al excluir a los homosexuales, a las mujeres o a determinadas minorías étnicas o religiosas del trato formalmente igualitario proclamado. Los déficit son equiparables a los que cabe imputar respecto a la libertad en los regímenes liberales, donde hay Guantánamos, cárceles secretas y violaciones de derechos humanos sin cuento.
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Carcel estadounidense de Guantanamo, icono de la negacion de los derechos humanos

En consonancia con estas dos ideas regulativas, la idea de cooperación toma también un nuevo contorno regulativo en la era llamada de la globalización, en la que hay una creciente interdependencia entre las diferentes zonas geoestratégicas del globo, que nos obliga a tomar partido y a intervenir allí donde la paz, la libertad y los derechos humanos se encuentren amenazados. Pero la interdependencia, que exige la intervención de las relaciones de cooperación en aras de la paz, está regulada por intensos procesos de generalización y homogeneización socioeconómica y cultural, de modo que un instituto de estudios no puede menos que investigar las causas que intervienen en la nueva situación mundial.

Ahora bien, aún reconociendo que una parte sustancial de los cambios actuales provienen de la acción conjunta de los grandes poderes de la industria, la tecnología y la economía, la idea de cooperación obliga a tomar en cuenta los planes y programas de los individuos y organizaciones humanas, que formamos parte del proceso. Si la globalización supone un cambio cualitativo y no una mera continuación de ciertos procesos, ese cambio se habría producido a raíz y por efecto de lo que podríamos llamar la mundialización de la política. Es cierto que, como estamos viendo con USA, todo Imperio lleva en su programa la propensión a ocupar todo el mundo. Pero, en realidad, un programa realmente planetario sólo se ejecuta en el siglo XX por primera vez, no antes, y además se ejecuta en primer lugar a nivel bélico y de forma negativa. Esta circunstancia es especialmente significativa para los estudios pacifistas que irrumpen de lleno en la dialéctica permanente entre guerra y paz.

Podemos considerar en este sentido la Primera Guerra Mundial, aunque se haya desarrollado en territorio europeo fundamentalmente, como la primera manifestación efectiva de la mundialización, porque en ella las potencias beligerantes se disputaban el dominio de todo el mundo a través del control colonial. Aunque la Guerra no tuvo un claro vencedor, Estados Unidos salió de ella como nación hegemónica, lo cual fue celebrado en los felices años veinte. Pero la victoria del sistema capitalista en un formato estrictamente liberal conduce al crack de 1929, que crea un ambiente de crisis. Hay que señalar a este respecto que en Europa no triunfó el liberalismo, pues al mismo tiempo que se genera la Primera Guerra Mundial, se genera también un régimen alternativo y nuevo, que no es otro que el régimen comunista de la Unión Soviética.

En sus primeros años, el comunismo obtuvo grandes logros con un sistema absolutamente contrario al liberalismo económico que imperaba en Estados Unidos: Extiende sus beneficios a la totalidad de la población, genera un gran desarrollo científico y tecnológico, industrializa el país, etc. Ese triunfo de la Unión Soviética es una advertencia para el resto de los países europeos, que no pueden practicar el liberalismo radical sino que se van a ver forzosamente obligados a ensayar un tipo de régimen de planificación a favor del capital que conduce al establecimiento de duros regímenes militares en prácticamente toda Europa excepto en Italia y Alemania, que han perdido la Guerra. En estos países serán las propias poblaciones las que van a imponer en el seno de la democracia los regímenes dictatoriales, los fascismos. Con esta situación geopolítica y estratégica, se vuelve a producir otra Guerra Mundial como efecto de los mismos intereses que dieron lugar a la Primera.

Pero en la Segunda Guerra Mundial no participan sólo países europeos, sino que intervienen decisivamente Estados Unidos, Japón, etc. En este momento se produce la segunda mundialización, también negativa, pero que abre definitivamente el camino hacia el advenimiento de la globalización propiamente dicha, que consiste en el reconocimiento efectivo de que hay que instaurar un sistema global mundial. La paz que se obtiene en 1945 exige inmediatamente un convenio internacional que genera la ONU, organismo que posee un Consejo de Seguridad y una estructura que depende de los resultados bélicos. La ONU se concibe como un parlamento mundial, un gobierno del mundo.

Pero en el seno de la ONU se va a producir una ruptura entre ciertos organismos que se ocupan del bienestar de las poblaciones (el PNUD, la OMS, la UNESCO, la FAO, etc.), y los encargados de llevar a cabo las políticas económicas correspondientes (el FMI, el Banco Mundial, la OMC, etc.). Lo que queremos mostrar con todo esto es que existen planes y programas a escala mundial al menos desde los años 60, y que la globalización está directamente relacionada con esos programas políticos, sociales, económicos, etc. Coexisten hoy muchos proyectos y planes globales desarrollándose simultáneamente, y no sólo de carácter económico, sino también, por ejemplo, de índole religiosa: El catolicismo sigue un esquema de globalización, pues lo que pretende es que sus apóstoles recorran el mundo y prediquen la buena nueva a toda criatura. Esta expansión religiosa (que comparte el Islam) constituye un proyecto de globalización ideológico que ha tenido gran importancia a lo largo de la historia, por lo cual no debe ser olvidado ni excluido.

En este contexto, el Instituto de Estudios para la Paz y la Cooperación necesita definir su estrategia investigadora que se articule con aquellos planes y programas que intentan conducir la globalización en la dirección programática de la Paz y la Cooperación. Algunos grupos radicales intentan crear una organización mundial de ciudadanos que asuma el control del auténtico gobierno mundial, ahora dominado por el FMI, la OMC y el Banco Mundial. Estos organismos no están controlados por ninguna instancia democrática parlamentaria, sino que gobiernan aparentemente y con frecuencia en contra de los intereses generales de los ciudadanos.

Frente a esta situación, la utopía de los grupos mal llamados antiglobalizadores es construir una organización de los ciudadanos valiéndose de ONGs, movimientos populares, sindicatos, etc., que constituyen una pluralidad de componentes completamente heterogéneos unidos únicamente por su oposición al actual estado de las cosas. No obstante, estos grupos, no han presentado hasta la fecha alternativas globales claras como la que constituyó el comunismo hasta los años 90. Como hemos dicho, tras la caída de la Unión Soviética, parece que sólo hay un proyecto de globalización. El capitalismo liberal llega a plantear sus exigencias más crudas en la década de los 80 con Margaret Tatcher y Ronald Reagan como figuras más destacadas, y, aunque en España esto no se percibió por las especiales circunstancias que se dieron, ésta fue una década desastrosa a nivel mundial, por lo que pese al aparente respiro “multilateral” de los años 90, en los comienzos del siglo XXI se mantiene el temor al desastre al que puede conducir el desarrollo desbocado del sistema capitalista.

El IEPC se preocupa por entender globalmente el escenario geoestratégico en el que vivimos en orden a actuar localmente para implantar los valores que nos definen. La Idea regulativa de la cooperación comienza porque estamos dispuestos a cooperar con todos los que ayuden a esta tarea. No es fácil, sin embargo, llevar a cabo esta tarea por tres razones: la complejidad del mundo actual, la velocidad vertiginosa de los cambios sociales que ocurren y el engaño constante a que nos somete la fronda confusa de imágenes y símbolos, que debemos aprender a interpretar.

Hacer transparente la complejidad orientando nuestra acción cooperativa hacia la paz tropieza en nuestra época con las incertidumbres y riesgos asociados a la velocidad de las transformaciones contemporáneas.

Sometidos a ese flujo constante estas contribuciones que ofrecemos aspiran a ofrecer imágenes concretas de problemas vivos y en cambio incesante. Esto puede dar a veces la impresión de improvisación, de estar analizando problemas y desastres que siempre nos desbordan, porque los datos cambian de acuerdo con flujos causales que no siempre controlamos. Ese es obviamente un peligro que corren todas las investigaciones que no se hayan percatado de que el nerviosismo esencial que subtiende la actividad incesante en que nos vemos envueltos está orientada por los flujos profundos que son los que hay que controlar para no perderse en los vericuetos y aledaños de la realidad. Para evitarlo hacen falta criterios. El IEPC sabe que los flujos profundos (como el movimiento de la Tierra o los procesos de combustión interna) son los verdaderamente importantes y transformadores, aunque a veces resulten imperceptibles. Si el IEPC no renuncia a levantar planos y construir hipótesis sobre los problemas de las migraciones, la interculturalidad, las relaciones internacionales, los conflictos bélicos, el fundamentalismo, el racismo o la xenofobia, etc. no es por prurito, snobismo o curiosidad.

Abrirse paso entre la fronda confusa de imágenes y de símbolos implica, en primer lugar, no dejarse seducir por el pensamiento único, por el informador unilateral, por la “voz del amo”, que habla a través de sus múltiples ventrílocuos mediáticos. Para ello, el IEPC apuesta por la pluralidad ideológica, la multiplicidad de las informaciones, por el principio de la conectividad múltiple, por la apertura a los múltiples y heteróclitos mensajes que provienen de los distintos emisores. Pero que el IEPC se decante por fomentar las organizaciones reticulares, o, como se dice, la sociedad red, implica por pura lógica el uso del instrumental a distancia que nos proporcionan las nuevas tecnologías. Quizá el lema que titula estas contribuciones ayuden a definir mejor esa estrategia de fondo que estamos buscando y que va de la ética intercultural al codesarrollo social.

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Nota

[1] El autor es Director en Asturias, España, del IEPC.

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