Una muestra de debilidad
El sometimiento judicial a PROFAMILIA
muestra la erosión del poder e influencia de la Iglesia en la sociedad
dominicana
Lavando el sepulcro
Desde
cualquier ángulo que se la vea, la decisión de la Iglesia católica de someter
un recurso de amparo contra PROFAMILIA por su campaña a favor de los derechos
sexuales y reproductivos luce como una muestra de debilidad, además de un error
táctico. Ambas cosas son producto de la incapacidad que evidencia la Iglesia
–tanto la universal como la dominicana- de entender e interpretar correctamente
el contexto político, social y tecnológico actual, lo que la lleva a un
accionar torpe que erosiona su influencia, su prestigio y su poder a un ritmo
inimaginable hace apenas algunas décadas. El problema de fondo parece ser
justamente la sobreestimación de su poder e influencia por parte de la
jerarquía, que le impide reconocer hasta qué punto la Iglesia se ha debilitado
en el mundo actual, aún en los países católicos.
Consideremos,
en primer lugar, ¿cuándo en la historia dominicana la Iglesia ha tenido que
recurrir a tribunales para imponer su autoridad –o, mejor dicho, para reclamar que los tribunales impongan
una autoridad eclesial que ella por sí misma ya no es capaz de imponer?
Hasta hace algunas décadas, en países como el nuestro era impensable que una
institución, ya fuera estatal o privada, promoviera abiertamente posiciones
contrarias a la ortodoxia católica. El control social e ideológico de la Iglesia
era tan completo –y la cultura democrática tan débil- que el espacio público
simplemente no daba acceso a las disidencias, las cuales debían, en el mejor de
los casos, canalizarse hacia los márgenes del mundillo intelectual o de las
izquierdas semiclandestinas.
Con
las aperturas democráticas y el auge de los movimientos sociales de fines del
siglo XX, las posiciones disidentes empiezan a demandar acceso a los espacios
públicos, a los medios de comunicación, al mundo académico, etc., y la
situación empieza a cambiar. Pero todavía durante algún tiempo la Iglesia
dominicana pudo contar con que las élites de poder -sobre todo las que
controlaban los partidos políticos y los medios de comunicación- se aplicaran
la autocensura, primero en aras de “la moral pública”, y luego por temor a
sufrir represalias eclesiásticas. Esta era la época en que la Comisión de
Espectáculos Públicos rutinariamente prohibía la exhibición de películas
consideradas ofensivas a la Iglesia, en que ninguna organización ‘seria’ ni persona
prestante se atrevía a hablar públicamente de aborto terapéutico, en que los
escándalos sexuales o financieros de la iglesia ni se mencionaban en los
periódicos, etc. Ya en su ocaso, esta también fue la época de la timidez
mediática en el manejo del caso del orfanato de San Rafael del Yuma (2005) y
del chantaje político a los congresistas en el caso del Art. 30 (2009).
Pero
para entonces en el país ya estaba explotando el uso de las nuevas tecnologías,
y con la banda ancha, el celular y twitter se le empezó a mover peligrosamente
el piso a la Iglesia –tal como le pasó a todos los regímenes autoritarios,
excepto que, a diferencia de Cuba o de China, la Iglesia no podía controlar los
contenidos del Internet o el acceso alas nuevas tecnologías. Y lo peor para la
Iglesia es que la revolución tecnológica –y los cambios en las formas de hacer
política que ésta trae consigo- ocurre tras varias décadas de empoderamiento
progresivo de los movimientos sociales por los derechos de las mujeres, de la
diversidad sexual, de niños y jóvenes, y de otros sectores tradicionalmente
excluidos del ejercicio de derechos en los patriarcados autoritarios que la
Iglesia durante tantos siglos fomentó y apoyó. Pero ya para entonces Juan Pablo
II había consolidado la restauración pre-conciliar, como dice Hans Kung, y la
Iglesia estaba en manos de octogenarios con visión decimonónica, lo que la
dejaba ciega a las realidades del mundo contemporáneo e incapaz de adecuar sus
estrategias –no digamos ya sus dogmas- a las nuevas circunstancias históricas y
tecnológicas del siglo XXI.
Es
esta incapacidad de entender el contexto histórico actual, aferrándose por el
contrario a su tradicional modelo de dominación monárquico-absolutista[1], lo que explica la increíble sucesión de errores
cometidos por las altas jerarquías eclesiásticas en los últimos años, como
demuestra el reciente enfrentamiento de los obispos con las monjas
estadounidenses, una metida de pata de proporciones cósmicas que ha mermado los
niveles de estima y respeto de la feligresía de ese país hacia sus autoridades
eclesiásticas a niveles hasta hace poco impensables.
Pero
por supuesto que los errores que más le han costado a la Iglesia en las últimas
décadas son los relativos a su manejo de los escándalos de pedofilia, que han
hecho añicos su autoridad moral y provocado una estampida de feligreses y de
vocaciones a nivel mundial, pero sobre todo en los países con mayor desarrollo
democrático, donde los tribunales y los medios de comunicación han podido
ventilar con más libertad estos casos. La testarudez, por no decir arrogancia,
con que las máximas autoridades de la Iglesia perseveraron durante años en el
encubrimiento de los pedófilos, su culpabilización cobarde de la homosexualidad
como causa última del problema, los
intentos por minimizar la magnitud de los crímenes cometidos por clérigos y su
impacto en las víctimas, junto a otras tácticas evasivas, nos pintan de cuerpo
entero a una Iglesia que se sigue creyendo por encima de toda autoridad
terrenal, como en la época en que los papas insistían en coronar a los
emperadores y se creían impunes por derecho divino.
Por eso les tomó tanto tiempo entender que no podían seguir manejando los
escándalos de pedofilia y las finanzas del Banco Ambrosiano como si todavía
gobernara Carlomagno y no estuviéramos en la época de los Vatileaks. Y por eso
las medidas tardíamente adoptadas en ambos casos tienen un tufo tan grande a
paño tibio[2].
La
aparente decisión de la Iglesia de dar por perdida a Europa y a (la feligresía
no hispana de) los EEUU, concentrando sus esfuerzos políticos y evangelizadores
en América Latina y África, resulta una estrategia riesgosa que solo hace
sentido si, como el avestruz, la Iglesia se rehúsa a entender que muchos de los
procesos políticos y tecnológicos que llevaron a su progresivo derrumbe en los
países desarrollados van a ser replicados en los próximos años en países como
México, Brasil y Nigeria. Y, podríamos agregar, como República Dominicana,
donde cada vez hay más indicaciones de que el Concordato ya no pone donde antes
ponía y donde más temprano que tarde tendrán que desaparecer las Altas Cortes
capaces de dictaminar que la continuada vigencia de ese adefesio jurídico no
viola la garantía constitucional de igualdad ciudadana, como hizo la Suprema en
el 2008.[3] ¿O es que nadie reparó en el hecho de que en la Encuesta Gallup-Hoy
del pasado mes de abril la Iglesia católica quedó por primera vez relegada al tercer lugar entre las instituciones
más valoradas por la ciudadanía, detrás de los medios de comunicación y ¡de las iglesias evangélicas![4]
A
la luz del análisis anterior, la decisión de la Iglesia de someter
judicialmente a PROFAMILIA se evidencia como un error táctico cuyo impacto en
la opinión pública podría resultarle tan costoso como el ocultamiento
sistemático de los hechos de San Rafael del Yuma (incluyendo el misterioso
fuego de la cárcel de Higuey, con sus 134 muertos), como la lucha eclesiástica
a favor del Art. 30 y la posterior muerte de Esperancita, o como la recién
divulgada adulación cardenalicia de tutumpotes que golpean a sus esposas. En
efecto, el caso de Frank Jorge Elías es un ejemplo paradigmático de cómo las
nuevas tecnologías de la comunicación les están cambiando las reglas de juego a
la Iglesia. La
ostentosa ceremonia de renovación de votos en la Catedral y las lisonjas del
Cardenal han sido práctica rutinaria en la Iglesia, siempre tan apegada al
poder político y económico. El hecho de que ahora el vídeo de la ceremonia
pudiera circular a la velocidad del rayo por el ciberespacio dominicano minutos
después de que se conociera la denuncia de Sandra Kurdas dejó en posición muy
comprometida al Cardenal y a su Iglesia.[5]
Aunque
la evaluación de los méritos jurídicos del recurso de amparo debe ser hecha por
juristas, en lo que ésta llega no está de más señalar que los argumentos de la
Iglesia lucen insostenibles, rayando en lo absurdo (violación del derecho de
autoridad paterna, del derecho a la vida, a la no injerencia en el hogar, uso
inapropiado de la imagen de menores). También la selección de juristas
encargados de llevar el caso parece improvisada, visto que una simple búsqueda
de Google revela que Edwin Grandell Capellán, el abogado que representará a la
Conferencia del Episcopado Dominicano, fue inhabilitado por el Tribunal
Disciplinario del Colegio de Abogados de la República Dominicana
(CARD) en el 2010 por violación del Código de Ética de ese gremio.[6]
El
momento elegido por la Iglesia para someter el recurso de amparo también
resulta cuestionable, y no solo porque la autoridad moral de la Iglesia
católica está pasando por uno de los peores períodos de su historia, sino
porque: 1) la campaña mediática de PROFAMILIA se inició el 6 de febrero, o sea
que la Iglesia esperó tres meses para
actuar, permitiendo que las cuñas se divulgaran sin ninguna interferencia
durante ese tiempo; 2) la duración de la campaña estaba en efecto pautada para
tres meses, o sea que el sometimiento de
la Iglesia tuvo lugar tres días después de que ésta finalizara! Esto significa que la acción de la Iglesia asegura la vigencia continuada de una
campaña que ya concluía, exactamente el efecto contrario al deseado.
También hay que suponer que, visto el intento de censura eclesial, es muy
posible que las agencias de cooperación que originalmente financiaron la
campaña (y hasta algunas otras) se sientan motivadas a patrocinar una segunda
etapa o una prolongación de la misma.
En
conclusión, que además de reflejar una merma de su hegemonía ideológica y de su
poder político, que la obliga a recurrir a tribunales para obtener lo que antes
no tenía ni que reclamar, la Iglesia está cometiendo torpezas dignas de un
amateur, no de un actor político de su veteranía. La Iglesia no acaba de
entender que las actitudes de la sociedad dominicana hacia el aborto
terapéutico, el acoso sexual, la educación sexual científica en las escuelas,
la anticoncepción, el embarazo adolescente, etc., se alejan cada vez más de la
ortodoxia eclesial. Esta demanda judicial, en lugar de apuntalar su rol de
árbitro moral de la sociedad dominicana, muestra a una Iglesia cada vez más de
espaldas a la sociedad, que se encamina inexorablemente hacia la irrelevancia.
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El infierno anticipado
CRÓNICAS DE BOGOTA. Tomo II
La historia se repite
Por: Pedro M. Ibáñez, © Derechos
Reservados de Autor
¿Por qué iba a negar ella su interés de mujer que se sabe joven, que se
siente bella y digna de ser amada, a aquel apuesto capitán de pomposo y verde
uniforme que tan galantemente le asediaba, a aquel señor militar de tan
arrogante continente, irreverente mirada y parla insinuante y halagadora?
Carlos Cuervo Márquez. (1789). La
Leyenda de El Verde. (Colombia)
EL VERDE— Por
los años de 1789 entró como novicia al convento de Santa Inés de Bogotá la
señorita doña María Josefa Camero, de diez y seis años de edad, huérfana de
padre y madre con gran caudal de hermosura y de bienes, puesto que era una de
las más ricas herederas de la Sabana, y, según todas las apariencias, con muy
poca o ninguna vocación para la vida del claustro. En la misma época servía a
Ezpeleta un apuesto Capitán de guardias, don Antonio de Aguirre, joven español
que gozaba de mucho valimiento cerca del Virrey, y que era, entre las tímidas
doncellas de Santafé, objeto de viva curiosidad y causa de perennes
inquietudes.
Antes de entrar
al convento la joven
Camero , el Capitán la había conocido en un sarao y había
quedado prendado de la gracia y tal vez de la cuantiosa fortuna de la heredera. A ésta la
había impresionado agradablemente la apostura, la galantería y el vistoso
uniforme verde del Capitán. Pero el tutor de la joven, que no miraba con buenos
ojos a don Antonio, creía, siguiendo las ideas de su tiempo, que el mejor modo
de desempeñar las funciones de su cargo era hacer cuanto estuviera en su mano
para asegurar la felicidad eterna de su pupila, sacrificando la efímera dicha
terrenal.
Para lograr
esto había proyectado hacerla profesar, dando al convento una nueva monja y una
gran fortuna, la de la
señorita Camero , como era de ordenanza. El tutor tuvo como
auxiliar, para llevar a cabo sus piadosos planes, el apoyo del poder
eclesiástico, a cuyas poderosas sugestiones no pudo resistir la pupila, aun
cuando presentía que al entrar al convento, contrariando sus inclinaciones, y una
pasión ya poderosa, se abrían para ella las puertas de un infierno anticipado.
Pero esa era la
época y como joven principal y bien educada debía sacrificarse en aras de las
preocupaciones reinantes. Así se explican la invencible repugnancia que la
novicia demostraba por el convento y la melancolía que de ella se apoderó desde
el momento en que, pasados los umbrales del claustro, las puertas del mundo se
cerraron tras ella, ocultándole, tal vez para siempre, al Capitán Aguirre. Pero
para este, como buen enamorado, no había obstáculos invencibles, y aun las
mismas macizas puertas de un convento del siglo XVIII, con todas sus
preeminencias, eran capaces de hacerlo retroceder. Antes, quizás, las fuertes
rejas de Santa Inés estimularon su capricho, y ganándose a una mandadera del
convento, logró entablar con la novicia amorosa y clandestina correspondencia.
Las cartas del
Capitán, con sus protestas de amor, con sus ardientes frases y con sus
esperanzas para el porvenir, agravaron la lamentable situación de la novicia. Sólo Dios
pudo saber las terribles luchas que agitaron el espíritu de esa desdichada
niña, combatida por el amor y por los escrúpulos, encerrada en las frías
paredes de una celda, y a todas horas asediada por las monjas, que de ninguna
manera querían que se les fuera de entre las manos la fortuna que ella les
traía. Tal estado no podía menos que alterar profundamente la salud de la
novicia, la que día por día iba para menos. Sabedor de todo esto el Capitán
Aguirre, puso en juego todo su crédito con el Virrey para que éste reclamara
del poder eclesiástico a la
señorita Camero.
Pero el
Gobernador del Arzobispado no accedió a nada, y sólo después de muchas notas
cruzadas con el Virrey consintió en que la novicia, dado el mal estado de su
salud, saliera del convento por unos días, pero con orden terminante de que en
la casa adonde se llevara no debía recibir, fuera de las del médico, otras
visitas que las de su tutor y las de su padre espiritual; que debía ajustarse a
la disciplina del convento, y que el hábito de novicia no debía quitárselo ni
aun para dormir, como para que tuviera presente a todas horas que su destino
estaba inexorablemente trazado, que su única aspiración debía ser el crucifijo,
su satisfacción el cilicio, y su universo una estrecha celda. Pero hasta ese
retiro, y a pesar de todas las precauciones de vigilancia que se habían tomado,
el Capitán, por medio de la aguadora de la casa, consiguió hacer llegar a manos
de la infeliz novicia nuevas esquelas amorosas, que fortalecían su ya decaído
ánimo.
Los dos años
del noviciado pasaban muy de prisa, y, vuelta la novicia al convento, se
acercaba ya la fecha fijada para la profesión, sin que hasta entonces hubieran
dado resultado alguno las constantes reclamaciones del Virrey y de la autoridad
civil. El Gobernador del Arzobispado, a la cabeza de todo el elemento
religioso, quería que la heredera profesara, y, necesariamente, tenía que profesar.
Era ceremonial
de etiqueta en ese tiempo que cuando alguna joven principal tomaba el hábito,
los tres días anteriores a la profesión abandonaba el convento y era festejada
por su familia y sus amigos con alegres fiestas, continuos saraos y diversiones
constantes. Eso era lo que, en el lenguaje de la época, se llamaba los
requerimientos —especie de duelo final que el ascetismo de la presunta monja
libraba contra los halagos del mundo y sustentaciones — y no pocas veces el
resultado de tan dura prueba era el que debía ser: el cambio del rudo sayal por
el alegre traje de la desposada.
Aun cuando la
suerte de nuestra novicia parecía de antemano fatalmente trazada, no se podía
prescindir de los requerimientos, dadas su posición, su edad y su fortuna; pero
como no tenía familia, la Virreina, quizás de acuerdo con el Capitán Aguirre,
se presentó en persona en el convento A por la señorita Camero , y
los requerimientos tuvieron lugar en
Palacio, celebrándose con magníficos banquetes, saraos y toda clase de fiestas,
presididas por la
misma Virreina. Allí , entre la alegre juventud de Santafé,
descollaba Aguirre, luciendo, como de costumbre, su brillante uniforme verde de
Capitán de Guardias españolas, más enamorado que nunca, y, cosa inexplicable,
apareciendo el último día de los requerimientos alegre y satisfecho como el más
feliz de los mortales.
Terminados los
regocijos, Josefita Camero se despidió de la Virreina y de sus amigas; por unos
pocos momentos, y demostrando la más viva zozobra, habló en voz baja con Aguirre,
y, abandonando las ricas galas que tanto la habían hermoseado por tres días,
volvió a vestir el modesto hábito de la novicia y fue de nuevo conducida al
convento. La comunidad, formada en el claustro principal, la recibió con vivas
demostraciones de regocijo, festejándola con un abundante refresco. Una vez
instalada en su antigua celda, debía recibir los cumplimientos y el besamanos
de toda la
comunidad. Después de la Priora, una a una y en riguroso
orden jerárquico entraron todas las monjas, todas las sirvientas y todas las
mandaderas a saludarla y a felicitarla por la insigne victoria que había
alcanzado sobre el mundo y sus vanidades.
La batalla se
había librado, y el convento, según todas las apariencias, quedaba vencedor. Al
día siguiente debía tener lugar la profesión. Sin embargo, algo extraño debía haber
en la fisonomía de la novicia, porque en el acto comenzó a susurrarse entre la
gente de servicio del convento que la Hermana Camero no profesaría. Terminados los
besamanos y los saludos de etiqueta, y pasados los primeros momentos del
regocijo de las monjas, la comunidad volvió de nuevo a su monótona y ordinaria
tranquilidad de siempre.
A las cinco y
media de la tarde de ese día estaban las monjas reunidas en el coro, entregadas
a sus devociones de regla, cuando fueron interrumpidas por extraño tumulto. En
la vecina calle se oía tropel de gente armada, toques de clarines y de
tambores, y voces de mando y terribles golpes sonaban en las puertas del
convento. Al mismo tiempo los tranquilos habitantes de Santafé, para quienes
era éste un extraordinario acontecimiento, veían asombrados que la Compañía de
Guardias del Virrey, mandada por el Capitán Aguirre, quien llevaba su vistoso
uniforme verde, rodeaba el monasterio de Santa Inés y se preparaba como para un
formal ataque contra las indefensas monjas.
A los golpes
dados en la puerta principal del convento por el Capitán en persona, acudió la
Hermana portera, quien oyó con estupefacción la orden del Virrey para que fuera
inmediatamente entregada, de grado o por fuerza, la novicia María Josefa
Camero. La portera subió volando al coro a comunicar a la Priora lo que
ocurría, y ésta, después de reflexionar un momento, y viendo que toda tentativa
de resistencia era inútil, ordenó que se introdujera al coro, pero por la
puerta de la iglesia, al mensajero de tan extraña orden.
A los pocos
instantes se abrieron las puertas de la iglesia, y subiendo al coro, se
presentó en medio de la consternada comunidad el Capitán Aguirre, con espada
desnuda, sombrero calado, espolines y su gran uniforme verde, que impresionó
profundamente a las asombradas monjas, y dirigiéndose a la Priora, en términos
altaneros le comunicó la orden del Virrey. La desolada superiora, con voz
severa y entrecortada por los sollozos, llamó a la Hermana Camero y,
tomándola de la mano, la entregó al atrevido Capitán, repitiendo la orden de
que la novicia saliera a la calle por la puerta de la iglesia, para que no se
profanaran con tan grande atentado los umbrales de la sagrada casa.
Las monjas, que
no podían creer que esta profanación fuera obra humana, vieron en el Capitán
vestido de verde al mismo demonio, y desde entonces El Verde fue sinónimo de
diablo, principalmente entre monjas, mandaderas y demás gentes allegadizas a
los conventos de esta ciudad, sobre todo para designar un diablo inquieto,
atrevido y perturbador de la santa tranquilidad de la vida monástica.
Pocos días
después de lo ocurrido, don Antonio de Aguirre y doña María Josefa Camero
contrajeron matrimonio, y como el escándalo dado hacía imposible su permanencia
en la piadosa Santafé ,
partieron para Puerto Rico, adonde el Capitán había logrado ser promovido, no sin haber realizado antes las valiosas
propiedades de su esposa, entre ellas la hacienda La Ramada ,
en la vecindad de Puentegrande.
Muchos años
transcurrieron sin que de ella se volviera a tener noticia en Santafé, y ya en
el convento no se hablaba de la Hermana Camero , cuando un correo de los que de
tarde en tarde traían la correspondencia de España, trajo para la Priora carta
de la antigua novicia, que causó profunda impresión en la comunidad. La esposa
de Aguirre relataba toda una vida de amargura y de dolor, y terminaba
reconociendo su enorme falta y pidiendo humilde perdón a la superiora y a la
comunidad entera.
Instalados en Puerto
Rico, Aguirre había malbaratado la
fortuna de su esposa, trocándose para ella en desapiadado verdugo, sumiéndola
en terrible miseria, y, arrancándole los dos hijos que habían tenido, la había
arrojado del hogar, abandonándola por completo. Desde entonces, cada vez
que a Santafé llegaba correspondencia de las Antillas, no faltaron las
desoladas cartas de la
Hermana Camero , como todavía era llamada en el convento,
cartas que leía la Priora ante la comunidad, para edificación y ejemplo de
monjas y mandaderas, quienes veían la mano de Dios pesando sobre la desdichada
que había profanado el monasterio huyendo de él en pos de El Verde. Por último,
dejaron de venir las acostumbradas cartas, y nada más se volvió a saber sobre
la infeliz suerte de la antigua novicia.
[1] La referencia es de nuevo a Kung, cuyo libro más
reciente acaba de ser traducido al español. Ver la reseña del mismo publicada
en epistheme, 25 de abril, 2013. http://epistheme-tonydemoya.blogspot.com/2013/04/noticias-del-frente-patrimonial-072.html, de donde proceden las dos citas que siguen. Según
Kung, “Este sistema de dominación se caracteriza por el monopolio del poder y
la verdad, por el juridicismo, el clericalismo, la aversión a la sexualidad y
la misoginia, así como por el empleo espiritual-antiespiritual de la violencia”.
[2]
“…el sistema de
encubrimiento de delitos sexuales de clérigos vigente durante años en el mundo
entero estuvo dirigido por la romana Congregación para la Doctrina de la Fe,
que el cardenal Joseph Ratzinger presidió entre 1981 y 2005 y que ya en tiempos
de Juan Pablo II se hacía cargo bajo máximo secreto de este tipo de casos.
Todavía el 18 de mayo de 2001 envió Ratzinger a todos los obispos una carta
formal sobre delitos graves (Epistula
de delictis gravioribus). En ella, los casos de abusos se ponen
bajo secretum pontificum,
cuya violación puede acarrear severas penas eclesiásticas. Esta circular no ha sido retirada hasta la fecha”. (Énfasis mío en
la última frase).
[3] No hay que pasar por alto que la misma Corte que dictó el
fallo a favor del Concordato en octubre del 2008 fue la que dos meses más tarde
emitió la igualmente vergonzosa sentencia en el caso de la Sun Land. Las dos
sentencias pueden ser consultadas en: http://www.suprema.gov.do/sentscj/sentencia.asp?B1=VR&llave=117510006 (Concordato) http://www.suprema.gov.do/sentscj/sentencia.asp?B1=VR&llave=117710012(Sun Land).
[4] Los porcentajes respectivos son: la
prensa 71%, las iglesias evangélicas66.2%, y la Iglesia Católica
63%. Ver http://www.hoy.com.do/el-pais/2013/4/23/477262/La-prensa-y-las-iglesiasmejor-valorados-por-la-gente
******
La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).
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