(Cuando veas las barbas de tu vecino arder…)
¿Estamos ante un genocidio próximo en Centroáfrica?
“Si no actuamos ahora de forma
decisiva no excluyo la posibilidad de que aquí pueda
ocurrir un genocidio”. Así de contundente se mostró el pasado 1 de noviembre Adama Dieng, asesor especial de la ONU para la
prevención de los genocidios, hablando sobre la situación en la República
Centroafricana en una sesión informativa ante los 15 miembros del Consejo de
Seguridad en Nueva York. “Ya existen grupos armados
identificados con su religión que matan a sus rivales. Esto va acabar con
cristianos y musulmanes matándose los unos a los otros”, añadió ante los embajadores
asistentes. El de Ruanda reaccionó elevando aún
más el tono de la alarma: “lo que estoy oyendo me suena mucho a la situación
que tuvimos en casa en 1994”.
¿Es cierto que estamos ante la
posibilidad de un genocidio en la República Centroafricana?
Centroáfrica tiene un porcentaje de 50% de cristianos, 15% de musulmanes
y el resto de la población que sigue únicamente sus creencias tradicionales. El pasado 24 de marzo, una
coalición de cuatro grupos rebeldes que llevaban años operando en el Norte del
país y que se unieron bajo el nombre de Seleka (“alianza”, en lengua Sango)
derrocó al presidente François Bozizé y tomó el poder por la fuerza.
Michel Djotodia, que no ha
sido reconocido por la comunidad internacional como presidente, es desde
entonces el nuevo hombre fuerte. Es la primera vez que en este país hay un
mandatario musulmán.
Los milicianos de la Seleka son, en su mayoría musulmanes del Norte, una
zona donde la gente se ha sentido marginada durante décadas. Pero muchos de
ellos son mercenarios de Chad y de Darfur (Sudán) que operan por su cuenta sin
obedecer nada más que a sus jefes más inmediatos y que matan, violan, torturan
y saquean con toda impunidad.
Se han ensañado, muy especialmente,
con ataques y saqueos en parroquias y otras instituciones de la Iglesia. Todo
esto ha creado un sentimiento de rabia y frustración generalizada en una
población indefensa y desde septiembre pasado ha habido levantamientos de
milicias de auto-defensa conocidas como los “anti-balaka” que atacan a la
Seleka y han cometido acciones de venganza contra sus vecinos musulmanes, a los
que identifican con los nuevos soldados.
Quien quiera saber más detalles sobre las numerosas violaciones de los
derechos humanos tiene a su disposición dos excelentes informes recientes: uno
publicado por Human Rights Watch http://www.hrw.org/reports/2013/09/18/i-can-still-smell-dead-0, y otro más reciente de Amnistía Internacional http://www.amnesty.org/en/news/central-african-republic-violence-security-forces-now-out-control-2013-10-29
“Los cristianos y los
musulmanes nunca habíamos tenido problemas de convivencia antes en nuestro
país”.
Desde que llegué a
Centroáfrica en mayo del año pasado he oído esta frase hasta la saciedad y mi
reacción siempre es que aquí hay mucho que matizar. Aunque es cierto que aquí no hay una historia de enfrentamientos entre personas
de distintas religiones, como en Nigeria o Sudán, sí que es verdad que a la
minoría musulmana, en general, se les ha usado a menudo como chivo expiatorio y
que muchos centroafricanos dicen, con demasiada ligereza, que todos los
musulmanes presentes en el país son extranjeros. Lo que es nuevo ahora en
Centroáfrica es que por primera vez en el centro del conflicto el elemento
religioso está tomando un protagonismo que no había tenido antes.
Cuando yo vivía en Obo, en el Este del país, el año pasado, cada vez que
desaparecía alguna persona y se encontraba su cadáver a los pocos días los
cristianos (o por lo menos, los no-musulmanes) echaban siempre la culpa a los
musulmanes, sin
tener ninguna prueba. También corría la voz de que los alimentos que vendían en
sus tiendas estaban envenenados –con el consiguiente perjuicio económico que
esto significaba para los comerciantes.
Además, en Centroáfrica hay un
conflicto que dura varias décadas con los pastores semi-nómadas Mbororo, que
son también musulmanes. En Bangui, en junio de 2011, hubo
incidentes de violencia en varios barrios con once muertos y quema de mezquitas
incluida. La rivalidad y desconfianza entre personas de las dos
religiones ha existido desde hace bastante tiempo, aunque las explosiones de
violencia hayan sido bastante contadas.
Lo que pasa es que en situaciones de crisis la gente suele tener tendencia a idealizar el
pasado y presentar una historia muy simplificada, como si antes
de la crisis todo hubiera sido una balsa de aceite, lo que no es el caso.
Durante los últimos meses ha
habido enfrentamientos muy serios en lugares del Noroeste del país como
Bossangoa –feudo del antiguo presidente Bozizé y de su etnia Mbaya- , en
Boucar, Bohong y Bouar, y también en Bangassou (500 kilómetros al Este de
Bangui). En estos y otros lugares la violencia tomó tintes de conflicto
religioso y hubo cientos de muertos.
En octubre la ONU alertaba de que en el país había ya 400.000 desplazados
internos, 70.000 personas habían huido a otros países, y dos millones de
personas (de una población de 4.600.000) necesitaban ayuda urgente. Nadie sabe cuántos han
muerto de enfermedades o hambre en los bosques donde escaparon de estos
enfrentamientos.
Mientras escribo estas líneas
Bossangoa es una ciudad dividida en dos, con unos 40.000 desplazados en total:
los cristianos se han refugiado en la misión católica y los musulmanes en una
escuela situada en el otro extremo de la localidad.
Desde que regresé a Bangui,
hace dos semanas, me ha asustado hablar con personas a las que creía moderadas
y en favor del diálogo y que ahora defienden, con una gran crispación, que la
única solución es tomar las armas y “dar una lección a estos
extranjeros”.
El escenario de conflicto,
algo simplificado, podría ser descrito de esta forma: los milicianos de la
Seleka, musulmanes, llegan a un pueblo o un barrio y durante meses imponen su
dominio robando, violando mujeres, secuestrando a jóvenes a los que torturan y
por los que piden cuantiosos rescates a sus familiares.
Las víctimas de estos atropellos, todos ellos cristianos, ven que
denunciarlos a las autoridades no sirve de nada porque los hombres armados sólo
obedecen a su jefe más inmediato.
Y las prometidas fuerzas internacionales de paz no llegan. Sorprende poco que, desde
agosto del año pasado, en varias partes del país hayan surgido grupos que,
armados con rifles de caza y machetes –y en algunos casos con rifles
automáticos- planten cara a la Seleka. Pero como los sufridos jóvenes que se
levantan en armas han visto a los milicianos –muchos de ellos extranjeros que
sólo hablan árabe- confraternizar con los comerciantes o pastores musulmanes de
su localidad, su ira se descarga también contra ellos.
De este modo, el círculo vicioso de agresión-venganza-nueva agresión se repite una y otra
vez. Los obispos católicos –muy especialmente el arzobispo de Bangui Dieudonné
Nzapalainga- los pastores protestantes y bastantes de los imanes musulmanes han
tenido la lucidez de mediar en bastantes de estas situaciones y hacer
llamamientos a la calma, lo que seguramente ha evitado que el
conflicto degenere aún más.
Decía el asesor especial de la
ONU quehay que actuar “ahora y de forma decisiva”. Y aquí
es donde la comunidad internacional está fallando y debería rectificar.
No es que Centroáfrica sea una crisis olvidada, como ha sido el caso en
años anteriores. La
crisis de este país sale a diario en los grandes medios de comunicación social
y son innumerables las reuniones internacionales que se
han organizado desde marzo, así como las delegaciones de la
ONU, Unión Europea, Unión Africana, etc., que han visitado el país y levantado
la voz de alarma.
Pero a la hora de tomar
decisiones (sobre todo cuando hay que aflojar el bolsillo) hay falta de
coordinación y una lentitud exasperante. La misión de intervención de la
Unión Africana (conocida por sus siglas MISCA) tiene en el país algo menos de
2.000 soldados, insuficientes para imponer la seguridad y desarmar a la Seleka
en un país más grande que Francia con comunicaciones difíciles.
No llegan a los 3.600 prometidos porque faltan países que den el paso
de financiar esta misión, e incluso si un día llegan no serán suficientes. Francia, que tan decisivamente entró en acción en Malí, envió un contingente
de 400 hombres, pero sólo para asegurar el aeropuerto y sus propios intereses
en la capital.
Y hace pocos días Ban Ki Moon autorizó el
envío de 250 cascos azules, pero que tendrán un mandato muy limitado: proteger
las instalaciones y el personal de las agencias de Naciones Unidas en el país.
A primeros de noviembre, el director de operaciones humanitarias de la ONU, John Gign, describió la
situación de Centroáfrica de “caótica”. Es parecido a otros
adjetivos empleados durante los últimos meses por parte de autoridades
internacionales, desde François Hollande a Ban Ki Moon: “horrendo”, “fuera de control”, “insoportable”, “sangrante”, y muchas más.
Lo que Centroáfrica
necesita no son más adjetivos, sino más acción. Antes de que sea demasiado
tarde.
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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).
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