lunes, febrero 26, 2007

Noticias del Frente Ecologico 002

La Cotorra Puertorriqueña



Por: J. Michael Meyers
National Biological Service

Reproducido del boletín Taino News, de la UCTM, Nueva York
Traducido del inglés por Antonio de Moya

La cotorra puertorriqueña (Amazona vittata) había compartido su hábitat con los pacíficos indígenas Taino durante siglos antes de la llegada de pobladores europeos en el Caribe.

Status y tendencias

Al arribo de los españoles en 1493, la cotorra puertorriqueña vivía en todos los hábitats principales de Puerto Rico y en las pequeñas islas adyacentes de Culebra, Mona, Vieques, y posiblemente las actuales Islas Vírgenes (Snyder y colaboradores 1987). Las cotorras ocupaban ocho microclimas principales o tipos de bosques antiguos (Little y Wadsworth 1964) que cubrían a Puerto Rico y eran dispersadas sólo por pequeñas áreas arenosas o cenagosas cercanas a la costa (Snyder y cols. 1987). Las cotorras anidaban en las cavidades de los grandes árboles que llenaban los bosques. Los bosques fértiles y húmedos en las planicies costeras y en los valles boscosos entre las montañas contenían gran parte de las frutas y semillas necesarias para alimentar a la próspera población de cotorras. Los bosques de Puerto Rico probablemente albergaban una población de entre 100,000 y 1,000,000 de cotorras hacia fines del siglo 15 (Snyder y cols. 1987; Wiley 1991).

En los primeros 150 años de colonización europea en Puerto Rico ocurrió poco cambio en el hábitat. Hacia 1650 la población española había crecido a 880 habitantes (Snyder y cols. 1987); las cotorras aún ocupaban todos los hábitats importantes y existían por montones. Durante los próximos dos siglos la población humana aumentó a casi 500,000, y la tala de los bosques en la agricultura, especialmente en las llanuras, erradicó los bosques en Puerto Rico (Wadsworth 1949). Un informe de 1836 hecho por Moritz, un naturalista alemán, indicaba que la población puertorriqueña de cotorras había comenzado a declinar (Snyder y cols. 1987).

Hacia 1900 la población humana se había duplicado, alcanzado el millón. Cerca de 76% de la tierra cultivable de Puerto Rico había sido convertida de bosques a terrenos agrícolas (Snyder y cols. 1987); menos de 1% de los antiguos bosques permanecía tras más de 400 años de civilización europea. En esos momentos, la población de cotorras debe haber sido poca, pero no se han conservado datos. En 1937 funcionarios del Servicio Forestal de los EEUU (USFS, por sus siglas en inglés) estimaron que la población de cotorras puertorriqueñas era de alrededor de 2,000 individuos (Wadsworth 1949).

Pocos años más tarde, las cotorras sólo se encontraban en las montañas de Luquillo, que antiguamente fue una reserva forestal de la Corona Española, administrada ahora por la USFS. Esta área contenía el último hábitat forestal donde las cotorras puertorriqueñas podían reproducirse.

Sondeos de la población de cotorras puertorriqueñas no fueron realizados antes de los años 1950. Los primeros estimados de la población de cotorras en Puerto Rico están basados en unos cuantos registros escritos y en observaciones generales (Snyder y cols. 1987), en el conocimiento de la biología de la cotorra, y en la extrapolación de sondeos de población conducidos por Rodríguez-Vidal (1959). Durante los 1950, Rodríguez-Vidal, del Departamento de Agricultura y Comercio de Puerto Rico condujo el primer estudio extenso de la cotorra puertorriqueña. El reportó una población de 200 cotorras puertorriqueñas hacia la mitad de los años 50. Cerca de 20 años después la población se había reducido a 14 individuos que habitaban en un aislado bosque lluvioso de las montañas de Luquillo.

En 1968 Kepler, del Servicio de Piscicultura Vida Silvestre (USFWS, por sus siglas en inglés), de los EEUU, organizó sondeos de cotorra poniendo observadores en lugares estratégicos, incluyendo puestos vigía en rocas prominentes, encrucijadas de carreteras, y techos de edificios. Zinder y cols. (1987) mejoraron el método de sondeo en 1972 al construir 10 observatorios en lo alto de árboles en áreas de circulación importante de las cotorras. Los sondeos de cotorras son conducidos desde estas plataformas durante las estaciones de apareamiento y crianza (Snyder et al. 1987). Los observadores recogen información sobre el número de aves, las direcciones que toman, y su distancia de lla plataforma según la hora del día. En 1993 este sistema de torrecillas fue expandido hasta alcanzar 38 plataformas (Vilella y García 1994).

En 1968 comenzó la implementación del Plan de Recuperación de la Cotorra Puertorriqueña; este es un esfuerzo conjunto de científicos y administradores del Departamento del Medio Ambiente y Recursos Naturales de Puerto Rico, la USFS, el Caribbean National Forest and International Institute of Tropical Forestry, la Oficina de Campo de la Cotorra Puertorriqueña, de la USFWS, y el National Biological Service de los EEUU. Después que el plan de recuperación comenzó, la población de cotorras aumentó a 47 individuos en 1989 (Wiley 1980; Lindsey y cols. 1989; Meyers y cols. 1993); sin embargo, cerca de 50% de la población fue destruida por el huracán Hugo ese mismo año. Una pequeña población de 22-24 individuos se recuperó a finales de 1989. Desde entonces, la población aumentó a 38-39 a principios de 1994 (F.J. Vilella, USFWS, comunicación personal). Después del huracán, el número de pares anidando exitosamente aumentó a un máximo de 5 a 6 pares de 1991 a 1993 (Meyers y cols. 1993; Vilella y García 1994).

Investigación y Manejo

Las cotorras puertorriqueñas declinaron en relación al aumento de la población humana. La conversión de los bosques a la agricultura y la pérdida del habitart forestal, de los cuales dependía la especie para su alimento y reproducción, fue la causa primaria de la declinación. La cacería de cotorras como alimento o para protección de las cosechas y la captura como mascotas fueron causas secundarias para la declinación. La población restante de cotorras en las montañas de Luquillo sufrió otra embestida cuando los rieles y las carreteras fueron creadas y cuando los aserraderos y el uso humano de la madera del bosque fue alentado a principios del siglo XX (Snyder y cols. 1987).

Las tormentas después de la llegada de los europeos probablemente tenían poco efecto en la población de cotorras porque la población estaba más difundida, y los huracanes tendían a afectar sólo áreas geográficas pequeñas. Huracanes severos en 1898, 1928, 1932, y 1989 redujeron las poblaciones pequeñas y ya aisladas aún más. La habilidad aparente de la población de regenerarse después de estas tormentas es sugerida por los aumentos en la población de cotorras y en los apareamientos después de que el huracán Hugo golpeara la isla en 1989 (Meyers y cols. 1993).

Estrategias de investigación y de manejo intenso durante los últimos 27 años han prevenido la extinción de la cotorra puertorriqueña. Gran parte del esfuerzo por reconstruir la población ha involucrado la investigación y el manejo de los lugares de apareamiento (Wiley 1980; Snyder y colsl. 1987; Lindsey y cols. 1989; Wiley 1991). Los depredadores, tales como las ratas negras (Rattus rattus) y los ruiseñores de ojos perlados (Margarops fuscatus), han sido controlados (Snyder y cols. 1987). Las infestaciones de moscas melenudas bot (Philornis spp.) de los nidos no son aún un gran problema (Lindsey y cols. 1989). El manejo de los nidos mediante el fomento de la formación de nidos silvestres en individuos jóvenes criados en cautiverio, la protección de los nidos, el control de las abejas melíferas (Apis mellifera), el mejoramiento y mantenimiento de las cavidades de anidamiento, y la creación de cavidades mejoradas, deben aumentar la población de cotorras puertorriqueñas (Wiley 1980; Lindsey y cols. 1989; Wiley 1991; Lindsey 1992; Vilella y García 1994).

Los huracanes continuarán amenazando a la población de cotorras puertorriqueñas. Los investigadores estiman que tormentas iguales en intensidad a Hugo (vientos sostenidos de 166 km/h o 104 mi/h) ocurren al menos cada 50 años en el noreste de Puerto Rico (Scatena y Larsen 1991). El riesgo de extinción causado por los huracanes se reducirá estableciendo un población silvestre separada (USFWS 1987).

Las cotorras introducidas y los periquitos son comunes en Puerto Rico, incluyendo el genus Amazona. Las poblaciones monitoreadas de estas aves exógenas han aumentado de 50% a 250% durante el lapso 1990-93 (J.M. Meyers, National Biological Service, datos inéditos). Si ellas expanden sus territorios para incluir bosques más antiguos, estas poblaciones pueden plantear un desafío a la cotorra puertorriqueña al introducir enfermedades y competir por los recursos. En estos momentos, ninguna de la poblaciones amazónicas introducidas se encuentran cerca de las montañas de Luquillo; no obstante, los periquitos de pecho anaranjado (Aratinga canicularis) han pastado y anidado en elevaciones bajas de estas montañas (J.M. Meyers, NBS, datos inéditos).

Mientras la población de cotorras puertorriqueña aumenta, es posible que los sitios de anidamiento idóneo puedan limitar el crecimiento poblacional. Antes de que esto ocurra, la investigación y el manejo deben concentrarse en aumentar la población silvestre. La habilidad de la cotorra puertorriqueña para expandir su población de manera similar a las cotorras exóticas introducidas en Puerto Rico, en una gama de ambientes naturales y alterados por los humanos, no debe ser subestimada y puede ser la llave de su recuperación.



Referencias

Lindsey, G.D. 1992. Nest guarding from observational blinds: strategy for improving Puerto Rican parrot nest success. Journal of Field Ornithology 63:466-472.

Lindsey, G.D., M.K. Brock, and M.H. Wilson. 1989. Current status of the Puerto Rican parrot conservation program. Pages 89-99 in Wildlife management in the Caribbean islands. Proceedings of the Fourth Meeting of Caribbean Foresters. U.S. Department of Agriculture, Institute of Tropical Forestry, Río Piedras, Puerto Rico.

Little, E.L., Jr., and F.H. Wadsworth. 1964. Common trees of Puerto Rico and the Virgin Islands (reprint). Agriculture Handbook 249. U.S. Department of Agriculture, Washington, DC. 556 pp.

Meyers, J.M., F.J. Vilella, and W.C. Barrow, Jr. 1993. Positive effects of Hurricane Hugo: record years for Puerto Rican parrots nesting in the wild. Endangered Species Tech. Bull. 27:1,10.

Rodríguez-Vidal, J.A. 1959. Puerto Rican parrot study. Monographs of the Department of Agriculture and Commerce 1. San Juan, Puerto Rico. 15 pp.

Scatena, F.N., and M.C. Larsen. 1991. Physical aspects of Hurricane Hugo in Puerto Rico. Biotropica 23:317-323.

Snyder, N.R.F., J.W. Wiley, and C.B. Kepler. 1987. The parrots of Luquillo: natural history and conservation of the Puerto Rican parrot. Western Foundation of Vertebrate Zoology, Los Angeles, CA.384 pp.

USFWS. 1987. Recovery plan for the Puerto Rican parrot, Amazona vittata. U.S. Fish and Wildlife Service, Atlanta, GA. 69 pp.

Vilella, F.J., and E.R. García. 1994. Post-hurricane management of the Puerto Rican parrot. In J.A. Bissonette and P.R. Krausman, eds. International Wildlife Management Congress Proceedings. The Wildlife Society, Washington, DC. In press.

Wadsworth, F.H. 1949. The development of the forested land resources of the Luquillo Mountains, Puerto Rico. Ph.D. dissertation, University of Michigan, Ann Arbor. 481 pp.

Wiley, J.W. 1980. The Puerto Rican parrot (Amazona vittata): its decline and the program for its conservation. Pages 133-159 in R. E. Pasquier, ed. Conservation of new world parrots. Internacional Council for Bird Preservation Tech. Publ. 1. Smithsonian Institute Press, Washington, DC.

Wiley, J.W. 1991. Status and conservation of parrots and parakeets in the Greater Antilles, Bahama Islands, and Cayman Islands. Bird Conservation International 1:187-214.


Para más información:

J. Michael Meyers
National Biological Service
Patuxent Environmental Science Center
PO Box N
Palmer, Puerto Rico 00721-0501 USA



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