Abuelas Sabias Indígenas Mexicanas visitarán el país
Cinco Abuelas Sabias Indígenas Mexicanas realizarán una serie de actividades culturales y espirituales durante la semana del 1ro al 7 de agosto con motivo del Día Internacional de los Pueblos Originarios, que se festeja el día 8 de agosto de cada año. Las Abuelas han sido invitadas por el Consejo de Ancianos de la Fundación Guabancex Viento y Agua y por un amplio conjunto de organizaciones culturales e identitarias.
Durante la semana, las Abuelas Tonalmitl, Xotchilquetzal, Mictlanxotchil, Tupina Rosa y Beatrice Villegas, conocidas como “Danzantes de la Luna”, platicarán con grupos de pobladores sobre sus prácticas mágico-religiosas ancestrales , realizarán talleres interactivos sobre el manejo creativo del fuego y otros elementos, presidirán ceremonias de curación (temascales o bohíos sagrados donde se hacen sanaciones de formas tradicionales), visitarán lugares sagrados, y compartirán el arte culinario ancestral con las comunidades de El Ramón (San Cristóbal), San Juan de la Maguana, y Los Haitises.
Tonalmitl es danzante de la luna y el sol; quiere hablar con los pueblos, más que nada con las abuelas y las madres dominicanas. Xotchilquetzal es trabajadora de semillas medicinales. Tupina Rosa trabaja las hierbas y el temascal (bohío sagrado donde se hacen sanaciones de formas tradicionales), y ha sido danzante del sol y de la luna por más de 10 años. Mictlanxotchil es consultora, danzante del sol y de la luna, trabaja el fuego como elemento de protección, de enseñanza y de vida, y también maneja temascales.
El martes 7 de agosto, de 9 de la mañana a 6 de la tarde, en el Museo del Hombre Dominicano (Av. México), las Abuelas realizarán cuatro talleres interactivos con cupo limitado sobre medicina tradicional, el uso medicinal de las semillas, el fuego como fuente de creatividad en el arte indígena contemporáneo, y las canciones ceremoniales de diferentes naciones indígenas.
Las personas interesadas en asistir a uno o más talleres deberán hacer sus reservaciones a los teléfonos celulares 809 916-9449 y 829 868-1565, o a los correos electrónicos fatimaportorreal@yahoo.com y anamtoledo1@hotmail.com.
A las 8 de la noche, se festejará el Día Internacional de los Pueblos Originarios en el salón de conferencias del museo. El evento incluirá palabras de bienvenida del director del Museo del Hombre, Arquitecto Cristian Martínez, lectura de un manifiesto de Guabancex sobre la preparación espiritual para el nuevo ciclo que preconiza el calendario Maya y surge una nueva ética del Buen Vivir y una cultura de paz. Asimismo, se ofrecerá una conferencia de una de las Abuelas sobre el Código Borgia y los calendarios antiguos, seguidas por bendiciones, poesía, música, danza y brindis de comidas y bebidas ancestrales.
El Museo del Hombre Dominicano, la Alcaldía de San Juan de la Maguana, la Asociación de Escritores del Sur y el Movimiento Liborista Dominicano han unido sus esfuerzos para recibir a las Abuelas de la manera más hospitalaria. También patrocinarán los eventos el Centro Dominicano para la Paz (Cedopaz), el Batey Ecológico Afrotaíno, el Mercado Ecológico Vivencial GAIA, Ce-Mujer, República Libre, las Mujeres Lobas, y los restaurantes Crudo Todo Orgánico y Devanand.
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Buenos Oficios: Revelaciones de Videla sobre la complicidad de la Iglesia Católica
Videla habló con una revista de Córdoba sobre la complicidad de la Iglesia Católica con la dictadura militar. El rol de Laghi y Primatesta y el testimonio de un ex sacerdote. No sólo asesoraron a la Junta sobre cómo manejar la cuestión de los detenidos-desaparecidos. También le ofrecieron sus “buenos oficios” para informar a algunas familias del asesinato de sus hijos garantizando que no lo hicieran público. Se comprende por qué hasta hoy la Iglesia no ha excomulgado a Videla.
Por Horacio Verbitsky, Página 12, 22 de julio de 2012 (www.pagina12.com.ar)
El ex dictador Jorge Videla dijo que el ex nuncio apostólico Pío Laghi, el ex presidente de la Iglesia Católica de la Argentina Raúl Primatesta, y otros obispos de la Conferencia Episcopal asesoraron a su gobierno sobre la forma de manejar la situación de las personas detenidas-desaparecidas. Según Videla la Iglesia “ofreció sus buenos oficios” para que el gobierno de facto informara de la muerte de sus hijos a familias que no lo hicieran público, de modo que cesaran la búsqueda.
Esto confirma el conocimiento de primera mano que esa institución tenía sobre los crímenes de la dictadura militar, como consta en los documentos secretos cuya autenticidad el Episcopado reconoció ante la justicia hace dos meses. Pero además muestra un involucramiento episcopal activo para que esa información no trascendiera tampoco por comentarios de los familiares de las víctimas, de cuyo silencio la Iglesia era garante.
El reportaje con la revista cordobesa El Sur, que edita en Río Cuarto Hernán Vaca Narvaja, se realizó antes de los concedidos al periodista español Ricardo Angoso y al argentino Ceferino Reato, pero sólo se divulgó esta semana. Fue realizado en tres partes por el periodista Adolfo Ruiz, en la cárcel de alta seguridad de Bouwer, donde el ex jefe de la Junta Militar estuvo detenido entre el 26 de junio y el 23 de diciembre de 2010, mientras se extendieron las audiencias del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la cárcel de Córdoba conocida como UP1.
Videla fue condenado en ese proceso a prisión perpetua por los asesinatos de 31 prisioneros dentro de la cárcel o mediante fraguados intentos de rescate en ocasión de traslados. Videla recibió a Ruiz el 6 y el 13 de agosto y el 18 de octubre de 2010 en el locutorio de la cárcel de Bouwer, cuyos dos mil internos superan el número de pobladores de esa pequeña ciudad, que hasta hace dos años fue el depósito de los residuos domiciliarios de Córdoba. Antes de comenzar puso como condición que sus palabras recién se difundieran cuando dejara la provincia, como consta en la carta manuscrita que se reproduce aquí.
Como en aquellas otras entrevistas y en sus alegatos judiciales, Videla justificó el plan que aplicó la Junta Militar por los “decretos de aniquilación” firmados por el ex presidente interino Italo Luder, que constituyeron “una licencia para matar concedida por un gobierno democrático”. Cuando el periodista le inquirió si esa licencia incluía las torturas, el robo de bebés y el saqueo de los bienes de las víctimas, dijo que esas “bajezas humanas” se debieron al gran “poder y libertad de acción otorgados al Ejército”, situación en la cual “es inevitable que muchos utilicen esas libertades en beneficio propio”. Agregó que con los juicios él y sus camaradas pagan el costo de “no haber blanqueado” los métodos dispuestos entonces. Videla sostiene que “hacia el final de mi mandato, entre el ’80 y el ’81, se llegó a evaluar la posibilidad de publicar la lista, blanquear los desaparecidos”. Explica que “no era tan fácil, porque además íbamos a estar expuestos a la contra pregunta.
Si a una madre le decíamos que su hijo estaba en la lista, nadie le impediría que preguntara ¿dónde está enterrado, para llevarle una flor? ¿quiénes lo mataron? ¿por qué? ¿cómo lo mataron? No había respuestas para cada una de esas preguntas, y creímos que era embochinchar más esa realidad, y que sólo lograríamos afectar la credibilidad. Entonces en ese momento no se quiso correr ese riesgo”.
El razonamiento es idéntico al que Videla suministró a la Comisión Ejecutiva del Episcopado, cuando los obispos le transmitieron que el método de la desaparición de personas produciría a la larga “malos efectos”, dada “la amargura que deja en muchas familias”. Pero la fecha es muy anterior a la que menciona el dictador. Ese diálogo tuvo lugar el 10 de abril de 1978 durante un almuerzo de Videla con la Comisión Ejecutiva del Episcopado, que presidía el arzobispo de Córdoba Primatesta y que también integraban los arzobispos de Santa Fe y de la Capital Federal, Vicente Zazpe y Juan Aramburu, como vicepresidentes.
Primatesta hizo referencia a las desapariciones producidas durante la Pascua de 1978, “en un procedimiento muy similar al utilizado cuando secuestraron a las dos religiosas francesas”. Videla respondió que “sería lo más obvio decir que éstos ya están muertos, se trataría de pasar una línea divisoria y éstos han desaparecido y no están. Pero aunque eso parezca lo más claro sin embargo da pie a una serie de preguntas sobre dónde están sepultados: ¿en una fosa común? En ese caso, ¿quién los puso en esa fosa?
Una serie de preguntas que la autoridad del gobierno no puede responder sinceramente por las consecuencias sobre personas”, es decir para proteger a los secuestradores y asesinos. El detalle de este diálogo consta en una minuta que los tres arzobispos redactaron en la sede del Episcopado en cuanto concluyó el almuerzo para enviarla al Vaticano. La autenticidad de ese texto fue reconocida por la Conferencia Episcopal, que hoy preside el arzobispo de Santa Fe, José Arancedo, ante una consulta de la jueza federal de San Martín, Martina Forns, luego de su publicación aquí.
Pero en el reportaje con El Sur, Videla describe un grado de complicidad de la Iglesia Católica con los crímenes de su gobierno superior a lo que se conocía y con un carácter institucional que comprende tanto al Episcopado local como a la sede central en Roma. No se trata sólo de callar lo que sabían para no “hacer daño al gobierno”, como dijo Primatesta aquel día de 1978, sino incluso de asesorar a la Junta Militar y garantizar que tampoco los familiares de las víctimas contaran lo que había ocurrido con sus hijos. Lo que sigue es la transcripción textual del tramo de la entrevista sobre el tema:
–No deja de llamar la atención la forma en que se refiere a la situación de los desaparecidos. Hace sentir que para usted es un tema pendiente.
–La desaparición de personas fue una cosa lamentable en esta guerra. Hasta el día de hoy la seguimos discutiendo. En mi vida lo he hablado con muchas personas. Con Primatesta, muchas veces. Con la Conferencia Episcopal Argentina, no a pleno, sino con algunos obispos. Con ellos hemos tenido muchas charlas. Con el nuncio apostólico Pío Laghi. Se lo planteó como una situación muy dolorosa y nos asesoraron sobre la forma de manejarla. En algunos casos, la Iglesia ofreció sus buenos oficios, y frente a familiares que se tenía la certeza de que no harían un uso político de la información, se les dijo que no busquen más a su hijo porque estaba muerto.
–No parece suficiente.
–Es que la repregunta es un derecho que todas las familias tienen. Eso lo comprendió bien la Iglesia y también asumió los riesgos.
Hasta la expresión impersonal escogida por Videla (“se lo planteó”, “se les dijo”) trasluce la identidad entre Iglesia y Dictadura.
La minuta para el Vaticano también muestra el conocimiento de la Iglesia sobre el secuestro de las religiosas francesas Alice Domon y Léonie Duquet. Sin embargo, cuando la superiora de las monjas en la Argentina, Evelyn Lamartine, y la religiosa Montserrat Bertrán recurrieron a Laghi, el nuncio las miró “como si fuéramos bichos asquerosos, y nos dijo: ‘Nosotros no sabemos nada, por algo habrá sido’. Montse se arrodilló y le rogó que hiciera algo. El se la sacó de encima, instintivamente, describe Evelyn, que entonces pensó: ‘Dios no se olvida de lo que dijiste’”.
Su testimonio fue recogido por María Arce, Andrea Basconi y Florencia Bianco, cuya investigación fue publicada por Clarín en 2007. Un obispo y una madre superiora llegaron desde Francia para interesarse por Alice y Léonie, pero Primatesta ordenó desmentirlo y explicar que sólo venían a pasar Navidad. En 1995, bajo la conmoción de las revelaciones del ex capitán Adolfo Scilingo sobre el asesinato de prisioneros arrojados al mar, la esposa del secuestrado periodista Julián Delgado, María Ignacia Cercós, contó que el Comandante en Jefe de la Armada Armando Lambruschini consultó con Laghi acerca del destino de 40 detenidos-desaparecidos en la ESMA, que su antecesor, Emilio Massera, le había entregado al retirarse.
Lambruschini no quería matarlos pero temía que si los dejaba en libertad contaran lo padecido en la ESMA, tal como ocurrió, y le preguntó a Laghi qué hacer. Según Cercós, el conocimiento de Laghi sobre lo que sucedía en aquel campo de concentración llegaba hasta la nómina de los prisioneros que aún quedaban con vida. Ante el pedido de María Ignacia, Laghi consultó esa lista y “me dijo que Julián no estaba entre ellos. Quiere decir que tenía pleno acceso a la información”. En aquel momento, el propio Massera defendió a Laghi de tales “noticias calumniosas” y dijo que se preocupó en forma permanente por la suerte de “los llamados desaparecidos”.
El problema es que Laghi había elegido la estrategia opuesta: negar que hubiera conocido la índole y la extensión de las violaciones a los derechos humanos. Dijo que “no tenía ni micrófonos ni espías que fuesen a los cuarteles a ver lo que los militares hacían”. Sus amigos Oscar Justo Laguna (quien al morir este año estaba procesado por la justicia federal de San Nicolás, por haber mentido en su testimonio sobre el asesinato de su colega Carlos Horacio Ponce de León), Alcides Jorge Pedro Casaretto, Carlos Galán, Domingo Castagna y Emilio Bianchi di Carcano sostuvieron que declaraciones como la de María Ignacia Cercós podrían “reinstalar entre nosotros no ya la violencia de las armas sino la de la venganza”.
La esposa de Julián Delgado dijo entonces que durante años estuvo agradecida a Laghi por sus gestiones. “Pero ahora sé que no puedo perdonarle su silencio cómplice. Me siento un monstruo por haber escuchado esas cosas sin reaccionar.” El propio jefe máximo de aquella Junta Militar, sin el menor asomo de crítica, confirma tres décadas después el asesoramiento de Laghi sobre el secreto más horrendo y peor guardado de la dictadura.
Recuerdos coincidentes tienen muchos sacerdotes que en aquellos años frecuentaron a Laghi. Uno de ellos, Hugo Collosa, de Rafaela, le narró al periodista Carlos del Frade que Laghi visitó esa ciudad santafesina luego de la muerte de su obispo, Antonio Alfredo Brasca, incendiado por un cáncer en 1976. La enfermedad se adelantó a las Fuerzas Armadas, que lo tenían en su lista corta de aversiones.
En el Obispado se reunían las agrupaciones laicas que militaban en los barrios más humildes y las del peronismo revolucionario, que tenían algunos miembros en común, entre ellos un sacerdote. Brasca se había manifestado en apoyo del movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo junto con los obispos Enrique Angelelli, Ponce de León y Alberto Devoto.
“Laghi vino a maltratarnos”, dice Collosa, quien ya no es sacerdote. “No tenía ninguna intención de discutir el perfil del nuevo obispo ni mucho menos que se siguiera la línea de Brasca. Lo llevamos a almorzar en un comedor para chicos de la ciudad y allí, a varios sacerdotes, nos contó de los vuelos de la muerte, de los secuestros, las desapariciones y las torturas. Es decir que ellos ya sabían lo que estaba pasando con lujo de detalles desde mucho antes que 1978. Y hablaba con fundamento de lo que hacía cada una de las tres armas. Nosotros ya habíamos sufrido el secuestro del padre Raúl Troncoso que militaba en barrio Fátima, y estábamos muy preocupados. Después lo mandaron a Cassaretto que hizo una pastoral totalmente distinta a la de Brasca y bien cercana a los sectores dominantes de la ciudad”.
La primera entrevista de Videla con el periodista cordobés se interrumpió cuando lo trasladaron al Hospital Militar para tratarse de una incipiente bronquitis. Formaba parte de la comitiva que buscó a Videla “un hombre canoso que venía, cáliz y alba en mano, a darle la Eucaristía”. Es decir que pese a las sucesivas condenas por los más graves delitos, la Iglesia Católica no consideró necesario excomulgarlo, pena eclesiástica que impide la recepción de los sacramentos y se aplica a los pecados graves. El no considerar como tales los delitos de Videla certifica la prolongación en el tiempo de la complicidad eclesiástica con ellos.
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Indígenas del Cauca dan una lección al mundo
Por: Elaine Tavares, Adital, traducción Susana Merino, 23.07.12 - Colombia
En estos últimos días apareció en los diarios brasileños la noticia de que un grupo de indios colombianos había ocupado una base militar en la ciudad de Toribio, región del Cauca, expulsando de allí al ejército. La noticia señalaba que los indígenas estarían cansados de vivir bajo el fuego cruzado de las fuerzas estatales y la guerrilla comandada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas, las FARC. Pero la sola noticia no da cuenta del largo proceso de lucha y de resistencia de las comunidades indígenas en esa estratégica región. Como de costumbre le ha faltado a la prensa brasileña la contextualización de los hechos.
La zona del Cauca es considerada un importante y estratégico corredor que vincula la región amazónica al océano Pacífico y permite igualmente el paso al Ecuador razón que ha alimentado la disputa entre el Estado y las Farc. Hay que añadir asimismo que la situación de guerra civil que vive Colombia tampoco es de ahora. Comenzó en el año 1948 cuando fue asesinado Jorge Gaitán un político progresista liberal en vísperas de ganar la elección presidencial, lo que desató una explosiva revuelta popular violentamente reprimida por las fuerzas reaccionarias, que ordenaran el crimen. Desde ese momento la población se vio obligada a armarse para enfrentar a las fuerzas del ejército como también a numerosos grupos de bandoleros que aprovechaban del caos para robar y saquear.
Esta situación de inseguridad y de profunda violencia generó también –en la década de los 60– las fuerzas revolucionarias que bajo la inspiración marxista trataron de organizar al pueblo para alcanzar una ordenada toma del poder. Pero América Latina vivía la sorprendente revolución cubana y la reacción de los EE.UU. fue inmediata- No iba a permitir que surgiera otro foco socialista en su patio trasero. No fue por nada que desde los años 60 las dictaduras proliferaron en el continente.
A lo largo de los años y con la ayuda militar de los EE.UU. las fuerzas conservadoras siguieron dominando en Colombia, enfrentando persistentemente la reacción revolucionaria. Ese proceso que aún hoy continúa ha causado profundas heridas en el tejido social. Los conflictos y combates que han segado la vida de mucha gente ya llevan más de sesenta años. Y como si no fuera bastante persisten en el país los llamados paramilitares, grupos de combate a la guerrilla conformados por militares y por mercenarios que imponen el terror. Súmanse a esto los narcotraficantes financiados por el sistema internacional que también invierten en milicias armadas. . En el medio se encuentra el pueblo, la gente que quiere vivir en paz.
La región del Cauca es una de las más asoladas por los grupos armados debido a su estratégica localización. Allí viven comunidades indígenas que en todos estos años han venido entregando a sus hijos ya sea al ejército o a la guerrilla y que cotidianamente sufren los ataques de esas fuerzas armadas. Se trata de por lo menos unas 570 mil hectáreas de tierras comunales, en las que esas comunidades plantan y crían sus animales tradicionalmente.
La guerra civil que explotó en 1948, poco a poco fue perdiéndose en la memoria de la gente. Generación tras generación se vio enredada en conflictos y en la diaria lucha por la supervivencia. Muchos de los que vivieron los primeros años del conflicto fueron muriendo en el camino y se volvieron cada vez más oscuros los motivos de la revuelta. Hace ya mucho tiempo que Colombia busca el camino de la paz pero no logra pavimentar ese derrotero. En primer término porque el poder económico asociado a los EE.UU. no tiene la menor intención de que sus aliados dejen el poder. Por otra parte la guerrilla no avanza y se mantiene en perpetua resistencia. Y en medio de ese fuego cruzado está la gente común.
Los indígenas colombianos tienen una larga historia de luchas y resistencias. Primero contra el agresor colonial y ahora contra el estado terrorista. La región del Cauca es especialmente muy aguerrida. A partir de 1971 la población indígena organizó el Consejo Regional Indígena del Cauca o CRIC, organización que ha sido protagonista de muchas luchas hasta llegar a organizar un grupo armado de autodefensa que terminó deponiendo las armas mediante un acuerdo de paz en 1991. Así como todos los demás colombianos necesitaban defender sus vidas. A partir de la organización del CRIC los indígenas comenzaron a reivindicar sus derechos absolutamente perdidos en lo referente a la tierra, la educación, la salud, la protección de la naturaleza destruida por las empresas mineras.
La expulsión del ejército de sus tierras así como la de cualquier otro grupo armado –del tipo de las FARC, los paramilitares o los narcotraficantes– se halla amparada por la decisión comunitaria de poner fin a la sistemática desaparición de personas – "Queremos sembrar en nuestro territorio la paz telúrica e incorporarla a nuestra vida comunitaria” dicen. Pero esa paz de la que hablan no es la de los vencedores de turno lo que significaría la muerte o el sometimiento de las comunidades ya sea al ejército o a la guerrilla. A ellos no les interesa dominar el territorio sino conservarlo para las futuras generaciones.
La forma de organizar la vida planteada por las comunidades indígenas no se parangona con el imperial/capitalismo –como quiere el gobierno ni con la forma socialista de matriz europea– como quiere la guerrilla. Los indígenas quieren vivir su vida sobre la base lógica de sus ancestros, con autonomía y autogobierno. Ellos quieren tener derecho a su forma de impartir justicia comunitaria, de escoger su economía, su educación y su salud. Quieren tener derecho a conservar, proteger y administrar los recursos naturales de su territorio. Por eso derribaron los portones del ejército y las carpas de los guerrilleros. "Tanto unos como otros nos expropian, nos quitan la vida y nos niegan el derecho a vivir según nuestra autónoma voluntad. Unos nos importan la guerra y los otros quieren enseñarnos a resistir. Ambos nos ignoran como pueblo” dicen.
De modo que las comunidades vinculadas al CRIC siguen una simple pauta de 4 puntos:
1. Que salgan todos los grupos armados de su territorio
2. Que respeten la forma de organizar su vida
3. Que dejen a su cuidado los recursos naturales
4. Que no se sigan aprovechando de sus sufrimientos y que tampoco hablen de su resistencia.
Los indígenas del Cauca quieren ser reconocidos como comunidades autónomas y capaces. Basta ya de la vieja cantinela de que los pueblos autóctonos necesitan tutelaje y protección. Mantener esa visión es estancarse en el peor momento del mundo medieval. Es preciso que la izquierda y los intelectuales comprendan de una vez por todas que para entender al mundo indígena deben despojarse del paradigma occidental / eurocéntrico y mirar al mundo con una óptica diferente, una visión autóctona. Ese ejercicio de humildad y respeto es hoy una obligación en América Latina. Las gentes del Cauca lo están mostrando. Quién tenga oídos que oiga.
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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).
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