“Eras Pornocráticas”, “Dictatus Papae”, “Santa y Pecadora”, Vatileaks, “Santo Satanás” y “Papolatría”.
San Gregorio VII: El Papado como dictadura
Por: Leonardo Boff, Servicios Koinonia, 2013 02 23
Quienes
han seguido las noticias de los últimos días acerca de los escándalos en el
Vaticano, dados a conocer por los periódicos italianos La Repubblica y La
Stampa, refiriéndose a un informe de 300 páginas sobre el estado de la
curia vaticana, preparado por tres cardenales designados a tal efecto,
naturalmente han debido quedar horrorizados.
Me puedo imaginar a nuestros hermanos y hermanas piadosos que, fruto de un tipo
de catequesis exaltatoria del Papa
como "el dulce Cristo
en la Tierra", deben estar sufriendo mucho, porque aman lo justo, lo
verdadero y lo transparente y jamás desearían vincular su figura a las notorias
fechorías de sus ayudantes y colaboradores.
El
gravísimo contenido de estos informes reforzó, en mi opinión, la voluntad de
renunciar del Papa. En ellos se comprobaba un ambiente de promiscuidad, de
luchas de poder entre "monsignori",
una red de homosexualidad gay en el Vaticano y desvío de fondos del Banco
Vaticano. Como si no bastasen los crímenes de pedofilia en tantas diócesis, que
han desmoralizado profundamente a la Iglesia-institución.
Quien
conoce un poco de historia de la Iglesia ̶ y los profesionales del área tenemos que estudiarla en detalle ̶ no se escandaliza. Ha habido momentos de
verdadero desastre del Pontificado con Papas
adúlteros, asesinos y traficantes. Desde el papa Formoso (891-896) al papa
Silvestre (999-1003) se instaló según el gran historiador cardenal Baronio la “era pornocrática” de la alta jerarquía
de la Iglesia. Pocos
papas escaparon de ser derrocados o asesinados. Sergio III (904-911) asesinó a
sus dos predecesores, Cristóbal y León V.
La
gran transformación de la Iglesia como un todo sucedió, con consecuencias para
toda la historia posterior, con el papa Gregorio VII en 1077. Para defender sus
derechos y la libertad de la Iglesia-institución contra los reyes y príncipes
que la manipulaban, publicó un artículo que lleva este significativo título “Dictatus Papae”, que traducido
literalmente significa “la dictadura del Papa”. En este documento, él asumía todos los poderes, pudiendo
juzgar a todos sin ser juzgado por nadie. El gran historiador de las ideas
eclesiológicas Jean-Yves Congar, dominico, la consideraba la mayor revolución
que ha habido en la
Iglesia. De una Iglesia-comunidad se pasó a una
institución-sociedad monárquica y absolutista, organizada en forma
piramidal, que ha llegado hasta nuestros días.
Efectivamente,
el canon 331 del actual Derecho Canónico se une a esta comprensión, atribuyendo
al Papa poderes que en realidad no corresponderían a ningún mortal, sino sólo a
Dios: “En virtud de su oficio, el Papa
tiene el poder ordinario, supremo, pleno, inmediato y universal” y en algunos
casos específicos, “infalible”.
Este
teólogo eminente, tomando mi defensa contra el proceso doctrinal impulsado por
el cardenal Josef Ratzinger por mi libro Iglesia: carisma y poder,
escribió un artículo en La Croix (09 08 1984) sobre "El carisma del
poder central". En él decía: “El
carisma del gobierno central es no tener ninguna duda. Pero no tener dudas
acerca de uno mismo es, a la vez, magnífico y terrible. Es magnífico
porque el carisma del centro es precisamente mantenerse firme cuando todo
vacila a su alrededor. Y es terrible, porque los hombres que están en
Roma tienen límites, límites en su inteligencia, límites en su vocabulario,
límites en sus referencias, límites en su ángulo de visión”. Y yo añadiría
límites en su ética y en su moral.
Siempre
se dice que la Iglesia es “santa y
pecadora” y debe ser “reformada siempre”. Pero eso no es lo que sucedió
durante siglos, ni después del deseo explícito del Concilio Vaticano II y del
actual Papa Benedicto XVI. La
institución más antigua de Occidente incorporó privilegios, hábitos, costumbres
políticas palaciegas y principescas, de resistencia y de oposición que
prácticamente impidieron o desvirtuaron todos los intentos de reforma.
Sólo
que esta vez se ha llegado a un punto de altísima desmoralización, con
prácticas incluso criminales, que ya no puede ser negada y que requiere cambios
fundamentales en el viejo aparato de gobierno de la Iglesia. De lo
contrario, este tipo de institucionalidad tristemente envejecida y crepuscular
se debilitará hasta llegar al ocaso. Los escándalos actuales siempre han
existido en la curia vaticana sólo que no había un providencial Vatileaks para hacerlos públicos e
indignar al Papa y a la mayoría de los cristianos.
Mi
sentimiento del mundo me dice que estos males en el espacio sagrado y centro de referencia
para toda la cristiandad -el Papado- (donde debería sobresalir la virtud y la
santidad) son consecuencia de esta centralización absolutista del poder papal.
Él hace a todos vasallos, sumisos, ávidos de estar físicamente cerca del
portador del poder supremo, el Papa. Un
poder absoluto, por su naturaleza, limita y hasta niega la libertad de los
demás, favorece la creación de grupos de anti-poder, camarillas de burócratas
de lo sagrado unas contra otras, practica ampliamente la simonía, que es la
compra y venta de favores, promueve la adulación y destruye los mecanismos de
transparencia. En el fondo, todos
desconfían de todos. Y cada uno busca su satisfacción personal como puede.
Por eso siempre ha sido problemática la observancia del celibato dentro de la
curia vaticana, como se está viendo ahora con la existencia de una verdadera
red de prostitución gay.
Mientras
ese poder no se descentralice y no dé más participación a todos los sectores
del pueblo de Dios, hombres y mujeres, en la conducción de los caminos de la
Iglesia, el tumor que causa esta enfermedad perdurará. Se dice que Benedicto
XVI pasará a todos los cardenales el mencionado informe para que cada uno de
ellos sepa los problemas a los que tendrá que enfrentarse caso de ser elegido
Papa, así como la urgencia de introducir cambios radicales. Desde la época de
la Reforma se oye el grito: "Reforma
en la cabeza y en los miembros". Porque nunca ocurrió, surgió la
Reforma como un gesto desesperado de los reformadores de realizar por su cuenta
tal empresa.
Para
ilustración de los cristianos y de aquellos interesados en los asuntos
eclesiásticos, volvamos a la cuestión de los escándalos. La intención es
desdramatizarlos, permitir que se tenga una noción menos idealista y a veces
idólatra de la jerarquía y de la figura del Papa y liberar la libertad a la que Cristo nos ha
llamado (Gálatas 5,1). En esto no hay ningún gusto por lo negativo ni el deseo
de añadir desmoralización sobre desmoralización. El cristiano tiene que ser
adulto, no puede dejarse infantilizar ni permitir que le nieguen conocimientos
de la teología y de la historia para darse cuenta de lo humana, y demasiado
humana, que puede ser la institución que nos viene de los Apóstoles.
Hay
una larga tradición teológica que se refiere a la Iglesia como casta meretriz, tema abordado en
detalle por un gran teólogo, amigo del Papa actual, Hans Urs von Balthasar (ver
Sponsa Verbi, Einsiedeln 1971, 203-305). En varias ocasiones el teólogo
J. Ratzinger se ha referido a esta denominación.
La Iglesia es una meretriz que
todas las noches se entrega a la prostitución; casta porque Cristo se
compadece de ella cada mañana, la lava y la ama.
El habitus meretrius de la
institución, el vicio del meretricio, fue duramente criticado por los Padres de
la Iglesia como san Ambrosio, san Agustín, san Jerónimo y otros. San Pedro
Damián llega a llamar al mencionado Gregorio VII "Santo Satanás" (D. Romag, Compendio de historia de la
Iglesia, vol 2, Petrópolis 1950, p.112). Esta dura denominación nos remite
a aquella de Cristo dirigida a Pedro. Por su profesión de fe lo llama
"piedra", pero por su poca fe y por no entender los designios de Dios
lo califica de "Satanás" (Evangelio de Mateo 16,23). San Pablo parece
un hombre moderno hablando cuando dice a sus opositores con furia: "Ojalá
sean castrados todos los que os perturban" (Gálatas 5,12).
Por
tanto, existe espacio para la profecía en la Iglesia y para las denuncias de
irregularidades que pueden ocurrir en el medio eclesiástico y también entre los
fieles.
Me
gustaría mencionar otro ejemplo tomado de un santo muy querido de la mayoría de
los católicos por su candor y su bondad: san Antonio de Padua. En sus sermones,
famosos en su tiempo, no es nada dulce y suave. Hace fuertes críticas a los
prelados derrochadores de su tiempo. Y dice: “los obispos son perros sin ninguna vergüenza, porque de frente tienen
cara de meretriz y por eso mismo no quieren avergonzarse” (uso la edición
latina crítica publicada en Lisboa, 2 vol., 1895). Este fue el sermón del
cuarto domingo después de Pentecostés (p. 278). En otra ocasión, llama a los
obispos “monos en el tejado, presidiendo
desde ahí el pueblo de Dios” (op. cit. p. 348). Y continúa: “el obispo de la Iglesia es un esclavo que
pretende reinar, príncipe inicuo, león rugiente, oso hambriento de presa que
despoja a los pobres” (p. 348). Por último, en la fiesta de san Pedro
levanta la voz y denuncia: “Miren que Cristo dijo tres veces: apacienta, y
ninguna vez esquila y ordeña... Ay de aquel que no apacienta ninguna vez y
esquila y ordeña tres o más veces... es un dragón al lado del arca del Señor,
que no tiene más que apariencia y no la verdad” (vol. 2, 918).
El
teólogo Josef Ratzinger explica el sentido de este tipo de denuncias
proféticas: “El sentido de la profecía en realidad reside menos en algunas
predicciones que en la protesta profética: protesta contra la auto-satisfacción
de las instituciones, que sustituye la moral por el rito y la conversión por
las ceremonias” (Das neue Volk Gottes, Düsseldorf 1969, 250; traducción
en español: El nuevo pueblo de Dios, 1972).
Ratzinger
critica haciendo hincapié en la separación que hicimos con referencia a la
figura de Pedro: antes de la Pascua, el traidor, después de Pentecostés, el
fiel. “Pedro sigue viviendo esta tensión del antes y del después, sigue siendo
las dos cosas: piedra y escándalo... Eso no sucedió a lo largo de toda la
historia de la Iglesia, que el Papa fuese a la vez el sucesor de Pedro, la
"roca" y el "escándalo"” (Das neue Volk Gottes, op.
cit. 259)?
¿Adónde
queremos llegar con todo esto? Queremos llegar a reconocer que la Iglesia
institución de papas, obispos y sacerdotes, se compone de hombres que pueden
traicionar, negar y hacer del poder religioso negocio e instrumento de autosatisfacción.
Reconocer esto es terapéutico pues nos cura de una ideología idólatra en torno
a la figura del Papa, considerado prácticamente infalible. Esto es visible en
los movimientos conservadores y fundamentalistas laicos católicos y también en
grupos de sacerdotes. En algunos existe una verdadera papolatría que Benedicto XVI ha tratado siempre de evitar.
La
crisis actual de la Iglesia ha llevado a la renuncia a un Papa que se dio
cuenta de que ya no tenía la fuerza necesaria para sanar escándalos tan graves.
“Impotente, tiró la toalla” con humildad. Que venga otro más joven y asuma la
tarea ardua y difícil de limpiar la corrupción de la Curia vaticana y del
universo de los pedófilos, y eventualmente sancione, destituya y envíe a los
más obstinados a un convento para hacer penitencia y enmendar su vida.
Solo
alguien que ama a la Iglesia puede hacer las críticas que hemos hecho, citando
textos de autoridades clásicas del pasado. Quien ha dejado de amar a la persona
amada, se vuelve indiferente a su vida y su destino. Nosotros, por el
contrario, nos hemos interesado al igual que el amigo y compañero de
tribulación Hans Küng (que fue
condenado por la ex-Inquisición), quizás uno de los teólogos que más ama a la
Iglesia y por eso la critica.
No
queremos que los cristianos cultiven ese sentimiento de abandono e
indiferencia. Por malos que hayan sido sus errores y equivocaciones históricas,
la Iglesia-institución guarda la memoria sagrada de Jesús y la gramática de los
evangelios. Ella predica la liberación, sabiendo que son otros los que liberan
y no ella.
Así
y todo vale la pena estar dentro de ella, al igual que San Francisco, Dom
Hélder Câmara, Juan XXIII y los notables teólogos que ayudaron a hacer el
Concilio Vaticano II, y que antes de eso habían sido condenados todos por la
ex-Inquisición, como de Lubac, Chenu, Congar, Rahner y otros. Hay que ayudarla
a salir de esta vergüenza, alimentando más el sueño de Jesús de un Reino de
justicia, paz y reconciliación con Dios y de seguimiento de su causa y su
destino, que la simple y justificada indignación que fácilmente puede caer en
el fariseísmo y en el moralismo.
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