La crisis del Ébola: venciendo la indiferencia mundial
La enfermera española Teresa Romero esta libre del Ebola.
“No se trata de un desastre natural; éste es el
terrorismo de la pobreza” (Paul Farmer)
Otro factor que complica esta epidemia es que
históricamente la industria farmacéutica por lo general no usa sus recursos
para atender enfermedades que afectan a grupos pequeños o a poblaciones pobres.
Por Ineke Cunningham, Socióloga, Catedrática
jubilada de la Universidad de Puerto Rico
Algunas
personas creen que la salud pública se refiere a la medicina que se practica en
hospitales públicos. Ese no es el caso. La Organización Mundial de la Salud
(OMS), parte de las Naciones Unidas, define salud pública como todas las
medidas organizadas (públicas o privadas) para prevenir las enfermedades,
promover la salud y prolongar la vida de la totalidad de las poblaciones.
Estas medidas incluyen garantizar agua potable, crear sistemas de salubridad,
asegurar una debida nutrición, vacunar contra enfermedades específicas y
controlar las enfermedades infecciosas. Muchos países industrializados han
logrado grandes avances en cuanto a los factores mencionados, pero la mayor
parte de los países pobres han quedado rezagados en la protección de la salud
de sus poblaciones.
Mi actual
preocupación gira alrededor de cómo la OMS y los Centros para el Control de las
Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) están lidiando con lo que Laurie
Garrett (1996) ha denominado La Próxima Plaga (The Coming Plague: Newly Emerging Diseases in a World Out of Balance. Penguin).
Por muchos años, ella, periodista dedicada al tema de
las enfermedades transmisibles, y otros autores han escrito extensamente sobre
lo que tenemos que hacer para confrontar las plagas, que indudablemente
continuarán surgiendo en un mundo cada vez más interconectado. La
infraestructura básica de la salud en países pobres tiene que mejorarse,
principalmente para el beneficio de sus propias poblaciones, pero también para
el bien de los demás países. Cuando la gente permanecía en su propio poblado,
las epidemias podían limitarse a un solo lugar, conteniendo así su transmisión.
Pero una vez las poblaciones empezaron a migrar hacia las ciudades y las corporaciones extranjeras empezaron a
apoderarse de los recursos naturales de muchos países subdesarrollados, la
posibilidad de contagio se agudizó. Hace
mucho tiempo sabemos que las enfermedades transmisibles: (1) pueden saltar de
una especie a otra; (2) pueden y suelen sufrir mutaciones; (3) pueden tornarse
más o menos virulentas a través del tiempo; y (4) tienen el potencial de
transmitirse por diferentes medios.
Mi
preocupación con las epidemias comenzó con el VIH y el sida a principios de la
década de 1980. Esa experiencia provee algunas lecciones que pueden servirnos
de guía para lidiar con el brote actual de Ébola. Una de las lecciones es la necesidad de tomar acción inmediata
incluyendo el manejo de procedimientos y factores como el pánico que
puede generarse entre el público en general.
Al comienzo de la epidemia de VIH, la agrupación ACT
UP adoptó el lema de “Silencio = Muerte.” En el
caso de esa epidemia para el 2012 se habían perdido 1.6 millones de vidas. El
lema de ACT UP tiene pertinencia ahora a que debemos hacer frente al Ébola. No
hubo acción cuando los países afectados pidieron ayuda, probablemente porque
las poblaciones afectadas eran africanas y el mundo tiende, por lo general a
mostrar poco interés en ese continente. La
respuesta fue indiferencia que se tradujo en silencio y falta de acción. Pero
recientemente hemos aprendido que no podemos escondernos bajo el manto del
silencio y la complacencia, ya sea que el problema ocurra en un país africano o
en cualquier otro lugar del mundo.
En el
caso del Ébola, hemos observado la indiferencia de los gobiernos de los países
industrializados de cara a los brotes que surgieron desde 1976 cuando se
descubrió, en el país entonces llamado Zaire (actualmente la República
Democrática del Congo) porque afectaban solamente a villas africanas. Desde
entonces se han registrado más de 20 brotes, principalmente en el área central
de África. Según Garrett (2014), el primer caso del brote actual se registró en
un área rural de Guinea en diciembre de 2013. En los meses subsiguientes, la
enfermedad se transmitió a otras personas en ese país así como en Liberia y
Sierra Leona. Estos países no han podido hacerle el frente a lo que se
convirtió en epidemia ya que no cuentan con el personal, hospitales y otros
recursos requeridos para hacerle el frente a la crisis. Cuando hicieron un
llamado a los países del mundo, sólo organizaciones privadas tales como Médicos
sin Fronteras dijeron “presente.” Esta entidad ha asumido gran parte de la
carga de cuidar a los enfermos y darle seguimiento a los contactos. Aunque la
organización ha aumentado su personal de 600 a 3,000, este aumento no ha sido
suficiente para hacerle el frente a la crisis.
Los
medios noticiosos comenzaron a informar sobre el brote al principio del verano
del 2014. Las noticias iniciales eran que tanto la OMS como el CDC se mostraban
confiados en poder controlar la enfermedad para fines de 2014. Este cálculo ha
resultado ser demasiado optimista. La semana pasada, unos 4 meses más tarde, el
mismo ha sido revisado. La proyección actual es que tal vez haya de 600,000 a
un millón de casos para esa fecha, con una alta
tasa de mortalidad estimada en hasta 80% en esos países.
Por años,
Garrett (1996, 2005) y otros han dado la voz de alarma sobre la necesidad de
que las organizaciones internacionales estén mejor preparadas para lidiar con
este tipo de epidemia. Garrett ha elocuentemente señalado que las prácticas
médicas y salubristas dejándose llevar por sus éxitos previos, han contribuido
a crear un clima en que la complacencia y la indiferencia burocrática han
contribuido a crear nuevos peligros biológicos. Ella y otros han dicho que si no se trabaja con el punto del origen de
la epidemia las consecuencias son nefastas. Cientos de miles de africanos
podrían morir y la probabilidad que se extienda la epidemia a otros partes del
mundo aumenta.
Garrett también
indica que los antiguos métodos de la salud pública, incluyendo la salubridad
ambiental y la nutrición, siguen siendo los puntales de una sociedad saludable,
sobre todo en países pobres. Hubiésemos podido controlar este brote en una
etapa más temprana, pero el mundo no respondió al clamor de ayuda. Como bien ha
dicho Paul Farmer, médico que se ha distinguido por su trabajo en el sida en
Haití, con referencia al Ébola: “No se
trata de un desastre natural; éste es el terrorismo de la pobreza” (2014). Kofi Annan, diplomático ghanés, que dirigió
las Naciones Unidos durante 10 años, dijo por la BBC (17/10/14) "me siento
amargamente decepcionado por la comunidad internacional".
Hace meses expertos en los EEUU indicaron con
frecuencia que ese país estaba más que bien preparado para responder el Ébola.
Pero, cuando fue diagnosticado por primera vez fuera de
África, en hospitales de Dallas y Madrid, aprendimos nuevas lecciones y nos
dimos cuenta que aún los centros médicos sofisticados en países llamados desarrollados
no estaban preparados.
El canal
MSNBC recién reportó que un 76% de las enfermeras en los EEUU no se sienten
debidamente adiestradas para cuidar a un paciente de Ébola. El Dr. Sanjay
Gupta, quien cubre temas de salud para CNN, se puso la indumentaria protectora
con algunas manchas de chocolate, quitándose la ropa protectora ante las
cámaras; las dos manchas de chocolate permanecieron sobre su cuerpo. De haber
sido éstas manchas de sangre, el neurocirujano hubiese podido infectarse. Las
medidas de protección ni los protocolos eran adecuados. Es importante recalcar
que no basta tener el equipo adecuado: hay que saber usarlo debidamente y hay que tener medidas de protección eficientes.
Garrett
(2014) señala en su más reciente escrito que "Pudimos haber parado
esto". Describe cómo la OMS no actuó en esta epidemia hasta julio de 2014.
Más aterrador es el hecho que el presupuesto de la OMS para combatir
enfermedades infecciosas ha sido recortado hasta 50% y depende, en gran medida,
de otras organizaciones internacionales como el CDC y el NIH, agencias
norteamericanas cuyos presupuestos también han sido drásticamente recortados. Además,
en estas agencias la mayor parte del presupuesto está destinado a enfermedades
del corazón y el cáncer.
Otro factor que complica esta epidemia es que
históricamente la industria farmacéutica por lo general no usa sus recursos
para atender enfermedades que afectan a grupos pequeños o a poblaciones pobres.
Estas compañías muchas veces reciben fondos gubernamentales para sus proyectos
de investigación. ¡Probablemente ahora
que la epidemia ha llegado a nuestras costas, el desarrollo de vacunas cobre
más importancia, ya que en los países ricos se paga bien por los productos como
estos! Los gobiernos tendrán que considerar hacer cambios en sus
relaciones con estas entidades, a las
que también compran grandes cantidades de medicamentos, y deben insistir
en que lleven a cabo investigaciones en torno a enfermedades contagiosas que
tienen el potencial de propagarse rápidamente con tasas de mortalidad altas.
Hace un tiempo los países participantes de las Naciones Unidas acordaron pagar
una proporción pequeña para este tipo de investigación, pero el acuerdo es
letra muerta.
Tal parece que ahora se está rompiendo el silencio,
quizá porque afecta al mundo occidental. Varios países y entidades están
enviado materiales y personal: Cuba envió 165 médicos y enfermeras a Sierra
Leona (y se comprometió a enviar varios cientos más), Gran Bretaña está
buscando lugares donde colocar cinco centros de tratamiento, EEUU está en el
proceso de construir 17 facilidades de 100 camas en Liberia y el World Food
Bank también está en el proceso de construir 30 centros de tratamiento para
3,000 personas (Cummings Bruce, 10/10/14). Algunos filántropos como Gates y
Zuckerman están abriendo sus bolsillos. No debemos olvidarnos que la
construcción de facilidades no necesariamente implica la provisión de personal
del campo de la salud y logística, materiales médicas, ni comidas.
¿Por qué
estoy escribiendo este artículo? Porque creo urgente que nos preocupemos por la
epidemia y empecemos a elaborar una estrategia que incluya educación,
prevención y acción. Se trata de un problema que empezó como algo microscópico
pero se ha tornado global. Compete a todos saber más sobre el tema y considerar
cómo lidiar con él. De acuerdo con el editorial en el Nuevo Día del
pasado 17 de octubre, en nuestro país "las autoridades no deben despegar
los ojos de la situación mundial".
Más que
nada, tenemos que desarrollar planes que especifiquen qué se requiere en
términos de dinero, equipo, recursos humanos, hospitales, y medicamentos, para
que todos estos estén a la par con el ritmo al cual se desarrolle la
enfermedad. Siempre hay un elemento de lo inesperado en las epidemias. En otras
palabras: necesitamos una estrategia que contemple una variedad de posibles
escenarios y trabajar juntos dejando a un lado nuestros egos. Debemos ofrecer
nuestros conocimientos y trabajar en colaboración para evitar el
recrudecimiento de lo que podría tornarse una crisis de enorme seriedad. ¡Que
la historia no nos acuse de silencio, indiferencia y complacencia!
******
La autora quiere agradecer
a: las doctoras Annette Ramírez de Arellano, Blanca Ortiz y Frances Bothwell
del Toro por sus críticas constructivas, pero al fin y al cabo la autora es la
responsable por estas ideas.
******
La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).
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