viernes, enero 14, 2011

Noticias del Frente Sensorial 056

“EL MALESTAR DE LA GLOBALIZACIÓN”: CRISIS NEOLIBERAL Y SUFRIMIENTO HUMANO
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Leonardo Boff

Se expresa por una especie de depresión colectiva, destrucción del horizonte de esperanza, pérdida de la alegría de vivir, deseo de desaparecer del mapa y, en muchos, por el deseo de quitarse la vida.

Por: Leonardo Boff, Redes cristianas, 01 01 11

El balance que hago de 2010 va a ser diferente. Pongo énfasis en un dato poco señalado en los análisis: el inmenso sufrimiento humano, la desestructuración subjetiva, especialmente de los asalariados, debido a la reorganización económico-financiera mundial. Hace mucho que se operó la “gran transformación” (Polanyi), colocando la economía como el eje articulador de toda la vida social, subordinando la política y anulando la ética. Cuando la economía entra en crisis, como sucede actualmente, se sacrifica todo para salvarla. Se penaliza a toda la sociedad, como en Grecia, Irlanda, Portugal, España e incluso en Estados Unidos, en nombre del saneamiento de la economía. Lo que debería ser medio, se transforma en un fin en sí mismo.

Colocado en situación de crisis, el sistema neoliberal tiende a radicalizar su lógica y a explotar más aún la fuerza de trabajo. En vez de cambiar de rumbo, se hace más de lo mismo, cargando una pesada cruz sobre las espaldas de los trabajadores.

No se trata de aquello relativamente estudiado del “asedio moral”, es decir, de las humillaciones persistentes y prolongadas de los trabajadores y trabajadoras para subordinarlos, atemorizarlos, y llevarlos a dejar el trabajo. El sufrimiento ahora es más generalizado y difuso, unas veces más y otras veces menos, afectando al conjunto de los países centrales. Se trata de una especie de “malestar de la globalización” en proceso de erosión humanística.

La Organización Mundial de la Salud estima que cerca de tres mil personas se suicidan diariamente, muchas de ellas por causa de la abusiva presión del trabajo

Se expresa por una especie de depresión colectiva, destrucción del horizonte de esperanza, pérdida de la alegría de vivir, deseo de desaparecer del mapa y, en muchos, por el deseo de quitarse la vida. Por causa de la crisis, las empresas y sus gestores llevan la competitividad hasta límites extremos, estipulan metas casi inalcanzables, infundiendo en los trabajadores angustias, miedo, y a veces síndrome de pánico. Se les exige todo: entrega incondicional y plena disponibilidad, dañando su subjetividad y destruyendo las relaciones familiares. Se estima que en Brasil cerca de 15 millones de personas sufren este tipo de depresión, ligada a las sobrecargas laborales.

La investigadora Margarida Barreto, médica especialista en salud del trabajo, observó en una encuesta hecha el pasado año a 400 personas, que cerca de un cuarto de ellas tuvieron ideas suicidas por causa de la excesiva exigencia del trabajo. Y decía: “es necesario ver el intento de quitarse la vida como una gran denuncia de las condiciones de trabajo impuestas por el neoliberalismo en las ultimas décadas”. Están especialmente afectados los empleados de banca del sector financiero, altamente especulativo y orientado hacia la maximización de los lucros. Una investigación de 2009 hecha por el profesor de la Universidad de Brasilia, Marcelo Augusto Finazzi Santos, descubrió que entre 1996 y 2005 se había suicidado un empleado bancario cada 20 días, a causa de las presiones por metas, exceso de tareas y pavor al desempleo. Los gestores actuales se muestran insensibles al sufrimiento de sus funcionarios.

La Organización Mundial de la Salud estima que cerca de tres mil personas se suicidan diariamente, muchas de ellas por causa de la abusiva presión del trabajo. Le Monde Diplomatique de noviembre del presente año denunció que entre los motivos de las huelgas de octubre en Francia se hallaba también la protesta contra el acelerado ritmo de trabajo impuesto por las fábricas, que era causa de nerviosismo, irritabilidad y ansiedad. Se volvió a oír de nuevo la frase de 1968 que rezaba: “metro, trabajo, cama”, actualizándola ahora como “metro, trabajo, tumba”0. Es decir, enfermedades mortales o suicidio como efecto de la superexplotación capitalista.

En los análisis que se hacen de la crisis actual es importante incorporar este dato perverso: el océano de sufrimiento que está siendo impuesto a la población, sobre todo a los pobres, con el propósito de salvar el sistema económico, controlado por pocas fuerzas, extremadamente fuertes, pero deshumanizadas y sin piedad. Una razón más para superarlo históricamente, además de condenarlo moralmente. En esta dirección camina la conciencia ética de la humanidad, bien representada en las distintas realizaciones del Foro Social Mundial entre otras.

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México en guerra, narcotráfico y violencia militar
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En partes de Mexico impera un estado de guerra generalizado

Por: Ignacio Ramonet

Publicado originalmente por Le Monde Diplomatique; traducido y republicado por Adital - 10.01.11

A cien años de la proclama insurreccional conocida como Plan de San Luis Potosí, que dio comienzo a la Revolución Mexicana, el país está sumido en una ola de violencia que en tres años les ha costado la vida a 30.000 personas. Asesinatos masivos, raptos, torturas, violaciones, siendo los migrantes y los ciudadanos de a pie las principales víctimas. Impotencia, responsabilidad y complicidad de las autoridades mexicanas. La clave: Estados Unidos.

El 20 de noviembre pasado se celebró el centenario de la Revolución Mexicana. La primera gran revolución social del siglo XX. Una gesta conducida por dos legendarios héroes populares, Emiliano Zapata y Pancho Villa, que conquistaron para obreros y campesinos derechos sociales, reforma agraria, educación pública, laica y gratuita, la seguridad social…

A cien años de distancia, paradójicamente, la situación de México, "es análoga, en muchos aspectos, a la que prevalecía a finales de 1910: concentración de la riqueza a niveles insultantes y amplitud de los atrasos sociales; distorsiones a la voluntad popular; vulneraciones a los derechos laborales y sindicales; negación de garantías básicas por la autoridad; claudicación de la soberanía ante los capitales internacionales y un ejercicio oligárquico, patrimonialista, tecnocrático e insensible del poder político" (1).

A ese deprimente catálogo se suma una guerra. O mejor dicho, tres guerras: la de los carteles del narcotráfico entre sí por el control de territorios; la de los grupos "Zetas" (organizaciones delictivas constituidas por ex militares y ex policías), que practican el secuestro y el robo contra la población civil, y la de los militares y fuerzas especiales contra los propios ciudadanos.

Desde el 1 de diciembre de 2006, cuando, presionado por Washington, el recién elegido presidente Felipe Calderón lanzó su "ofensiva contra el narcotráfico", la ola de violencia ha dejado en el país alrededor de 30.000 muertos...

Horror en la frontera

México se asemeja cada vez más a un "Estado fallido" atrapado en un cepo mortal. Por sus comarcas campean a sus anchas toda clase de matones en armas: fuerzas especiales del Ejército y comandos de élite de la policía; bandas de paramilitares y parapolicías; cuadrillas de sicarios "legales" y "liberados": agentes estadounidenses de la CIA y de la DEA; y, en fin, los "Zetas", que se ensañan en particular contra los migrantes centro y suramericanos en ruta hacia Estados Unidos. Ellos son sin dudas los autores del execrable asesinato de 72 migrantes descubierto el pasado 24 de agosto en el estado de Tamaulipas.

Anualmente, unos 500.000 latinoamericanos atraviesan México rumbo al Norte. En su travesía son víctimas de toda suerte de abusos: arrestos arbitrarios, expolios, hurtos, despojos, violaciones... Ocho de cada diez mujeres migrantes sufren abuso sexual; muchas son esclavizadas como sirvientas de las bandas criminales, o forzadas a prostituirse. Cientos de niños son sometidos a trabajos obligatorios. Miles de migrantes son objeto de raptos. Los "Zetas" reclaman a las familias (en el país de origen o en Estados Unidos) el pago de rescates. "Para el crimen organizado es más fácil secuestrar durante unos días a 50 desconocidos que paguen entre 300 y 1.500 dólares de rescate cada uno, que raptar a un gran empresario" (2). Si el secuestrado no tiene a nadie que compre su libertad, es asesinado. Cada célula "Zeta" posee su propio "carnicero" encargado de decapitar y descuartizar a las víctimas y de quemar los cadáveres en un barril metálico (3). En la última década, unos sesenta mil indocumentados, cuyas familias no pudieron pagar, fueron "desaparecidos"...

Esa violencia bárbara, concentrada antes en algunos municipios, como Ciudad Juárez (4) y en varios estados, se ha extendido al conjunto del país (excepto, hay que subrayarlo, la Capital Federal, México DF). Washington ha calificado a México de "país peligroso"; y ha ordenado a sus funcionarios consulares en varias ciudades repatriar a sus hijos.

El presidente Felipe Calderón anuncia regularmente éxitos en el combate contra el narcotráfico, así como el arresto de importantes capos. Y se felicita de haber recurrido al Ejército. Una opinión que muchos ciudadanos no comparten. Porque los militares, desprovistos de experiencia en este tipo de intervención, han multiplicado los "daños colaterales" y ejecutado por equivocación a centenares de civiles...

¿Por equivocación? Abel Barrera Hernández, que acaba de ganar el Premio de Derechos Humanos Robert F. Kennedy, concedido en Estados Unidos, no lo cree. Al contrario. Considera que la guerra contra el narco se utiliza para criminalizar la protesta social: "Las víctimas de esta guerra -afirma- son la gente más vulnerable: los indígenas, las mujeres, los jóvenes. Se usa al Ejército para intimidar, desmovilizar, causar terror, acallar la protesta social, desarticularla y criminalizar a los que luchan" (5).

"Y tan cerca de Estados Unidos..."

La administración Obama estima que el baño de sangre que se vive en México constituye un peligro para la seguridad de EE.UU. La jefa de su diplomacia, Hillary Clinton, declaró: "La amenaza del narcotráfico se está transformando y en algunos casos, se asocia con la insurgencia". Añadió que el México actual "se parece a la Colombia de los años 1980".

En realidad, Estados Unidos tiene enormes responsabilidades en esta guerra. Es el mayor opositor a la legalización de las drogas. Es el máximo abastecedor (90%) de armas de todos los combatientes (6). Tanto de los carteles, como de los "Zetas", como del Ejército y la policía... Es, además, la principal narcopotencia; masivo productor de marihuana y primer fabricante de drogas químicas (anfetaminas, éxtasis, etcétera.).

Es, sobre todo, el primer mercado de consumo del mundo con más de siete millones de adictos a la cocaína... Y las mafias que operan en su territorio son las que mayor rendimiento obtienen del tráfico de estupefacientes: un 90% del beneficio total, o sea unos 45.000 millones de euros al año; cuando todos los carteles de América Latina juntos se reparten apenas el 10% restante...

Una vez más, en vez de dar a sus vecinos (malos) consejos, que han sumido a México en una guerra infernal, Washington debería barrer en su propia casa.

Notas:

(1) La Jornada, México, 20-11-10.
(2) Léase el excepcional libro-testimonio de Óscar Martínez, Los migrantes que no cuentan. En el camino con los centroamericanos indocumentados en México, Icaria, Barcelona, 2010.
(3) Proceso, México, 29-8-10.
(4) Consúltese el blog de Judith Torrea, "Ciudad Juárez, en la sombra del narcotráfico"
(http://juarezenlasombra.blogspot.com).
(5) La Jornada, op. cit.
(6) El Norte, Monterrey, 9-9-10

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Hijos del uranio
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Deformados, sin ojos o extremidades, así nacen los “niños del uranio”

Por: Nazanín Amirian, Público, 10 01 11

Fuente: http://blogs.publico.es/puntoyseguido/113/hijos-del-uranio/

"De repente, el sol se enfrió. Las mujeres embarazadas parían hijos sin cabeza, y las cunas, avergonzadas, se refugiaban en las tumbas. Luego, los caminos se perdieron en la oscuridad: El sol había muerto”.

Es la escalofriante imagen de la desolación recitada por la poetisa Forugh Farrojzad, que describe el dolor de miles de hijos, madres y padres en Irak, Afganistán y las tierras de la antigua Yugoslavia; aquello que va más allá del sufrimiento “natural” causado por la barbarie de una guerra cualquiera.

Deformados, sin ojos o extremidades, así nacen los “niños del uranio”, ocultos tras las cenizas de los misiles, frutos del experimento con una nueva arma de destrucción masiva: el uranio empobrecido.

Este material fue utilizado por primera vez –que se sepa– en la Guerra del Golfo (1991), durante la cual aviones de EEUU lanzaron sobre los civiles iraquíes explosivos con una radioactividad equivalente a siete bombas de Hiroshima. Se descubrió entonces un cuadro de enfermedades desconocido, apodado Síndrome del Golfo, en los veteranos anglo-estadounidenses y sus hijos, que venían al mundo con severas malformaciones. Los mismos síntomas detectados más tarde en Yugoslavia y Afganistán tras bombardeos de la OTAN.

El uranio empobrecido se utiliza para revestir los tanques y los proyectiles, por su densidad y capacidad de perforar hasta rocas. Se polvoriza al impactar contra el objetivo, contamina aire, agua y tierra y permanece incrustado en los genes de todo ser vivo durante generaciones. Así, nadie olvidará la lección. Se trata de un desecho radiactivo derivado de la producción del combustible de los reactores atómicos, cedido gratis por las empresas nucleares a la industria militar para así ahorrarse los costes del almacenamiento. Los cementerios nucleares serán los países invadidos.

Lejos de ser un daño colateral, los pueblos son el principal objetivo del uso de esta arma. Al convertirlos en incapacitados, se garantiza un dominio prolongado sobre ellos y sus tierras. De este modo, usan una arma nuclear disfrazada de convencional ante una Justicia internacional que centra su mirada en minúsculos dictadores, desviando la atención pública del terrorismo de Estado de los señores de las grandes guerras genocidas.



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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1917).
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