El ataque al hotel Matum,
35 años después (2000)
Luis Enrique Franco estaba
sentado en su silla de director de La Información cuando empezó el tiroteo. Recibió una llamada de su casa, situada en la
jurisdicción de aquellos hechos, y de inmediato se puso en acción. Al otro lado de la línea una voz conocida le
informaba que en el hotel Matum, a pocos metros de su casa, se estaba peleando
duro; que Caamaño, uno de los presidentes paridos por la tempestad de aquellos
días, se jugaba la vida defendiéndose de un fiero ataque iniciado poco después
de las ocho de la mañana; que en camino se encontraban los tanques de la Segunda Brigada y
que allí estaban sus hijos y su esposa acorralados por el fuego de las
ametralladoras, al borde de aquel abismo que traía consigo una promesa de
sangre. El fue a buscarlos. Sin titubeos, sin remilgos y sin muchas
esperanzas, bordeó el plomo y llegó a su casa. Era domingo.
“El asalto al Matum empezó después de las
ocho de la mañana. Yo bajé como siempre
al periódico a revisar los materiales. Manuel José Cabral, mi yerno, salía a montar
caballo por aquí. Al enterarse del
asunto vino en un jeep a llevarse a mi esposa y a sus dos hijos. Yo vine seguido. De aquí nos fuimos todos a casa de Marcos
Cabral, que está ahí en la calle El Sol. Nos refugiamos ahí y ahí estuvimos esperando
que pasaran los tiros”. Su casa, situada
detrás del hotel, fue parcialmente destruida y un retrato de su esposa aún
conserva un orificio provocado por una bala.
Don Luís estaba relacionado con el
presidente provisional Héctor García Godoy, a través de Tomás Pastoriza, que
era primo hermano de su esposa, y esposo de la hermana del mandatario. Cuando se enteró que el coronel Caamaño
visitaría Santiago a rendir tributo al coronel Rafael Fernández Domínguez,
habló con el mandatario para que tratara de retenerlo. Godoy estaba situado entre los dos fuegos de
la recién finalizada contienda, y le confesó, resignado, que no tenía forma de
impedirlo. “Vinieron y ya tú ves las
consecuencias”.
Marcos Cabral había sido escogido como
mediador y lo mantenía informado de todo cuanto ocurría en el escenario de la
batalla. “Me dijo que estaba muriendo
mucha gente adentro, que Caamaño y sus hombres iban a resistir hasta el final y
que iban a morir peleando. Había muchos
civiles adentro, gente que había ido a darle apoyo a Caamaño, a saludarlo y a
expresarle su admiración”.
Marcos Cabral fue invitado a mediar en la
batalla por el cónsul norteamericano en Santiago. En principio, rechazó la invitación porque
pensaba que la situación había llegado a un punto sin retorno. Cuando aceptó tuvo que convencer a los dos
bandos para que le permitieran entrar al recinto a conversar con Caamaño. Logró entrar a las once de la mañana,
acompañado del doctor Frank Joseph Thomén. “Fue a ver si lograba la paz, pero ya eso
estaba encendido. Le pidió a Caamaño que
depusiera las armas, que estaban muriendo muchos dominicanos y que había que
evitar que siguiera corriendo la sangre inocente, pero no logró nada”.
Tras el fracaso de sus gestiones, llegaron
los tanques de la
Segunda Brigada y el conflicto tomó otra dimensión. Los tanques entraron en escena cuando el
teniente coronel Juan Manuel Ortega Piñeyro, jefe interino de la aviación en
Santiago, ordenó su movilización, bajo el argumento de que el grupo atacante
“estaba teniendo demasiado bajas”. El
oficial dijo que actuó bajo autorización de la Jefatura del Estado Mayor.
“Los envié al campo de operaciones con
las instrucciones correspondientes”, dijo.
El primer disparo de los tanques hizo
impacto en la parte superior de la pared que dividía el bar del estacionamiento.
Fermín Rosa, el encargado, recuerda el
pánico que se apoderó de los civiles refugiados en ese lugar. “El primer tanquetazo cayó donde yo
estaba. Destruyó parte de la pared, las
puertas de acceso al bar y todos los vidrios que había cerca. Pensé que no iba a salir vivo de allí”, dice.
Fermín Rosa, testigo de excepción de
aquellos hechos, está vivo para contarlo. El estaba varado en una esquina de la vida
cuando los vientos de aquel vendaval empezaron a soplar en la dirección del
destino. “Caamaño estuvo casi todo el
tiempo en la segunda planta dirigiendo la defensa. Yo quedé ubicado en el mismo bar. Héctor Aristy me dijo a mí y a un grupo de
civiles que nos ubicáramos en una esquina. Yo me metí debajo de un tablón que tenía para
almacenar cervezas. Cuando empezó el
tiroteo, el mayor Lora Fernández me acababa de comprar una coca cola. Salía con ella en la mano cuando se oyeron los
primeros disparos. El se agachó, apuró
el paso y subió al segundo piso. Se
instaló en la habitación 43 y unas horas después murió en ese mismo lugar”.
Cuando la ciudad de Santiago se preparaba
para abrir sus puertas a la noche, al final de un camino lleno de
intransigencias e incomprensiones, se logró un cese al fuego y se procedió a la
parte más triste de la guerra: contar los muertos. El gobierno habló de 21 bajas, casi todas
civiles; la Cruz Roja
contó 60. La promesa de sangre que empezó
con el primer disparo se cumplió.
El hotel Matum opera actualmente bajo la administración del empresario Ulises Polanco, su arrendatario desde el año 1967. El lo recibió destrozado y tuvo a su cargo la reparación. Hoy el hotel es una edificación renovada, que ha visto crecer a su alrededor una ciudad llena de edificios, de sorpresas y de grandes avenidas. La brisa sopla permanentemente sobre sus altas paredes y trae consigo los cantos de la modernidad y las voces imperecederas de sus marchantas. Nada en estos tiempos de paz, excepto la memoria de sus más viejos empleados, indica lo ocurrido el 19 de diciembre de 1965. Nada.
******
La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).
No hay comentarios:
Publicar un comentario