Como nos ven de afuera?
Racismo y migración
Jorge Durand, La Jornada (México), 08 10 13
Las tensiones entre República Dominicana y Haití están al
rojo vivo nuevamente. En esta ocasión, por una decisión del Tribunal
Constitucional, que pasará a la historia como una de las decisiones más
arbitrarias, nefastas y contrarias a cualquier sentido de justicia y derecho
elemental.
La historia migratoria entre Haití y Dominicana es igual a
cualquier otra donde se comparte una larga frontera: un lado es muy pobre y el
otro menos. Desde hace más de un siglo la mano de obra haitiana realiza las
peores labores en el campo dominicano. Por décadas los negros haitianos se
encargaron de la zafra, uno de los puntales de su economía.
El territorio de Dominicana es el doble que el de Haití
pero, además, la condición ecológica es totalmente diferente. Haití es un país
que ha sido devastado y deforestado por décadas, en muchos lugares se sigue
cocinando con leña y los pocos campos de cultivo que existen están
sobrexplotados. Para remate, el terremoto de 2010 le dio la puntilla a un país
que de por sí es el prototipo del caos, la corrupción y el faccionalismo
político.
Uno de los pocos méritos que la historia le reconoce a Haití
es haber sido el primer país libre de las Américas. En 1795 una rebelión de
esclavos los libera del yugo colonial, se declara la independencia y se suprime
la esclavitud. Pero su historia seguirá siempre ligada al juego del poder
colonial y la disputa del Caribe entre Inglaterra, Francia, España y Holanda, y
posteriormente Estados Unidos.
La vecindad entre los dos países, que comparten una misma
isla, y el juego de la oferta y la demanda de mano de obra, conforman el
sustrato de un complejo circuito con al menos cuatro corredores migratorios,
varias ciudades binacionales y lo que se han llamado complejos urbanos
transfronterizos. Todo esto teñido por el comercio fronterizo y la migración
unidireccional. Es un frontera como todas, con conflictos múltiples y diversos,
pero siempre marcada por una relación asimétrica.
La relación entre Dominicana y Haití está supeditada al
contexto de las relaciones raciales, que permean en toda la sociedad. Esta
obsesión por la raza se forja y acuña en el largo periodo de dictadura de
Rafael Trujillo (1930-1961), quien se empeñó en blanquear al país, atrayendo a inmigrantes
españoles y judíos.
En consecuencia con esta política, las relaciones con los
haitianos se deterioraron al máximo y terminaron en una de las matanzas más
viles del continente americano. La crónica de los sucesos, en que perecieron
entre 15 mil y 25 mil haitianos, se la debemos al dominicano Freddy Prestol
Castillo, testigo presencial, que publicó el famoso libro El Masacre se pasa a pie.
La obsesión de Trujillo por la raza y por diferenciar a un
pueblo del otro llegó al extremo de que a nivel popular se considera que los
únicos negros son los haitianos, supuestamente no hay negros en Dominicana.
Aunque el dicho popular diga lo contrario y afirme que todos los dominicanos tienen
a un negro detrás de la oreja.
En este contexto se dieron casos en los que se negaba la
nacionalidad a los hijos de haitianos, por considerarlos personas en tránsito,
cuando estaba todavía vigente el derecho a la nacionalidad por nacimiento (ius soli).
Este problema fue llevado a la Corte Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) en 2005 y se determinó que no se puede considerar a los
trabajadores migrantes como si estuvieran en tránsito, porque su misma
legislación migratoria establece un plazo máximo de 10 días para estos casos.
Por tanto, el niño o la niña nacido en un territorio tiene derecho a la
nacionalidad, porque la ilegalidad de los padres no puede heredarse, ni puede
ser motivo para negar el registro. Esta decisión de la CIDH es vinculante y
Dominicana debe acatar el fallo, que es definitivo e inapelable.
Posteriormente en 2010, Dominicana se convirtió en el primer
país americano en cambiar su legislación de nacionalidad y aceptar como único
criterio el ius sanguis, o el derecho de sangre. Es
decir, a partir de que se promulga esta legislación todos los nacidos en Dominicana
de padres extranjeros no tendrán acceso a la nacionalidad.
Sin embargo, el Tribunal Constitucional ha retomado el caso
de una mujer nacida en 1984 de padres haitianos, a la que la burocracia le negó
el documento de nacionalidad y en vez de legislar sobre el asunto, se fue mucho
más allá y determinó que todos los hijos de extranjeros en situación irregular
que hayan tenido hijos en República Dominicana serían considerados en tránsito y perderían el derecho a la
nacionalidad.
Al considerar que la Constitución define a las personas en
tránsito en el año de 1929, todos aquellos hijos de extranjeros que nacieron
entre 1929 y 2010 tendrán que ser sistemáticamente evaluados para determinar su
nacionalidad. El caso de los haitianos es obviamente el más fácil de detectar,
no sólo porque son mayoritarios, sino por los apellidos de origen francés o patois.
De 13 juristas del tribunal, 11 aprobaron la sentencia y
sólo dos magistrados se han opuesto, con el argumento de que no se puede
aplicar retroactivamente el criterio de nacionalidad de 2010 a fechas
anteriores. Igualmente, señalaron que las decisiones de la CIDH son vinculantes
y han dictaminado al respecto.
La situación migratoria entre Haití y Dominicana se agravó
con el terremoto de enero de 2010 y se temió un incremento notable de la
migración. Lo que de hecho ocurrió, pero no sólo para Dominicana, sino para
muchos otros países. Muy posiblemente la reforma al criterio de nacionalidad se
haya dado en este contexto.
Pero aplicar el criterio de manera retroactiva, no sólo va
en contra de principios fundamentales del derecho, sino del sentido común. Sólo
se puede explicar una medida de esta naturaleza por prejuicios raciales.
Habría que ponerse a pensar qué pasaría si Estados Unidos
les aplicara a los dominicanos la misma medicina.
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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).
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