miércoles, abril 04, 2007

Noticias del Frente Amazonico 003

HETAIRAS

Por Carlos Ardavín

Glosas del Escribano, Listín Diario, 2 de febrero, 2003



El conocimiento de la carne fue, durante la adolescencia, una tarea laboriosa y compleja en la invertí buena parte de mi imaginación y de mis energías. En aquella época, que ya comienza a ser pasto de la melancolía y del olvido, todavía los muchachos éramos desflorados por hetairas broncíneas y doctas en las antiguas artes del amor mercenario, bajo los resplandores mustios de los cafetines y tugurios citadinos, o en algún cuartucho refrigerado y polvoriento de cualquier motel. En el tiempo que rememoro las mancebías más preclaras se ubicaban a lo largo del Malecón, semiocultas por tupidos árboles. El ruido del mar constituía un aliciente, una rara dádiva de los dioses. En aquella primera travesía por los misterios de la carne gocé de mediana suerte, pues aunque el comercio primigenio no estuvo a la altura de lo imaginado por mi corazón, tuve como maestra a una joven que apenas se había estrenado en el oficio. Eres el segundo, sabes, tengo una hija pequeña, su tez es la de una muñeca y sus ojos son color miel y siempre me miran compasivos en los crepúsculos. Al escuchar estas palabras me sentí culpable, sucio y perverso. ¿Cómo era posible que aquella mujer lírica y sutil me brindara su cuerpo a cambio de unos tristes billetes arrugados? La besé, doblando la cantidad inicialmente acordada, que puse entre sus manos antes de partir. Todavía tuvo la inocencia de decirme que me había equivocado, e intentó devolverme algunos billetes. No dije nada, sólo la miré y aquilaté la luz de sus ojos, luego volví a besarla y me alejé. ¿Cómo te llamas? Pregunté como por azar. Reina, contestó. Y cerré la puerta y me perdí entre las brumas de la madrugada triste, casi llorando de pena y de alegría.

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