CÁPSULAS ETNOGRÁFICAS
VIH y discriminación
Por Tahira Vargas, Antropóloga social, tahiravargas@yahoo.es, Acento Social, 25 DE JUNIO, 2013
Las personas viviendo con VIH se mantienen en el ocultamiento de su condición a familiares y muchas veces parejas para así evitar la discriminación, maltrato y exclusión. Aún así están expuestas continuamente a la violación de sus derechos en espacios donde existe información sobre su condición.
En el estudio que hicimos recientemente (”Invisibilidad y Vulnerabilidad de las personas usuarias de drogas ante el VIH y SIDA”), publicado por ONUSIDA y el Instituto Dermatológico Dominicano y Cirugía de la Piel (IDCP) se muestran distintas situaciones de discriminación que sufren personas viviendo con VIH entrevistadas, entre las cuales tenemos:
- Experiencias de discriminación laboral. “Me enfermé y me interné en una clínica. En la clínica me hicieron exámenes de SIDA sin mi consentimiento y lo entregaron a la empresa. Cuando regrese del internamiento me cancelaron.”.
- Difamación y rechazo en relaciones personales. “En el barrio a cada rato me discriminan. Una enfermera del hospital donde me hice los exámenes de VIH vive en mi barrio y se lo dijo a todo el mundo. Hay gente que desde que me ve se echa a un lado porque creen que yo los voy a infectar”.
- Desconocimiento de los derechos de las personas viviendo con VIH. “A mí me han discriminado un montón. Yo no sabía que habían reglas para denunciar a quienes te maltratan por VIH, yo pensaba que estaban en su derecho”.
- Víctimas de Violencia Física. “Mi marido cuando supo que yo tenía VIH me entró a golpes. El pensó que yo lo había contagiado, pero fue al revés, él me contagió a mí. Ha sido una tragedia esta situación”.
Las personas viviendo con VIH sufren desde el silencio y ocultamiento muchas situaciones de discriminación y maltrato. Su desconocimiento sobre sus derechos las empuja a no denunciar situaciones de violencia y despidos que agudizan su vulnerabilidad y exclusión.
Nuestra población interactúa cotidianamente con personas viviendo con VIH. Esta interacción está permeada de recelos, rechazo, aislamiento, conductas que deben ser transformadas hacia el apoyo, acompañamiento y solidaridad. Esto puede ser posible con la educación y orientación sobre el VIH y las condiciones de las personas viviendo con VIH.
Los mensajes de orientación y educación deben estar dirigidos a romper con las prácticas discriminatorias. La población viviendo con VIH debe ser empoderada sobre sus derechos. La orientación e información debe incluir la ruptura con la visión de que el VIH se contagia con el contacto físico, manipulación de objetos y la convivencia en el mismo espacio.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY
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Brasil: el precio del Progreso
Por Boaventura de Sousa Santos, Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, La Jornada, 23 06 13
Con la elección de la presidenta Dilma Roussef, Brasil quiso acelerar el paso para convertirse en una potencia global. Muchas de las iniciativas en ese sentido venían de atrás, pero tuvieron un nuevo impulso: Conferencia de la ONU sobre el Medio Ambiente, Rio+20 en 2012, Mundial de Fútbol en 2014, Juegos Olímpicos en 2016, lucha por un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, papel activo en el creciente protagonismo de las “economías emergentes”, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y África del Sur), nombramiento de José Graziano da Silva como director general de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 2012 y de Roberto Azevedo como director general de la Organización Mundial del Comercio a partir de 2013, una política agresiva de explotación de los recursos naturales, tanto en Brasil como en África, principalmente en Mozambique, fomento de la gran agricultura industrial, sobre todo para la producción de soja, agrocombustibles y la cría de ganado.
Beneficiado por una buena imagen pública internacional granjeada por el presidente Lula y sus políticas de inclusión social, este Brasil desarrollista se impone ante el mundo como una potencia de nuevo tipo, benévola e inclusiva. No podía, pues, ser mayor la sorpresa internacional ante las manifestaciones que en la última semana sacaron a la calle a centenares de miles de personas en las principales ciudades del país.
Si ante las recientes manifestaciones en Turquía la lectura sobre las “dos Turquías” fue inmediata, en el caso de Brasil fue más difícil reconocer la existencia de “dos Brasiles”. Pero está ahí a ojos de todos. La dificultad para reconocerla reside en la propia natureza del “otro Brasil”, un Brasil furtivo a análisis simplistas. Ese Brasil está hecho de tres narrativas y temporalidades.
La primera es la narrativa de la exclusión social (uno de los países más desiguales del mundo), de las oligarquías latifundistas, del caciquismo violento, de las élites políticas restrictas y racistas, una narrativa que se remonta a la colonia y se ha reproducido sobre formas siempre mutantes hasta hoy.
La segunda narrativa es la de la reivindicación de la democracia participativa, que se remonta a los últimos 25 años y tuvo sus puntos más altos en el proceso constituyente que condujo a la Constitución de 1988, en los presupuestos participativos sobre políticas urbanas en centenares de municipios, en el impeachment del presidente Collor de Mello en 1992, en la creación de consejos de ciudadanos en las principales áreas de políticas públicas, especialmente en salud y educación, a diferentes niveles de la acción estatal (municipal, regional y federal).
La tercera narrativa tiene apenas diez años de edad y versa sobre las vastas políticas de inclusión social adoptadas por el presidente Lula da Silva a partir de 2003, que condujeron a una significativa reducción de la pobreza, a la creación de una clase media con elevada vocación consumista, al reconocimiento de la discriminación racial contra la población afrodescendiente e indígena y a las políticas de acción afirmativa, y a la ampliación del reconocimiento de territorios y quilombolas [descendientes de esclavos] e indígenas.
Lo que sucedió desde que la presidenta Dilma asumió el cargo fue la desaceleración o incluso el estancamiento de las dos últimas narrativas. Y como en política no existe el vacío, ese terreno baldío que dejaron fue aprovechado por la primera y más antigua narrativa, fortalecida bajo los nuevos ropajes del desarrollo capitalista y las nuevas (y viejas) formas de corrupción.
Las formas de democracia participativa fueron cooptadas, neutralizadas en el dominio de las grandes infraestructuras y megaproyectos, y dejaron de motivar a las generaciones más jóvenes, huérfanas de vida familiar y comunitaria integradora, deslumbradas por el nuevo consumismo u obcecadas por el deseo de éste. Las políticas de inclusión social se agotaron y dejaron de responder a las expectativas de quien se sentía merecedor de más y mejor.
La calidad de vida urbana empeoró en nombre de los eventos de prestigio internacional, que absorbieron las inversiones que debían mejorar los transportes, la educación y los servicios públicos en general. El racismo mostró su persistencia en el tejido social y en las fuerzas policiales. Aumentó el asesinato de líderes indígenas y campesinos, demonizados por el poder político como “obstáculos al crecimiento” simplemente por luchar por sus tierras y formas de vida, contra el agronegocio y los megaproyectos mineros e hidroeléctricos (como la presa de Belo Monte, destinada a abastecer de energía barata a la industria extractiva).
La presidenta Dilma fue el termómetro de este cambio insidioso. Asumió una actitud de indisimulable hostilidad hacia los movimientos sociales y los pueblos indígenas, un cambio drástico respecto a su antecesor. Luchó contra la corrupción, pero dejó para los aliados políticos más conservadores las agendas que consideró menos importantes. Así, la Comisión de Derechos Humanos, históricamente comprometida con los derechos de las minorías, fue entregada a un pastor evangélico homófobo, que promovió una propuesta legislativa conocida como cura gay.
Las manifestaciones revelan que, lejos de haber sido el país que se despertó, fue la presidenta quien se despertó. Con los ojos puestos en la experiencia internacional y también en las elecciones presidenciales de 2014, la presidenta Dilma dejó claro que las respuestas represivas solo agudizan los conflictos y aíslan a los gobiernos.
En ese sentido, los alcaldes de nueve capitales ya han decidido bajar el precio de los transportes. Es apenas un comienzo. Para que sea consistente, es necesario que las dos narrativas (democracia participativa e inclusión social intercultural) retomen el dinamismo que ya habían tenido. Si fuese así, Brasil mostrará al mundo que sólo merece la pena pagar el precio del progreso profundizando en la democracia, redistribuyendo la riqueza generada y reconociendo la diferencia cultural y política de aquellos que consideran que el progreso sin dignidad es retroceso.
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Un mundo de obesos y famélicos
Por Esther Vivas, revista digital Ets el que menges, 21-06-2013
Hoy, mientras millones de personas en el mundo no tienen qué comer, otros comen demasiado y mal. La obesidad y el hambre son dos caras de una misma moneda. La de un sistema alimentario que no funciona y que condena a millones de personas a la malnutrición. Vivimos, en definitiva, en un mundo de obesos y famélicos.
Las cifras lo dejan claro: 870 millones de personas en el planeta pasan hambre, mientras 500 millones tienen problemas de obesidad, según indica el informe El Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación 2013, publicado recientemente por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), y que este año analiza la lacra de la malnutrición. Una problemática que no sólo afecta a los países del Sur, sino que aquí cada vez nos resulta más cercana.
El hambre severa y la obesidad son sólo la punta del iceberg. Como añade la FAO, dos mil millones de personas en el mundo padecen deficiencias de micronutrientes (hierro, vitamina A, yodo…), el 26% de los niños tienen, en consecuencia, retraso en el crecimiento y 1,400 millones viven con sobrepeso. El problema de la alimentación no consiste sólo en si podemos comer o no, sino en qué ingerimos, de qué calidad, procedencia, cómo ha sido elaborado. No se trata sólo de comer sino de comer bien.
Aquellos que cuentan con menos recursos económicos son los que tienen más dificultades para acceder a una alimentación sana y saludable, ya sea porque no se la pueden permitir o porque no se valora. En Estados Unidos, por ejemplo, la obesidad afecta principalmente a la población afroamericana (36% del total) y la latina (29%), según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos. La posición de clase determina, en buena medida, qué comemos.
La crisis económica no ha hecho sino empeorar esta situación. Cada vez más personas son empujadas a comprar productos baratos y menos nutritivos, según se desprende del informe ‘Generación XXL’ (2012), de la compañía de investigación IPSOS. Como estos indican, en Gran Bretaña, por poner un caso, la crisis ha hecho que las ventas de carne de cordero, verduras y fruta fresca hayan disminuido considerablemente, mientras que el consumo de productos envasados, como galletas y pizzas, haya aumentado en los últimos cinco años. Una tendencia generalizable a otros países de la Unión Europea.
Millones de personas sufren hoy las consecuencias de este modelo de alimentación “fast food”, que acaba con nuestra salud. Las enfermedades vinculadas a lo que comemos no han hecho sino aumentar en los últimos tiempos: diabetes, alergias, colesterol, hiperactividad infantil, etc. Y esto tiene consecuencias económicas directas. Según la FAO, la estimación global del coste económico del sobrepeso y la obesidad fue, en 2010, aproximadamente de 1,4 billones de dólares.
Pero, ¿quién sale ganando con este modelo? La industria agroalimentaria y la gran distribución, los supermercados, son los principales beneficiarios. Alimentos kilométricos (que vienen de la otra punta del mundo), cultivados con altas dosis de pesticidas y fitosanitarios, en condiciones laborales precarias, prescindiendo del campesinado, con poco valor nutritivo… son algunos de los elementos que lo caracterizan. En definitiva, un sistema que antepone los intereses particulares del agribusiness a las necesidades alimentarias de las personas.
Como afirma Raj Patel en su obra ‘Obesos y famélicos’ (Los libros del lince, 2008): “El hambre y el sobrepeso globales son síntomas de un mismo problema. (…) Los obesos y los famélicos están vinculados entre si por las cadenas de producción que llevan los alimentos del campo hasta nuestra mesa “. Y añado: para comer bien, para que todos podamos comer bien, hay que romper con el monopolio de estas multinacionales en la producción, la distribución y el consumo de alimentos. Porque por encima del afán de lucro, prevalezcan los derechos de la gente.
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Científicos logran obtener huesos artificiales a partir de células madre procedentes de cordón umbilical
Los investigadores harán públicos este miércoles en Granada los resultados de su trabajo
Ideal, 26 06 13
Científicos españoles, pertenecientes al Centro de Investigación Biomédica de la Universidad de Granada, las facultades de Ciencias de las universidades de Granada y Jaén y el Instituto de Parasitología y Biomedicina López Neyra (CSIC), han logrado generar 'huesos artificiales' a partir de células madre procedentes de cordón umbilical.
Este prometedor avance científico, que ha sido patentado a través de la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI) de la UGR, podría tener numerosas aplicaciones en el ámbito del uso de las células madre en la medicina regenerativa, así como en el tratamiento de los problemas del tejido óseo y las lesiones cartilaginosas, según ha avanzado la propia UGR.
De hecho, este miércoles, a las 10,00 horas, los científicos presentarán ante los medios de comunicación los resultados de su trabajo en el Centro de Investigación Biomédica del Campus de la Salud.
El acto contará con la presencia de José Mariano Ruiz de Almodóvar, director del Centro de Investigación Biomédica de la Universidad de Granada, y Francisco Javier Oliver, científico del Instituto de Parasitología y Biomedicina López Neyra de Granada (CSIC).
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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).
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