viernes, agosto 15, 2008

Noticias del Frente Onirico 022

Justicia Medieval Hoy

Absurdos represivos I (Un corazón de tiza en la pared)
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Por: Fernando Figueroa
Doctor en Historia del Arte

http://www.graphitfragen.com

Noviembre, 2007

“Érase una niña con una tiza…” Así es como empezaría este cuento que no es cuento, pero que a algunos les parecería un espléndido inicio para una aventura fantástica o para una historia de terror. ¡Quién sabe? Sin embargo es el inicio de una noticia. Una noticia que, después de que su desarrollo nos muestre cierto sinsentido social, tiene un final… ¿feliz?

Aún no deja de sorprenderme hasta donde puede llegar la aplicación de ciertas leyes o normativas a la hora de atajar el ejercicio del graffiti. Pues en su aplicación se observa una nula existencia de esa sensibilidad social y clarividencia acerca del concepto del bien común que debe de estar siempre presente en la aplicación de cualquier ley. No siempre la ley es justa, aunque se suponga que, al ser esa su intención y ser cuidadosamente confeccionada por expertos, en su literalidad está la garantía de ejercer justicia. Esto lo voy a ejemplificar con una historia con la que me topé hace unas semanas y que tiene como protagonistas una niña y sus tizas.

En la emblemática Nueva York, tan pionera en el nacimiento del Graffiti Movement como de su control por parte de las instancias municipales, Natalie Shea, una niña de seis años fue multada con 300 dólares en octubre de 2007 por pintar dibujos y palabras con una tiza azul en la calzada de la calle 10 en Brooklyn. La multa le fue impuesta a la niña por un inspector del Departamento de Sanidad a instancias de la denuncia realizada por sus vecinos. Obviamente, la multa se hizo llegar a su responsable, en este caso la madre, Jen Pepperman, que extrañada y asociando graffiti con una pieza, no podía llegar a creer que su niña hubiera hecho un “graffiti”.

Evidentemente, a nadie se le podía escapar lo “abusivo, excesivo y extremo” de esta punición. Es tal el celo general en atajar en Europa o América este supuesto problema de supuesta máxima importancia y de imposible control que se llegan a ejercer, sin reparo alguno, verdaderas injusticias legales o insultos a la razón. Tampoco se escapa ese reiterado encasillamiento del graffiti como una “enfermedad” o “contaminación”, al ver por medio de esta historia al Departamento de Sanidad, como responsable municipal, lo que subrayaba el argumento higienista (que ya he ido refiriendo en otros artículos como una de las más recurrentes y exitosas estrategias antigraffiti, además de una de las más impropias).

No obstante, de haberse quedado así la cosa estaríamos ante un absurdo contundente, pero el sentido común a veces se hace patente de forma razonable e inexcusable. Aunque se había puesto una multa, también, visto el caso, se dio la opción de borrar los dibujos y palabras hechos por la niña en un plazo de 45 días. Ciertamente, esta condena parece aún mucho más sensata que grabar con una multa un acto de este calibre. Es más, evidencia que el interés legislativo principal está en la enmienda del daño y no en la punición del delincuente o el lucro municipal, dando un margen muy amplio al causante para corregir su mal hacer. Es un acento importante y no puede pasarse por alto.

Sin embargo, ni la madre ni el padre limpiaron los graffiti de su pequeña Natalie. Al ser tiza, según se cuenta, fue la propia lluvia quien acabó resolviendo el “mal” causado, dando buena prueba de cuán profundo había sido el daño realizado. God bless America!

En todo caso, hay algo que no se consideró a la hora de evaluar esta acción inconsciente o que tenía su conciencia puesta en otra dimensión: los motivos de la niña. Según parece el gesto de la niña tenía por objeto demostrarles el cariño que Natalie les tenía a sus padres. Por ejemplo, el motivo principal de los graffiti eran unas flores de color azul, sin que pueda sospecharse tampoco que se tratase de un logo publicitario encubierto, que los padres hubiesen inculcado en la pequeña a sabiendas de la repercusión mediática.

Cuando se redactaba la noticia, aún la niña no comprendía la dimensión social de su acto. Dicen que dijo, al ser entrevistada, que “a mi madre le dieron una multa por graffiti, pero yo nunca usé eso, sólo utilicé tiza, esto es arte, muy bonito arte”. Aquí hay que advertir que ya se ha ejercido sobre la niña cierta manipulación o perversión en la percepción de su acto, de la que la madre es también partícipe: pues distingue el instrumento como caracterizador de la obra-objeto, oponiendo tiza a spray.

No hablemos ya del concepto arte que se baraja. En verdad, es una buena defensa porque se alía con la visión oficial, pero forzando la desconexión entre dos tipos de práctica muy emparentados. Incluso, la madre subrayaba su entidad como una correcta ciudadana, capaz hasta de enmendar la plana al poder que obra incorrectamente, sin justificar con ello las acciones condenables y cuya persecución propició la elaboración de la ley: “Somos buenos neoyorquinos y siempre cumplimos las leyes y las reglas de la ciudad. Si la pintura hecha por Natalie es ilegal, entonces tengo malos pensamientos sobre el alcalde Bloomberg a quien le daré la queja”.

En nuestra sociedad la sobreprotección infantil y la censura de cualquier tipo de abuso infantil sirvieron para que las instancias públicas manifestasen o aclarasen sus criterios sobre la legislación antigraffiti. La portavoz del Departamento de Sanidad, Kathy Dawkins, al decir que dicha agencia nunca consideraba que, cuando los niños pintasen con tiza, se tratase de graffiti, estaba declarando que el principal objetivo de la ley era la acción de los writers o los activistas políticos o culturales, por ejemplo, y no de niños o seres inocentes. Ahora, su “nunca” resulta muy relativo, pues sí se sancionó este caso, a lo que alegaba dicha portavoz que cuando alguien denuncia hay que actuar.

También otro responsable salió matizando el sentido de esta ley. El concejal, Peter Vallote, quien fue el que introdujo en el año 2005 esta ley por la que obligaba a los dueños de las propiedades pintadas con graffiti a limpiarlas, aclaró que esa ley penalizaba los “garabatos” hechos en los frentes de edificios, residencias y comercios, pero no alcanzaba a los niños. O sea, que los niños sí pueden hacerlo, aunque la responsabilidad pase a los padres. Esto es, se sanciona igualmente.
Aunque también la siguiente declaración: “nunca esta ley sometida por mi tuvo la intención de atacar a quienes pintan con tizas en las calzadas”, podría dar a entender que hasta un adulto no debería ser multado por hacer eso. Pero vamos, dice que no tuvo la intención, lo que no quita que se interprete con dicha intención.

No obstante, es de sentido común que algo que se puede borrar con sólo pasar el dedo o quitar fácilmente como una pegatina, no merecería el mismo castigo que una pintada con spray. Igualmente, afinando, no merecería el mismo castigo una pintada con spray hecha con arte que una con afán dañino. Qué decir sobre el que los niños hagan cosas de niños, pero que no las hagan los adultos. Pero ahí la sutileza o sensibilidad se pierde más en el razonamiento de los legisladores. Por eso el motivo con que hizo Natalie sus “garabatos” no fue valorado como atenuante, ni siquiera su edad, pues lo que hizo estaba mal y así fue que lo habrían pagado los padres, si el cielo no hubiese intervenido.

Obviamente en todo esto se trata de dejar a los niños a un lado, pero están en medio de todo, reproduciendo esquemas y, cuando son mayores, perpetuándolos o devanándose los sesos para seguir rompiéndolos sea el caso que sea. En este sentido es alentador cierto comentario de la madre: “La madre de la niña consideró que el dibujo de las flores hecho por Natalie y dedicado a su progenitora, “es el mejor trabajo de mi hija” y aseguró que muy pronto su vástago volverá a hacerlo con más ahínco.” Demoledor testimonio. Sin duda, la madre observaba el elemento sentimental y la rebeldía como dignos en la construcción de la personalidad de su hija y pruebas de su amor hacia sus padres, inconsciente de que podría estar criando y alentando a una futura writer. Menos mal que, para estos casos, ya están los poderes públicos para corregir estos defectos paternalistas y socializar “correctamente” a las ovejitas descarriadas. God bless World!

Evidentemente, también se observa que un punto importante en esto es la ubicación del graffiti: las fachadas de edificios, residencias y comercios. Pero, ¿es esto tan crucial? Yo he sido testigo de cómo en la ciudad de Venecia se permite pintar a los niños con tiza en el pavimento de las plazas. ¿Qué daño pueden ocasionar con eso al patrimonio histórico? ¿Qué medios tienen de esparcimiento los niños en una ciudad histórica como Venecia, con escasas áreas infantiles, pero una cantidad inmensa de espacios que despiertan la imaginación? ¿No es acaso una forma de humanizar algo que ya se parece más a un parque temático que a una ciudad viva? ¿Acaso sería malo pintar en sus muros con tiza, mientras la subida del mar amenaza la ciudad?

También se depositan capas de contaminantes o residuos químicos sobre los monumentos y no he visto a nadie que multe o les haga limpiarlo a un conductor o a un empresario por hacerlo ante la denuncia de sus vecinos, aunque sí les hagan pagar, más o menos explícitamente, algún canon para la protección ambiental que en ningún caso les hace sentirse culpables, sino exculpados de cualquier responsabilidad. Será porque "no se vé" la contaminación o como su huella suele ser negra o gris, en vez de azul o de colorines, se camufla bastante bien. Sólo he visto que se castigue con rigor a las palomas por sus excrecencias, esterilizándolas y otras prácticas de justicia medieval. Si pagasen algún impuesto o generasen algún rendimiento económico más allá de la venta de piensos, a lo mejor otro gallo las cantaría.

Pero volvamos a Nueva York. ¿No sería bueno ver niños pintando con tiza en las calles de Brooklyn o El Bronx? ¿Se les dejaría pintar sólo en las calzadas o las plazas de al menos Manhattan ? ¿El ver esos dibujos o palabras podría ser una prueba de que la calle no es, fue o será ya un lugar tan malo? ¿Podrían ser signos del advenimiento de una oleada de anticristos? No sé, pero siempre tendré el temor de que llegue un día en que no haya niños en las calles, asustados sus padres porque en las calles no crezcan flores ni con tiza, a menos que se sujeten a la regulación oficial, paguen una tasa o se vendan o vendan algo.

¡Cómo me gusta soñar con flores, cuando huelo el asfalto! ¡Sentir palabras generosas, cuando leo interesados slogans! ¡Mirar en los ojos de la gente, sin chocar con los muros del silencio!

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Absurdos represivos II (Pintándome las uñas, me salí)
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Por: Fernando Figueroa
Doctor en Historia del Arte


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Agosto, 2008

En León, Estado de Guanajuato (México), una chica de dieciséis años, vecina de la colonia Brisas del Vergel, fue sorprendida por la policía el 31 de julio de 2008 y arrestada a las 13:25 horas, cuando pintaba en el respaldo de un banco en una zona peatonal, frente a la Fuente de los Leones. Lo peculiar de esta brevísima noticia, aparecida en Milenio.com, es que la muchacha se había servido de un esmalte de uñas negro para realizar sus pintaditas: nombres y algunas frases. Tras su detención, la menor fue llevada ante el oficial calificador en turno para responder por los daños realizados al municipio.

Evidentemente, bajo el Imperio de la Ley, no hay crimen sin castigo. Pero, ¿es esto un crimen? ¿Es necesario convertir este tipo de comportamientos en delitos o conductas a corregir? ¿Es verdaderamente un daño al municipio?

El esmalte de uñas tiene, sin duda, un valor simbólico en nuestra cultura, pues su uso por las niñas supone un paso más en su tránsito hacia su construcción como mujer, como persona adulta. Quizás parezca algo meramente estético, pero conlleva, como todo maquillaje o su ausencia, un peso importante a la hora de que un individuo disponga su presentación pública, caracterice su identidad frente a los demás de un modo reconocible por parte o por toda su sociedad.

También el uso del aerosol supone un tránsito a un estadio de adulto: es un material que no es propio de niños, es algo más que unos lápices o unas ceras, algo más todavía que unos rotuladores. El aerosol es de hombres. Pero ojo, el hacer cosas o usar instrumentos asignados a los adultos, no te hace adulto, si no eres consciente y responsable de todo lo que supone. El hombre es hombre por tener una conciencia plena de sus actos. Pero en ese saber emplearlo, no hay que restringirse a un modo o una manera de hacer. Hay lugar para la experimentación, aunque parezca a su vez más propio de niños.

Que se recalque el color de ese esmalte (negro) no es algo gratuito. El periodista nos está dando pistas para que configuremos en nuestra mente la imagen general de esa muchacha, que debe aparecer mediáticamente como una rebelde, excéntrica o inadaptada adolescente, pero inquietantemente muy femenina. En ese caso concreto, el lector mexicano vinculará a la chica, por ejemplo, con la estética metalera o a la del Visual Kei, de origen japonés, y que suscita hoy por hoy el interés de los medios mexicanos por su llamativa originalidad y arraigo juvenil. No pensemos aquí, pues, en una clave netamente gótica, siniestra o hasta satánica a la europea, ya que en España igual tenemos otros patrones o referentes todavía. No van por ahí los tiros de esta caracterización.

El que se pinte un banco, un banco de sentarse, nos sitúa ante un atentado contra el mobiliario urbano y, por tanto, contra la comunidad. De ahí que se considere sancionable por su representante que es el gobierno municipal. No obstante, ¿qué tiene el esmalte de uñas? Mejor dicho, ¿por qué el periodista insiste en el concepto de que “hasta con esmalte se raya y no sólo aerosol”? Por de pronto y ligándose a la viva polémica represiva-integradora en varios estados de México, la idea de que la vorágine graffitera, el impulso antisocial es imparable y por eso hay que prestar más atención, estar alerta.

Cuestión que, en cierto sentido, ejerce una perversión en la comprensión del fenómeno, pues determina que el uso del aerosol estaba con anterioridad a la ocurrencia de usar el esmalte y que tal conducta es posterior a todo lo que surgió y se derivó del Writing neoyorquino. La cosa, claro está, es hacer interesante la noticia (aunque pueda lindar la frontera de lo que sería estrictamente una noticia, una información). Inclusive, justificar el tema como noticia, pues ha de parecer lo más especial o anómalo posible para ser considerable como digno de ser noticia para el público.

Pero, ¿pintar o escribir los bancos con lo que se tenga a mano es algo nuevo, a destacar? No, más bien es algo ya tradicional. Pero sí detener a una persona por ello y ahí debería de haberse hecho más hincapié el periodista y centrar el análisis en la parte administradora y no en la chiquilla. Preguntarse por qué el poder persigue esto, por qué lo pasa a considerar un acto sancionable judicialmente, por qué es relevante en las acciones municipales o se considera algo pernicioso para la ciudadanía, etc. Ese es el gran misterio, la noticia relevante.

Por otra parte, el atentado físico, digamos con un resultado palpable, visible es siempre más llamativo y notable que otro quizá más negativo, pero no tan manifiesto. Pues, ¿no es acaso mayor atentado contra la comunidad diseñar bancos que incitan más al tránsito que a permanecer y vivir la calle, en los que el ciudadano no puede sentarse cómodamente, reposar correctamente su estructura ósea; o por sus materiales no dejar de sentir un excesivo frío o calor; aparte de la molestia por su deficiente orientación, su ubicación en un entorno nada agradable o, incluso, su ausencia? Pero eso se obvia, no parece tan preocupante, pues se supone que el poder que lo puso sabe lo que hace y quiere tu bien, aunque el banco deje de ofrecer la principal función de un banco.

En cambio esa chiquilla, menor de edad, no sabía lo que hacía. Era una insensata o una inconsciente que de dejarla ir en sus hábitos podría perderse, conllevar un mal ejemplo y generar el germen de una revolución caótica. Pero, tranquilidad. Al menos se ha detectado a tiempo su desviación y podrá corregirse debidamente.

Aquí paro otro momento, para hacer otro inciso. ¿Es un mal ejemplo pintar un banco, usarlo como plataforma de expresión en un grado íntimo o exageradamente abierto? Hombre, no es algo tan extraño, si el banco no te resulta agradable o acogedor, lo tratas de hacer más grato, más tuyo. Si es el banco donde se reúne tu pandilla de amigos; te sientas habitualmente o has tenido una vivencia especial, en cierto sentido pasa a ser “tu banco” y se plantea cierta justificación. Es algo de sentido común. En casos extremos, como en los de los mendigos, se puede hasta convertir en tu domicilio, pero sin olvidar que es un bien comunal y, en consecuencia, muy apropiado para ello.
Por tanto, creo que esa muchacha sabía bien lo que hacía y que ponía su sentimiento en ello, había captado bien los mecanismos sociales y se estaba integrando en el orden humano.
Posiblemente, hablando de orden, haya otra cuestión inquietante: si sobre un banco no está previsto escribir, con el esmalte de uñas tampoco hacerlo. A esa estricta compartimentación de las actividades humanas se le puede calificar como: orden, en una vertiente lo más anticreativa posible, contranatural y perniciosa para el crecimiento humano y el avance social. En ningún caso es el orden supremo, pues insatisfactoriamente adolece de carencias en la comprensión del desarrollo de los seres humanos. Resulta un esquema parcial, restrictivo.

Lo verdaderamente anómalo sí sería la destrucción del banco. Ese sí que es un atentado, algo serio a tener en cuenta, pero pintar o escribir sobre él no es malo de por sí, son acciones constructivas, incluso si las grafías se realizasen mediante incisión. Muestran un apego por el mobiliario, un tenerlo en cuenta, un respeto por el uso. Más bien, habría que valorar la intención o el contenido como signos de una posible malicia, no más.

Incluso, ¿quién es quién para borrar un corazón de enamorados, la lista de un grupo de amigos, un yo-estuve-aquí? ¿Tú serías capaz? Yo no. Conlleva la destrucción del momento de una vida, la ruptura de un compartir, la memoria de unos sentimientos... la destrucción de la Historia.

Mañana sacaré del banco de mi calle un reintegro de amor. Lo quiero en billetes pequeños, mejor en moneditas, para poder dejarlo por entre las juntas mal cerradas de los baldosines de cemento que recubren el suelo que pisamos en esta ciudad. Como huchas de sentimiento, allí invertiré en los corazones de los hombres del mañana, los niños que, divertidos, hurgan en las grietas y convierten en tesoros los deshechos que ya no nos miran. Nadie podrá impedirme esmaltar mi esperanza. Nada podrá ocultar mis ganas de vivir.

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