miércoles, agosto 27, 2008

Noticias del Frente Onirico 025

Félix F. Casas y Juan Cruz García Moneo. (2008). XAONESAS. Santo Domingo: Imprenta Canario.
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Portada del mitopoema Xaonesas, de F. Casas y J. C. García Moneo (2008).

Capítulo 1

Antes del amanecer, una silueta femenina rompió la quietud de la noche.

De pie, en la orilla de la playa, dibujó con el dedo en la bruma y, misteriosamente, se disiparon las nubes entre el aleteo de las aves.

Respiró profundamente y detuvo la brisa. Extendió su mano hacia el horizonte e insinuó la silueta de las olas.

Aquella mujer, Agua, había recibido el poder de las xaonesas del soñar “Ias palabras habidas que ni se piensan ni se pronuncian", que le permitía escribir en las gotas de lluvia.

Convocó al cielo y empezó a llover. Tejía con los dedos un nuevo capítulo de la historia de sus orígenes. La lluvia almacenaba aquella sabiduría. Las palabras quedaban impresas en el agua que, al caer, empapaba la tierra, formando los ríos que morían en el mar. La fuerza del sol se encargaría de elevarlas, invisibles, para volver a la tierra en la próxima tormenta.

En cierta ocasión, compartió que secreto con su amiga de infancia, quien intentó inútilmente leer en los charcos. Tiempo después comprenderían que la sabiduría sólo podía ser leída en las gotas que, en forma de llovizna, hablaban de amor y ternura, si era a modo de chaparrón, presagiaban tragedias, y que, en ocasiones se auxiliaban de los truenos para explicar el drama o señalar fortaleza. Si llovía un día soleado, se leían mensajes alegres y esperanzadores. Si se prolongaba jornadas, narraba con calma las leyendas de cuando los hombres y las mujeres simplemente eran Únicos, orgullosos de ser humanos.

Aquella mañana, Agua había terminado de escribir las páginas que hablaban de cuando nada era, antes del principio. De aquel punto, sin dimensión, tiempo ni espacio, del que nació una espiral con anillos de calor que creció en forma de oscuridad, originando nuevas espirales que, al chocar unas con otras, expandieron el universo. Ese origen frío y caliente emitió el primer aliento que se hizo xaonesas, envueltas en torbellinos espirales que se concentraban en sus cabezas formando sombreros mágicos, impregnados de energía vital.

Los ojos de las xaonesas se iluminaron surgiendo las estrellas. Una de ellas, se tornó azul y verde. La xaonesa creadora atrapó las estrellas en sus manes y las esparció en el infinito, mientras lanzaba la azul verdosa en un movimiento espiral que ascendía a la eternidad y descendía de ella. Movimiento por el cual agrupaba las otras repitiendo el mágico juego antes de que se formara el tiempo.

En el instante en que atravesaron un pequeño espacio caliente del universo en expansión, la xaonesa de las ideas, sugirió detener el juego y establecerse allí, junto a las estrellas. Así, la bola amarilla se transformo en sol. La azul y verde se convirtió en planeta y la colocaron de forma que en ella no hiciera nunca demasiado calor ni demasiado frío.

Cuando concluyó la labor creadora, las xaonesas volaron hacia el planeta donde solamente encontraron oscuridad. Entonces, del ojo derecho de la xaonesa de los inicios nació la luna. Del izquierdo, surgió un extenso brillo verde que formó árboles y plantas: y, finalmente, un resplandor azul originó el cielo permitiendo que se filtraran los rayos solares y, por primera vez, se hiciera de día.

Así fue como en Xaona, la primera tierra que existió, las xaonesas enterraron sus pisadas, al tiempo que sembraban las flores de vida que les servirían de alimento.

Cuando Agua terminó de escribir, pronunció la palabra mágica que invocaba a los vientos. En un instante, las nubes se oscurecieron. Era el momento de confundir las páginas escritas en la lluvia. Solamente los que recibieran el poder de las xaonesas podrían comprenderlas.

EI viento, que arreció por sorpresa, soplaba con fuerza creciente provocando que las palmeras se doblaran peligrosamente sobre los habitantes del poblado que huían en busca de refugio. Llovía con violencia impidiéndoles el avance. Las madres se apresuraban en busca de los hijos, que lloraban asustados. En medio del caos, los hombres aseguraban sus escasas pertenencias que la tormenta se obstinaba en arrebatarles.

En lo peor del vendaval huracanado, el joven Tenaz dirigiendo la mirada a la playa, descubrió cómo Agua luchaba por mantenerse erguida ante el azote de los vientos.

- iEsa mujer causa esta desgracia! -gritó, sujetando a Fuerte que corría cargando a sus dos hijos.

- Mira cómo convoca a la tormenta.

- Eso no importa ahora, Tenaz - Ie respondió. - Ocúpate de los tuyos.

No escuchó. Lleno de ira se precipitó colina abajo hacia la playa, retirando de su rostro las ramas arrancadas por el viento que trataban de impedir su propósito. Cada paso acrecentaba su odio contra aquella hechicera que traía la destrucción a los suyos.

Al llegar a su lado, la agarró del brazo, despertándola del trance en el que permanecía sumida.

- ¡Agua, deja de destruirnos! - gritó.

La mujer volvió la cabeza y, súbitamente, la tormenta cesó por completo. Agua lo miró con ojos de extrañeza.

- Eres tú, ¿vedad? – increpó Tenaz, agitándola con violencia.

- ¡No! ¡Es la fuerza de las xaonesas!

- ¡Malditas xaonesas! ¡Historias de locos!

- No, Tenaz, es…

¡Calla! - interrumpió con una bofetada. – Vendrás al poblado para terminar esta farsa. - No permitiré que nos mates a todos.

Sujetándola con fuerza y, haciéndola caer, la arrastró por la arena. Agua, que forcejeaba con su agresor, consiguió liberarse y correr hacia la orilla.

- ¡No huyas! ¡No hay escapatoria!

La mujer se adentró en el mar. El la siguió hasta que el agua les cubrió la cintura.

- Agua - sentenció con voz pausada. – No tienes salida. Es tu final.

- No, Tenaz. Tú no tienes salida.
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Yukaju Vagua Maorokoti, Divina Trinidad Taina

No hubo pronunciado la última palabra cuando el viento huracanado recuperó todo su vigor embistiendo a los dos cuerpos para lanzarlos fácilmente hacia la orilla. Agua cayó tendida en la arena. Peor suerte corrió la esencia de Tenaz que quedó liberada al estrellar su frente contra el arrecife dejando escapar un hilillo de sangre por el que se Ie escurrió la vida.

Más tarde, la tormenta cesó, atreviéndose los habitantes del poblado a abandonar sus escondites. Entonces, un clamor quejumbroso rompió el silencio "jTenaz es despojo! jAgua arrebató su esencia!"

La mujer todavía tendida en la arena acertó a abrir los ojos, en el momento en que dos hombres la levantaban para, tras arrastrarla entre los escombros del poblado, amarrarla en un árbol. No pudo evitar que Ie invadiera el temor de que pronto correría la misma suerte de Tenaz.

Mientras los demás se afanaban por reconstruir el poblado para, al menos, guarecerse durante la noche, escuchó como prohibían a Robusto, su hombre, acercarse a ella.

- ¡Déjenme verla! -gritaba. - ¡Ella sabrá explicar qué sucedió!

Las exigencias de Robusto se convirtieron en explicaciones; mas tarde, en ruegos; por último, en lamentos; finalmente, en resignación y silencio. Tan sólo su hija, Brisa, pudo acercarse y sonreírle entre los arbustos antes de que, también, a ella la arrebataran de su mirada.

Entonces, adolorida y fatigada, sabiendo a su despojo prisionero, Agua, la mujer que escribía en la lluvia, decidió leer en los pensamientos aquellos tiempos cuando todavía era pequeña y no soñaba "Ias palabras habidas que ni se piensan ni se pronuncian".

- Las primeras moradoras de la tierra. Llegaron desde el origen.

- ¿Para qué? –preguntaba ingenua.

La madre sonreía.

- Para regresar al origen.

Y la pequeña reía, ante lo que creía era un juego de palabras con la única pretensión de confundirla.

- Dedicaban su existencia a construir un sombrero y sembrar flores - proseguía la mujer.

- ¿Tenían sombrero, madre?

- Debían formarlo para regresar al origen.

- ¿Cómo aprendían a hacerlo?

- Las mayores enseñaban a las más pequeñas.

- ¿Cómo era el sombrero?

- Era una energía pura que las conectaba con el origen, Agua, hija mía. También hacían flores con las manos y las sembraban en la tierra para que siguieran creciendo.

- Las flores, madre, ¿eran hermosas?

- Preciosas. Además, les servían de alimento.

Entonces, la pequeña Agua salía en busca de flores que trenzaba en sus cabellos y ofrecía a la madre a modo de ofrenda trascendente. En esos momentos, se sentía xaonesa.

- En primavera, -explicaba la madre - las xaonesas regresaban al origen.

- ¿Todas?

- Solamente aquellas que debían hacerlo. Las que terminaron su sombrero, abrían sus alas y se elevaban al cielo.

- ¿Tenían alas, madre?

- No siempre. Les nacían cuando llegaba el momento de regresar al origen.

- ¿Volaban como las aves?

La mujer negaba con la cabeza.

- Se deslizaban en el aire impulsadas por la energía que les proporcionaba el sombrero encaminándolas hacia el origen.

- ¿Y por qué tenían que marcharse?

- Para dar vida. Cuando se elevaban, orinaban. Y esa orina producía una lluvia que fertilizaba la tierra revitalizando las flores que habían sembrado. Luego, se perdían entre las nubes.

- ¿Madre? – preguntaba la pequeña.

Y no obtuvo respuesta.

- ¿Madre? - volvió a preguntar para obtener el mismo silencio.

"¿Madre?" Y la voz de su hija Brisa se confundió con la de los recuerdos hasta que la atrajo a la base misma del árbol donde su cuerpo permanecía amarrado.
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Mediodía en Adamanay, isla Saona

- ¡Madre! Tienes que escapar - urgía la pequeña, rompiendo las ataduras con el filo de una piedra. - Padre, espera mas allá de las rocas. iPronto!

Sin comprender, Agua se aferró al convencimiento de su hija y emprendió la huida. Brisa avanzaba rápida y sigilosa. "No te detengas, madre - decía. - No dejes pensamientos colgados a tu paso para que no puedan seguirnos. Mira hacia delante. No suspires por lo que dejas, que su recuerdo les mostraría nuestro paradero".

Robusto aguardaba al final del sendero.

- ¡Vamos! ¡No hay tiempo que perder! – apremió.

- Padre, está muy débil.

- No temas, Brisa. Yo me encargo.

Sujetó a la mujer con firmeza por los hombros obligándola a caminar a buen paso. La noche sirvió de cómplice. Más tarde, Agua, emitiendo un breve sonido hizo que la lluvia borrara sus huellas dificultando los pasos de quienes, desde que se percataron de su ausencia, habían emprendido la búsqueda.

- Agua, confúndelos con los truenos -solicitó el hombre.

- No puedo - gimió. - Los truenos son el eco de los clamores de cuando eramos Únicos. No es el momento.

EI se Iimitó a encoger los hombros en señal de aceptación, mientras se esforzaba por subir la resbaladiza ladera.

AI rato, Brisa, que se mantuvo en silencio durante la huída, advirtió la calma.

- Padre, ya no nos siguen. No se sienten sus temores.

- Entonces, busquemos un refugio y descansemos. Antes del amanecer, seguiremos el camino.

Un poco más adelante, entre las aberturas que les proporcionaban las rocas, se dejaron caer. Juntaron sus cuerpos sin decirse nada. Escucharon los silencios de la noche para, vencidos por el cansancio, sumirse en el sueño.

AI amanecer, Robusto se acercó cauteloso a la mujer que descansaba turbada.

- ¿Fuiste tú, Agua?

- Fue el mar - respondió honestamente. - De nuevo, fue el mar.

Aquellas palabras alertaron la memoria del hombre que fue transportado al tiempo en que el agua del mar era dulce y este vivía en armonía con los Únicos conteniendo la esencia de las xaonesas. Recordó las historias que compartían en el poblado que les hablaban del principio. Decían que la orina de las xaonesas formó un charco, que se hizo lago; para, después, transformarse en mar. Así, cada primavera, el mar fue creciendo hasta convertirse en océano, albergando toda la esencia de las xaonesas. Lamentablemente, cuando los Únicos dejaron de serlo y comenzaron a olvidar, el mar decidió castigar a los hombres y a las mujeres. Un día, se propuso destruirlos con la fuerza de sus olas. Éstos, sabiéndose atacados, dispusieron bebérselo para acabar con él. Amenazado, saló sus aguas para evitar ser bebido y permanecer a salvo como el único conocedor de la esencia de las xaonesas y, así, elevar la sabiduría a las nubes con el fin de que vuelva a la tierra escrita en la lluvia. EI mar, siempre, castigaba a quienes se oponían a la esencia. Robusto comprendió. Los hombres y las mujeres del poblado no lo harían.

La realidad sacudió su mente y alejó, de golpe, los pensamientos. Sus ojos lejanos habían permanecido fijos en la mujer.

- Debemos seguir. Saldrán pronto a buscarnos - dijo.

- ¿A dónde vamos? - preguntó Brisa.

- Más allá.

Tras dos jornadas se disipó la amenaza al cesar la búsqueda. Se sabían solos. Habían dejado de formar parte del poblado de los hombres y las mujeres.

Cuando comprendieron su cruel realidad, desorientados y abatidos, se desplomaron, derramando los temores entre las rocas. Sus miradas se perdieron en el suelo. Agua, más serena, convocó a la vida con las palabras mágicas y el sonido de un arroyo se acercó a sus oídos.

Los ojos de la mujer se posaron sobre los del hombre. Las palabras no eran necesarias.

- Aqui nos quedaremos - sentencio Robusto.

Brisa, que entretejió su mirada con la de sus padres, corrió a acariciar a todos los árboles del entorno comunicándoles que, desde ese instante, compartirían sus esencias. Ellos, por su parte, agitaron sus ramas, saludando satisfechos y dejando caer algunas hojas que describían caprichosos espirales en su descenso.
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Atardecer en Adamanay


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Acerca de los autores

Felix F. Casas

Nacido en Mosquitisol (San Pedro de Macorís, RD) inició sus estudios de Medicina en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, que continuó en Moscú, Rusia, donde se graduó de Doctor, además de realizar varios postgrados. Continuó sus estudios especializados en México y en los Estados Unidos. Es el creador de la Medicina Espiral Ecléctica. Es autor de varios ensayos sobre medicina y salud natural. Su obra más reciente es: "Déjame fluir y llegaré a la esencia de mi manantial interior sin ningún esfuerzo".

Juan Cruz García Moneo

Nacido en Tudela (Navarra, España), estudió en la Facultad "San Vicente Ferrer" de la Universidad de Valencia (España), donde se graduó en Filosofía y Teología. Ha trabajado en la formación de adolescentes y jóvenes en España, Panamá y República Dominicana, dedicándose plenamente a la educación. Es además "counselor" titulado por el Centro de Psicología Humanística y Counseling de Buenos Aires (Argentina). Es autor de libros sobre formación de adolescentes y jóvenes. Su obra más reciente es: "Préstame el elefante, aunque sólo sea una hora".

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