miércoles, agosto 22, 2007

Noticias del Frente Poetico 011

El Sueño y la Palabra.
(Francis Bacon, vuelve, de Armando Almánzar Botello)


Marcio Veloz Maggiolo

Por: Marcio Veloz Maggiolo

25 de julio, 2007

Publicado originalmente en físico en el Listín Diario, los días 8, 15 y 22 de agosto de 2007. Publicación en línea (Listín Digital): http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=24628

La poesía, para serlo verdaderamente, debe retornar a sus orígenes, saltar desde la cultura del poeta a sus sentimientos primarios, y hacerse historia que el poeta quisiera ocultar y narrar a la vez. Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixion (Editora Ángeles de Fierro, 2007), de la autoría de Armando Almánzar Botello, es un libro proteico. El verso, la prosa, la metáfora y la filosofía navegan por sus páginas, por cuanto para el autor no existen géneros literarios, sino palabras literarias, argumentaciones literarias, e imágenes que navegan en prosa siendo poesía y que pululan en la poesía metamorfoseándose en prosa. Por eso, en los primeros versos de este libro se esconde, talvez, la trágica narración del bombardeo a Dresde relatado por Kurt Vonnegut en una de sus novelas, con las resonancias simbólicas de la crucifixión de los inocentes niños de la Cruzada del siglo XIII. No todo puede llegar a ser verso, no todo aquello que se hace historia puede ser del todo prosa.

El libro es un extenso prólogo de cuanto quiere ser. Es como si el poeta necesitara un proemio abiertamente trágico para ir explicando la vida que le fluye y que le raspa las entrañas, la vida que se acomoda a su propio dolor.

Leer los proto-versos de Almánzar Botello obliga a una profunda conexión con la carne y el terror. Vale además decir que a veces no son versos, sino que los poemas restallan en una estruendosa prosa caníbal, que transfigura al lector, quien busca asirse de una de las boscosas ramas de su infierno particular.

Almánzar Botello es un poeta que destella oscuridades. Podría decir que sus sombras son en verdad la parte luminosa de su obra. Parecería retruécano, contradicción más bien, el que se viva en “accidentes utilizables” o el que en un garfio brille o luzca, suspendida, la belleza desollada sin dejar de serlo. Si para la vieja concepción estética “bello es todo lo que visto agrada”, definición decadente que deja fuera lo oído, dicho, sentido, olido y gozado, en las páginas de “Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixion”, bello puede ser lo que desagrada, lo que responde a la solemnidad del dolor, lo que permite entender con las rasgaduras del espíritu mismo aquello que luego, deglutido y saboreado, traduce en goce lo que en principio era dolor acomodaticio.



Francis Bacon en persona

Desde los primeros ajustes emocionales de esta obra, difícil y profunda, no estaremos dentro del esquema estético si deseamos hacer de lo dicho por el poeta una lógica. Lo abstracto confunde sin llegar al surrealismo, porque la versificación se niega a serlo, y en lo más abstracto de la palabra, en la prosa, en el verso más resumible y resumido, están las lágrimas, la materia fecal, el sexo virgen nada originario y los más crispados pedregales del sentimiento. Por eso me atrevo a escribir en tono “almanzariano”, en tono de poeta que intenta penetrar en el misterio del poeta y logra sólo, con intención becqueriana imposible, rehilar y desenredar ideas sin otra misión que ayudar al léxico crítico a mostrarse diferente de los más tradicionales ayes de la literatura dominicana.

¿Se diría que estamos ante una poesía adrede escatológica, o que tal vez hay trozos fulgurantes de una escatología poética en la que el autor sufre la insistencia de un modo enmierdado, digamos, donde la putrefacción a veces es parte del sentido común? Exquisita porcelana de inodoro pensativo, dice el poeta, y se sale del lavatorio hacia lo imposible. El sofocante mundo exterior e interior del cuarto en donde se mueve la llave de la bañera y el pensamiento se expresa a su modo. No intentes de manera alguna hacer una rala interpretación de cuánto está ocurriendo. El poeta sólo sugiere, lanza reflejos y palabras reflejadas, y tienes que sentarte a decir lo que tu vida es frente a la que él trata de explicar sordo de tanto oír, mudo de nunca hablar. Me explico. Poco a poco las soledades cultas, las palabras perdidas, los ángeles vacíos, la soledad mortal, los tiempos reprimidos, el toque de la carne fundida en deseo, se convierten en “carne loca convulsa enjaulada confundida en fluir de toro y hombre. Tauromaquia de la furia que deviene pedazo de tiniebla manando su aullido”.

“Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixion”, es una esotérica visión del mundo astral, o de lo que pudiera serlo. Mundo a veces dantesco, dantiano cuando el tacto apunta a ser y dar a los sentidos una explicación microscópica.

En Slaughterhouse’s Crucifixion, navega una dedicatoria a Deleuze, porque según el autor éste, seguramente, hubiese firmado lo dicho, lo dispersado de manera brusca, en las letras relevantes -relevo de pensamientos- dichas a tientas, como palabras de ciego que se apoyan en un bastón.
No hago un prólogo, un estudio de este libro llamado “Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixión”, sépase que simplemente me dejo llevar por sus ventarrones y por sus calmas. Lo dejo que me haga sentir, porque resulta difícil llegar al más profundo de los arsenales que animan el bombardeo de Dresde; que animaron a Pilgrim, el soldado gringo detenido en Dresde en la novela de Vonnegut, con posible referencia a la cruzada de niños del siglo XIII en la que parece solazarse con estupor nuestro poeta, colocando sus armas estéticas en el lomo de los caballos de conquista y en las cámaras de la tortura de las que habla la historia del bombardeo, y en las filmaciones de hoy que reproducen los hechos. Dice el poeta Almánzar Botello, que pasada la tragedia, “por la página perdida y la tela desgarrada, remotos ya la música, la fiesta, los licores, la imagen se maquilla su hombre en roto espejo”. La imagen se maquilla su hombre, la imagen es el verdadero cuerpo, y “su hombre” es la sombra de la imagen, por eso puede maquillarla. El mundo se hace transformable, como esos muñecos que van de guerrero interplanetario a vehículo que nace de una inventiva bélica en las marcas de la nueva juguetería electrónica.


Pintura de Francis Bacon, 1946

¿Por qué ha de volver Bacon? ¿Cuál de los Bacon? ¿El poeta o el filósofo; el traidor y el paladino seguidor de reinas, o aquel que asombrado en el Museo Condé transpira dolor cuando ve la matanza de los inocentes llevada al lienzo de Nicolas Poussin? El siglo XIII de la cruzada de los niños y el XX se unifican en la visión de un poeta del pincel que sólo comenzará a pintar en 1927, primero bajo las rupturas del Picasso de 1927, y luego bajo la influencia de sí mismo. Veo en Almánzar Botello el trayecto de la obra picasiana, que son sus versos y prosas. Entiendo entonces que Picasso, cuando salió de su época azul hacia la reconstrucción de las formas, creyó en la poesía de las desestructuraciones, manteniendo siempre ese temor a Freud, a lo freudiano, y en el fondo, usando de la ruptura como el camino hacia una nueva modalidad de entender el mundo.


¿Razón por la que Almánzar Botello, oscuro poeta del deseo, piensa en Deleuze, en Francis Bacon, en las cruzadas sangrientas y en la pintura del creador irlandés marcado por la Inglaterra y los surrealismos superables? Diría que en la obra de Almánzar Botello se almibara un surrealismo a veces imprevisto, y casi siempre acertado. No es el poeta de estaciones claras, sino de palabras que buscan liberarse de la fonética, aunque la música de los textos, -prosa o verso- anuncia un dominio idiomático irrefrenable.


Francis Bacon y Gilles Deleuze

“El gato putrefacto”, el idioma con el que se matrimonia y se divorcia a tientas, es gato putrefacto maullando a través de las ventanas, con hedor de reciente rata entre los dientes.

Me perdona el lector si escribo en “clave de Almánzar”. No es preciso explicar sino más bien decir, haciendo sensaciones de la letra poética. Es lo que se me pide cuando leo, como hombre solitario que la noche amenaza. (Casi sic).

En torno al recuerdo de amigos, el poeta recuerda igualmente acciones enemigas. Sade y Genet, peripatéticos del sexo fálico, enmarcan el recuerdo, donde habrá, de seguro, erecciones, clítoris, escrotos, vulvas y libros. Libertad de la cita que incluye, de paso, el recuerdo inasible de Luis Alfredo Torres, padre de Proserpina en nuestro espacio, bañante del río Birán, único río con nombre de fonética homérica de nuestra historia literaria. Y he aquí que en este poema titulado “Recordando a los amigos”, nos encontramos con la caótica enumeración de las caídas, entre signos virginales, desechos, Altas Gracias, Khora, las llamadas madonnas vaginales, paridoras de santidad y de muerte en la cruz. Por tales razones abundan, texto a texto, los sonidos convertidos en palabras sonorizadas a su vez -perdónenme el voquible- porque en el descenso a los infiernos se oyen cencerros, se enarbolan patrióticamente güiros y tamboras, acordeones con saxo intercalado, más bien con sexo acicalado. El poeta camina entre ritmos y bailes sin sentido posible, porque desciende: Jet of Water, y aterriza en Bacon, en la soledad del espejo y en el fantasmario interior que lo atosiga. Como murciélagos frugíferos salen las bandadas de alas a navegar entre insectos musicales y raros. Almánzar Botello los atrapa, los vacuna y los suelta. Algunos ya le conocen, pero otros, los más proserpinos y noveleros, van a verle, y a darle la mano y a fumar con él en la noche donde Poe regurgita versos tenebrosos, tenébricos, si se me permite la palabreja que me parece acabo de inventar como honor al poeta del que escribo y pienso en metáfora.

Auto-retrato de Francis Bacon

Por estas razones no me pidan que desglose esta poesía más culta que muchas otras cultas. Lo que se está viendo en el fondo del poeta es la des-creación de lo vivido. Es más difícil des-crear que crear.

Es difícil, claro está, la posible increación como amenaza, y por tales razones echa mano el poeta de todo cuanto significa, como él mismo apunta, “el sinsentido primordial de los orígenes”, materia prima de “la densa rabia erótica”.

Dado que un erotismo filosóficamente conjugado se extiende como arena mojada por aceite al través de toda la obra, hay que contar con amigos perennes envueltos en recuerdos. El poeta inventa el mito creciente de la amistad nacida entre fantasmas o viceversa (tal vez mejor, viceversas nacidos entre fantasmas), porque muchos de sus fantasmas están naciendo del antro de la amistad. Preguntad por Manuel, Salvador, Federico, el propio Almodóvar, distante amigo sin mano que estrechar; y la música sigue mientras “carnívoras muchachas de lo neutro” se acurrucan en el silencio del parque donde acomodan su infamia, o fama tal vez, los travestís y ladrones.

Daliniano a veces, rodeado, sí, de espejos que se derriten, el poeta reseña la amargura de la muerte frente al lavabo, o bien, el florilegio de voces cristalinas de niños muy distantes, acompañando la muerte. El contraste es uno de los elementos claves en este libro de Almánzar Botello, libro en el cual la realidad es casi un olvido rescatable. Temo como lector, y no ya como crítico, que este libro difícil será espanto para los que aman el gozar de las ligerezas, de las metáforas soliviantadas por un brisote fresco de colores y “arcobalenos sonetiformes”. La foresta, ennegrecida por el humo se agiganta, y la poesía se esconde para el lector que considera que ver la poesía es tan fácil como gozar de una película en la cual el amor se salva saltando entre las breñas: ella con camisón y enaguas dieciochescas, y él, con bombín y formidable bigote que apunta hacia las astros desde cada extremo del labio sonriente. Ella aspirando al desnudo que habrá de venir sobre la hierba, y él aspirando al abrazo tenaz que dañará su chaleco, pero pondrá en sus adentros la secuencia del orgasmo socializante.

La zona ansiosamente erótica del libro es un canto perenne a la totalidad de clítoris almacenados en el recuerdo, de bocas que sangran su andropausia, de palabras socráticas amparadas en ese saber que no sabe nada luego del acto definitivo del amor. Olvido manejado adrede, voz apagada por la distancia hecha de retazos de caminos donde el polvo hizo trizas la visual y la transparencia de todo recuerdo.

En el poema titulado “En su Dominio”, para ser leído, según Almánzar Botello, “imitando la oralidad declamatoria de Jorge Luis Borges”, una de las mejores piezas del libro, hay un aterrizaje hacia lo cotidiano. Existe una llegada al predio de las electrolizaciones, palabra que me brinda la computadora y de la cual no tenía noticias. Nos vamos a encontrar tú, yo, ellos, aquellos, vosotros, con la visión pantagruélica de una poesía que se arrastra para entender el mundo. El menú de los dioses y el de los callejones, el sabor gourmet y el achicharronado, el gusto de los epitafios creados por el poeta Alexis Gómez Rosa, caminante crustáceo, poeta lateral, que se mueve con fluidez de un punto a otro del manglar que le rodea.

El hombre se hizo a sí mismo. Lo dijo Gordon Childe en su primer estudio sobre el origen de las sociedades y de la cultura. Man makes himself. El hombre inventó los valles y los ríos, el bolero, la mermelada, el sombrero de copa y la filosofía, el eterno retorno y el mito acompañante. El hombre inventó la lengua viperina y la fonética divina y adivinatoria. Man makes himself. Pero el hombre inventó al padre cuando en juego de dados lanzados sobre la mesa del mundo, nació la divinidad. Es lo que sobrentiendo al leer los textos del poema Padre. Ya lo he dicho, no hago crítica, recreo lo que creo creer. Creo en lo que deseo recrear, de otro modo no entendería, no gozaría la poesía o la prosa almanzarianas, todas en una, materia prima de una perplejidad que se hace forma estética.

En Ser o Sufrir, segunda parte del libro o libro aparte (me confundo), la prosa gesticula para llevarnos, como si hiciéramos un tour por el ciberespacio, con el alma desgreñada. Es el retorno a la vieja infantilidad y el reclamo frente a un mundo creciente que nos hace ver el tiempo en el que era posible ser feliz dentro de la tragedia. El vuelo del gorrión hacia un nido ahora vacío. Poesía en la que el poeta enfrenta la muerte de su propia muerte, y la resurrección posible del pasado que puede, cotidiano, caerse para siempre del árbol primigenio. Esta parte del libro anuncia el retorno a la fronda de lo cotidiano. Aquí el poeta sale abruptamente de la terrible etapa de las concupiscencias metafóricas hacia la zona amable de una prosa poética donde pululan los personajes de la infancia. Entramos en un mundo biográfico adrede. Épico, a veces, el poeta no se rinde y gesticula en letras cálidas, para enterarnos de cómo en los tiempos pasados todavía hay cosas mejores, por lo que, con el permiso de los sabios de hoy, Manrique tiene razones permanentes. Homenaje–recuerdo a Pedro León Marte (el sombrero que inventaba gramáticas), el poema es un cuadro afectivo, modelo de caótica recordación que nos deja con ganas de la rememoración como fundamento de lo que hoy pudiera ser más real que la realidad del gerundio que nos atosiga.

Crucifixion, obra de Francis Bacon, 1965

Bacon va de lo onírico a lo ex onírico. La última parte de estos textos-contextos de Almánzar Botello obliga a ver la poesía en la prosa de una “poética de la sensación”, donde anidan abundantes resacas del espíritu. Donde en ocasiones las iterativas formas de la protesta se transforman en palabras que aletean buscándole sentido a la vida. La vida, es “espejo contra espejo”, reflejo de su propio reflejo, y el poema, como todo el libro, “puente fronterizo”, donde los equilibrios destacan la realidad vital. En el espejo: ciudades “pensativas”, mirándose desde sí hasta sí. Y la escritura un “temblor de eternidad” que dura sólo un instante.

El denso poema en prosa que es “Poética de la sensación”, apunta hacia la revuelta de las sensaciones mismas. Toda sensación es un fermento que nos lleva a ver el pasado y el presente en lucha virtual. La escritura es el único elemento que flota y salva, como la tabla clásica de los naufragios, y Almánzar Botello nos satura; y entra ahora, en lugar del poeta Bacon, el pintor Bacon, cargado de sombras inconclusas, y en el correr de un tiempo que se adhiere al concepto de la cultura giratoria, se animan los viejos personajes: Esquilo, con sus coros y vestales donde hasta la “baba metafísica”, llegada desde la propaganda a la piel deshonrada, tiene función en el papel de lo poético.

He dicho que escribo a “lo Almánzar”, no me interesan sino las sensaciones que producen sus resonancias y disonancias. Digo que sus visiones del mundo orillan, en la post-modernidad, las de un Bosco caribeño que recrea el universo con el que intenta dejar de soñar. En su soledad y en su atasco de pasiones, Almánzar Botello incluye a políticos, a poetas, a una fauna esotérica y mistérica que en la realidad es sólo materia prima para su justificación de la metáfora.

La vida se muestra jeroglífica, como la propia poesía del escritor, la vida es siempre una tentación de lo indescifrable, y por lo tanto, descifrarla es perderla. Pasan por los rincones de la soledad los poetas, las musas, Trilce haciendo señales, Gómez-Rosa, Lucrecio, las palabras de Cristo, a veces concupiscentes, los candidatos, el ano lúdico en el que se apoyan algunos, la hijoputez, las amistosas políticas que elevan al rango de genio a la hormiga, la nueva Babilonia, “táctil, sonora”, que el poeta imagina y calla para no despertar odios o risas.

En retorno efervescente a un surrealismo sin banderas, Armando Almánzar Botello, libremente, nos pone en contacto con la irrealidad surgida del zumo de las cosas, por tanto, escribo este texto y lo concluyo pensando en que me ambiento en su fonética oculta, en sus palabras de tempestad y sueño, y me encierro a deglutir, no a explicar, lo que la sensación del verso y de la prosa me reclaman.

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Armando Almánzar Botello


Armando Almanzar Botello en la puesta en circulacion de su libro, Centro Cuesta del Libro

Nació en Higüey, República Dominicana, en 1956. Poeta y ensayista, calificado en este trabajo como “surrealista sin banderas”. Estudió Psicología Clínica en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña y en la Universidad Mundial Dominicana. Es un febril lector de temas de psicoanálisis, filosofía, literatura, arte, entre otros, y amante apasionado de la música y el cine. Desde1980 ha publicado profundos ensayos sobre las obras de Roland Barthes, Jacques Lacan, Octavio Paz, Samuel Becket y Federico Nietzsche. Su libro Cazador de Agua y Otros Textos Mutantes (2003), sin dudas inaugura un nuevo modo de hacer literatura de primera en República Dominicana.

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epistheme agradece a Armando y a Don Marcio el privilegio por autorizarnos a reproducir en este humilde medio de comunicación alternativo, este inusual, antológico y solidario texto.

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