lunes, mayo 13, 2013

Noticias del Frente Patrimonial 073


Una muestra de debilidad
El sometimiento judicial a PROFAMILIA muestra la erosión del poder e influencia de la Iglesia en la sociedad dominicana


Lavando el sepulcro
Por: Denise Paiewonsky, Colectiva Mujer y Salud – 10 de mayo del 2013
Desde cualquier ángulo que se la vea, la decisión de la Iglesia católica de someter un recurso de amparo contra PROFAMILIA por su campaña a favor de los derechos sexuales y reproductivos luce como una muestra de debilidad, además de un error táctico. Ambas cosas son producto de la incapacidad que evidencia la Iglesia –tanto la universal como la dominicana- de entender e interpretar correctamente el contexto político, social y tecnológico actual, lo que la lleva a un accionar torpe que erosiona su influencia, su prestigio y su poder a un ritmo inimaginable hace apenas algunas décadas. El problema de fondo parece ser justamente la sobreestimación de su poder e influencia por parte de la jerarquía, que le impide reconocer hasta qué punto la Iglesia se ha debilitado en el mundo actual, aún en los países católicos.
Consideremos, en primer lugar, ¿cuándo en la historia dominicana la Iglesia ha tenido que recurrir a tribunales para imponer su autoridad –o, mejor dicho, para reclamar que los tribunales impongan una autoridad eclesial que ella por sí misma ya no es capaz de imponer? Hasta hace algunas décadas, en países como el nuestro era impensable que una institución, ya fuera estatal o privada, promoviera abiertamente posiciones contrarias a la ortodoxia católica. El control social e ideológico de la Iglesia era tan completo –y la cultura democrática tan débil- que el espacio público simplemente no daba acceso a las disidencias, las cuales debían, en el mejor de los casos, canalizarse hacia los márgenes del mundillo intelectual o de las izquierdas semiclandestinas.
Con las aperturas democráticas y el auge de los movimientos sociales de fines del siglo XX, las posiciones disidentes empiezan a demandar acceso a los espacios públicos, a los medios de comunicación, al mundo académico, etc., y la situación empieza a cambiar. Pero todavía durante algún tiempo la Iglesia dominicana pudo contar con que las élites de poder -sobre todo las que controlaban los partidos políticos y los medios de comunicación- se aplicaran la autocensura, primero en aras de “la moral pública”, y luego por temor a sufrir represalias eclesiásticas. Esta era la época en que la Comisión de Espectáculos Públicos rutinariamente prohibía la exhibición de películas consideradas ofensivas a la Iglesia, en que ninguna organización ‘seria’ ni persona prestante se atrevía a hablar públicamente de aborto terapéutico, en que los escándalos sexuales o financieros de la iglesia ni se mencionaban en los periódicos, etc. Ya en su ocaso, esta también fue la época de la timidez mediática en el manejo del caso del orfanato de San Rafael del Yuma (2005) y del chantaje político a los congresistas en el caso del Art. 30 (2009).
Pero para entonces en el país ya estaba explotando el uso de las nuevas tecnologías, y con la banda ancha, el celular y twitter se le empezó a mover peligrosamente el piso a la Iglesia –tal como le pasó a todos los regímenes autoritarios, excepto que, a diferencia de Cuba o de China, la Iglesia no podía controlar los contenidos del Internet o el acceso alas nuevas tecnologías. Y lo peor para la Iglesia es que la revolución tecnológica –y los cambios en las formas de hacer política que ésta trae consigo- ocurre tras varias décadas de empoderamiento progresivo de los movimientos sociales por los derechos de las mujeres, de la diversidad sexual, de niños y jóvenes, y de otros sectores tradicionalmente excluidos del ejercicio de derechos en los patriarcados autoritarios que la Iglesia durante tantos siglos fomentó y apoyó. Pero ya para entonces Juan Pablo II había consolidado la restauración pre-conciliar, como dice Hans Kung, y la Iglesia estaba en manos de octogenarios con visión decimonónica, lo que la dejaba ciega a las realidades del mundo contemporáneo e incapaz de adecuar sus estrategias –no digamos ya sus dogmas- a las nuevas circunstancias históricas y tecnológicas del siglo XXI.
Es esta incapacidad de entender el contexto histórico actual, aferrándose por el contrario a su tradicional modelo de dominación monárquico-absolutista[1], lo que explica la increíble sucesión de errores cometidos por las altas jerarquías eclesiásticas en los últimos años, como demuestra el reciente enfrentamiento de los obispos con las monjas estadounidenses, una metida de pata de proporciones cósmicas que ha mermado los niveles de estima y respeto de la feligresía de ese país hacia sus autoridades eclesiásticas a niveles hasta hace poco impensables.
Pero por supuesto que los errores que más le han costado a la Iglesia en las últimas décadas son los relativos a su manejo de los escándalos de pedofilia, que han hecho añicos su autoridad moral y provocado una estampida de feligreses y de vocaciones a nivel mundial, pero sobre todo en los países con mayor desarrollo democrático, donde los tribunales y los medios de comunicación han podido ventilar con más libertad estos casos. La testarudez, por no decir arrogancia, con que las máximas autoridades de la Iglesia perseveraron durante años en el encubrimiento de los pedófilos, su culpabilización cobarde de la homosexualidad como causa última del problema,  los intentos por minimizar la magnitud de los crímenes cometidos por clérigos y su impacto en las víctimas, junto a otras tácticas evasivas, nos pintan de cuerpo entero a una Iglesia que se sigue creyendo por encima de toda autoridad terrenal, como en la época en que los papas insistían en coronar a los emperadores y se creían impunes por derecho divino. Por eso les tomó tanto tiempo entender que no podían seguir manejando los escándalos de pedofilia y las finanzas del Banco Ambrosiano como si todavía gobernara Carlomagno y no estuviéramos en la época de los Vatileaks. Y por eso las medidas tardíamente adoptadas en ambos casos tienen un tufo tan grande a paño tibio[2].
La aparente decisión de la Iglesia de dar por perdida a Europa y a (la feligresía no hispana de) los EEUU, concentrando sus esfuerzos políticos y evangelizadores en América Latina y África, resulta una estrategia riesgosa que solo hace sentido si, como el avestruz, la Iglesia se rehúsa a entender que muchos de los procesos políticos y tecnológicos que llevaron a su progresivo derrumbe en los países desarrollados van a ser replicados en los próximos años en países como México, Brasil y Nigeria. Y, podríamos agregar, como República Dominicana, donde cada vez hay más indicaciones de que el Concordato ya no pone donde antes ponía y donde más temprano que tarde tendrán que desaparecer las Altas Cortes capaces de dictaminar que la continuada vigencia de ese adefesio jurídico no viola la garantía constitucional de igualdad ciudadana, como hizo la Suprema en el 2008.[3] ¿O es que nadie reparó en el hecho de que en la Encuesta Gallup-Hoy del pasado mes de abril la Iglesia católica quedó por primera vez relegada al tercer lugar entre las instituciones más valoradas por la ciudadanía, detrás de los medios de comunicación y ¡de las iglesias evangélicas![4]
A la luz del análisis anterior, la decisión de la Iglesia de someter judicialmente a PROFAMILIA se evidencia como un error táctico cuyo impacto en la opinión pública podría resultarle tan costoso como el ocultamiento sistemático de los hechos de San Rafael del Yuma (incluyendo el misterioso fuego de la cárcel de Higuey, con sus 134 muertos), como la lucha eclesiástica a favor del Art. 30 y la posterior muerte de Esperancita, o como la recién divulgada adulación cardenalicia de tutumpotes que golpean a sus esposas. En efecto, el caso de Frank Jorge Elías es un ejemplo paradigmático de cómo las nuevas tecnologías de la comunicación les están cambiando las reglas de juego a la Iglesia. La ostentosa ceremonia de renovación de votos en la Catedral y las lisonjas del Cardenal han sido práctica rutinaria en la Iglesia, siempre tan apegada al poder político y económico. El hecho de que ahora el vídeo de la ceremonia pudiera circular a la velocidad del rayo por el ciberespacio dominicano minutos después de que se conociera la denuncia de Sandra Kurdas dejó en posición muy comprometida al Cardenal y a su Iglesia.[5]
Aunque la evaluación de los méritos jurídicos del recurso de amparo debe ser hecha por juristas, en lo que ésta llega no está de más señalar que los argumentos de la Iglesia lucen insostenibles, rayando en lo absurdo (violación del derecho de autoridad paterna, del derecho a la vida, a la no injerencia en el hogar, uso inapropiado de la imagen de menores). También la selección de juristas encargados de llevar el caso parece improvisada, visto que una simple búsqueda de Google revela que Edwin Grandell Capellán, el abogado que representará a la Conferencia del Episcopado Dominicano, fue inhabilitado por el Tribunal Disciplinario del Colegio de Abogados de la República Dominicana (CARD) en el 2010 por violación del Código de Ética de ese gremio.[6]
El momento elegido por la Iglesia para someter el recurso de amparo también resulta cuestionable, y no solo porque la autoridad moral de la Iglesia católica está pasando por uno de los peores períodos de su historia, sino porque: 1) la campaña mediática de PROFAMILIA se inició el 6 de febrero, o sea que la Iglesia esperó tres meses para actuar, permitiendo que las cuñas se divulgaran sin ninguna interferencia durante ese tiempo; 2) la duración de la campaña estaba en efecto pautada para tres meses, o sea que el sometimiento de la Iglesia tuvo lugar tres días después de que ésta finalizara!  Esto significa que la acción de la Iglesia asegura la vigencia continuada de una campaña que ya concluía, exactamente el efecto contrario al deseado. También hay que suponer que, visto el intento de censura eclesial, es muy posible que las agencias de cooperación que originalmente financiaron la campaña (y hasta algunas otras) se sientan motivadas a patrocinar una segunda etapa o una prolongación de la misma.
En conclusión, que además de reflejar una merma de su hegemonía ideológica y de su poder político, que la obliga a recurrir a tribunales para obtener lo que antes no tenía ni que reclamar, la Iglesia está cometiendo torpezas dignas de un amateur, no de un actor político de su veteranía. La Iglesia no acaba de entender que las actitudes de la sociedad dominicana hacia el aborto terapéutico, el acoso sexual, la educación sexual científica en las escuelas, la anticoncepción, el embarazo adolescente, etc., se alejan cada vez más de la ortodoxia eclesial. Esta demanda judicial, en lugar de apuntalar su rol de árbitro moral de la sociedad dominicana, muestra a una Iglesia cada vez más de espaldas a la sociedad, que se encamina inexorablemente hacia la irrelevancia.
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El infierno anticipado
CRÓNICAS DE BOGOTA. Tomo II
La historia se repite
Por: Pedro M. Ibáñez, © Derechos Reservados de Autor
¿Por qué iba a negar ella su interés de mujer que se sabe joven, que se siente bella y digna de ser amada, a aquel apuesto capitán de pomposo y verde uniforme que tan galantemente le asediaba, a aquel señor militar de tan arrogante continente, irreverente mirada y parla insinuante y halagadora?

Carlos Cuervo Márquez. (1789).  La Leyenda de El Verde. (Colombia)
EL VERDE— Por los años de 1789 entró como novicia al convento de Santa Inés de Bogotá la señorita doña María Josefa Camero, de diez y seis años de edad, huérfana de padre y madre con gran caudal de hermosura y de bienes, puesto que era una de las más ricas herederas de la Sabana, y, según todas las apariencias, con muy poca o ninguna vocación para la vida del claustro. En la misma época servía a Ezpeleta un apuesto Capitán de guardias, don Antonio de Aguirre, joven español que gozaba de mucho valimiento cerca del Virrey, y que era, entre las tímidas doncellas de Santafé, objeto de viva curiosidad y causa de perennes inquietudes.
Antes de entrar al convento la joven Camero, el Capitán la había conocido en un sarao y había quedado prendado de la gracia y tal vez de la cuantiosa fortuna de la heredera. A ésta la había impresionado agradablemente la apostura, la galantería y el vistoso uniforme verde del Capitán. Pero el tutor de la joven, que no miraba con buenos ojos a don Antonio, creía, siguiendo las ideas de su tiempo, que el mejor modo de desempeñar las funciones de su cargo era hacer cuanto estuviera en su mano para asegurar la felicidad eterna de su pupila, sacrificando la efímera dicha terrenal.
Para lograr esto había proyectado hacerla profesar, dando al convento una nueva monja y una gran fortuna, la de la señorita Camero, como era de ordenanza. El tutor tuvo como auxiliar, para llevar a cabo sus piadosos planes, el apoyo del poder eclesiástico, a cuyas poderosas sugestiones no pudo resistir la pupila, aun cuando presentía que al entrar al convento, contrariando sus inclinaciones, y una pasión ya poderosa, se abrían para ella las puertas de un infierno anticipado.
Pero esa era la época y como joven principal y bien educada debía sacrificarse en aras de las preocupaciones reinantes. Así se explican la invencible repugnancia que la novicia demostraba por el convento y la melancolía que de ella se apoderó desde el momento en que, pasados los umbrales del claustro, las puertas del mundo se cerraron tras ella, ocultándole, tal vez para siempre, al Capitán Aguirre. Pero para este, como buen enamorado, no había obstáculos invencibles, y aun las mismas macizas puertas de un convento del siglo XVIII, con todas sus preeminencias, eran capaces de hacerlo retroceder. Antes, quizás, las fuertes rejas de Santa Inés estimularon su capricho, y ganándose a una mandadera del convento, logró entablar con la novicia amorosa y clandestina correspondencia.
Las cartas del Capitán, con sus protestas de amor, con sus ardientes frases y con sus esperanzas para el porvenir, agravaron la lamentable situación de la novicia. Sólo Dios pudo saber las terribles luchas que agitaron el espíritu de esa desdichada niña, combatida por el amor y por los escrúpulos, encerrada en las frías paredes de una celda, y a todas horas asediada por las monjas, que de ninguna manera querían que se les fuera de entre las manos la fortuna que ella les traía. Tal estado no podía menos que alterar profundamente la salud de la novicia, la que día por día iba para menos. Sabedor de todo esto el Capitán Aguirre, puso en juego todo su crédito con el Virrey para que éste reclamara del poder eclesiástico a la señorita Camero.
Pero el Gobernador del Arzobispado no accedió a nada, y sólo después de muchas notas cruzadas con el Virrey consintió en que la novicia, dado el mal estado de su salud, saliera del convento por unos días, pero con orden terminante de que en la casa adonde se llevara no debía recibir, fuera de las del médico, otras visitas que las de su tutor y las de su padre espiritual; que debía ajustarse a la disciplina del convento, y que el hábito de novicia no debía quitárselo ni aun para dormir, como para que tuviera presente a todas horas que su destino estaba inexorablemente trazado, que su única aspiración debía ser el crucifijo, su satisfacción el cilicio, y su universo una estrecha celda. Pero hasta ese retiro, y a pesar de todas las precauciones de vigilancia que se habían tomado, el Capitán, por medio de la aguadora de la casa, consiguió hacer llegar a manos de la infeliz novicia nuevas esquelas amorosas, que fortalecían su ya decaído ánimo.
Los dos años del noviciado pasaban muy de prisa, y, vuelta la novicia al convento, se acercaba ya la fecha fijada para la profesión, sin que hasta entonces hubieran dado resultado alguno las constantes reclamaciones del Virrey y de la autoridad civil. El Gobernador del Arzobispado, a la cabeza de todo el elemento religioso, quería que la heredera profesara, y, necesariamente, tenía que profesar.
Era ceremonial de etiqueta en ese tiempo que cuando alguna joven principal tomaba el hábito, los tres días anteriores a la profesión abandonaba el convento y era festejada por su familia y sus amigos con alegres fiestas, continuos saraos y diversiones constantes. Eso era lo que, en el lenguaje de la época, se llamaba los requerimientos —especie de duelo final que el ascetismo de la presunta monja libraba contra los halagos del mundo y sustentaciones — y no pocas veces el resultado de tan dura prueba era el que debía ser: el cambio del rudo sayal por el alegre traje de la desposada.
Aun cuando la suerte de nuestra novicia parecía de antemano fatalmente trazada, no se podía prescindir de los requerimientos, dadas su posición, su edad y su fortuna; pero como no tenía familia, la Virreina, quizás de acuerdo con el Capitán Aguirre, se presentó en persona en el convento A por la señorita Camero, y los requerimientos tuvieron lugar en Palacio, celebrándose con magníficos banquetes, saraos y toda clase de fiestas, presididas por la misma Virreina. Allí, entre la alegre juventud de Santafé, descollaba Aguirre, luciendo, como de costumbre, su brillante uniforme verde de Capitán de Guardias españolas, más enamorado que nunca, y, cosa inexplicable, apareciendo el último día de los requerimientos alegre y satisfecho como el más feliz de los mortales.
Terminados los regocijos, Josefita Camero se despidió de la Virreina y de sus amigas; por unos pocos momentos, y demostrando la más viva zozobra, habló en voz baja con Aguirre, y, abandonando las ricas galas que tanto la habían hermoseado por tres días, volvió a vestir el modesto hábito de la novicia y fue de nuevo conducida al convento. La comunidad, formada en el claustro principal, la recibió con vivas demostraciones de regocijo, festejándola con un abundante refresco. Una vez instalada en su antigua celda, debía recibir los cumplimientos y el besamanos de toda la comunidad. Después de la Priora, una a una y en riguroso orden jerárquico entraron todas las monjas, todas las sirvientas y todas las mandaderas a saludarla y a felicitarla por la insigne victoria que había alcanzado sobre el mundo y sus vanidades.
La batalla se había librado, y el convento, según todas las apariencias, quedaba vencedor. Al día siguiente debía tener lugar la profesión. Sin embargo, algo extraño debía haber en la fisonomía de la novicia, porque en el acto comenzó a susurrarse entre la gente de servicio del convento que la Hermana Camero no profesaría. Terminados los besamanos y los saludos de etiqueta, y pasados los primeros momentos del regocijo de las monjas, la comunidad volvió de nuevo a su monótona y ordinaria tranquilidad de siempre.
A las cinco y media de la tarde de ese día estaban las monjas reunidas en el coro, entregadas a sus devociones de regla, cuando fueron interrumpidas por extraño tumulto. En la vecina calle se oía tropel de gente armada, toques de clarines y de tambores, y voces de mando y terribles golpes sonaban en las puertas del convento. Al mismo tiempo los tranquilos habitantes de Santafé, para quienes era éste un extraordinario acontecimiento, veían asombrados que la Compañía de Guardias del Virrey, mandada por el Capitán Aguirre, quien llevaba su vistoso uniforme verde, rodeaba el monasterio de Santa Inés y se preparaba como para un formal ataque contra las indefensas monjas.
A los golpes dados en la puerta principal del convento por el Capitán en persona, acudió la Hermana portera, quien oyó con estupefacción la orden del Virrey para que fuera inmediatamente entregada, de grado o por fuerza, la novicia María Josefa Camero. La portera subió volando al coro a comunicar a la Priora lo que ocurría, y ésta, después de reflexionar un momento, y viendo que toda tentativa de resistencia era inútil, ordenó que se introdujera al coro, pero por la puerta de la iglesia, al mensajero de tan extraña orden.
A los pocos instantes se abrieron las puertas de la iglesia, y subiendo al coro, se presentó en medio de la consternada comunidad el Capitán Aguirre, con espada desnuda, sombrero calado, espolines y su gran uniforme verde, que impresionó profundamente a las asombradas monjas, y dirigiéndose a la Priora, en términos altaneros le comunicó la orden del Virrey. La desolada superiora, con voz severa y entrecortada por los sollozos, llamó a la Hermana Camero y, tomándola de la mano, la entregó al atrevido Capitán, repitiendo la orden de que la novicia saliera a la calle por la puerta de la iglesia, para que no se profanaran con tan grande atentado los umbrales de la sagrada casa.
Las monjas, que no podían creer que esta profanación fuera obra humana, vieron en el Capitán vestido de verde al mismo demonio, y desde entonces El Verde fue sinónimo de diablo, principalmente entre monjas, mandaderas y demás gentes allegadizas a los conventos de esta ciudad, sobre todo para designar un diablo inquieto, atrevido y perturbador de la santa tranquilidad de la vida monástica.
Pocos días después de lo ocurrido, don Antonio de Aguirre y doña María Josefa Camero contrajeron matrimonio, y como el escándalo dado hacía imposible su permanencia en la piadosa Santafé, partieron para Puerto Rico, adonde el Capitán había logrado ser promovido, no sin haber realizado antes las valiosas propiedades de su esposa, entre ellas la hacienda La Ramada, en la vecindad de Puentegrande.
Muchos años transcurrieron sin que de ella se volviera a tener noticia en Santafé, y ya en el convento no se hablaba de la Hermana Camero, cuando un correo de los que de tarde en tarde traían la correspondencia de España, trajo para la Priora carta de la antigua novicia, que causó profunda impresión en la comunidad. La esposa de Aguirre relataba toda una vida de amargura y de dolor, y terminaba reconociendo su enorme falta y pidiendo humilde perdón a la superiora y a la comunidad entera.
Instalados en Puerto Rico, Aguirre había malbaratado la fortuna de su esposa, trocándose para ella en desapiadado verdugo, sumiéndola en terrible miseria, y, arrancándole los dos hijos que habían tenido, la había arrojado del hogar, abandonándola por completo. Desde entonces, cada vez que a Santafé llegaba correspondencia de las Antillas, no faltaron las desoladas cartas de la Hermana Camero, como todavía era llamada en el convento, cartas que leía la Priora ante la comunidad, para edificación y ejemplo de monjas y mandaderas, quienes veían la mano de Dios pesando sobre la desdichada que había profanado el monasterio huyendo de él en pos de El Verde. Por último, dejaron de venir las acostumbradas cartas, y nada más se volvió a saber sobre la infeliz suerte de la antigua novicia.


[1] La referencia es de nuevo a Kung, cuyo libro más reciente acaba de ser traducido al español. Ver la reseña del mismo publicada en epistheme, 25 de abril, 2013. http://epistheme-tonydemoya.blogspot.com/2013/04/noticias-del-frente-patrimonial-072.html, de donde proceden las dos citas que siguen. Según Kung, “Este sistema de dominación se caracteriza por el monopolio del poder y la verdad, por el juridicismo, el clericalismo, la aversión a la sexualidad y la misoginia, así como por el empleo espiritual-antiespiritual de la violencia”.
[2] “…el sistema de encubrimiento de delitos sexuales de clérigos vigente durante años en el mundo entero estuvo dirigido por la romana Congregación para la Doctrina de la Fe, que el cardenal Joseph Ratzinger presidió entre 1981 y 2005 y que ya en tiempos de Juan Pablo II se hacía cargo bajo máximo secreto de este tipo de casos. Todavía el 18 de mayo de 2001 envió Ratzinger a todos los obispos una carta formal sobre delitos graves (Epistula de delictis gravioribus). En ella, los casos de abusos se ponen bajo secretum pontificum, cuya violación puede acarrear severas penas eclesiásticas. Esta circular no ha sido retirada hasta la fecha”. (Énfasis mío en la última frase).
[3] No hay que pasar por alto que la misma Corte que dictó el fallo a favor del Concordato en octubre del 2008 fue la que dos meses más tarde emitió la igualmente vergonzosa sentencia en el caso de la Sun Land. Las dos sentencias pueden ser consultadas en: http://www.suprema.gov.do/sentscj/sentencia.asp?B1=VR&llave=117510006 (Concordato)  http://www.suprema.gov.do/sentscj/sentencia.asp?B1=VR&llave=117710012(Sun Land).
[4] Los porcentajes respectivos son: la prensa 71%, las iglesias evangélicas66.2%, y la Iglesia Católica 63%. Ver http://www.hoy.com.do/el-pais/2013/4/23/477262/La-prensa-y-las-iglesiasmejor-valorados-por-la-gente
[5] La ‘majestuosa’ ceremonia puede ser vista en http://www.youtube.com/watch?v=lZfmEZrj0lQ
[6] Ver la noticia del 28 de enero del 2010 en http://www.hoy.com.do/el-pais/2010/1/28/311692/print


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La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos. (Ejercito Negro Makhnovista, Ucrania, 1923).

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